Desde esta semana, el bajo caudal del río Táchira, que divide a Colombia de Venezuela, por Norte de Santander, se confunde con una corriente humana. Este grueso flujo de personas corresponde al de los venezolanos, quienes se arriesgan a atravesar por los caminos destapados, o trochas, para burlar el cierre de frontera y llegar al territorio nacional.
La restricción, que este jueves completa cinco días, obliga a los ciudadanos del vecino país a internarse en una travesía arriesgada por estos pasos irregulares, controlados por grupos armados y mafias del contrabando.
Para permitir el cruce por estos ‘agujeros negros’, los extranjeros deben pactar la ruta con un coyote o trochero, en las poblaciones venezolanas de San Antonio y Ureña, y pagar una suma que oscila entre 15.000 y 35.000 pesos, casi la tarifa de un salario mínimo en el vecino país.
Gran parte de los migrantes asumen este reto para conseguir en Colombia productos que escasean en los supermercados de sus barrios, e incluso, para seguir sus viajes hacia el centro y el sur del continente.
Es muy lamentable este cierre, porque la única vía de escape era por esta parte y ahora está bloqueada. En mi país no se consigue nada y el dinero no alcanza
Ese es el caso de Pablo Romero, un sacerdote venezolano que pagó 15.000 pesos para caminar por debajo del puente internacional Simón Bolívar y llegar a las oficinas de Migración Colombia, del municipio de Villa del Rosario (Norte de Santander), donde selló su pasaporte sin tener el timbre de salida legal de su país.
Desde el miércoles, la autoridad migratoria permite este trámite, con el fin de que estos extranjeros regularicen su tránsito por el territorio nacional. El miércoles, un total de 1.100 personas lograron adelantar esta diligencia en las oficinas de la entidad, en Norte de Santander.
“Me dirijo a la ciudad de Leticia (Amazonas) a participar de un retiro espiritual de la iglesia católica. Para ingresar, le tuve que dar plata a unas personas vestidas de civil, quienes me guiaron hasta este lado de la frontera. Me encomendé a la divina providencia para que no me pasara nada, porque sentía mucho miedo”, relata el clérigo.
Un episodio similar lo vivió Luciana Pérez, una joven venezolana, de 19 años, que se propone a llegar a Lima, Perú, donde se rencontrará con su novio.
Hoy vemos, que por la disminución del río Táchira, se ven las personas correr de un lado a otro, porque los venezolanos quieren salir de su país
La semana pasada había planeado este viaje y ella creyó que el bloqueo limítrofe se convertiría en un impedimento para conseguir su destino. Sin embargo, logró pasar por 20.000 pesos, llegar acompañada de unas 40 personas a Colombia y realizar el correspondiente trámite de sellado.
“Es muy lamentable este cierre, porque la única vía de escape era por esta parte y ahora está bloqueada. En mi país no se consigue nada, el dinero no alcanza y las oportunidades de vida se reducen a cero. Yo pensaba volver, pero ahora, creo que me voy a quedar del todo en Lima”, cuenta esta migrantes, que abandonó sus estudios universitarios y su trabajo en una tienda para emigrar.
De acuerdo con las autoridades locales, en el área metropolitana de Cúcuta hay un entramado de más de 100 pasos ilegales, de cerca de 400 metros de distancia, que desembocan en Venezuela. Se calcula que un número similar a las 35.000 personas, que solían transcurrir por esta zona de frontera, ahora están acudiendo a estas rutas desatapadas para su movimiento.
“Definitivamente, la solución a los problemas de esta parte del país no es el cierre de frontera (…) Hoy vemos, que por la disminución del río Táchira, se ven las personas correr de un lado a otro, porque los venezolanos quieren salir de su país y si se destruye una trocha, al lado, abren otras 10. Esto termina afectando la seguridad de estos migrantes, e incluso de nuestras ciudades”, puntualizó Pepe Ruiz, alcalde de Villa del Rosario.
GUSTAVO A. CASTILLO ARENAS
Corresponsal de EL TIEMPO
Twitter: @Litumaescritor
CÚCUTA