Tras cuatro minutos inconsciente, el geólogo Mario Ortiz despertó de cabeza, con el cráneo fracturado y en medio de las piedras del valle del río Ondo, en la selvática frontera entre Caldas y Antioquia.
Hacía frío allá en la mañana del pasado miércoles, horas antes de sufrir el accidente. Eso fue lo que le dijo a su hija, Sara, la última vez que hablaron ese día, cuando estaba a punto de internarse en el monte. Si en los centros poblados de la zona ya era difícil conseguir señal, era evidente que el resto del día lo iba a pasar sin la posibilidad de comunicarse con su familia en Manizales.
Fue mientras trabajaba en esas montañas con cinco compañeros, haciendo un estudio técnico para un proyecto de una empresa privada, que cayó a un abismo de por lo menos 20 metros, del que solo saldría siete horas más tarde.
“Eso parecía una procesión”, le contaron los compañeros de trabajo a la familia. Uno de ellos subió hasta el pueblo más cercano, que era Florencia, un corregimiento de Samaná (Caldas), para avisar de lo sucedido. Parecieron segundos apenas lo que tardó la comunidad en organizarse para ayudar.
Las labores de rescate empezaron a las 10 de la mañana. Bomberos, pero también campesinos y otros lugareños, tardaron una hora para sacar a Mario de entre las piedras y seis más en subirlo hasta la carretera sin pavimentar. Hasta improvisaron cuerdas y una camilla con costales.
Luego de llevarlo hasta el puesto de salud de la población, vino la espera por un helicóptero que debía llevarlo hasta un hospital de mayor complejidad en Rionegro (Antioquia). Los habitantes de la población se encargaron de trasladar al geólogo hasta lo alto de un cerro, en un esfuerzo por facilitar el encuentro.
Isabel Cristina Ortiz, hermana del accidentado, destacó, con base en lo que le contaron los testigos de primera mano, que fue “una colaboración inmensa de la gente, porque siempre eran unas condiciones muy duras y todos se unieron y lo ayudaron”.
Pero, ya lo había advertido el herido desde temprano, el clima impedía la llegada de la aeronave para completar el rescate. “Estaba todo cerrado”, relata Isabel, repitiendo los reportes que en la noche del miércoles recibió de los organismos de emergencia.
El traslado tuvo que hacerse por tierra en una ambulancia. El destino, por cercanía, ya no fue en Antioquia sino Manizales, con escala en La Dorada (Caldas) para una evaluación médica más profunda que la recibida en Florencia.
A la capital caldense llegó Mario cerca de las 5 a.m. del jueves y, cuando ya su situación parecía resuelta, apareció un obstáculo de rigor: el sistema de salud colombiano. Antes de conseguir que lo atendieran en la Clínica de la Presentación, fue rechazado por otras dos instituciones en la ciudad.
“Excusas van y vienen”, se quejó la hermana. En un sitio, les dijeron que no había camillas disponibles. En otro, que no tenían claro si lo debían ingresar como paciente de medicina prepagada o darle la atención con cargo a la aseguradora de riesgos laborales.
El final de la travesía, sin embargo, era esperanzador hasta el jueves a mediodía. A esa hora, el geólogo esperaba su ingreso al quirófano para la cirugía craneal, al tiempo que se recuperaba de laceraciones menos graves en los brazos, el pecho y la espalda.
“Nos ha hablado mucho. Está animado. Adolorido, pero bien dentro de todo lo que ha sucedido”, aseguró Isabel. Mientras tanto, Sara apostó también por el optimismo y la oración. “Yo tengo fe”.
MANIZALES
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