Todo empezó con cinco personajes: tres vigilantes, el dueño de una cantina y un tinterillo, quienes, con la excusa de una vieja rocola que no funciona muy bien, van creando una historia hilarante que se basa en coreografías de danza contemporánea y canciones populares.
Ese relato, que llevaba como nombre La última lágrima, evolucionó hasta convertirse en Noche de cantina, un montaje protagonizado por más de 20 artistas, que el grupo de danza Colectivo Carretel presenta hasta mañana en La Factoría de L’Explose.
La puesta en escena tiene dos puntos de partida: la música popular y el ambiente que se vive en una cantina, que está plagada de esas historias de despechos, celebraciones, nuevos amores y enfrentamientos efímeros.
Como es costumbre en el trabajo de este colectivo de danza, la pieza nació a partir de una creación colectiva.
“Nosotros empezamos a encontrar que esta pieza tenía una carga de algo que no era tan abstracto, sino que era mucho más llevado a lo cotidiano”, dice Mateo Mejía, uno de los integrantes del grupo.
Esos detalles cotidianos se daban en situaciones como la que experimentaron cuando estrenaron La última lágrima, que duraba alrededor de 30 minutos: los vestuarios de los personajes de los vigilantes les fueron prestados por los verdaderos guardias de seguridad que cuidaban el lugar donde ensayaba el grupo.
Mejía cuenta que el Colectivo Carretel invitó a artistas de otros grupos para complementar el elenco de la pieza. En el proceso de construcción, a los invitados se les pedía que, a partir de una canción, construyeran un solo, un dúo o un material coreográfico de un personaje que pudiera estar en una cantina.
“Todos tenemos un referente de la cantina, ese lugar donde uno se encuentra con conocidos o incluso desconocidos, y al son de una música tiene tiempo para relajarse, recordar, dejar ir las penas… Se vuelve un lugar muy curioso y muy cotidiano”, asegura Mejía.
En el escenario, por el que están regadas varias canastas de cerveza, empiezan a sonar canciones como Solo un cigarro, de Pastor López, que sirve de telón de fondo para una de las rutinas colectivas de danza. También se oyen rancheras y canciones de géneros como la carranga, norteña y merengue.
“La gente no se está esperando que esa rocola vaya a saltar hacia el lugar que vamos, de repente pasamos de la carranga al reguetón y luego de ahí llegamos a la salsa. Empiezan unos juegos muy curiosos, porque seguro todo el público que va se engancha al menos con un tema”, añade Mejía.
La idea es crear una especie de dramaturgia de la noche a partir de esa selección musical y también de los personajes que suelen aparecer por este tipo de establecimientos.
“Esa música y la ambientación que utilizamos de alguna manera también hacen referencia a nuestra historia, aunque no seamos esos personajes en la vida real”, asegura Mejía.
El artista, además, enfatiza que a pesar de haberse construido a partir de pequeñas rutinas, la puesta en escena tiene una coherencia dramatúrgica.
“No son solo unos espectáculos sueltos con unas canciones, sino realmente es una noche que se va tejiendo”, afirma.
Funciones
Este viernes y sábado, 8 p. m. La Factoría de L’Explose. Carrera 25 n.° 50-34, Bogotá. Informes: 249-6492. Boletas: 30.000 pesos.
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