Nelson Crispín Corzo con su 1,35 metros logró una hazaña gigante en el mundo del deporte colombiano.
Este santandereano de 29 años encontró en la natación un refugio para superar el complejo que tenía por la enfermedad que le habían diagnosticado desde niño, y 16 años después de dar su primera brazada, se colgó una medalla de oro en los paralímpicos de Tokio 2020 en la prueba de los 200 metros combinados, una plata en los 100 metros pecho y un bronce en los 50 metros mariposa y estampó su nombre en un récord mundial.
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Doctor, así no tenga plata yo trabajo, yo hago lo que sea pero consígame algo para que él crezca
Nelson nació en Floridablanca, el 10 de mayo de 1992 con acondroplasia, una enfermedad que afecta el crecimiento óseo de los cartílagos.
“Nació con seis dedos en una mano y en ese momento vinieron (a Bucaramanga) unos doctores de Estados Unidos a operar gratis y ahí lo intervinieron y le corrigieron lo de los dedos y le dijeron a mi mamá que tenía esa enfermedad”, cuenta José Alfredo, su hermano.
Fueron pasando los años y a medida que crecía notaba que no era igual a sus primos de la misma edad, ni a sus compañeros de colegio e incluso fue víctima de matoneo.
“En el 2003 yo estaba pasando por un proceso de bullying, yo quería crecer mucho, quería ser una persona normal, tenía muchos primos altos y yo solo pensaba que quería ser como ellos y mi mamá buscó muchas formas de que yo tuviera una vida normal”, cuenta Nelson.
Aunque tenían pocos recursos su mamá, Ana Victoria, buscó médicos especialistas para que lo examinaran. “Yo lo luché, yo lo intenté, yo le decía -doctor, así no tenga plata yo trabajo, yo hago lo que sea pero consígame algo para que él crezca- Probamos de todo pero yo siempre le decía: usted es pequeño de estatura pero grande de corazón”, cuenta.
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Las respuestas de los médicos eran desalentadoras. “Miramos tratamientos con hormonas de crecimiento pero nos dijeron que podía ser peligroso porque mi cuerpo no las recibiría bien y podría presentar malformaciones. El único camino era el deporte”, agregó Crispín.

Nelson Crispín y su entrenador, William David Jiménez.
Tomado del Instagram de Nelson Crispín.
Probó en el baloncesto ilusionado de que le ayudaría a ganar unos cuantos centímetros pero en el 2005 conoció la natación y dejó a un lado la pelota naranja para adentrarse a las profundidades de las aguas que lo llevaron a bañarse en oro.
Cuando Nelson tenía 12 años pisó por primera vez las piscinas olímpicas en Bucaramanga. Acompañó a su hermano a que presentara una prueba de natación para ingresar a la Policía y allí lo vio el entrenador William David Jiménez, quien se convertiría en su guía, en su mentor.
Jiménez lo invitó a que hiciera parte del club que él manejaba pues entrenaba a uno de los grandes deportistas paralímpicos de Colombia, Moises Fuentes.
Nelson, quien ahora apodan el delfín santandereano, le tenía miedo al agua y ni siquiera sabía nadar pero pensó que podría ser la oportunidad perfecta para enfrentar su temor y refugiarse de las burlas que recibía por su estatura.
La mensualidad de las clases de natación costaba 35.000. “Yo le dije al profesor que no tenía dinero pero que sabía hacer unos tamales y rellenas bien ricos, entonces él me decía que le pagara con eso y yo le mandaba cinco o diez y así me ayudaba a pagar la mensualidad”, relata la mamá de Nelson mientras agrega que todavía le quedan bien ricos.
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Ir al estadio diariamente le costaba a Nelson no solo el dinero de los pasajes sino montarse al bus solo y timbrar para pedir la parada, esa era la parte más difícil.
De su casa en el barrio Bucarica de Floridablanca hasta el estadio ubicado en Bucaramanga se demoraba 30 minutos.
“En el transporte urbano y en caminar, encontraba muchos obstáculos y pues al principio me daba muy duro, yo no alcanzaba a timbrar para pedir la parada en el estadio, me daba pena pedirle ayuda a la gente, muchas veces ni me paraba pero logré poner esos obstáculos en un segundo plano y me disfrutaba los entrenamientos”, cuenta Nelson.
Su mamá jugó un papel indispensable en esta carrera. “Como todo niño no quería ir a entrenar algunos días y me tocaba puyarlo, un día agarré la correa y le dije- bueno, se va a natación- y ahí sí se fue y ya luego salió corriendo y de ahí ya no lo para nadie y vealo hoy, solo nos trae medallas”, relata Ana.
Su profesor, Willian David, no solo fue quien lo impulsó a meterse por primera vez en una piscina, sino que “ha entregado su salud y su vida entera por Nelson”, cuenta su mamá.
La primera competencia en la que se destacó fue en un torneo departamental en Bucaramanga. “Nadaba con mucho miedo pero lo hice muy bien, quedé de tercero y me motivó mucho más a seguir trabajando”, cuenta Nelson al recordar que ese día se colgó la primera medalla de las más de 200 que ha ganado entre eventos nacionales e internacionales.

En su casa tiene un lugar especial para sus más de 200 medallas.
Cortesía familia Crispín Corzo.
Pero para cada viaje debía tener dinero, así que entre toda la familia buscaban la manera de dárselo. “La gente me decía que para qué le gastaba plata a eso pero cuando llegaba con medallas y con plata ahí sí celebrabamos todos. Recuerdo que lo primero que se ganó fueron 2 '500.000 pesos”, cuenta entre risas.
No todo en la vida fueron premios y medallas, Nelson era el mejor en el país y en el continente pero no lograba colgarse la presea olímpica y eso lo frustraba.
Una de las medallas que se le escaparon, por ‘el toque’ que lo separó de su rival por cuatro centésimas de segundo, fue el bronce en sus primeros olímpicos, Londres 2012, pero significó el trampolín que lo catapultó para que en Río 2016 se colgara tres platas.
“Llegó muy desconsolado pero aún así se enfocó en Río y trabajó y trabajó y se le dieron las cosas pero él quería el 100 por ciento que era ganar el oro entonces se fijó en Tokio 2020”, cuenta su hermano.
Nelson entrena seis días a la semana. En las mañanas de 5 a 7 y en las noches de 6 a 8:30 tanto ejercicios físicos como entrenamiento acuático, su único día de descanso son los domingos cuando comparte con su familia.
Esta rutina la intercaló durante varios años con el estudio. Ya terminó la carrera profesional en Preparación Física en la Universidad Santo Tómas y está esperando el grado, ese era uno de los objetivos de este año y el otro, ganar una medalla dorada en los paralímpicos.
Sin embargo, alcanzar el objetivo de Tokio estuvo marcado por sacrificios debido a la pandemia. Nelson no tenía acceso fácil a una piscina y las olímpicas estaban cerradas por el covid-19, pensó que iba a perder un proceso de 16 años en unos cuantos meses. Pero su tenacidad y resiliencia no lo dejaron parar y no dejó de preparar su cuerpo ni un solo día teniendo siempre en la mira a la presea dorada.
“Ese muchacho sufrió mucho, hacía ejercicios con unas máquinas que le trajeron y yo lo grababa para que viera la técnica, me enseñaba a usar el celular para que se pudiera ver y poder mejorarla”, relata su mamá.
Dos veces a la semana le prestaban una piscina privada de una casa del exclusivo condominio de Ruitoque en Floridablanca, donde podía poner a entrenar su cuerpo en agua y así, día a día se preparó para obtener el oro.
“Son muchos los sacrificios que he tenido que realizar. Tuve que dejar la universidad un rato, dejar a mi familia por irme a concentraciones, a viajes, también es fuerte y dejar muchas amistades por los entrenamientos. Tener que levantarme mientras todos están durmiendo a esas horas para entrenar, son muchas las cosas detrás de este deporte”, relata Crispín.
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En la madrugada del jueves pasado, (hora colombiana) se lanzó al agua en las piscinas del complejo acuático de Tokio para finiquitar en 2 minutos, 38 segundos y 12 centésimas su trabajo de 16 años.
La prueba final comienza en el taco desde donde hace su clavado inicial, cuando se está subiendo su cuerpo se llena de adrenalina y se le pasan por la cabeza múltiples inspiraciones que lo llenan de fuerza y motivación para competir contra el cronómetro que es su mayor rival.
Sabe que cada brazada es un impulso para llegar a su objetivo: llegar primero y mejorar su tiempo, su estatura no es impedimento.
Mi inspiración es mejorar siempre, la felicidad de mis padres, es el trabajo que he hecho durante todos los años. Todo eso me inspira y se convierte en una motivación
“Mi inspiración es mejorar siempre, la felicidad de mis padres, es el trabajo que he hecho durante todos los años. Todo eso me inspira y se convierte en una motivación”, cuenta.
Nelson es el cuarto hijo de cinco que tuvieron Ana Victoria Corzo y Luis Antonio Crispín. Su familia es su motor, sus hermanos lo admiran al igual que los habitantes de San José de Miranda, una pequeña población de Santander de donde es oriunda su mamá y desde donde se escuchan los gritos en cada competencia de Nelson.
“En mi pueblo lo quieren mucho, cada vez que gana nos llaman y compran los periódicos donde salen las noticias de él”, relata Ana.
Su mamá dice que Nelson está bendecido ya que nació un domingo 10 de mayo en vísperas de la celebración del Día de la Virgen.
“Él es muy devoto de la Virgen de Guadalupe y siempre que va a competir se encomienda, le deja todo en manos de Dios. No tiene una actitud de que va a ganar sino de que cada cosa que pasa es porque Dios y la virgencita lo quiere así y eso lo consuela cuando no gana”, agrega Ana Victoria.
Sus amigos y familiares destacan de él no solo su disciplina y enfoque, sino su forma de ser. “Esta medalla es el premio al sacrificio que ha tenido durante mucho tiempo. Es el resultado de lo buena persona que es, de su perseverancia, es una persona muy servicial con un gran corazón y con muchos amigos”, dice su hermano, José.
Tokio ha dejado una huella imborrable en la vida de Nelson, su oro y su récord olímpico lo hacen acreedor a un título en la historia del deporte colombiano pero sin duda, la huella más grande que siempre deja, es su gran corazón.
MARIA ALEJANDRA RODRÍGUEZ CASTELLANOS
REDACTORA NACIÓN
EL TIEMPO
En Twitter: @mariasrodriguez