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Así sobreviví a mi peor pesadilla: quedar atrapado 5 días bajo tierra

Sobrevivientes en Colombia

Sobrevivientes en Colombia

Foto:EL TIEMPO

Javier Salas estuvo 92 horas atrapado en una mina carbón. Una nueva entrega de #Sobrevivientes.

*Esta historia se publicó en octubre del 2020. 
A más de 100 metros bajo tierra, la ley de la vida parecía que me sentenciaba a una muerte inevitable.
En completa oscuridad y sin hallar respuestas de qué estaba pasando, el miércoles 19 de agosto del 2020 había quedado atrapado en una mina de carbón en Lenguazaque, Cundinamarca, y la angustia era el único sentimiento que afloraba en tan profundo escenario.
-Aquí quedamos- nos auguró Eduardo Mateus. Él era de mis grandes amigos, lo conocía desde hace 10 años en las minas de esmeralda del occidente de Boyacá.
También estaba a mi lado Manuel Sánchez, un hombre a quien apenas distinguía.
(Le recomendamos la primera entrega de #Sobrevivientes: Así sobreviví al ataque de un tiburón gris cuando buceaba en Colombia)
Entrada de la mina de carbón donde tres trabajadores quedaron sepultados.

Entrada de la mina de carbón donde tres trabajadores quedaron sepultados.

Foto:Giovanny Adolfo Nova Castaño / @gioonova

Había llegado a la mina Las Alisas ese miércoles hacia el mediodía para adentrarme en la tierra y extraer carbón.
Llevaba pocos días laborando allí tras pasar la cuarentena por el covid-19 en Chiquinquirá, Boyacá, donde viven mis padres y siete hijos. Los gastos no daban espera y era momento de volver a trabajar.
Ese día, la jornada laboral se inició con retraso, solo entramos a las 2 de la tarde tras superarse un fallo de energía.
Por el inclinado o rampa, los tres descendimos a realizar las labores de extracción a unos 140 metros bajo tierra; algo así como cruzar una cancha de fútbol por un pequeño túnel de 1,5 metros de alto.
La única luz que se proyectaba en esas tinieblas era la que salía de nuestros cascos.
Entrar en una mina subterránea no es para cualquiera. Se necesita valentía, destreza y conocimiento, las cuales adquirí con el pasar del tiempo, pues 26 de mis 45 años he estado hasta 10 horas diarias escarbando con martillo picador en busca de esmeraldas o carbón.

El momento más duro es cuando se sabe que se puede morir y no se encuentra auxilio

Era un día de trabajo normal. Cada hora enviábamos hacia la superficie la vagoneta de dos metros repleta de carbón. A las 7 de la noche del miércoles mandamos la última extracción, pero continuamos picando por cerca de unos 90 minutos más hasta cuando nos fijamos que el coche no había retornado.
Decidimos que era momento de irnos. Sospechamos que algo había pasado con la vagoneta. Al subir unos 60 metros, la hallamos descarrillada en el inclinado y soportando un derrumbe. Si ese coche cedía, era nuestro final.

Sin salidas

Ese montículo donde la vagoneta soportaba un peso desconocido en ese momento era la única entrada y salida de la mina. Estábamos atrapados, incomunicados y desesperados.
El momento más duro es cuando se sabe que se puede morir y no se encuentra auxilio alguno para tan desilusionante panorama.
¿Qué pensaría usted si quedara atrapado a cien metros bajo tierra sin ninguna salida aparente?
La respuesta, seguramente, es que no hay nada que hacer. Lo único a lo que nos aferrábamos, luego de caminar de arriba hacia abajo por el túnel, era a un milagro.
La experiencia de tantos años en esta labor, en un momento cuando solo hay desesperación, nos hacía rememorar que casi todos los accidentes en una mina terminan de manera trágica.
De hecho, en los últimos 15 años -según la Agencia Nacional de Minería- han ocurrido 1.386 emergencias en minas, las cuales han dejado 1.642 trabajadores fallecidos, 80 de ellos este año.
Este es el mapa que los rescatistas de la Agencia Nacional de Minería realizaron para continuar con la operación.

Este es el mapa que los rescatistas de la Agencia Nacional de Minería realizaron para continuar con la operación.

Foto:Cortesía

Nosotros tres podríamos ser los siguientes en la larga lista de colegas muertos.
Por minutos estuvimos buscando la manera para comunicarnos. El citófono de la mina se había dañado, subí para cortar con un serrucho una manguera de aire comprimido. Puse mi boca allí y grité: ¡Ayuda!
El mensaje voló por la manguera y en la bocamina me contestaron.
Escuchar a alguien del otro lado fue positivo.
- ¿Qué pasó? - les pregunté angustiado.
- ¡Viejito, se dañó el coche! - me respondieron.
La explicación de lo que estaba pasando nos llegó rápido. El mecanismo basculante de la vagoneta que transportaba el carbón falló cuando se acercaba a la bocamina.
El coche no pudo seguir subiendo y se devolvió a gran velocidad, deslizándose por el inclinado y chocando con una puerta a los 37 metros.
Cuando la vagoneta se estrelló, se generó un derrumbe de tierra y carbón que solo se frenó a los 82 metros. En esa altura, el coche se encontró con unas maderas y tornillos que no permitieron su paso.
Aunque parecía extraño, la falla mecánica causó el derrumbe, pero la misma vagoneta no permitió que la tierra llegara hasta donde hacíamos las labores y nos enterrara de manera súbita.

Las primeras horas

-Busquen el citófono – nos dijeron.
Por la manguera de cinco pulgadas, por la cual a duras penas cabían elementos del grosor de un grano de frijol, nos enviaron un cable para conectar el citófono de la mina. Ese primer puente para establecer por completo la comunicación tardó 40 minutos en bajar hasta donde estábamos.
Desde arriba nos señalaban que solo tardarían doce horas en rescatarnos. Era un mensaje para darnos moral, sabíamos que había 45 metros tapados por tierra.
Nos ubicamos en un espacio de 300 metros en los cuales nos podíamos mover con libertad. La impaciencia de las primeras horas ocasiona que uno se mueva de un lugar a otro, pero no dependíamos de nosotros. Así que debimos resignarnos, sentarnos y darnos ánimo entre los tres.
Esa primera noche nadie durmió. Uno de los compañeros en la superficie nos preguntó si queríamos que avisáramos a nuestros familiares. En mi caso, les pedí que se comunicaran con mis hermanos Luis y Hermes, también rogué que no le contaran nada a mi madre.
Estuvimos expectantes hasta las 9 de la mañana del jueves, hora cuando sonó el citófono. Del otro lado estaba la ingeniera Carolina Galindo, una de las personas a cargo del rescate, quien se convirtió en la guía que nos indicaba qué estaba ocurriendo.
Mis hermanos también estaban en la superficie de la mina. Escuchar sus voces me daba esperanzas de que sí estaban haciendo las tareas de rescate.

Los peligros en la mina

El único peligro de la mina no era que la vagoneta cediera. Intentamos asegurarla con madera y otros elementos para reforzar la talanquera que detenía el derrumbe.
A la mina llegaron 62 socorristas, 42 mineros de la región y cinco ingenieros de la Agencia Nacional de Minería para ayudar en nuestro rescate. Era un número considerable por el riesgo que sorteábamos abajo.
El derrumbe también rompió la manguera de desagüe que sacaba de la mina el líquido que se emanaba desde la profundidad. El espacio amplio donde nos encontrábamos empezó a inundarse. Nuestras botas punta de acero se empezaron a mojar. Temimos morir ahogados a eso del jueves al mediodía.
Huimos de esa zona de inundación y nos ubicamos sobre el inclinado, a unos cien metros de profundidad, justo en la mitad entre la vagoneta y el espacio que se inundaba.
Le contamos a la ingeniera Carolina lo que ocurría, pero se descartó que esa inundación fuera un peligro inminente para nosotros, teniendo en cuenta que el espacio para llenar era inmenso y tardaría incluso meses en alcanzar el nuevo lugar donde nos establecimos.
Nuestro hogar en la mina era un espacio pequeño, como un camping, sobre el túnel inclinado en el cual cruzamos tablas para no resbalarnos y poder acurrucarnos.
Ahora, la mayor preocupación para los rescatistas y nosotros eran los riesgos intrínsecos de una mina de carbón: una explosión o una muerte dulce por intoxicación con dióxido de carbono.
En la mina, algunos pensaban que las tres personas atrapadas no tenían posibilidad de vivir. Familiares y un sacerdote rezaron para pedir el milagro.

En la mina, algunos pensaban que las tres personas atrapadas no tenían posibilidad de vivir. Familiares y un sacerdote rezaron para pedir el milagro.

Foto:Giovanny Adolfo Nova Castaño / @gioonova

Por eso, cada hora, la ingeniera Carolina o uno de sus compañeros se comunicaba con nosotros para preguntar cómo nos sentíamos. Si una explosión ocurría se debía al metano por los gases que allí se acumulan o a que el polvo de carbón es explosivo.
La manguera era nuestro salvavidas, por allí llegó la comunicación y nos servía para el aire, pero lo que respirábamos estaba contaminado por las partículas de la mina, por eso, cada dos horas, enviaban oxígeno por el pequeño ducto.

Contando las horas

El viernes, ya con 36 horas de haber quedado atrapados, el frío nos estremecía. Desde el día anterior nos enviaban tinto y suero para beber.
Las comidas nos parecían un manjar: maní y bolitas de Trocipollos, eso era lo único que entraba por ese orificio y ante la escasez se bendecían.
Estábamos viviendo una película. Justamente, en ese mes de agosto se cumplían 10 años de la emergencia con los 33 mineros de Chile. Era un buen antecedente saber que sí podíamos ser rescatados, como les pasó a ellos, quienes finalmente duraron atrapados 64 días y salieron con vida.
Para cubrirnos del frío, tomamos plásticos como si fueran cobijas y nos cubrimos con ellos. Siempre los tres estábamos juntos, intentándonos dar calor. Nuestra plegaria cada minuto era hacia la Virgen de Chiquinquirá, a quien le implorábamos el milagro de una nueva oportunidad para vivir.
Ese día el almuerzo cambió un poco, nos enviaron 37 salchichas. Casi me las trago enteras cuando al citófono llamó uno de mis hermanos señalando que mi mamá, una campesina de 70 años, se había enterado de que estaba atrapado en la mina. No quería preocuparla.
A través de un citófono, los mineros y sus familias se comunicaban para saber cómo estaban las cosas bajo tierra.

A través de un citófono, los mineros y sus familias se comunicaban para saber cómo estaban las cosas bajo tierra.

Foto:Giovanny Adolfo Nova Castaño / @gioonova

Las conversaciones con mis hermanos y mis hijos las sentía nostálgicas, muchas veces podrían ser una despedida, aunque intentaba ser positivo.
En el mensaje, mi hermano Luis me mencionó que mi madre estaba preocupada tras no recibir la llamada de mi parte y por la intempestiva salida de ellos de la finca. Mis hermanos no le dijeron nada, pero a una sobrina se le escapó decirle: “ojalá que el tío Javier Antonio se salve” y terminó enterándose. Luego escuchó mi nombre en los noticieros.
Le mandé un audio contándole que llevábamos dos días atrapados bajo tierra, que tenía la esperanza de salir bien, vivo, que faltaba poco para salir. 
-Van a salir bien. Estoy viendo el rescate en el noticiero- me respondió en un audio mi mamá.
Ese mensaje de su propia voz significaba todo. Era la gran moral para mantenerme animado.
Arriba, en la bocamina, pasaban momentos tensos. Era una labor titánica en la que participaban más de cien personas organizadas por cuadrillas.
Más de 100 personas participaban en las labores de rescate en la mina.

Más de 100 personas participaban en las labores de rescate en la mina.

Foto:Giovanny Adolfo Nova Castaño / @gioonova

Un grupo de cuatro personas se internaba por el pequeño túnel de manera simultánea para recoger la tierra. No podían tardar más de 15 minutos, pues el dióxido de carbono de la mina era peligroso también para ellos.

La esperanza

Cumplimos las 60 horas en la mina, era ya el sábado en la mañana. El frío, la oscuridad y la espera nos llenó de desaliento. Reconozco que mostré dos caras, por dentro estaba deprimido, pero debía seguir siendo positivo con Eduardo y Manuel.
El desayuno, enviado por la ingeniera Carolina, eran trozos de chocolatinas.
Había muchos momentos de silencio, de cansancio y muchos pensamientos encontrados. A la 1 de la tarde, unos golpes nos despertaron del letargo en el cual nos estábamos sumiendo.
-Huevón, hay rescate- les dije a Eduardo y Juvenal.
Entramos en la etapa de la impaciencia. Escuchar cómo estaban sacando la tierra y el carbón significaba que ya estaban cerca. Solo imaginábamos cuando nos tendieran la mano para salir del socavón.
Ese sábado estábamos impacientes, pero sabíamos que ellos, los rescatistas, debían estar concentrados, así que callamos para no interrumpir.
-La felicidad más grande para mí era pensar que ya estaban sacando las últimas cargas del coche. En ese momento, volveremos a nacer- les comenté
-Tranquilo, Javier, las cosas serán así- replicó Eduardo.
-La Virgen de Chiquinquirá nos va a favorecer- dije.
Desde ese momento, las expectativas de salir vivos creció. La alegría nos hizo hacer chistes, contar cuentos, darnos consejos para la nueva vida que estábamos a punto de recibir y bromear que afuera nos estaban esperando para una fiesta.
Aunque no dejábamos de escuchar los trabajos, pasaron las horas y nada que nos rescataban. En la noche de ese sábado me dolían los pies, el primer gran impacto físico que sentía tras quedar atrapado en la mina.
En la oscuridad, tomábamos microsueños por el cansancio que sufríamos luego de cumplir 72 horas de emergencia.

El momento del rescate

El domingo, la comunicación se dañó, el cable que iba por la manguera se rompió y quedamos al menos una hora sin noticias.
Arriba, Carolina calmaba a una de mis hijas que lloraba desconsolada.
Sabíamos que faltaban, ahora sí, doce metros de tierra para ser removidas por el túnel. Ya habíamos aguantado mucho tiempo y lo que quedaba era poco.
Desde la noche anterior sentí dolor en las piernas, un motivo de preocupación arriba, teniendo en cuenta que el primer síntoma de la muerte dulce por los gases es el dolor de pies y de cabeza. Pero se me quitó un poco al quitarme las botas.
El eco de las palas era cada vez más fuerte. Comíamos más trozos de chocolate. Estábamos con los ojos abiertos a la espera de ver a algún rescatista. Y sí, a las 3 de la tarde de ese domingo, luego de 92 horas en la mina, saltamos de felicidad.
Ante el inminente rescate, personal de la salud llegó a recibir a los mineros. El presidente Duque también recibió a las personas que "volvían a nacer".

Ante el inminente rescate, personal de la salud llegó a recibir a los mineros. El presidente Duque también recibió a las personas que "volvían a nacer".

Foto:Giovanny Adolfo Nova Castaño / @gioonova

-Miren, miren, es la luz de una lámpara- nos dijo Eduardo.
- ¿De verdad? - le pregunté.
Alzamos nuestros rostros y prendimos las luces de los cascos. Ahí los vimos, les gritamos que estaban cerca, me paré y bailé, pero me dijeron que debíamos quedarnos quietos un par de horas más.
Solo faltaba quitar unas maderas atravesadas, pero tenían que ser cautelosos para que la vagoneta no cediera. Si eso pasaba de nada serviría nuestro aguante y el trabajo de los rescatistas.
A las 7 de la noche, la labor estaba lista. Subimos por un pequeño orificio y nos tendieron la mano. Ya estábamos a salvo. Nos enviaron una soga y un arnés. Yo pedí ser el primero en salir de la mina, era el mayor del grupo.
Nos pusieron unas gafas oscuras, nos vendaron los ojos y luego me dieron la orden de subir.
No veía a nadie, pero me dijeron que estaba el presidente Iván Duque, quien me saludó. También escuché gritos, rechiflas y aplausos. Me abracé con mis hermanos e hijos. Ellos me siguieron hasta Ubaté, Cundinamarca, donde estuve internado en un hospital por unos días, siempre usando lentes oscuros, pues la luz molestaba.
Fue un milagro salir vivos. A las minas hay que tenerles respeto, más no miedo. La fortaleza es de corazón, no hay que desesperarse, pues eso es lo que lo hace matar a uno cuando se está en dificultades.
El positivismo fue una de las claves para recibir mi nueva vida.
Me daba miedo estar allí, era claro, pero no debía demostrarlo, tenía un corazón fuerte. Si contagiaba de terror a mis compañeros, el nerviosismo de que nos íbamos a morir se podría cumplir, por más que sabíamos que había una posibilidad muy grande.
En ocasiones hay milagros y esta vez se nos concedió a nosotros.
CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
Redactor de NACIÓN
EL TIEMPO

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