Siente que es muy temprano. Con los ojos entrecerrados y con el dibujo de un leve bostezo en su boca, calcula que pueden ser cerca de las 5 a. m. de un día que no sabe cuál de todos los de la semana es. Los anteriores fueron tan iguales que solo tiene certeza de su ubicación espacial, la temporal tiene varios vacíos.
El impresionante ruido del piquero de Nazca, ave insignia del Santuario de Fauna y Flora de Malpelo, termina por despertar a Jáiver Rojas Cundumí. ¡Qué falta le hacen en ese momento las caricias y los besos que su esposa, Marling Zulay Valencia, y sus hijos, Alan Fabricio y Zharick Carolina, le estarían entregando si estuviera en tierra!
En el puerto de Buenaventura, su familia todavía debe estar descansando y él, en el punto más al occidente de Colombia, a casi 500 kilómetros de distancia y a 36 horas de viaje (o entre 40 y 48 dependiendo del clima), ya va a empezar las actividades de lo que podría ser un lunes o un sábado, o un domingo.
¡Qué más da qué día sea! Pase lo que pase, este funcionario de Parques Nacionales Naturales (PNN), nacido en El Charco (Nariño), el 24 de enero de 1980, se prepara, otra vez, para ser el guardián, el Capitán Planeta criollo, de uno de los tesoros medioambientales más importantes que tiene el país y donde el pasado 31 de agosto murió una buzo, tres más naufragaron tras perderse después de una inmersión y otro continúa desaparecido.
Más vale que se apresure. El sol empieza a salir con toda la fuerza de sus rayos y la casa de PVC en la que habita se convertirá en una caldera, en un horno.
La vivienda, llamada Puesto Destacado, cuenta con tres habitaciones. En los cuartos hay camarotes de 1,40 x 1,90 m, clósets para guardar pertenencias y un baño, en el que no puede faltarle Yodora, jabón Neko, crema dental, enjuague bucal, colonia y loción.
El lugar también cuenta con tanque séptico, cocina (con estufa a gas de tres boquillas, nevera y congelador); y sala (con sillas plásticas y mesas plegables), así como televisor, computadores y teléfono satelital. Sí, en ese lugar tan alejado y nativo hay pequeños rastros de tecnología…
Comienza el díaAl salir de la casa, la vista le quita el alimento. En el horizonte de un área protegida actual de 8.574 kilómetros cuadrados, el mar y el cielo parecen uno solo y llenan de emotividad la mañana. Sus pies, enfundados en unas botas que utiliza con el uniforme oficial de PNN, tocan un lote rocoso de origen volcánico, de 500 metros de ancho, 360 de alto y 1,5 kilómetros de largo. Un grano en medio del océano Pacífico. Un islote que pareciera ser muy gris, triste y parco para toda la riqueza natural que posee.
“Increíble que tenga especies que logran vivir, convivir y acoplarse a un ecosistema tan duro”, contó Jáiver, quien lleva más de tres años trabajando en el sector y quien turna su estadía en el Santuario, durante 30 días cada mes y medio, con otros dos operarios calificados de PNN: Hárrison Lozano y Willy Montoya.
(Le puede interesar: Santuario de Malpelo, víctima de la pesca ilegal)
La belleza, en su concepto más figurativo posible, parece estar presente en un terreno que tiene rocas y agua salada en todas sus direcciones. La vegetación que hay es prehistórica: líquenes y helechos casi que pasan desapercibidos, y lo único verde que se percibe es el abundante guano, como se le llama a la acumulación de excremento del piquero y de las más de 68 aves que residen o migran al lugar.
Caminando por el terreno peñascoso, Rojas Cundumí concentra sus sentidos en la vigilancia y control de la pesca ilegal y en los cuatro animales endémicos que tiene el lugar. “Hay dos lagartos, el 'Gecko' y el 'Diploglossus millepunctatus'; una lagartija diurna, la 'Anolis agassizi' y un cangrejo, el 'Malpilensis' ”, señaló.

Jáiver haciendo buceo en el área de Malpelo.
Después debe recoger agua que brota de la piedra en alguno de los 12 puntos que ya tiene identificados. Este quehacer es vital, sobre todo en verano, cuando las lluvias se ausentan hasta por dos meses y medio.
De regreso en la casa, se ducha. Siente en sus labios el sabor avinagrado que tiene el agua de la roca, con la cual se baña gracias al almacenamiento que hace en tanques de 500 litros. Se arregla y la pinta cambia: se pone una pantaloneta, una camiseta y unas sandalias, algo más fresco.
(Además: Gobierno ordenó aumentar el área protegida de Malpelo)
A veces debe volver a recorrer todo el islote, tarea que realiza con cinco militares de la Armada Nacional con quienes comparte en cada estancia (un oficial, un suboficial y tres marinos regulares); sin embargo, en esta oportunidad se dedicará a revisar su correo electrónico y a ayudar con las tareas del hogar: hará aseo, se cerciorará de que los elementos electrónicos se carguen con los paneles solares y cocinará.
En la estufa despliega sus habilidades culinarias: prepara, para el desayuno, huevos, arepa y café. En el almuerzo y la cena, el pollo o la carne dicen presente, complementándose con granos. Los enlatados se llevan poco y Jáiver, puntualmente, no los tolera.
Debe ser cuidadoso con los víveres. Si la comida escasea, él y los militares tendrán que vivir bajo un duro régimen.
De ser necesario, se pasará de tres a dos comidas al día. O podrían apelar a sopas de pasta precocidas. Otra posibilidad son las raciones de campaña de los miembros de la Armada, que, sin ser sabrosas, ayudarían a mitigar el hambre. La última opción, contemplada solo como urgencia, es pescar en el área: una cherna o un pargo les salvarían la vida.
“En Malpelo, pescar está totalmente prohibido, pero nos hemos visto en la necesidad. Una vez, en la que duramos 13 días a punta de sopa, nos tocó sacar tres peces. Les conté a mis jefes y entendieron. El santuario está para protegerse, pero se puede utilizar en necesidades mayores”, aseveró.
De igual forma, con el agua que bebe necesita ser escrupuloso, ya que, por no estar esterilizada o por el contacto con los animales, le puede causar dolores de estómago. Para evitar males, por recomendación médica, se purga cada seis meses. Y si aún con esas prevenciones llega a tener inconvenientes en el tema de salud, uno de los infantes regulares siempre es socorrista y “con él mandan un botiquín, es a quien se acude en caso de cualquier problema”, contó.
Una de las oportunidades para conectarse con el ‘exterior’ llega: es por medio del televisor y de un sistema de televisión por cable, en el que busca canales de política y de deportes.
Eso sí, debe tener otras alternativas para no dejarse llevar por la isla. En este punto, el desespero por hacer lo mismo una y otra vez puede ser más fuerte y cualquier situación extra hace la diferencia. Entonces, aunque tampoco está permitido, meterse al mar es la clave.
“Esta es otra de esas cosas de vida o muerte. Necesitamos recrearnos para salir del letargo, así que bajamos al tangón, tiramos una boya o una línea de vida y nos metemos a nadar”, relató, al tiempo que añadió que también suelen acampar.

guardian de la isla de malpelo
Las soluciones a la dura vida en el santuario también llegan desde la parte natural. Cuando hace su aparición, la lluvia tiene un papel importante en Malpelo. Puede ser constante hasta por una semana, pero vale la pena.
Se dejan a un lado los recorridos, pues sería peligroso, “pero es una bendición. Lavamos la casa y la ropa, utilizando jabones ecológicos. Recogemos agua dulce en baldes, limpiamos los tanques, los llenamos. Es un espectáculo. Uno estando en tierra no valora esas cosas”, dijo.
Con la lluvia, que también los deja sin señal tecnológica, Jáiver y sus compañeros de periplo comparten más entre ellos. El parqués, los naipes, el dominó y el ajedrez son algunas opciones para divertirse. Y, a veces, apuestan lo más vital que tienen en ese momento: agua dulce.
Y ni hablar del buceo. Si bien solamente lo puede hacer cuando hay en el área operadores turísticos o expediciones científicas, esa es la tarea que más disfruta este guardián. Además, con la presencia de personas que vienen de afuera, él tiene una noción más clara del tiempo.
La fauna acuática lo deja sin aliento. Ver tiburones como el ballena, el silky, el galápago, el punta blanca, el monstruo de Malpelo y el martillo, el mayor atractivo de la zona, es su principal deleite laboral.
“Yo no me veo sentado en una oficina. Le pido a Dios, con el mayor de los respetos, que no me ponga en esa situación. Para mí, el mar es lo máximo y siempre quiero trabajar cerca de él”, asegura.
La nocheLa noche ha arribado. El cielo se ha pintado de un tono oscuro y las estrellas empiezan a brillar. Si en el día parece uno con el mar, en estos momentos no hay diferencia alguna entre ambos.
El reloj biológico de Jáiver le indica que pronto serán las 10 p. m., hora de dormir. Aprovecha los últimos instantes del día para leer, observar otra vez su correo y salir, sentarse y recibir brisa. Mira lo estrellado del firmamento, la perfecta iluminación de la luna. Se siente maravillado, agradece por su profesión.
Con la satisfacción de hacer lo que le gusta, se acuesta, piensa en su familia, escucha algunos ruidos, se pregunta si serán producto del viento o habrá algo afuera, duda de si estará enloqueciendo o está escuchando cosas reales... El sueño termina por ganarle.
CAMILO HERNÁNDEZ
Redactor de Nación
Comentar