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Arte y Teatro

El megadivorcio que sacude el mundo del arte pop

Uno de los varios ‘Mao’ de Andy Warhol (1928-1987), en el Museo Whitney de Nueva York, que montó la mayor retrospectiva que se ha hecho en EE. UU. del artista en 
30 años.

Uno de los varios ‘Mao’ de Andy Warhol (1928-1987), en el Museo Whitney de Nueva York, que montó la mayor retrospectiva que se ha hecho en EE. UU. del artista en 30 años.

Foto:Christina Horsten / AFP

Los multimillonarios Mugrabi son dueños de gran parte de la colección de Andy Warhol.

Si hay algo que el mundo del arte adora es el drama, y la enorme retrospectiva de Andy Warhol que inauguró esta temporada el Museo Whitney está resultando, en ese sentido, ideal. No solo porque el arte en sí de Warhol sigue despertando polémica (“eres el asesino del arte, el asesino de la belleza, incluso, el asesino de la risa”, le gritó Willem de Kooning en una fiesta en 1968, y hay críticos que siguen sosteniendo algo en esa línea); la muestra también —y sobre todo— está proveyendo drama por el divorcio entre un heredero de buena parte de los cuadros más importantes exhibidos allí y su mujer.
Se trata del ‘power couple’ formado por Libbie y David Mugrabi, multimillonarios de quienes se dice que, efectivamente, controlan el mercado de los Warhol. Su separación acrimoniosa podría, según ‘The New York Times’, develar “el lado más opaco” de la compra y venta de obras de arte pop.
Pero, además, un divorcio tan público y escandaloso le agrega un morbo especial a la procedencia de los cuadros, de lo cual el museo se está indirectamente beneficiando. La muestra de Warhol ya es un ‘blockbuster’, y al público que se acerca por turismo o cultura se le suma, ahora, el que leyó sobre los cuadros en la prensa del corazón.
“En una revista decía que tenían cuadros como este en el comedor, por toda la casa y hasta en el baño, así que vinimos a ver cómo viven los ricos”, reconoció una señora de Orlando que estaba de visita en la Gran Manzana, parada frente a uno de los famosos retratos de Marilyn Monroe. Había hecho cola para entrar al Whitney, tenía un curso de escolares que le entorpecía el paso y encima un grupo de curadores de un centro cultural ginebrino se demoraba en un análisis detallado frente a la obra y no le dejaban sacarse una selfi, sola, para mandarle a las amigas. Pero el conjunto de arte y escándalo “no podía ser más Nueva York”, declaró satisfecha.
Como parecería que todos saben en la ciudad, la telenovela ‘arty’ comenzó el pasado verano en los Hamptons. Durante el feriado del 4 de julio, Libbie acusó a una huésped de su casa de acostarse con su marido después de que esa mujer, David y otros invitados se tiraran a la piscina desnudos, tras una comida. La huésped, cuyo nombre no trascendió, pero que era un contacto de los Mugrabi dentro del mundo del arte, dijo que fue “algo divertido y no sexual, como si fuéramos adolescentes”.
Pero el tema escaló y, poco después, Libbie acusaba a David de violencia cuando ella trató de llevarse una escultura de Haring de la casa. Y mientras ella estaba en un restaurante, él contraatacó vaciando la propiedad de obras por varios millones de dólares.
Desde los tabloides hasta los matutinos más serios y las revistas de arte están siguiendo desde entonces el tema con total atención. Ocurre que la mayor parte de las transacciones de los Mugrabi eran privadas, hechas en sus casas más que en galerías y remates, de manera que muy poco trascendía; el misterio podría, con las declaraciones y las filtraciones, comenzar a develarse.

Warhol sería considerado un pintor de sociedad pasado de moda si no fuera por el férreo control de su mercado que tiene la familia Mugrabi

“Warhol sería considerado un pintor de sociedad pasado de moda si no fuera por el férreo control de su mercado que tiene la familia Mugrabi" —dijo a ‘La Nación Revista’ James Panero, crítico de arte de ‘The Wall Street Journal’ y editor de ‘The New Criterion’—. Un efecto de la exposición de cómo se manipulan los precios que podría salir a la luz, a raíz del divorcio, podría ser que finalmente se pinche la burbuja del pop art”.
Porque Warhol no es solo Warhol, sino que es considerado como una especie de índice Dow Jones del mercado del arte pop porque hay relativamente mucha cantidad de obras dando vueltas y es muy ‘líquido’, por lo cual funciona como un indicador efectivo. “Los Mugrabi lo saben y actúan acorde a lo que sea mejor para la familia, y el resto de nosotros tiene que sentarse a observar”, dijo años atrás al ‘Journal’ Richard Polsky, un veterano galerista de California.
Los expertos en el mercado tienen visiones divergentes sobre las estrategias de los Mugrabi. Algunos sostienen que si los Mugrabi tienen información que otros potenciales compradores no tienen durante una subasta, esto puede ser injusto para los competidores. Otros, que no es algo distinto a lo que ocurre cuando el principal accionista de una compañía compra ‘stock’ adicional como forma de mostrar apoyo a las acciones que quiere defender y que mucho de lo negativo es, básicamente, envidia.
Pero lo concreto es que nadie ha hecho más para capitalizar en la creciente popularidad de Andy Warhol que los Mugrabi. José, el patriarca, hizo su fortuna en el mercado textil de Colombia antes de emigrar a Estados Unidos. Es dueño, junto con sus hijos, Alberto y David, de más de 1.000 obras de Warhol, más que cualquier otro coleccionista y solo superado por el Museo Andy Warhol de Pittsburgh. Los ‘dealers’ y las principales subastadoras raramente venden o compran un Warhol sin que los Mugrabi sepan, y cualquiera que quiera comprar uno en subasta sabe que debe estar dispuesto a poner más plata en juego que la familia. Sus hijos lo acompañan en los negocios, pero nadie duda de que el genio detrás de todo es el patriarca y que es quien siempre ha tenido la última palabra.
Todo comenzó bastante de casualidad. En 1981, los especialistas en arte de Citibank, banco que asesoraba a José, le recomendaron que comprara un paisaje de Renoir. Unos días después, Christie's se lo enviaba junto a una factura por US$ 121.000. Sorprendido, según el ‘Journal’, por cómo le gustaba ser dueño de un Renoir, Mugrabi decidió ir por más. Y aunque no sabía de arte, su instinto resultó el correcto.
En 1987, Warhol murió por complicaciones tras una operación. Aunque durante su vida había sido celebrado por sus retratos de Marilyn Monroe y la lata de sopa Campbells, su trabajo no superaba la barrera de los 165.000 dólares y su trabajo posterior había resultado difícil de vender. Cuatro meses después de la muerte del artista, Mugrabi compró un Warhol por primera vez. Pagó 37.000 dólares por cada una de las cuatro partes de la apropiación que Warhol había hecho de ‘La última cena’, de Leonardo da Vinci. Un año después, vendió una de las cuatro partes en 1’033.050 dólares. Pero el gran salto lo dio cuando compró una Marilyn naranja por 3,96 millones de dólares, por la cual dijo que luego le ofrecieron más de cien millones, pero que no la vendió.
El mercado cayó en 1987 y, en los años subsiguientes, los Mugrabi se dedicaron a comprar cuanto Warhol encontraran, muchas veces, según la investigación del ‘Journal’, a menos de la mitad de su valor original. Desde que subió el mercado, ellos también venden. En el juicio de divorcio, Libbie está intentando demostrar que su marido era una parte fundamental para los negocios de su suegro, pero también que ella era una pieza clave del engranaje privadísimo de todas las transacciones.
“¿Qué nos gustaría? —dijo Panero—. Que el divorcio revele los ‘inside dealings’ (transacciones con información privilegiada), los ‘chandelier biddings’ (ofertas falsas durante los remates que las subastadoras inventan para empujar el precio) y los ‘quid pro quos’ (intercambios ‘non sanctos’) que pueden estar inflando al mercado de los Warhol. Pero posiblemente no pase nada”.
En efecto, aunque no había acuerdo prenupcial, tras la excitación inicial en público y medios, se estima que se llegará a algún tipo de acuerdo entre las partes que preservará la colección y la forma de manejarla de los Mugrabi.
Quizá nunca pueda saberse qué pasa exactamente en el mercado de los Warhol. Pero para ver los mejores, el Whitney tiene sus puertas abiertas.
JUANA LIBEDINSKY
LA NACIÓN (Argentina) - GDA
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