Cayo Serrana es la isla más inhóspita de Colombia. En este lugar, a 27 horas en buque desde San Andrés, solo viven en unas épocas del año 12 marinos rodeados por tiburones.
Foto: Manuel Alzate
El pequeño Cayo Serrana, de apenas 600 metros de largo por 400 de ancho, parece a simple vista un indefenso paraíso perdido en medio del Atlántico, pero es capaz de doblegar a los marinos más avezados que se atrevan a pisarlo.
Foto: Manuel Alzate
Los 12 marinos tienen que sobrevivir por 60 días en el ambiente hostil de este cayo, que junto con los pequeños islotes de Roncador y Serranilla, es el territorio habitado más lejano de Colombia hacia el norte, a unos 1.400 kilómetros de Bogotá en línea recta, muy cerca de Jamaica, y en límites con Honduras y Nicaragua.
Foto: Juan David Blanco
En las tierras del sur de Colombia se encuentra el siguiente destino: Mapachico, una población de 6.000 personas que viven a escasos tres kilómetros del volcán Galeras, en Pasto.
Foto: Juan David Blanco
Las viviendas en Mapachico no son muy grandes. Todas las edificaciones tienen alguna grieta por los constantes movimientos telúricos que se registran en la zona por cuenta del Galeras.
Foto: Juan David Blanco
Aunque los habitantes no le teman, el riesgo en la zona es real. El volcán ha registrado 25 erupciones explosivas en los últimos 30 años.
Foto: Manuel Alzate
Bahía Cupica, un pequeño poblado chocoano en medio de la selva, convive con jaguares, animales que merodean los alrededores su sus hogares, y una serpiente que consideran la 'encarnación del mal' en la Tierra: la mapaná o talla equis.
Foto: Serpentario Nacional
A lo que más le temen los habitantes de Cupica cuando caminan por la selva llena de árboles granadillo y abarco es a padecer en carne propia el ataque de La mapaná o talla equis, una de las serpientes más temidas en el Pacífico colombiano. Cuando muerde, su veneno afecta a la sangre y los tejidos.
Foto: Manuel Alzate
Cerca de 1.200 personas que viven en las 300 casas que hay en este pueblo. En ese territorio, los cupiqueños apenas están desde hace 14 años, pues su antiguo pueblo a orillas del río Cupica fue arrasado, hasta la última casa, por una avalancha que bajó el 7 de noviembre de 1999, por lo que las autoridades les construyeron un nuevo casco urbano que los terminó por internar en la selva para que una tragedia de ese tipo no los volviera a sacudir.
Foto: Jaime Moreno
El cañón del Chicamocha, una maravilla natural de Santander, que es más grande que el cañón de Colorado, se vive entre abismos, terremotos y el olvido.
Foto: Jaime Moreno
El riesgo allí no son solo las dificultades topográficas ni los cambios bruscos de temperatura. A ellos se agregan los movimientos de tierra, pues esta zona hace parte del segundo nido sísmico con más actividad en el mundo, después de Hindu Kush (Afganistán) y por encima de los montes Cárpatos (Rumania).
Foto: Jaime Moreno
La mula ha sido lo más cercano a un transporte para muchas familias. Así deben llevar la leña que utilizan para hacer sus alimentos en la vereda La Peña, ubicada en este punto del departamento.
Juan Diego Buitrago Cano / EL TIEMPO
En La Guajira se encuentra Punta Gallinas, el punto más al norte de Suramérica. Se encuentra a 1.217 kilómetros al norte de Bogotá y a 10.100 kilómetros de las gélidas montañas del punto más extremo al sur del continente: la Patagonia, en Argentina. Su temperatura promedio es de 35 grados centígrados, limita con el mar Caribe y sus sesenta habitantes sobreviven diez meses al año sin una sola gota de agua lluvia.
Juan Diego Buitrago Cano / EL TIEMPO
Pocos logran sobrevivir a la inclemencia de la sequía. En los meses donde el sol arrecia con fuerza los chivos se mueren de hambre. Los cultivos de patilla, ñame y frijol perecen en menos de tres días y crecen los precios de las provisiones importadas cada semana por los Arens desde Uribia.
Juan Diego Buitrago Cano / EL TIEMPO
La esperanza del pueblo está puesta en la compra de una planta desalinizadora de 20 millones de pesos, con capacidad de dos mil litros, que sería importada desde España y que podría salvar de morir de sed a más de 25 familias. Pero la ayuda aún no llega y el Estado tampoco hace presencia.
Juan Diego Buitrago Cano / EL TIEMPO
Las majestuosas dunas de Taroa permanecieron ocultas hasta un día de agosto del 2.000. Ese año, en una de sus expediciones por tierras guajiras el profesor bogotano Francisco Huérfano se topó con brillantes murallas de arena de sesenta metros de altura que se alargaban por más de cuatro kilómetros hacia el oriente. Con el tiempo, el docente llevó a sus amigos, sus amigos llevaron a más viajeros y el lugar dejó de ser un secreto para convertirse en uno de los paraísos turísticos de Colombia.