Ya son 4561 casos confirmados de vocid-19 en Colombia.

Los rostros de la tragedia

Fallecidos

Dora, Johanna, Jesús Antonio, Rafael, Arnold, William, Edwin, Félix... Estas son las historias detrás de las estadísticas. Homenaje a los más de 200 colombianos que han muerto por la pandemia.

Redacción EL TIEMPO

Mujer de 46 años en Riohacha: antecedentes de diabetes insulinodependiente, HTA controlada y obesidad. Bebé de un mes y siete días en Cundinamarca, con ductus arteriovenoso persistente y comunicación interventricular. Hombre de 60 años en Bucaramanga, con enfermedad cardíaca y malnutrición...
Ese es el tono en el que los colombianos se han acostumbrado a recibir, promediando cada tarde, los reportes oficiales sobre las muertes que va dejando a su paso la pandemia del coronavirus.

Familiares y amigos reconstruyeron la vida y el legado de estas personas, de la mano de un equipo de reporteros de EL TIEMPO. Un sentido y merecido homenaje.

Sin nombres y sin mayores datos que puedan identificarlos, porque además de la tragedia de la pérdida y la imposibilidad de hacerles duelo las familias se están enfrentando también a absurdos episodios de estigmatización, los reportes de fallecidos se han venido sumando día tras día desde el sábado 21 de marzo, cuando se confirmó oficialmente la primera muerte por covid-19 en el territorio nacional.
Fue la de Arnold de Jesús Ricardo Iregui, un esforzado taxista de Cartagena cuyo caso retrató, en los primeros días de la emergencia, todas las debilidades que puede llegar a tener el sistema público de salud para identificar a las víctimas, atenderlas y hasta para descubrir la real causa del fallecimiento.

Lo que muestran los datos es que el país sigue estando muy lejos de cuadros dantescos como el de los cuerpos abandonados en las calles de Guayaquil (Ecuador) o el de las inhumaciones masivas en fosas comunes abiertas con retroexcavadoras, como las que se han visto en Nueva York, una de las capitales mundiales más azotadas por la pandemia.

Esas mismas estadísticas señalan que el porcentaje de mortalidad en el país ronda el 4,7 del total de casos de contagio confirmados, que Bogotá registra casi el 40 por ciento del total de fallecimientos (la mayoría de ellos, en la localidad de Kennedy) y que el Valle es la segunda región del país más golpeada por estos casos.

Seis de cada diez personas que murieron por covid-19 eran hombres. El más joven hasta ahora es el bebé de Cundinamarca, y el de mayor edad fue un hombre de Ocaña que tenía 98 años y que llevaba meses sin salir de su casa. Cuatro médicos aparecen entre las víctimas. Murieron cumpliendo su deber de tratar de salvar las vidas de los otros. También hay muchos taxistas, algunos de los cuales nunca salieron del país pero tuvieron la mala suerte de cruzar camino con un pasajero infectado.

Más de la mitad del total de muertes en Colombia corresponde a personas mayores de 60 años. Al menos 35 de cada 100 tenían antecedentes de hipertensión arterial; uno de cada cinco tenía diabetes. Uno de cada diez tenía problemas de obesidad y uno de cada cinco tenía EPOC, enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Y hay un 10 por ciento de víctimas que no tenía antecedentes de enfermedades y cuyos casos representan un trágico campanazo sobre la letalidad del virus. En sus registros de defunción aparece, sin falta, una de estas dos señales: “COVID19 confirmado por laboratorio” o “COVID19 confirmado por clínica y nexo epidemiológico”, junto a los reportes de las que los expertos llaman 'comorbilidades relacionadas', las enfermedades previas que le abrieron la puerta a la muerte.

Esos son los datos que arrojan las fuentes oficiales. Detrás de esas estadísticas están las historias de padres, abuelos, hijos, esposos, novios y hermanos que murieron dando la batalla contra un mal para el que aún no hay ni cura ni vacuna.

Reporteros de EL TIEMPO reconstruyeron esas vidas con la ayuda de sus familiares y amigos. Esos familiares y amigos que han tenido que enfrentarse a la pérdida de sus seres queridos de una manera que nadie, en décadas, imaginó: algunos de ellos, también contagiados de covid-19, tuvieron que quedarse confinados en casa mientras se llevaban a cabo las solitarias honras fúnebres.

Muchos no pudieron decir adiós o verlos una última vez porque sus familiares salieron hace días o semanas rumbo a las clínicas y hospitales y a los pocos días pasaron a Cuidados Intensivos. Y algunos otros tuvieron la oportunidad de despedirse por teléfono o videollamada: ellos dicen que siempre recordarán esas voces ahogadas, casi apagándose, que hasta el final llamaban a mantener la esperanza del reencuentro.

No los olvidamos

Rafael, el hombre a quien su esposa, también contagiada, no ha despedido

Ella sobrevivió al coronavirus pero no ha podido recoger las cenizas de su cuerpo por la cuarentena.

Por: Julián Ríos Monroy

Cuando el horno crematorio se encendió, Luz Marina Betancourt acababa de ser internada en un hospital de Pereira. Ese martes 31, el último día de marzo, fue también el último día de su esposo, Rafael Darío Antolínez Muñoz.

Llevaban 28 años juntos y el coronavirus, que los atacó a los dos casi en simultánea, se lo llevó a él y le negó a ella incluso la oportunidad de despedirse de ese cuerpo de 182 centímetros y 124 kilogramos antes de que fuera transformado en cenizas.

“Lo que tenía ‘Rafa’ de tamaño, lo tenía también de corazón y buenos sentimientos. Era un tipo muy colaborador. De alguna forma, eso le causó la muerte”, dice Jairo Restrepo, concuñado y amigo cercano de Rafael.

A mediados de marzo, una vecina del conjunto llegó de Estados Unidos, les entregó unos llaveros de recuerdo y le pidió a Rafael que le hiciera unas carreras en su Hyundai Atos rojo. Dos días después se empezó a sentir mal y, luego, su esposa percibió los síntomas.

El abogado Edwin Peña se fue sin su ritual pacífico

Deja la imagen de un humanista servicial en el ICBF. Su esposa dice que se contagió trabajando.

Por: José Luis Valencia

La despedida a Edwin David Peña Gil debió ser rodeada de su entrañable familia chocoana, sus compañeros de estudio y profesión en Cali, sus alumnos y su esposa, Paola.

Debió acompañarlo una chirimía de Rancho Aparte o Saboreo, a la usanza de la gente de su Pacífico. Que se pusiera a sonar esa salsa ‘Tres días’, de Alex Abreu, esa que dice:

“Tan solo hace tres días /he recibido una nota /que me rompió el corazón /Y yo te pido mi bien /recapacita y haz otra, otra…/ Tu amor es como un 'boumerang'/ que se va y regresa".

Pero no. El carro con su féretro salió solitario de la clínica donde soportó una semana el ataque de ese fantasma llamado coronavirus, y sus cenizas se fueron directo a un camposanto de Cali.

La hermana Johana: una mártir del coronavirus

Tenía 33 años y también era abogada. La primera monja que falleció por covid-19 en América Latina.

Por: Óscar Elizalde Prada

El 25 de marzo iba a ser una fecha memorable para las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada, en Cartagena de Indias. La hermana Johana Rivera Ramos, a sus 33 años de edad, sería la primera colombiana en profesar sus votos perpetuos ante esta congregación, fundada en la ciudad de Valencia (España) en 1876. Esa sería, también, su consagración definitiva ante Dios.

Sin embargo, la fuerza de la pandemia transformó el júbilo en luto. Para esa fecha, Johana se encontraba aislada en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Madre Bernarda y dos días después, en la madrugada del viernes 27 de marzo, se convirtió en la segunda víctima fatal de covid-19 en la ciudad, la décima en el país y la primera monja en América Latina ‘mártir’ del coronavirus.

En la casa de las religiosas, ubicada en el barrio La Providencia, quedaron en el aire todos los preparativos. “El 6 de marzo habíamos ido al centro de Cartagena para que se midiera el anillo que recibiría ese día y las sandalias que utilizaría en la ceremonia”, comenta la religiosa española María José Alamar.

“Estábamos organizando tu consagración: los vestidos se quedaron comprados, pero el Señor te llamó a su presencia”, le confesó póstumamente, en una carta, Belkys Quintana, una de sus amigas más cercanas en la parroquia La Divina Providencia, donde colaboran las Franciscanas de la Inmaculada.

Jesús Antonio Cabrales, el médico narrador de historias

 Por: Carolina Bohórquez

Doce días duró la lucha del médico Jesús Antonio Cabrales Bustos contra el coronavirus, en una clínica de Cali. A los 66 años, después de una vida en la que combinó el amor por la medicina y la pasión por las historias, se convirtió en otra víctima mortal de la pandemia que tiene en vilo a Colombia y al mundo.

Hace no tanto tiempo, cuando la guerra y la violencia de los carteles de la droga eran los problemas que espantaban a los colombianos, el médico cirujano Cabrales Bustos aprovechaba los momentos en los que no estaba en el quirófano para dejar volar su imaginación. Escribió un libro al que llamó 'El error del ángel exterminador', y sus personajes, precisamente, buscaban formas de sobrevivir a esa guerra sin cuartel que se llevó tantas vidas en el país. A este sucreño, nacido en 1954 en La Mojana —a quien algunos de sus amigos le decían ‘Profesor Yarumo’ porque siempre tenía explicaciones científicas para todo— le encantaba escribir y narrar historias.

Sus grandes amores fueron su esposa, Judith Salcedo, y sus cuatro hijos. Y por supuesto, la medicina. Salvar vidas y combatir las enfermedades como lo hicieron su abuelo y su padre. Ellos le inculcaron ese sentido de trabajar por los demás y luchar por sus derechos. También le enseñaron esa pasión por la lectura y por el conocimiento mismo. De hecho, su abuelo estudió medicina en la Sorbona de París.

Jesús estudió su carrera profesional en la Universidad Libre de Barranquilla y se especializó en la Nacional, la misma donde estudió su padre.

'Tico': palabras en honor a un señor médico

Por: Carlos F. Fernández y Ronny Suárez

Guardar silencio y recordar. Viajar en el tiempo y visualizar a ‘Tico’ en sus años de colegio o en cualquier arco de una cancha de fútbol o en un consultorio atendiendo a los pequeños a quienes entregó lo mejor de su vocación. O en su faceta de colega, de amigo, de bonachón, de hombre de familia por excelencia. Imaginarlo vivo y feliz, antes de esta tragedia llamada covid-19.

Revivirlo de la mejor manera. Como el amoroso padre, hijo y hermano que siempre quería lo mejor para los suyos. Aquel tipo honesto y recto en la vida profesional. Amante de los animales y de los gatos callejeros que adoptó en un parque cercano a donde laboraba, los mismos que extrañan su mano amorosa y tierna que les brindaba afecto y comida. Como el médico que llevaba 15 años radicado en España ejerciendo con éxito y gratificación social su amada especialidad de pediatría.

Antes del virus y de la pandemia, de este mundo desconocido para todos. ‘Tico’, por supuesto, era el apodo de infancia del médico Héctor Garrido. Si quisiera describírsele a partir de su currículo tendría que decirse que era de Barrancabermeja, egresado de medicina en 1989 en la Universidad Industrial de Santander, de pediatría en el 2003 y miembro de la Sociedad Colombiana de esta especialidad. Y si esta fuera una biografía tendría que escribirse que murió el pasado 15 de abril, a los 59 años, en el Hospital Universitario de Ciudad Real (España) a causa de la enfermedad que causa el virus SARS-CoV-2.

Como no es la historia de su muerte, tampoco se detallará su lucha durante 20 días en la unidad de cuidados intensivos. Este, en realidad, es un homenaje a una vida que llenó de gratitud a muchas personas. Su hermano Alejandro, también médico, destaca la capacidad que tenía ‘Tico’ para despertar admiración entre la comunidad en razón a sus altas calidades humanas y académicas.

Arnold: un taxista noble fue la primera víctima

Por: John Montaño

Arnold Ricardo Iregui, de 58 años de edad, se convirtió el pasado 16 de marzo en el primer fallecido por coronavirus del país. El hombre, que durante 20 años se ganó la vida como taxista en las calles de Cartagena, además vivió un verdadero paseo de la muerte por clínicas y hospitales en los días previos a su deceso.

Su tragedia comenzó el día 4 de marzo cuando transportó a dos viajeros italianos desde la zona turística de Bocagrande hasta un hostal en el Centro Histórico. La misma víctima le había relatado a un familiar que, durante el trayecto, uno de los turistas había estornudado en varias oportunidades.

El 6 de marzo comenzaron los primeros síntomas respiratorios y las visitas a su EPS, Salud Total, donde fue evaluado en varias oportunidades, pero no advirtieron la gravedad de la enfermedad.

Finalmente, el paciente fue remitido el viernes 13 de marzo a la clínica Cartagena del Mar, donde fue aislado de inmediato como potencial sospechoso de covid-19.

Raúl, el pereirano que murió lejos de casa

Por: William Moreno

Hijo de Manuel y Angélica, padre de Tatiana y hermano de Roosevelt. A Raúl Rivera Galindo su familia lo recuerda como un hombre alegre y de risa contagiosa. Sus amigos más cercanos lo llamaban ‘Chele’. Uno de ellos, Carlos Ocampo, recuerda que, con él, “todo era risas, fútbol, charla y momentos bellos”.

Raúl murió el pasado 23 de marzo a los 55 años y su muerte copó la atención de los medios, especialmente en el departamento de Risaralda: 'Pereirano murió en España víctima del coronavirus'; 'El primer colombiano que muere en el extranjero por covid-19'.

En el barrio Alfonso López, en Pereira, donde creció y hoy vive su familia, no se hablaba de otra cosa: ‘Chele’ era una de las víctimas mortales del virus que apareció en China a finales de 2019 y que a hoy ha provocado más de 185 mil decesos en todo el mundo.

“Se lo llevó ese animal”, dice, con la voz entrecortada, su hermano Roosevelt José, médico y abogado que trabaja como coordinador de la Unidad Funcional de Ambulatorios y de Apoyo a la Atención en el Hospital Federico Lleras, en Ibagué. “Era mi único hermano, y ese dolor es irreparable”, añade

Félix: la partida y un duelo inconcluso

Por: Juan David López Morales

A Félix Antonio Bohórquez Benavides le decían ‘Chinito’ y ‘Viejito’ en su familia. No por su edad, 73 años, sino porque él le decía 'Vieja' a su esposa, a pesar de que ella era 10 años menor que él. Félix Antonio falleció el sábado 28 de marzo en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Shaio, en Bogotá, por covid-19.

“Tenía un sentido del humor muy particular. Le gustaba mucho hacer chanzas sobre el servicio. Uno le pedía un favor y él decía que le cobraba. Yo le decía que me llevara a hacer una vuelta y me respondía ‘pero yo le cobro’”, cuenta Alejandra Téllez, una de sus hijastras.

Así lo define y lo recuerda: “Siempre era muy servicial”. El papá de ella y sus tres hermanas falleció hace 20 años. Por eso, Félix se convirtió en un padre para ellas. Él ya había tenido dos hijas de un matrimonio anterior, y con la mamá de Alejandra tuvo a su único hijo varón, el más joven de todos.

Félix Antonio fue conductor la mayor parte de su vida. Manejó buses intermunicipales hasta que con su segunda esposa decidieron pasar de empleados a empleadores y comprar sus propios vehículos para ponerlos a trabajar. Primero fueron buses, luego compraron algunas camionetas de transporte especial, de placa blanca. Hasta este año, él siguió trabajando. Conducía una de esas camionetas cuando le salían servicios.

William, el anestesiólogo que murió extrañando al amor de su vida

Por: Luisa Mercado

​Once metros y una cinta amarilla de ‘No pase’ separaban a Salvador Gutiérrez del carro fúnebre que llevaba a su hermano, el médico anestesiólogo William Gutiérrez Lombana, hacia el horno crematorio. No pudo verlo en el ataúd. No hubo tiempo para un beso, un abrazo o un adiós. A su lado solo estaba su esposa; no había otra cara conocida con quien compartir el dolor.

Sin ceremonia, en menos de dos horas, tuvo que despedir a su hermano, su cómplice, el que le sacaba sonrisas. En la lejanía veía cómo introducían el ataúd al horno, elevó una oración y cayó de rodillas sobre el césped. La tristeza lo venció.

Los cinco hijos de William no pudieron estar allí. Lo lloraron en su casa, mientras cumplían con la cuarentena nacional causada por la pandemia del coronavirus, esa que les quitó a la persona que más amaban: su papá.

La madre del médico le dio el adiós desde Cali. A sus 80 años tuvo que asimilar que una enfermedad que nadie conocía le arrebató a su hijo. “Me tocó mandarle una foto del ataúd a mi mamá no más, y la bandera que me dieron y que cubrió el cofre”, le contó Salvador Gutiérrez a EL TIEMPO.

Dora: la madre y esposa que se fue sin poder decir adiós

Por: María del Mar Quintana Cataño

“Cada 24 horas nos daban noticias de ella, yo me la pasaba en una cuenta regresiva: 23, 22, 21, 5, 4, 1; esperando el momento en que me llamaran del hospital a avisarme que ya se nos había ido. Mi papá empezó a generar trauma con el celular, cada que timbraba era un infarto para todos”.

Esa es la parte más dolorosa del relato de Edison Villamil Rojas, un ingeniero industrial de 26 años que el pasado 2 de abril perdió a su madre, Dora Yaneth Rojas Poveda, por cuenta del nuevo coronavirus, una enfermedad que no da tregua y que en menos de un mes acabó con la vida de una mujer fuerte que siempre sonreía, y que dedicó su vida a ayudar a los demás.

El 14 de marzo, Dora Yaneth decidió dirigirse a urgencias del Hospital de la Policía junto a su esposo Pablo Emilio Villamil, y su hijo Edison, porque llevaba desde el día anterior con malestar en su brazo izquierdo y había empezado a escupir sangre.

Los tres corrieron porque Dora Yaneth llevaba años conviviendo con la diabetes y la hipertensión. Había que cuidarla. Allá, una médica le indicó que tenía la saturación baja, por lo que debía ser hospitalizada. Ahí empezó el verdadero calvario.
 

Carlos: el joven médico que conmovió a todo un país

Por: María Paula Garzón

“Yo sé que mi hijo es un héroe, pero no volverá a estar conmigo. Nunca más, nunca más. Y sí, yo le doy gracias a mi hijo porque fue una persona muy buena, que siempre tuvo una sonrisa para ayudar a la gente”.

Sandra Rojas, la madre del médico Carlos Fabián Nieto, no para de llorar. Habla de su hijo mientras llora. Su hijo, de 33 años: el primer médico que murió en Colombia por cuenta del covid-19. Su muerte se conoció el pasado 11 de abril en horas de la mañana. Ocurrió en la Clínica Colombia, donde trabajaba hace un año.

“La gente que no se cuida, y que sale de sus casas, debe entender cómo perjudica a personas buenas, que le sirven a la humanidad, que dan la vida por todos, como la dio mi hijo. Les digo a los médicos que se cuiden para que sus familias no pasen por las que estamos pasando”, dice la mujer, minutos después de que el cuerpo de su hijo entrara en el crematorio del cementerio Jardines de la Paz, en Bogotá. Un funeral sencillo, con muy pocas personas, sin velación, sin rituales. Como debe ser en estas épocas por razones sanitarias.

“El país debe entender esto: cómo despedimos a un hijo. Ya no tenemos a quien abrazar para que nos dé fortaleza. Toca vencer esto entre todos”, dice el padre, Carlos Nieto.
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