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El reencuentro de un policía con la mujer que lo salvó del secuestro

Hacia 19 años que no se encontraban, desde que Anatilde con la complicidad de su hija Nelly, lo ocultaron durante tres días debajo de una cama de su casa.

Hacia 19 años que no se encontraban, desde que Anatilde con la complicidad de su hija Nelly, lo ocultaron durante tres días debajo de una cama de su casa.

Foto:Hernando Herrera / CEET

La mujer lo ocultó debajo de su cama durante la toma de las Farc en Puerto Rico (Meta).

Julián Vivas
Había soñado con ella varias veces, pero no se acordaba de su rostro y cuando la vio la reconoció de inmediato, era Anatilde Ramírez. Su corazón se agitó con intensidad y los recuerdos empezaron a florar en la mente del hoy teniente coronel Ferney Vásquez Moreno. Segundos después los dos se fundieron en un eterno y fuerte abrazo, mientras los ojos del oficial de la policía se encharcaban y enrojecían de emoción y agradecimiento.
Hacía 19 años que no se encontraban, desde que Anatilde, con la complicidad de su hija Nelly, lo ocultaron durante tres días debajo de una cama de su casa al entonces comandante de la estación de policía de Puerto Rico (Meta). Lo perseguía un enjambre de guerrilleros de las Farc que se habían tomaron el municipio y a quienes se les había escapado.
En esa toma guerrillera, que inició el 10 de julio de 1999 y que se prolongó durante cuatro días, murieron cinco de sus compañeros, cuatro más resultaron heridos y 27 más fueron secuestrados, algunos estuvieron en poder de las Farc entre tres y trece años.
Los uniformados se entregaron cuando se les acabaron las municiones después de varias horas de defenderse de los ataques que más de doscientos guerrilleros le hacían a la estación de policía.
En esa casa, a donde llegó a refugiarse, dice Ferney, lo único que se me ocurrió hacer fue desgranar maíz.

En esa casa, a donde llegó a refugiarse, dice Ferney, lo único que se me ocurrió hacer fue desgranar maíz.

Foto:Hernando Herrera / CEET

Ferney recuerda que de camino al cautiverio se registró un enfrentamiento armado, cuando las tropas militares trataban de evitar que los guerrilleros se los llevaran a la manigua. En ese momento tuvieron que esconderse en medio de la vegetación mientras pasaba el cruce de disparos, circunstancia que le permitió soltarse de una soga sin ser descubierto por los guerrilleros.
Lo tenía amarrado junto a tres de sus hombres y cuando logró soltarse, dice ahora, “gracias a Dios”, invitó a uno de sus compañeros a que trataran de huir, pero él no quiso hacerlo, tal vez por miedo.
En medio del susto permaneció escondido entre los arbustos hasta que cesó el cruce de disparos y cuando empezaba a anochecer salió en busca de ayuda, oculto entre la vegetación y el jabuey donde sacaban el agua de una casa del pueblo, le hizo señas a una mujer para que lo socorriera.
Era Anatilde que de inmediato les preguntó: “¿Usted quién es? Venga para acá”. Ferney se acercó un poco y le dijo: “Soy el teniente de la estación de policía y me les volé a los guerrilleros, ayúdeme, regáleme con qué cubrirme”. Estaba semidesnudo.
Anatilde corrió a la casa, sacó una pantaloneta y una camiseta, y lo ocultó debajo de la cama, “pero escóndase rápido porque los guerrilleros pasando cada rato”, le dijo. Allí se quedó mientras Anatilde tendió la cama arrimada a una pared y extendió la cobija hasta cerquita de piso para que no pudiera ser visto.

Los guerrilleros pasaban y se asomaban por la ventana de la casa pero nunca lo vieron

Ferney sostiene que encontrar a Anatilde se convirtió en su renacer. “Ella me protegió no se imaginan cuánto porque la guerrilla estaba tras de mí”. Anatilde recuerda que “los guerrilleros pasaban y se asomaban por la ventana de la casa pero nunca lo vieron”.
Ante el traqueteo de los fusiles, las explosiones de las bombas y de los cilindros de gas, Nelly, una de las hijas de Anatilde, corrió a buscarla desde una finca donde trabajaba, que queda a quince minutos del pueblo. Al llegar a la casa de su señora madre se enteró de que el teniente de la policía estaba escondido debajo de la cama.
Las dos salieron para la finca, pero en las mañanas y en las tardes le llevaban desayuno y comida. A los curiosos que preguntaban a quién le llevaban alimentos, les respondían que a los perros y los cerdos que allí tenían, recuerdan las dos.

Me van matar a mí y a usted por su culpa

En esa casa, dice Ferney, lo único que se me ocurrió hacer fue desgranar maíz. Y en medio del susto un día Anatilde le dijo “Me van matar a mí y a usted por su culpa”. Mi respuesta fue mirarla a los ojos y le dije “Míreme como su hijo, su nieto, como un familiar suyo”. Ella guardó silencio y siguió protegiéndolo hasta que llegó el Ejército, relata.
Ese día, recuerda Nelly, ya se había retirado la guerrilla, pero para no ponerse en evidencia le pusieron una pantaloneta grande, una camiseta y un sombrero. Además, le echaron un costal para que lo cargara al hombro. Como muestra de agradecimiento por la ayuda, Ferney les entregó un reloj, que era el único objeto de valor que tenía en ese momento. Nelly dice que infortunadamente se le perdió.
Yo me fui adelante, él después y mi mamá de última, pero bien distantes para no despertar sospechas -recuerda Nelly- hasta que llegó el momento en que me le acerqué a un soldado y le dije, el señor que viene allá con el costal es el teniente de la Policía”.
“Cuando los soldados le pidieron que se identificara él botó el sombrero, los abrazó y se puso a llorar. Yo me perdí de por ahí para que nadie me viera”, recuerda Nelly.
El emotivo reencuentro se produjo delante de un grupo de policías que les tributaron un sonoro aplauso.

El emotivo reencuentro se produjo delante de un grupo de policías que les tributaron un sonoro aplauso.

Foto:Hernando Herrera / CEET

Ferney reveló que nunca quiso volver a Puerto Rico y tampoco había contado en público o ante los medios de comunicación su experiencia, trató de alejar y olvidar las cosas no tan buenas que le pasaron, tal vez como un mecanismo de defensa para superar esa terrible experiencia, confiesa.
Mientras tanto, Anatilde y Nelly, que guardaron el secreto por años, siempre estuvieron ansiosas por saber de la suerte de Ferney y hace pocas semanas se acercaron a la Unidad Policial para la Edificación de Paz (Unipep) en Puerto Rico a contar la historia y averiguar por la vida de aquel hombre. Esa curiosidad que permitió que este jueves se hiciera el recuentro en la sede de la Policía del Meta en Villavicencio.
Allí, Anatilde, que hoy tiene 82 años, mucha vitalidad y buena memoria para relatar lo que ocurrió, y su hija Nelly, contaron que siguen trabajando en labores del campo en Puerto Rico.
Ferney, de su parte, que en el momento de la toma guerrillera estaba soltero, dice que hoy está felizmente casado, siguió vinculado a la Policía, hoy es teniente coronel y coordinador del Programa de Protección para Víctimas y Testigos de la Ley de Justicia y Paz en la Dirección de Carabineros de la Policía Meta.
El emotivo reencuentro se produjo delante de un grupo de policías que les tributaron un sonoro aplauso tras el eterno y fuerte abrazo en que se fundieron Ferney y Anatilde.
NELSON ARDILA
VILLAVICENCIO
Julián Vivas
icono el tiempo

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