Odalis Morales Vásquez es una artesana nacida en Tuchín, departamento de Córdoba, y actualmente trabaja en un pequeño local de un conocido centro artesanal de la carrera 7.ª, en el centro de Bogotá.
“El haber nacido como soy no me impidió valerme por mí misma”, relata. Los doctores lo que le dijeron a su mamá fue que había nacido con una “discapacidad congénita”.
Aunque nació sin brazos y sin manos, algo que su madre consideró “cuestiones de Dios”, Odalis nunca se sintió diferente; por el contrario, todo fue normal. A los dos años, como otros niños de su edad, aprendió a caminar.
Cuando su madre vio que se las arreglaba con los pies para lavar su ropa, le enseñó luego a cocinar, a cepillarse los dientes y después el arte de sus ancestros: el tejido fino de los sombreros vueltiaos.
Además de tejer sombreros, Odalis hace manillas, aretes y bolsos. “Me demoré unos tres meses para aprender, pero lo hice”.
“La clave fue aprender a sostenerme. He desarrollado tanto fuerza como destreza en los movimientos”, dice esta mujer, quien reclama porque cuando toma el bus la gente no le ofrece la silla. “Te toca permanecer de pie durante muchas estaciones”, insiste.
Desde hace veinte es desplazada. Delante de ella, los paramilitares mataron a su hermano y a su padre. Tuvo que abandonar la finca, los animales y la siembra. Huyó con su madre para salvar lo único que les quedaba: la vida. Hace diez años esta mujer llegó a Bogotá con sus dos hijos. Hoy, vive en un barrio pobre de la ciudad y uno de sus muchachos presta servicio militar.
Odalis se declara conforme con lo que la vida le ha dado. “La vida es dura y uno viene al mundo a aprender. Y aunque a mí me ha tocado esto, vivo agradecida con Dios”, dice Odalis refiriéndose a la falta de brazos y manos. Pero quienes pasan por su negocio no puede dejar de expresarle su admiración. Sus sombreros, manillas, aretes y bolsos no tienen nada que envidiarles a otros artesanos.
ABEL CÁRDENAS
EL TIEMPO