Cuenta la leyenda que por aquellos días en los que la forma del sol aún se reflejaba con claridad en el río Baudó, en un pequeño asentamiento de casas en lo más profundo de la selva chocoana, un grupo de niños y viejos le cantaban a sus muertos.
El ritual que se realizaba cada junio, era concurrido por comunidades
campesinas que tras navegar durante más de una semana en pequeñas canoas repletas de plátano, papachina y chontaduro, encontraban en la vereda un polo a tierra que les daría las fuerzas para seguir su camino hacia el río San Juan, último paso en la vieja ruta hacia el mar.
“El pueblo se llama Pie de Pepé porque este lugar, rodeado por el río Pepé, era el único sitio en donde los viajeros podían poner el pie después de largos días de boga”, explica la profesora Lucy Mosquera señalando al afluente que bordea su casa y que aún no ha sido oscurecido por el mercurio de la minería.
Los cantos de los Alumbrados, como le llaman los habitantes de este corregimiento del municipio de Medio Baudó a su fiesta más tradicional, son una especie de alabaos compuestos por versos repetitivos que buscan hablarle al oído a santos y difuntos.
“En aquella época no habían nada de instrumentos, todo era pura garganta”, dice una
habitante del pueblo que recuerda cómo durante un Alumbrado su casa se llenó de velas y de los cientos de paisanos que iban a cantarle a San Antonio, su santo patrono.
El altar a los santos estaba compuesto por un arco de un metro y medio de altura decorado con diferentes plantas. “Como en aquella época no había guirnaldas ni serpentinas, nuestros padres cortaban en pedazos el papel con el que se brillaba el tabaco para usarlo como elemento de adorno”, recuerda la profesora Lucy.
La ceremonia era mágica. Niños y viejos llegaban a la casa más grande del pueblo cuando la luna ya se alzaba sobre el cielo, luego, con vela en mano, se disponían a alabar a sus santos.
Durante el encuentro que se extendía hasta el amanecer del día siguiente, los visitantes también bailaban, relataban historias y bautizaban a una muñeca de pan como garantía de que el próximo año iban a volver al lugar.
“Yo te bautizo María Calcoma, quien te bautizó que te coma” rezaba la promesa que se
perdió con el tiempo debido a la inclemencia del conflicto armado que azotó a comienzos de la década del 2000 a este territorio escondido en lo más profundo de la selva chocoana.
“Ellos llegaban y aquí todo el mundo tenía que resguardarse en sus casas. Si alguien llegaba lo hacían bajarse de la canoa y hasta le quitaban todo lo que traía. Fueron tiempos difíciles”, recuerda el ‘viejo’ Mosquera, un octogenario que ha dedicado gran parte de su vida a succionar de los cuerpos de sus paisanos el veneno de un centenar de serpientes.
De hecho, comentan los habitantes del pueblo que en el año 2009 llegaron a Pie de Pepé cientos de personas que habían sido desplazadas de la vereda Bocas de Veracruz por bandas criminales que querían poseer el control total de los yacimientos de oro de la zona.
Sin embargo, pasó una década y esos días de penumbra ya se acabaron. “Nosotros fuimos uno de los primeros pueblos en donde verdaderamente se sintió la paz en Colombia”, advierte el ‘viejo’ Mosquera con la sabiduría de alguien que aprendió a tenerle respeto al mundo de los muertos.
Nosotros fuimos uno de los primeros pueblos en donde verdaderamente se sintió la paz en Colombia
Fue esa misma paz la que llevó a esta comunidad de casas con paredes corroídas por la lluvia a recuperar sus tradiciones y, después de varios años de silencio, volver a alabar apoteósicamente a sus santos y difuntos.
“Nuestros padres y abuelos se murieron, pero tras varios años de oscuridad decidimos retomar el Alumbrado porque no podíamos dejar morir nuestras tradiciones“ comenta la profesora Lucy cuando se dispone a dar una clase de música a un grupo de 20 estudiantes en la sede Nuestra Señora de la Pobreza de la Institución Educativa Agroecológica, Francisco Eugenio Mosquera.
En esta escuela que cuenta con más de 200 estudiantes, las clases de música de Lucy se han convertido en un espacio de alegría y rescate de la tradición de su pueblo. A pesar de que la docente no es experta en este arte, su entusiasmo por la enseñanza la llevó a vincularse al programa Viajeros del Pentagrama, una estrategia digital de apoyo a la formación musical creada por el Ministerio de Cultura que brinda herramientas de enseñanza musical para aplicar en el aula.

Pie de Pepé, Chocó
Julián Vivas / EL TIEMPO
“Es muy importante instruir la música en las instituciones educativas porque a través de ella los niños se vuelven más dinámicos, más creativos. Y al enseñar nuestras tradiciones nos reivindicamos con nuestra cultura y mantenemos nuestros ritmos autóctonos vivos en los estudiantes”, dice Lucy mientras comparte los datos móviles de su teléfono para proyectar los videos que harán parte de la clase. Luego añade: “Al principio fue un reto que pensé que no iba a lograr. Me preguntaba cómo iba a enseñar música si yo no era profesional en eso. Sin embargo, cuando conocí Viajeros del Pentagrama me di cuenta que todo era más fácil de lo que creía, ellos te brindan todas las herramientas”, concluye.
El entusiasmo de la docente también se instaló en el corazón de sus estudiantes. Comenta Eva Rodriguéz que las clases de música tradicional “han sido geniales para nosotros los niños porque cuando cantamos nos sentimos más felices. Lo más bonito de recuperar el legado de nuestros ancestros es que hay cosas de las que uno ya no se acuerda y que día con día va rescatando”, dice la menor de sonrisa tímida y trenzas en su cabeza. Luego se para en el centro del salón y recita con ahínco un poema sobre la gastronomía del Chocó.
Es muy importante transmitir las tradiciones entre niños y viejos porque cuando reflejamos nuestra cultura somos mejores personas
Para Juan Pablo Rodríguez, otro de los niños que asisten a la institución, “es muy importante transmitir las tradiciones entre niños y viejos porque cuando reflejamos nuestra cultura somos mejores personas”.
Pablo es una voces principales del grupo musical conformado por los estudiantes de cuarto grado de la escuela Nuestra Señora de la pobreza y que canta vallenatos, chirimías y gualíes. La orquesta se compone de un bombo construído con la base de un balde de pintura, varios guasás, maracas y pitos. “Me gusta cantar porque del canto sale de la alegría. Uno ríe, rima los versos de las canciones, le mete sabor”, dice el niño mientras sostiene en sus manos un micrófono hechizo demadera.
Una explicación breve de las matronas del pueblo señala que los Gualíes son una especie de arrullos infantiles tradicionales del Pacífico colombiano, usualmente recitados por niños para encaminar el alma de otros menores fallecidos. “Como son angelitos en el cielo, les entonamos canciones que parecen juegos infantiles” dice Pablo con la seguridad de alguien que lucha por conservar su cultura.
Los alabaos, por su parte, son cantos fúnebres y de alabanza, interpretados por adultos, que habrían nacido como resultado de las misiones de la iglesia católica en los territorios colombianos a donde llegó la diáspora africana.
“Ellos evocan dolor y esperanza a la vez. Los alabaos que me sé hoy nos los enseñaron las mayores de nuestra comunidad”, dice Mary Rodríguez minutos antes de comenzar a cantar con otras jóvenes del pueblo. Sus pies están descalzos. Un grupo de cantadoras de la comunidad las acompaña y el salón queda en silencio ante el primer verso: “-Golpecito, golpecito, oídos a la ventana, levántate Dorotea, que tus hermanos te llaman. -Yo no puedo levantarme, porque se ha roto el alma”.
De acuerdo con Luz Estela Mosquera, docente de ciencias sociales en Nuestra Señora de la Pobreza, Pie de Pepé es “orgullosamente una cuna de la cultura tradicional negra”. Esta mujer apasionada por la enseñanza explica que el rescate de lo propio ha funcionado en la institución gracias a que “muchas de las herramientas para educar las tenemos nosotros mismos, nuestros viejos vienen a la escuela y transmiten esos conocimientos ancestrales a los menores”.
Mosquera advierte que lo peor que puede suceder si desaparecen las tradiciones de este territorio sería “que nuestros niños quedarían en un limbo, entre unas culturas que pertenecen a todos y a nadie. Eso es algo que me atemoriza porque nunca pensamos que es algo que se pueda perder”.
Para llegar a Pie de Pepé es necesario tomar un bus desde Quindó con destino hacia el municipio Itsmina y luego adentrarse hacia la selva en un pequeño vehículo de tres ruedas. Durante el recorrido de cuatro horas solo escucha a lo lejos el canto de los grillos y saltamontes que se rehúsan a dejar de ser escuchados.
En este corregimiento de pescadores y agricultores, los habitantes no cuentan con el servicio de agua potable y la conexión a internet solo es posible gracias a un kiosko Vive Digital. De igual forma, no contar con una carretera pavimentada eleva los costos de los alimentos que llegan al pueblo y dificulta la salida de los habitantes de la zona hacia otras partes del Chocó.
No obstante, los habitantes del poblado aseguran que nunca faltan los motivos para sonreir. “De aquí dicen que somos los más pobres pero eso no es así, somos ricos en saberes, en calor humano, en música, en saber vivir; porque eso sí, sabemos vivir”, afirma la profesora Luz Estela Mosquera.
En la Escuela de Nuestra Señora de la Pobreza ya preparan la celebración del Alumbrado de este año con la misma emoción con la que lo hacían sus antepasados. Comenta Lucy Mosquera que lo que viene será comenzar a recopilar de forma escrita los alabaos, gualís, cuentos, refranes y otros elementos de la tradición cultural de la región, con el objetivo de que ni siquiera las armas puedan volver a poner en riesgo el legado de sus ancestros.

Lucy Mosquera, profesora de la escuela de Pie de Pepé.
Julián Vivas / EL TIEMPO
Viajeros del Pentagrama es una Estrategia de Apoyo a la Formación Musical del Ministerio de Cultura —con apoyo de la Fundación Nacional Batuta y la Organización de Estados Iberoamericanos, OEI—, que buscar democratizar el acceso a la formación musical de los niños colombianos.
Por medio de esta plataforma, a la que puede ingresar con el siguiente enlace: www.viajerosdelpentagrama.gov.co, todas las personas interesadas en aprender y enseñar música, a niños de preescolar y primaria, entre los 5 y los 11 años, podrán encontrar la metodología y los contenidos necesarios para que esa actividad resulte no solo fácil sino muy entretenida. El Ministerio asegura que con esta plataforma será posible aprender el lenguaje musical (leer y escribir música), la interpretación de instrumentos y el canto a varias durante la básica primaria.
JULIÁN VIVAS
ENVIADO ESPECIAL EL TIEMPO
PIE DE PEPÉ, MEDIO BAUDÓ, CHOCÓ
Twitter: @_auscultar