En más de 30 años de carrera, el reportero gráfico Alfonso Ángel nunca lloró tanto como el 14 de noviembre de 1985. Ese día, cuando llegó a Armero, sus ojos acostumbrados a la crudeza de las noticias judiciales también se inundaron.
“Fuimos con Germán Santamaría y no nos podíamos ni parar, porque todavía el suelo estaba cubierto de lodo. Todo era de un color gris, teñido de sangre por los muertos. La gente lloraba a sus familiares, sus animales, sus pertenencias. Vimos hasta gente de plata, de Bogotá, que lloraban como niños chiquitos”.
Ángel, a quien apodaban Candado, logró imágenes espeluznantes de personas rescatadas con la piel cenicienta, que aún están en la memoria de los lectores más antiguos de EL TIEMPO.
Por más de seis lustros apuntó su lente a los vivos y a los muertos, a los debates políticos, los encuentros deportivos y los reinados de belleza.
Probablemente su puntería para capturar escenas irrepetibles haya provenido de su infancia de cauchera y cacería, en la Bogotá de los años 40. Se iba con sus amigos del barrio Gaitán a las fincas del norte de Bogotá, donde hoy queda el barrio Polo Club. “En esa época solo había bosques, estaban llenos de pájaros y yo los alcanzaba incluso a alturas de varios metros. Otros niños me hacían barra, y al final llegaba a la casa hasta con 20 pájaros”.
No en vano, su colega Felipe Caicedo recuerda el tino que lo caracterizaba para lograr imágenes oportunas. “Él era un excelente fotoperiodista –dice Caicedo–, siempre que salía a un evento regresaba con una buena fotografía. Recuerdo un terremoto en El Charco, Nariño, que destruyó la población, hubo muchos muertos y EL TIEMPO alquiló una avioneta que hizo un sobrevuelo. Él tomó las fotos, que fueron primicia, una de ellas la publicaron a ocho columnas en primera página”.
Justamente, el padre de Felipe, Carlos Caicedo, fue uno de los maestros de Ángel, quien no tuvo que estudiar en academia alguna para alcanzar una destreza notable. Su ingreso a este periódico no se produjo por los laboratorios de fotografía: “Yo llegué a EL TIEMPO porque conocí a don Roberto (García-Peña, director) cuando trabajaba en una empresa de decoración. Él me dijo que necesitaba un mensajero y se interesó porque yo había estudiado hasta sexto de bachillerato, así que me citó en el edificio de la Jiménez con séptima. Eso fue en 1956 y así arranqué”.
Golpe de suerteAl poco tiempo, el periódico trajo una radiofoto, un aparato que recibía envíos de las agencias internacionales de noticias. Ángel lo describe como un tragamonedas, con ranuras especiales para poner el papel fotográfico, y que sonaba cuando llegaban los despachos. Con su curiosidad natural, se puso a mirar al tipo que lo instalaba, hasta que aprendió su funcionamiento y García-Peña le propuso hacerse cargo de la operación.
Todos los días, Ángel recibía 14 fotografías en blanco y negro de agencias como Efe, AFP, UPI, y luego debía revelarlas en el cuarto oscuro. De paso, fue conociendo a los fotógrafos del diario: además de Caicedo, estaban Enrique Benavides, Efraín García (Egar), Gustavo Castro Gaitán, y el jefe era Constantino Casasbuenas, quien luego fue cónsul en Panamá.
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Las fotos de Alfonso Ángel 'Candado' se publicaron en EL TIEMPO.
Alfonso Ángel 'Candado'. Archivo EL TIEMPO
“Yo les hacía las vueltas –dice Ángel–, les pagaba el arriendo y así me hice amigo de ellos. Un día, Benavides me ofreció una máquina de fotografía pequeña, alemana, pero yo no tenía plata. Le propuse pagar una parte con unos libros artísticos sobre la civilización china. Aceptó e hicimos el negocio”.
Como un pasatiempo, Ángel se inició en el oficio que le daría de comer. Hasta que en 1960, uno de los fotógrafos renunció y Casasbuenas le ofreció el puesto, junto con la dotación oficial: una cámara Rolleiflex.
El director de la revista Motor, José Clopatofsky, recuerda también ese tipo de fierros: “En esa época, años 60 a 70, se trabajaba con las Rolleiflex de cajón, que usaban un rollo de solo 12 fotos en blanco y negro. Creo que solo les daban dos por cada partido de fútbol, así que era una prueba semanal de habilidades. Los fotógrafos eran muy pilos y, de verdad, reporteros gráficos, porque siempre había que estar por delante de las jugadas, ya que las velocidades no eran buenas y los flashes, muy perezosos”.
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Un día, el entonces jefe de redacción de este diario, Enrique Santos Castillo, lo mandó a cubrir una protesta de los barrenderos en la plaza de toros. En medio de la pedrea, los ‘escobitas’ (como los llamaban) descubrieron un aviso de Postobón, con letras de un metro de altura. Con habilidad, modificaron el aviso para que dijera “Pototo no”. Y Pototo era el sobrenombre del ministro Lucio Pabón Núñez. Con esa foto, Ángel debutó en primera página.
Otra tarde, Santos Castillo vio la tormenta eléctrica que se avecinaba y proclamó: “Le doy 5.000 pesos al que me tome la foto de un rayo”. Ángel salió a la calle, intuyó el relámpago, obturó varias veces, reveló, imprimió y mostró orgulloso el resultado. En la foto se ven los techos de los edificios, se adivina la cúpula de la iglesia de San Francisco y un rayo cruza todo el cielo oscuro de izquierda a derecha.
“Eso fue que rayaron el negativo”, repuso Santos. Pero Ángel demostró que era producto de su buen ojo y el jefe no tuvo otra que meterse la mano al bolsillo: “Está bien, ahí tiene los 3.000 pesos que le prometí”. La imagen ganó un premio de fotografía que organizaron las Fuerzas Militares.
Clopatofsky cita otro ejemplo de la puntería de Ángel: Candado era bueno para el tejo. Y por ende, para la pola... Creo que le decíamos así por la mandíbula, pero yo no fui el autor de ese apodo”. En efecto, Ángel era más conocido por su remoquete, que nació durante una Vuelta a Colombia, porque al término de una etapa, los enviados de EL TIEMPO se fueron a almorzar y se hizo necesario que alguien cuidara la camioneta. Ángel se ofreció y su colega Benavides le dijo: ‘Quédese ahí, de candado’.
“Desde entonces, todos me llamaban Candado. Hasta los presidentes, Pastrana, Valencia, Turbay, Barco, Lleras... A sus reuniones en el Jockey Club no dejaban entrar a los periodistas, pero a los fotógrafos sí, porque nosotros no podíamos publicar sus charlas secretas”.
Ángel fue hombre de confianza de la familia Santos. “Doña Lorencita Villegas de Santos me llamaba en los eventos sociales para que me hiciera al lado de ella. Como no podía tomar champaña, me pasaba la suya a mí”. Eran épocas en las que el cuarto oscuro no solo revelaba películas, sino que servía como bar clandestino de la redacción y, según Clopatofsky, los tubos plásticos en donde venían los rollos se volvían vajilla, que, además, tenía tapa hermética y se podía llevar al escritorio sin derrames.
Las anécdotas de Candado podrían llenar varios álbumes. Una vez estaba en el Congreso, cubriendo una manifestación de la Anapo, y se le vinieron las barras políticas a pegarle y a intentar quitarle la cámara. Los reconocidos periodistas Juan Gossain y Ramiro Andrade lo defendieron a golpes.
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Ya retirado, muestra sus álbumes en su casa de Cajicá. No son fotos de familia, sino las publicadas. Tampoco tiene fotos digitales, mucho menos una selfi. “Detesto el celular. No sé manejarlo ni lo uso. Les ha quitado el trabajo a los fotógrafos”. La última que muestra es de 1983, cuando se cerró la cápsula de EL TIEMPO: “Ahí tengo yo un tejo enterrado".
JULIO CÉSAR GUZMÁN
EL TIEMPO
@Julguz
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