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Los 10 años de la Carreta Literaria de Cartagena

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En el Hay Festival, Martín Murillo recuerda cómo comenzó a recorrer calles y pueblos con libros.

Un libro de poemas de Rubén Darío en pasta de cuero, un diccionario de modismos mexicanos (del cual solo se imprimieron 8 ejemplares), una edición de Cien años de soledad y una copia de la primera edición de Del amor y otros demonios (autografiadas por el nobel Gabriel García Márquez), así como 300 libros de la que fuera la biblioteca personal de Gabo, son algunas de las joyas bibliográficas que hacen parte de la Carreta Literaria, el proyecto cultural cartagenero que está celebrando 10 años de fundación, y que colma la atención en la XII edición del Hay Festival.
Martín Murillo, un chocoano criado en Medellín, pero hecho hombre de la cultura y promotor de la lectura en el Caribe, es el autor intelectual y material de la única carreta de madera que no recorre las calles de la ciudad heroica con frutas y verduras, sino atestada con la más sublimes páginas de la literatura universal para que sean leídas gratis por el ciudadano.
“He participado en todos los Hay Festival. En los dos primeros, siendo vendedor ambulante, en los restantes hicimos presencia ya con La Carreta Literaria”, señala Murillo, quien el martes 22 de mayo de 2007 dejó atrás su vida como vendedor ambulante de agua en una esquina y se lanzó a conquistar su sueño: ser impulsor de eso que tanto placer le causaba: la lectura.
“Recuerdo que el primer día que salí con la carreta la Policía me sacó del Centro Histórico porque pensaron que yo iba a vender libros; fue gracias a una nota para televisión de un periodista que mi proyecto despegó con dignidad y respeto”, recuerda.
El primer colegio que visitó quedaba en la Calle de la Magdalena y allí los estudiantes le preguntaron si su biblioteca ambulante le daba para comer.
“Nunca se me olvida que los muchachos me preguntaron si eso daba plata. En ese momento no tuve elementos para responderles, además, a una pregunta que era dura pues acababa de dejar atrás una actividad en la cual yo dependía de vender un tangible y ahora vendía un intangible; así que les respondí que todo en la vida no era dinero”.
Después Murillo comenzó a recorrer la ciudad y a tocar a las puertas de los colegios para llevar su mensaje se seducción por la literatura. “Son 10 años en los cuales todos los días salgo a la calle con una filosofía promover la lectura por placer, pero no solo en las esquinas y colegios de Cartagena, sino que además, la Carreta Literaria ha llegado con libros a todos los pueblos de Bolívar y hemos participado en algunas de las ferias internacionales del libro más importantes de Hispanoamérica: Bogotá, Guadalajara, Buenos Aires, Madrid, Bogotá, Medellín”, suma Murillo, que no sabe en qué momento de esta década el sueño altruista se le convirtió en una gran empresa.
“Hoy tengo un contador, una asistente, y en cada pueblo que visito dejo un corresponsal que en la mayoría de veces es el bibliotecario, un profesor o un estudiante sobresaliente, una persona cuya principal característica es la pasión por los libros”, explica.
La Carreta Literaria hoy es una Corporación sin Ánimo de Lucro, que tiene sus más juiciosos colaboradores en la empresa privada y una dosis mínima en las empresas públicas.
No bebe, asiste poco a fiestas, y sus jornadas de lectura comienzan todos los días a las cuatro de la mañana, con el repaso a la prensa nacional y el libro de turno.
“Mi mayor fiesta del año es está (El Hay Festival). El resto del año estoy recorriendo la región. Construir es difícil y puede tardar toda una vida, destruir es fácil y tarda un segundo”, sentencia.

De carreta a la chalupa

Muy pronto, Martín entendió que su misión no estaba en la gran ciudad, y entonces se lanzó a la carretera con sus libros. Desde el 2009, de madrugada, Murillo echa la carreta llena de libros en una bus de transporte intermunicipal y se va en busca de esos pueblos del Caribe para llevar el noble acto de leer.
“En esos viajes también he evolucionado. Antes, cuando montaba las cajas de cartón en la chalupa se me mojaban los libros, después mandé hacer una maleta pero me legaban descuadernados; ahora uso unas cajas de plástico muy seguras y prácticas a donde también llevo un video beam para proyectarles películas a los niños”.
Con su humildad y persistencia se ha ganado el respeto de maestros de las letras. “El encuentro con los escritores me ha hecho mejor lector, y he tenido tertulias y conversatorios en las cuales he compartido con Miguel Ángel Bastenier, Sergio Ramírez, Héctor Abad y William Ospina, y para estar al lado de ellos tengo que tener argumentos, aún que ellos, en el fondo quieren tener noticias de lo que está pasando en la cotidianidad”, cuenta.
Ahora, el gran sueño de él es fundar su propia biblioteca y centro de lectura por placer en que niños y jóvenes no lleguen obligados, sino por amor a la lectura.
John Montaño
Redacctor de EL TIEMPO
Cartagena
En Twitter: @PilotodeCometas
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