El hecho fue tan inesperado como gratificante. Este miércoles que pasó, habitantes y turistas de Nueva York recibieron de manos de cultivadores colombianos algunas de sus especies más queridas en un emotivo gesto de gratitud.
El tiempo fue benévolo durante este último día de julio: una temperatura de 25 grados en un verano que ha sido de fuego. El asfalto hierve, como es tradición en esta estación, en las estridentes calles de Times Square, la Quinta Avenida, el Empire State, en Wall Street, Broadway o en los accesos al Puente de Brooklyn. Por allí se abrieron paso los tres floricultores que viajaron en representación de su gremio a dar tan delicados obsequios.
La jornada empezó en el Central Park. ¿Pueden las flores colombianas destacarse en tan icónico parque, que cuenta con más de 24.000 árboles y 500 metros cuadrados de bosque, 21 zonas de recreo y siete reservas de agua? “Claro que sí”, respondieron al unísono ellos. El punto de partida de este espacio natural fue el jardín de Shakespeare.
La decisión era una declaración de principios. Él es tan importante para la literatura inglesa como las flores para la tradición cultural del país. Crecen en los campos, cuelgan en los balcones, adornan los hogares, brotan en los pueblos andinos o en los de las costas, en los Llanos o en las capitales.
Y esa historia la saben los cultivadores del país. Algunos de ellos pertenecen ya a la segunda o tercera generación que se dedica a este oficio.
Pero ya no trabajan como sus ancestros. Atrás dejaron el terruño y en estos tiempos de globalización se mueven como peces en el agua en Londres, Tokio o esta ciudad, la más cosmopolita del mundo. Aquí vienen a vender en un mercado agradecido. En 2018, las importaciones mundiales de flores frescas sumaron 8.436 millones de dólares, dice un informe de ProColombia. El estudio agrega que en ese año Estados Unidos fue el mayor importador con compras por 1.516 millones de dólares, de las cuales el 80 por ciento eran colombianas.

Los floricultores colombianos José Roberto Azout, Catalina Arango Gómez y Daniel Vélez frente al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el miércoles pasado.
Tomás Vallejo
En las semanas previas a este homenaje, Catalina Arango Gómez de La Ceja, Antioquia, había hecho, solitaria, una travesía por este país para ofrecer sus hortensias, una flor reconocida por la pluralidad de sus colores que pasan de blanco a los azules y los pasteles.
“Cuando me dijeron que viniera al Flower Tribute Tour New York –nombre con el que bautizaron la jornada–, me sentí honrada porque era distinto: darles a quienes nos han acogido una muestra en persona de lo mejor de nuestra tierra”, dice ella. A 2.200 metros de altura, su cultivo de 23 hectáreas en el oriente del departamento es bendecido por buenas brisas y la riqueza hídrica que, según cree, le dan un valor singular a sus flores. El ciclo de producción es de 7 meses, y en cada año obtienen 5 millones de tallos. Con esas cifras sorprende que cada pétalo llega aquí fresco, íntegro en su aroma.
“Esta es una industria que cuenta con una cadena de transporte sumamente profesional”, explica el floricultor José Roberto Azout, también en Nueva York. “Desde que se corta la flor, se lleva a los camiones con refrigeración, así como en los aviones, hasta ponerla en una tienda aquí; se maneja la máxima exigencia. No solo para mantenerse en un mercado cada vez más competitivo, sino para entregarle al consumidor una flor sin igual”, argumenta él, cuyos cultivos se levantan en el aire despejado de Tocancipá. Él, como la canción, se precia de tener un auténtico jardín de rosas. En tierras de esta población, en las goteras de Bogotá, tiene un cultivo de 20 hectáreas de las que saca casi 20 millones de rosas al año.

ASOCOLFLORES
“Son de estas”, dice Azout mientras las huele en una casa de West Harlem. Allí, durante lunes y martes, un equipo especializado recibió y diseñó los ramos que serían entregados a los transeúntes. “Las flores de Colombia son de las mejores”, asegura Kelsea Olivia Gaynor, una diseñadora floral y fotógrafa que nació en California y ahora triunfa en Nueva York con sus arreglos. ¿Conoce Colombia? “Sí. He estado en Cartagena”, responde ella. ¿Nada más? “Sus flores, con ellas conozco su país”, explica.
Aquí, en Nueva York, los floricultores hablan con orgullo de su trabajo ante las cámaras, sinónimo de los nuevos tiempos que se viven en el país. Hasta hace poco tiempo, por razones de seguridad, preferían el anonimato. “La situación ha ido cambiando muy favorablemente”, afirma Daniel Vélez, quien cultiva en Sopó, Cundinamarca, también en la puerta norte de Bogotá.
Los tres se encontraron en la Gran Manzana, y a manera de embajadores de la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores, Asocolflores, entregaron a los transeúntes rosas, hortensias, astromelias, crisantemos, claveles y bocas de dragón, entre 23 variedades traídas de las 1.600 que se dan en Colombia. Fueron recibidas con gratitud. “Nunca nadie dice que no a una flor, aquí o en cualquier otro lugar del planeta”, afirma Azout.
Pero, ¿por qué Nueva York? Para Eliana Alzate, directora de Comunicaciones y Mercadeo de Asocolflores, la selección fue natural. “Es el corazón, en muchos sentidos, de Estados Unidos, un país con una dinámica cultural que impacta al planeta por su influencia en el entretenimiento, el arte, el cine y la literatura. Entre tantos referentes culturales, nuestras flores no podían faltar”, argumenta ella.
De cierta manera, el viaje de las 5.000 flores para regalar en Nueva York simboliza el esfuerzo en el que día a día participan desde su siembra hasta su venta unos 600.000 colombianos. La labor más paciente es la de los cultivadores, que saben con precisión cómo amaneció cada una de sus flores. Un trabajo en que el 60 por ciento son madres cabeza de familia.

ASOCOLFLORES
Previamente al tributo en Nueva York, el sector hizo gestos similares en Londres y Tokio. Se trata de una experiencia de intercambio cultural y con visión innovadora para depender menos de fechas puntuales, como San Valentín, y también de poner en primera plana de esos mercados un producto que tiene en Holanda a su más fiero competidor.
Vélez, quien tiene 162 empleados que cultivan unos 400.000 tallos semanales de astromelias en 10 hectáreas, valoró este tributo por lo que representa para cada uno de sus trabajadores. “Es gente muy agradecidas. Para ellos es satisfactorio saber que su trabajo termina en las manos de una persona que camina en Nueva York”, asegura.
Él dice que el conocimiento de mundo de los cultivadores supera al de otros trabajadores. Aunque en su gran mayoría son escolarizados, explica que muchos de sus jornaleros hablan con propiedad de lo que le gusta a la gente de Tokio, Londres o Washington, por ejemplo.
Azout asiente. “Hay trabajadores que tienen mapas marcados con las ciudades a donde van nuestras flores y fotos de álbumes de parejas que se han casado en lugares distantes, pero que llevan en sus manos un ramo de nuestras flores como símbolo de amor”, asegura.
“Las flores transmiten elegancia y una sensación de armonía, como esta ciudad de los rascacielos”, dice Catalina Arango. “De ahí que venir a Nueva York haya sido una experiencia inolvidable”.
Cae el sol en Nueva York. Entre el vapor permanente que emana de las alcantarillas y el singular olor de los food trucks (carritos ambulantes de venta de comida) a azúcar, pizza, kebab, curry y otros alimentos, en este día imperó el aroma de las flores colombianas.
ARMANDO NEIRA
EDITOR DE CULTURA - EL TIEMPO
NUEVA YORK