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Arte y Teatro

La cultura de Afganistán, ¿otra vez en la mira de los talibanes?

Una calle con fotos de mujeres que fueron destruidas por los soldados talibanes.

Una calle con fotos de mujeres que fueron destruidas por los soldados talibanes.

Foto:AFP

Sus museos, su literatura, su historia y su cine están de nuevo en peligro.

De nada sirvieron las súplicas del historiador Yahya Mohebzadah y de otros arqueólogos. Los talibanes llegaron decididos a destruir cualquier vestigio de la cultura afgana y tras instalar explosivos y dar una escalofriante advertencia de que matarían a quien tratara de evitar el procedimiento, llevaron a cabo su objetivo de volar en pedazos los Buda de Bamiyan, dos monumentos de 55 y 38 metros de altura, el primero del siglo IV y el segundo del siglo V, que desaparecieron en segundos.
La imagen de la explosión le dio la vuelta al mundo el 10 de marzo de 2001. Hasta el Museo Metropolitano de Arte Moderno de Nueva York trató de negociar con ese gobierno la compra de los Budas. Pero las bombas estallaron sin piedad.
Ahora, veinte años después, los talibanes han vuelto y la toma de Kabul ha generado temor e incertidumbre, no solo por todo lo que puede pasar en su tejido social, sino por su cultura. Adoctrinamiento, castigos o muerte parecen ser los elementos de un panorama sombrío, en el que, una vez más, los tesoros de la antigüedad, el arte y la historia del país están en la mira de la aniquilación.
los Buda de Bamiyan

los Buda de Bamiyan

Foto:AFP

En el episodio de los Budas se había evidenciado la intención de borrar siglos de historia. Sumado a la destrucción de templos, museos y piezas de incalculable valor que, para los nuevos líderes, eran el solo reflejo de una herejía a su religión.
Hace veinte años, los soldados talibanes acabaron a martillazos piezas de piedra de más de 20 mil años, vestigios de la cultura griega del siglo IV antes de Cristo; piezas de oro y hasta monedas que se usaron en las transacciones de la ruta de la seda. En este momento no se sabe cuál será el destino de cientos de obras de arte, esculturas, escritos antiguos y piezas de arqueología que se encontraban en el Museo de Kabul y que habían sobrevivido de la destrucción del 2001.
“No esperábamos que ocurriera tan rápido”, recordó Noor Agha Noori, encargado del Instituto de Arqueología de Afganistán en Kabul, en un artículo de Andrew Lawler para National Geographic; al referirse al colapso de la resistencia gubernamental que no les dio tiempo para tratar de salvar esos bienes culturales tras la nueva incursión talibana. Hace 20 años algunos valientes asumieron el riesgo de esconder tesoros y luego trabajar en la difícil tarea de sacarlos del país.
Precisamente, en el 2004, algunas de estas piezas que pertenecían al Museo de Kabul se expusieron en la ciudad alemana de Boon. Eran figuras de cristal de más de 4 mil años de antigüedad, adornos de metal y piezas funerarias. Casi todas estuvieron enterradas en casas y túneles secretos de algunas oficinas gubernamentales para evitar el implacable deseo de destrucción de los radicales.
“Debemos mostrar al mundo que Afganistán no es sólo guerra, muerte, bombas y burkas. Estamos orgullosos de nuestra herencia cultural. Y estamos en camino a una sociedad de paz”, afirmó en rueda de prensa el, en ese entonces, viceministro afgano de Información, Cultura y Turismo, Omar Sultan, cuando se pensaba que venía un cambio político mucho más prometedor y, sobre todo, más tolerante y cercano a la cultura.
Y es esa idea del pueblo afgano –que va más allá de invasiones, guerras, radicales y terrorismo–, la que muchos quieren rescatar en este momento de conflicto. Afganistán siempre fue una tierra de contrastes: de violencia e invasiones; pero también de referentes para el mundo tan sencillos y populares como la hermosa portada de la revista National Geographic, en la que aparecía Sharbat Gula, una niña con unos enigmáticos ojos verdes (en 1985) retratada por el legendario reportero gráfico Steve McCurry, mientras estaba en un campo de acogida de Nasir Bagh.
La foto se convirtió en un símbolo de la problemática de los refugiados en el mundo y ofreció una extraña metáfora de la belleza y el dolor que palpitaba en el país. Hoy sería el ejemplo claro de herejía, ya que los talibanes prohíben las fotografías de mujeres y la exposición de imágenes al público de ellas.
Pero esa cultura afgana no es solo una gran foto. Tiene a escritores y cineastas como Atiq Rahimi, quien se hizo famoso por el libro ‘La piedra de la paciencia’, una historia que él mismo llevó a la pantalla grande y que contaba la historia de una joven que se queda sola en su casa cuidando a su esposo en coma por culpa de una bala en un ataque.
“Afganistán es un lugar raro, difícil, misterioso, complejo, contradictorio. Y eso forma parte de su encanto. Ha tenido civilizaciones colosales, albergó la cultura grecobudista, que solo se dio en mi país… Y todo eso está ahí”, recordaba en una entrevista en el 2004 Rahimi para el diario El País de España.
Pero hoy su colega, el escritor afgano-estadounidense Khaled Hosseini, autor del precioso best seller ‘Cometas en el cielo’, se lamenta ante el retorno de los talibanes y el gran fin de esa herencia.
Hosseini, considerado como uno de los autores más conocidos en la literatura actual, consiguió un enternecedor y crudo relato acerca de la amistad y esas contradicciones con esa novela, que narra la vida de dos niños en Kabul: Amir y Hassan. El primero vive muy bien y sueña con ganar un concurso de cometas, mientras el segundo es un sirviente que pasa por una experiencia traumática.
Su relación se complica, se separan y en su tierra la vida, que parece prometer un futuro de prosperidad y desarrollo, se va gestando un caos que nadie ve venir. Esta historia también fue llevada al cine en el 2007, bajo la dirección del suizo Marc Forster, y también hay una novela gráfica.
En las últimas dos décadas el cine afgano había despegado con historias arriesgadas como ‘Osama’, acerca de una pequeña que se disfraza de niño para poder ir a la escuela durante el régimen talibán y se quedó con el Globo de Oro a mejor película en habla no inglesa.
Así como la producción ‘Buda explotó por vergüenza’ o ‘A las cinco de la tarde’, esta última en la que una niña lucha por ir a la escuela y sueña con llegar a dirigir a su país. Ejemplos de un cine que siempre denunció al régimen y al que se suma ‘The Breadwinner’ (El pan de la guerra), cinta animada inspirada en el libro homónimo de la escritora canadiense Debora Ellis, que se alimentó de los testimonios de mujeres y niñas refugiadas en campos de Rusia y Paquistán. La versión cinematográfica fue nominada al Óscar en 2018.
Pero ahora, Sahraa Karimi, la primera mujer en dirigir Afghan Film, el ente cinematográfico más importante del país, no ha dejado de lanzar alertas acerca de lo que le espera a esa industria en el país. Ella, que escapó de Kabul, pidió auxilio para sus colegas realizadores.
La artífice de ‘Maryam Ayesha’, un drama acerca del embarazo y el aborto que estuvo en el apartado Horizontes de la Mostra de Venecia en el 2019 y del documental ‘Mujeres afganas detrás del volante’, asegura que a pesar de estar lejos de su país quiere seguir contando sus historias, la de su cultura y una generación que afronta otro crudo episodio. No la de ‘Rambo 3’, en la que el mercenario estadounidense aparecía peleando contra los rusos y apoyaba a los talibanes, o ‘Lone Survivor’, centrada en un grupo de soldados estadounidenses que van a la caza de un líder talibán, pero su misión fracasa.
Sahraa Karimi la primera mujer en dirigir Afghan Film,

Sahraa Karimi la primera mujer en dirigir Afghan Film,

Foto:AFP

“Muerte para la oscuridad” escribió en su cuenta de Instagram la artista urbana y grafitera Shamsia Hassani, la primera mujer en tomar las riendas del arte en las calles de Afganistán. Aunque nació en Irán, desarrolló su arte en Kabul y se convirtió en un artista reconocida entre el circuito de creadores de grafitis.
Pinta mujeres soñadoras, que caminan entre ambientes grises y son ellas las que contrastan con una imagen llena de colores y casi siempre también pinta una pequeña maceta de pequeñas flores blancas.
En su más reciente publicación representó a una joven llorando arrodillada, la maceta en el suelo y la sombra oscura de un soldado. Ella también quería cambiar el estereotipo de la guerra, por el arte y el brillo de los sprays, pero la oscuridad ha vuelto cubrir al ámbito cultural afgano.

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Andrés Hoyos Vargas
Con datos de archivo de EFE y AFP
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