Identifican plenamente cuerpos de personas que fueron asesinadas en la masacre de Bojayá en el 2002.

Los niños no nacidos, el capítulo pendiente de Bojayá

Los niños no nacidos, el capítulo pendiente de Bojayá

Gigiola Rentería fue una de las ocho mujeres embarazadas que perdieron a sus bebés. Tres sobrevivieron,otras cinco murieron.

Por: JUAN DAVID LÓPEZ MORALES

Fue la última en subirse al barco de madera que los sacó de Bojayá. “Mi barriga subió arrastrada por el filo del bote, las balas cruzaban por la cabeza de uno y estábamos remando con las manos”, cuenta Gigiola Rentería. Tenía 30 años y siete meses de embarazo cuando tuvo que huir junto a toda la comunidad sobreviviente de Bellavista, el casco urbano del municipio chocoano asediado por el enfrentamiento entre guerrilleros y paramilitares.

Después de dos días en Vigía del Fuerte, el municipio de Antioquia que acogió a los bojayaseños que huyeron luego de la explosión de un cilindro bomba en la iglesia de Bojayá, en medio de combates entre el bloque ‘Élmer Cárdenas’ de las AUC y miembros de las Farc, Gigiola empezó a sentir dolores. Todavía no era hora, pero el estrés y los golpes precipitaron su trabajo de parto.

Al menos ocho mujeres embarazadas -en mayo del 2002- cuando ocurrió la masacre de Bojayá, perdieron sus hijos, según consta en un informe de la Fiscalía General. Cinco de ellas murieron. Tres más, entre ellas Gigiola, salieron con vida de los combates.
El médico de Bojayá los atendía en Vigía del Fuerte, en una casa. Él le advirtió a Gigiola que si seguían sus dolores, era mejor que fuera al centro de salud del pueblo. Y siguieron, pero no había tiempo para esperar. Continuaba el éxodo hacia un lugar más seguro.

Gigiola orinaba sangre y sentía escalofríos, y así se tuvo que subir al bote que la llevó, junto con tres de los cuatro hijos que tenía entonces, hasta Quibdó. “Me atendieron otros médicos en Quibdó y me mandaron para la casa. Como a los dos días tuve que subir otra vez al hospital porque me estaba hinchando. Me hospitalizaron y me mandaron una ecografía, ahí se dieron cuenta de que el niño estaba muerto”. Después de 17 años, permanece en la capital chocoana.

La remitieron al hospital San Francisco, de segundo nivel, donde le pusieron una inyección para forzar el parto de su bebé fallecido, el 17 de mayo del 2002. Habían pasado 15 días desde la masacre de la iglesia de Bojayá. “Los médicos no me explicaron nada, pero yo alcancé a ver en la historia clínica que hubo un desprendimiento de placenta”, explica.
Está convencida de que el niño –Geimar Palacios Rentería, así lo iba a llamar– murió por el golpe que ella sufrió mientras se montaba al bote para huir. Ella no estaba enferma y sus embarazos siempre fueron normales. A todos los demás hijos los tuvo en su casa, con la ayuda de parteras.

El impacto sobre su vientre al subirse al bote no fue el primero. Rumbo a la orilla del río también sufrió varios golpes, porque el pueblo estaba inundado por el río Atrato y bajo el agua no se ven las raíces que baja el caudal. Además, Gigiola le agrega el susto que sintió en medio del enfrentamiento por las balas que iban y venían a lo ancho del Atrato.

Las vidas que no fueron

Ella logró huir, pero el destino de otras mujeres fue distinto. Guillermina Córdoba Cuesta tenía 23 años y 9 meses de gestación. Su hijo, Fredy Chaverra Córdoba, nació y murió el 2 de mayo en la iglesia San Pablo Apóstol, de Bojayá, junto a su madre.

Luz del Carmen Palacios, de 25 años, tenía un par de gemelos de siete meses de gestación en su vientre: Jorgelina y Geider. También murieron (ver historia de Heiler Rentería). Ronny María Rovira Vélez tenía 20 años de edad y 5 meses de embarazo. Ella murió en la iglesia con su pareja, Willinton Mosquera, de 23 años, y el bebé que llevaba adentro, hijo de los dos. Liboria Palacios Valoyes, de 42 años, murió en la explosión junto a tres hijos de 13, 10 y 3 años, pero también tenía 3 meses de embarazo.

María Ubertina Mosquera Martínez, un ama de casa de 22 años, no murió en la iglesia de Bojayá. Ella fue una de las víctimas del poblado bojayaseño de Napipí y murió en medio del fuego cruzado entre la Infantería de Marina y las Farc, el 5 de mayo, tres días después de la masacre, por un disparo proveniente de la Fuerza Pública. Esto le costó a la Nación una condena por responsabilidad administrativa, pues los efectivos dispararon indiscriminadamente contra el caserío. María Ubertina tenía 4 meses de embarazo.

Encontrar lo que quedó de los no nacidos para identificarlos y reconocerlos como víctimas no ha sido tarea fácil. En la mayoría de los casos, no han sido encontrados entre los restos exhumados, no obstante que la Fiscalía los reconoció oficialmente.

El exdirector de Medicina Legal Carlos Eduardo Valdés explica por qué resulta tan difícil dar con material genético que dé certeza de los bebés: “Esos tejidos, en su mayoría, son cartilaginosos. Su degradación es muy rápida. Y los pocos tejidos óseos que se forman son muy incipientes”, señala.

Además, durante los 15 años que estuvieron inhumados, permanecieron en zonas muy húmedas donde el proceso de pérdida de minerales y descomposición es más rápido. “La humedad, la acidez del terreno, la contaminación, todo eso acelera la degradación y el material genético se ve muy destruido. Por eso, en buena medida, los tejidos de los neonatos no se encontraron”.

Esto aplica para los neonatos que fallecieron en la iglesia. En cambio, con los que nacieron días después hubo otras dificultades para su reconocimiento. Por ejemplo, Gigiola nunca denunció ante las autoridades que la muerte de su bebé antes de nacer estuvo relacionada con la masacre.

Ahora tiene 47 años y es ama de casa. Recuerda que su hijo sería el quinto de los seis que tuvo. “Me ha dolido mucho y me ha significado mucho la muerte de Geimar”, relata. Le duele que la violencia que sufrieron ella y sus vecinos de Bojayá le haya impedido a su hijo nacer vivo.

Ahora, ve a los hijos de otras mujeres que estaban embarazadas por esos días y que tienen la misma edad que tendría el suyo, y le da tristeza. “Ya son jóvenes de 17 años”.

Por su salud, Gigiola no viajó a Bojayá al recibimiento de los familiares identificados, pese a que también perdió a un primo suyo en los fatídicos días de mayo del 2002. En diciembre sufrió un derrame y ahora tiene constantes dolores de cabeza. Aunque tiene exámenes pendientes, está a la espera de que se los autoricen para viajar a Medellín, la ciudad más cercana donde se los pueden practicar. Casi no duerme y siente que el cuerpo se le quema, “como si estuviera prendido. Se me encalambra la cabeza, siento que me gotea algo por dentro”.

Un drama difícil de entender

Aunque todas las mujeres embarazadas que fallecieron hacen parte de las víctimas que se cuentan de la masacre de Bojayá, no sucedía lo mismo con sus hijos no nacidos, muertos también a causa del bombardeo y las confrontaciones. Esa es una de las razones por las que las víctimas y las instituciones no coinciden sobre cuántas víctimas hubo en el contexto de la masacre. Para los pobladores, en los primeros momentos posteriores a la masacre, eran hasta 119 víctimas. Hoy, defienden que la cifra se acerca a los 97. Las autoridades no tienen certeza de cuántos hayan sido, pero por lo pronto tienen 72 cuerpos identificados y varios casos sin identificar, que no se sabe con exactitud a cuántos cuerpos corresponden.

El informe de la Fiscalía cuenta que, en el expediente, solo logró demostrarse el embarazo de dos de las mujeres fallecidas: Luz del Carmen Palacios, quien dos meses antes de la tragedia se había practicado una ecografía con una brigada médica de la Armada Nacional, y Guillermina Córdoba, pues su hijo alcanzó a nacer en la iglesia antes de que les cayera el cilindro.

Otras tres sobrevivieron. Nidia Francisca Correa tenía 5 semanas de embarazo en el momento de la explosión, y aunque logró salir viva, declaró haber sufrido un aborto espontáneo el 12 de junio del 2002. En cambio, Luz Neyman Romaña, quien tenía 3 meses de embarazo, perdió el feto al día siguiente, después de golpearse cuando se subía a un bote, algo similar a lo que le ocurrió a Gigiola Rentería, la última de las gestantes sobrevivientes.

JUAN DAVID LÓPEZ MORALES
Redacción JUSTICIA
Twitter: @LopezJuanDa