Aunque el papa Francisco no pisó tierra cucuteña durante su recorrido de cinco días por Colombia, que culminó el pasado domingo, su aura de entrega y de consagración al más necesitado contagió a los habitantes de esta zona de frontera con Venezuela, donde una comunidad de religiosos se propuso a calmar el hambre de niños y mujeres provenientes del vecino país con su milagrosa caridad.
Se trata de los padres Scalabrinianos, encargados también del Centro de Migraciones de Cúcuta, quienes decidieron bautizar con el nombre atribuido al sucesor de Pedro, un comedor que brinda diariamente asistencia alimentaria a 300 migrantes venezolanos, sobre todo niños y mujeres, que llegan al territorio nacional agobiados por el hambre y las penurias económicas del vecino país.
Ellos suelen ubicarse en zonas pobres de la ciudad. Desde la última crisis humanitaria, a estas personas se les ofrece una hoja de ruta para que tengan contacto con entidades del Estado
El comedor Papa Francisco, ubicado en el barrio Atalaya de la capital nortesantandereana, empezó a funcionar desde hace tres meses en la misma edificación que acogió a cerca de 400 familias de colombianos, que fueron deportadas durante la crisis fronteriza de 2015.
“Primero atendíamos a niños y luego se extendieron a todo el adulto que están llegando, con problemas de salud, alimentación, empleo y vivienda. Ellos suelen ubicarse en zonas pobres de la ciudad. Desde la última crisis humanitaria, a estas personas se les orienta y se les ofrece una hoja de ruta para que tengan contacto con entidades del Estado”, indicó el padre Alfredo Mosquera, coordinador del Centro de Migraciones de Cúcuta.
De la mano de algunos feligreses, los padres Scalabrianianos preparan cada día el menú que contiene diferentes alimentos donados de la Diócesis de Cúcuta, para tener listo el plato de comida al mediodía, cuando los menores migrantes llegan con el estómago vacío. No obstante, en vista de la agudización de la crisis humanitaria del vecino país, este grupo de sacerdotes decidieron en esta semana recibir a mujeres y hombres, que también llegaban a esta zona de frontera con problemas nutricionales.
Esta comunidad religiosa, reconocida internacionalmente por atender el flujo de personas que se origina durante un fenómeno migratorio, es uno de los pocos actores sociales de la capital nortesantandereana que en estos 30 años ha contribuido con la instalación de un centro de acogida para aquellos que abandonan o retornan a su territorio. En lo corrido de 2017, a este lugar, ubicado en el barrio Pescadero, han arribado 295 colombianos retornados y 556 ciudadanos venezolanos.
CÚCUTA
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