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En plena guerra Siria, Almotaz se enamoró por Skype y llegó a ColombiaAlmotaz Khedrou, de 23 años, tenía que tomar una decisión valiente: acatar la orden del gobierno del presidente sirio Bashar al-Ásad para unirse a las Fuerzas Armadas de ese país o huir y así librarse de la guerra civil siria. Su decisión fue abandonar Damasco, pues se enamoró de una colombiana a través de Skype. Luego de meses de lucha, el joven llegó a Colombia y ahora es dueño del restaurante Al-banum.
Almotaz

Archivo particular

Sirio se enamoró por Skype de colombiana y huyó de guerra para verla

Almotaz conoció a Jessica cuando estalló la guerra en su país y se casó con ella por internet.


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Cristian Ávila Jiménez

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27 de agosto 2021, 02:29 P. M.
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Cristian Ávila Jiménez 27 de agosto 2021, 02:29 P. M.
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*Esta historia fue publicada originalmente en el 2019.

El muro de concreto que protegía a la familia Khedrou de los balazos de ametralladora disparados por las Fuerzas Armadas de Siria y el Ejército Libre Sirio ya estaba hecho un colador. En su hogar, a las afueras de la ciudad de Damasco, todos debían estar acostados sobre el polvo que quedaba del resquebrajamiento de la pared, para evitar que alguna bala acabara con sus vidas.

(Le recomendamos leer: La pesadilla de la familia iraquí que llegó engañada a Colombia)

Almotaz, de 23 años, tenía que tomar una decisión valiente: acatar la orden del gobierno del presidente sirio Bashar al-Ásad para unirse a las Fuerzas Armadas de ese país o huir, solo así se libraría de la guerra civil siria.

Hacer caso a la ordenanza del gobierno significaba combatir al Ejército Libre, quienes para ese 2011, apoyados por miles de ciudadanos, empezaron la rebelión contra al-Ásad, pues esa familia completaba 40 años en el poder, con serios reparos a su forma de manejar al país.

Entrar a las Fuerzas Armadas también implicaba tener que matar, lo que iba en contra de sus creencias. No quería atentar contra la gente de su pueblo, debido a que conocía a algunos de los que decidieron alzarse en oposición.

VideoLe puede interesar: La vida de la musulmana que iba a Miami y la dejaron en Buenaventura

Su decisión no era para nada fácil. Encerrado en una habitación permaneció cerca de 15 días. En ese tiempo escuchaba los estruendos de las balas que seguían golpeando sus paredes.

Almotaz, por un pequeño orificio, veía como las Fuerzas Armadas tenían francotiradores que destrozaban al Ejército Libre.

También observaba los cuerpos que eran arrojados a canecas y cuando los perros, al no tener más qué comer, asaltaban las basuras para despedazar algún cadáver.

Las escenas, comunes desde marzo del 2011 en Siria, no le dejaban mucho que pensar a Almotaz, más aun cuando lograba comunicarse –pese al encierro- con la colombiana Jessica Díaz, quien residía en el barrio Santa Isabel, en Bogotá.

Los sonidos de las ráfagas de fusil llegaban a los oídos de la mujer, quien luego de tres años de conversaciones por Skype, WhatsApp y Facebook se enamoró del joven sirio, al punto de tener todo listo para viajar al país árabe y contraer matrimonio, pero la guerra civil frenó ese importante paso.

Siria

Desde el comienzo del conflicto en 2011, cerca de 250.000 personas han muerto y alrededor de un millón han sido heridas.

Foto:

EFE

“El Gobierno fue fuerte con la gente, las Fuerzas Armadas de Siria entraron a las ciudades, capturaron muchísimos jóvenes y poco a poco a los mayores de 18 años los empezaron a obligar a armarse para enfrentarlos contra el pueblo”, contó Almotaz.

Todo Damasco era un territorio de zozobra, en cualquier momento podría estallar un enfrentamiento. Almotaz, esporádicamente, lograba ir a la Universidad Nacional de Siria para continuar sus estudios financieros. También acompañaba a su padre a laborar en un supermercado, con el cual la familia se mantenía a flote pese a la violencia.

Hacía todos los esfuerzos para seguir adelante, pero no estaba completo. Su anhelo, además de velar por su familia, era estar al lado de Jessica.

La relación entre los dos surgió gracias a un viejo amigo de su familia, Dimitrio. Este hombre, de origen griego y dedicado al comercio, recomendó al padre de Almotaz, Mostafa Khedrou, hacer negocios en Colombia, país donde vivió por muchos años, fascinado con productos como el café y el arequipe, los cuales pensaba que podrían tener éxito en Siria.

Dimitrio contactó a los Khedrou con los Díaz, con el objetivo de que en algún momento cerraran alguna exportación que los beneficiara. Jessica era la única persona de esa familia que sabía inglés, por lo que Almotaz y su hermano menor, Abdullah, conversaban constantemente de forma amistosa.

Yo le confesé a mi padre que me gustaba mucho Jessica. Le conté que iba a hablar con ella, que quería hacer un compromiso

  • FACEBOOK
  • TWITTER

Almotaz y Jessica dialogaban de las culturas de ambos países, en tiempos en los que Siria no avizoraba todavía algún conflicto interno. Fue tanta la constancia en las charlas que casi a diario se daban que terminaron por tener una relación mucho más cercana tras un par de años de conocerse por medio de Facebook y Skype.

“Yo le confesé a mi padre que me gustaba mucho Jessica. Le conté que iba a hablar con ella, que quería hacer un compromiso. Quizá quiera venir a Siria, estudiar, luego casarnos”, contó Almotaz sobre su relación.

La joven colombiana aceptó la propuesta de Almotaz, quien fue apoyado por sus padres en la idea, por lo que la invitaron, primero, a viajar en 2011 a conocer Siria, vivir por unos días, definir si la cultura del país la seducía  y decidir si, finalmente, quería instaurarse allí. Los planes fracasaron por los peligros que trajo consigo la guerra. Existía la posibilidad de que si entraba al país, algo terrible pudiera ocurrirle.

Así que la pareja siguió con su amor virtual, aguantando las detonaciones o los pasos furiosos de tanques de guerra cerca de la casa de Almotaz, la cual ahora era una especie de trinchera para refugiarse de los actos atroces que trajo consigo la confrontación. En Colombia, Jessica estaba desesperada por lo que podría llegar a pasarle a su novio.

Huir por amor

Las Fuerzas Armadas de Siria y el Ejército Libre Sirio continuaban librando batallas sangrientas por el país. Cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) detallan que, al día de hoy, cerca de 250.000 personas han muerto y alrededor de un millón han sido heridas desde el inicio del conflicto en 2011.

Almotaz sabía que el destino de Siria estaba sitiado por el conflicto y, de seguir así, sus sueños de casarse con la colombiana se iban a extinguir. En este país árabe, según la ONU, 8,2 millones de personas viven en áreas afectadas por hostilidades o peligros explosivos, por lo que seguir allí quizá no traería nada bueno.

El joven sirio ya estaba advertido de que su reclutamiento a las Fuerzas Armadas de Siria era inminente, pero se resistía a tener que empuñar un arma y unirse a la cacería contra el Ejército Libre de Siria y también de civiles.

Para ese momento -2013, uno de los años más intensos del conflicto-, Almotaz les manifestó a sus padres la decisión de abandonar Siria para reunirse con Jessica y continuar con sus planes de matrimonio. El padre del joven, quien con el supermercado no vivía sus mejores días, pidió ayuda a uno de sus conocidos para que le consiguiera un pasaporte con el cual su hijo pudiera huir de la guerra.

Almotaz

Almotaz cruzó seis países para poder llegar a Colombia.

Foto:

Archivo particular

Además de querer que estuviese con Jessica, él sabía que su hijo no estaría dispuesto a matar a nadie y conocía que si se resistía al mandato de sus superiores terminaría muerto o, por represalias, con algún familiar tirado en una calle de Damasco, como muchos otros civiles que han fallecido por las explosiones.

La familia pagó una fuerte suma de dinero al contacto para conseguir a como diera lugar el pasaporte y se le indicó a Almotaz que en la noche debía estar preparado en un punto determinado, pues sería desde allí el encuentro para huir por la frontera con Líbano. También, debía llevar dólares para realizar pagos a soldados cuando lo hallaran en distintos puntos y le permitieran continuar su camino.

Almotaz logró cruzar la frontera. Atrás dejó a su familia sitiada por las confrontaciones bélicas y con la incertidumbre de si algún día los volverá a ver. Al salir del país sin cumplir el mandato militar no podría retornar, al menos, hasta que la guerra terminara, un hecho que al día de hoy no ocurre. La zozobra de que algo les llegara a pasar a sus seres queridos era otra de sus aflicciones.

Fuera de su país, el joven corrió hacia el Consulado de Colombia en Beirut, capital del Líbano, con la intención de que le concedieran los permisos para ingresar al país y así encontrarse, finalmente, con su prometida.

También: La historia de la niña que murió al salvar a su hermana en Siria

No obstante, la respuesta no fue la que esperaba Almotaz, quien cuenta que le cerraron la puerta en su cara y negaron estos documentos que permitirían su viaje al país.

La siguiente parada del joven fue viajar hacia Turquía, país que recibe a la mayoría de refugiados sirios por la guerra –según la ONU-, esta nación, con Irak, Jordania y Líbano, ha recibido a unos 5 millones de personas que huyen de este conflicto interno.

Turquía, además, ofrecía una buena oportunidad para que Almotaz y Jessica lograran encontrarse, pues en este país –para esos años- los colombianos contaban con la posibilidad de ingresar en calidad de turistas sin necesidad de visa por 90 días, situación que sería un bálsamo para la pareja, la cual solo se había visto por cámara web.

Almotaz intentó ubicarse en algo afín a su carrera financiera, pero no tuvo otra opción que lavar platos en restaurantes y laborar en una fábrica de metal. “Los turcos nos usan a nosotros. El sirio, por necesidad, acepta cualquier salario y como no tenemos papeles para trabajar, no hay de otra. Eso no es vida”, manifestó.

Es ahí cuando decide volver a echar para atrás el encuentro con su prometida. Era consiente que llegaría a pasar necesidades y tras intentar el permiso de ingreso en el Consulado de Colombia en Ankara, este también fue negado.

Cada día que pasaba era más difícil para la pareja seguir adelante con sus planes, pese a estar abatidos emocionalmente continuaban con el anhelo de encontrarse en algún momento.

Al punto que definieron una fecha, el 14 de marzo del 2014, para casarse. Almotaz, desde Turquía, envío un poder a Bogotá para que se lograra consumar la unión. Jessica se dirigió a una notaría vestida de novia, estuvo acompañada por su familia y, lo más importante, llevaba consigo un computador.

Sirios en Colombia

Jessica vestida de novia para casarse vías Skype con Almotaz.

Foto:

Archivo familiar

Desde esa pantalla, a través de Skype, veía también a su prometido vestido de novio para formalizar el matrimonio.

En Turquía, Almotaz seguía buscando la manera de llegar a Colombia. Su esposa Jessica buscó ayuda en la Mezquita Central de Bogotá, enviando una misiva en la cual solicitaba ayuda de un abogado narrando las angustias que pasaba la pareja y cómo se había negado el ingresó del joven al país.

El único refugio del sirio era su amigo Mahmoud Ashofka, un comerciante de su país quien se convirtió en su confidente durante cerca de siete meses en Turquía.

Casualmente, el abogado, quien recibió de la Mezquita Central de Bogotá la carta de Jessica, le comentó a la mujer que viajaría hasta Turquía y citó a Almotaz para dialogar en cercanías a la Mezquita de Fatih, en Estambul.

Muchas de las conversaciones entre Almotaz y Jessica eran gracias a Mahmoud, quien prestaba su celular para que su amigo no se diera por vencido. Consideraba que Dios estaba en esta historia.

El abogado, en un restaurante, intentaba comunicarse con Almotaz en español, pero el joven no sabía mayor cosa del idioma, por lo que un árabe quien por muchos años vivió en Argentina les sirvió de traductor, para facilitar la comunicación.

La solución que le plantearon era un viaje hasta Ecuador, donde la esposa lo debía esperar en el puente de Rumichaca, el cruce limítrofe con Colombia. Ahora el dilema era conseguir los cerca de 3.000 dólares (9 millones de pesos) para los transportes.

Nuevamente, Almotaz se cobijó en un pequeño cuarto de una vivienda habitada por sirios que huyeron de la guerra. No quería hablar con nadie, pues sabía que era imposible que con la poca plata que ganaba lavando platos consiguiera semejante suma de dinero.

Esto te lo manda Dios. Yo quiero contigo una cosa, si vas a Colombia, en estos países de Europa y en los latinos, siempre tienen la imagen de nosotros como personas feas, como musulmanes machistas

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“No tenía un dólar, todo lo que ganaba se me iba en mi mantenimiento. En Turquía duré cerca de 7 meses. Fueron los tiempos más oscuros”, lamentó Almotaz.

Mahmoud, tras unas semanas de viaje, apareció de nuevo en casa de Almotaz y lo invitó a comer. En la conversación que tenían mientras llegaban al destino, el amigo insistía que no importaba que si en Colombia nadie quería que ingresara, pues Dios es quien va a permitir que lo hiciera.

“Me llevó a un lugar lleno de oficinas, me sentó y me dijo: voy a regalarte los tiquetes. Me regaló casi 3.000 dólares”, contó Almotaz. A los tres días debía viajar a Abu Dabi, en Emiratos Árabes Unidos. Estaba, ahora sí, cerca de encontrarse con el Jessica.

Arroz con leche

Cuando Mahmoud compró los pasajes y le dio dinero para que continuara con su viaje, cerró la conversación con palabras que siempre recuerda Almotaz: “Esto te lo manda Dios. Yo quiero contigo una cosa, si vas a Colombia, en estos países de Europa y en los latinos, siempre tienen la imagen de nosotros como personas feas, como musulmanes machistas. Da un ejemplo muy bonito a tu familia y a los colombianos cerca de ti. No quiero más”.

Almotaz lo abrazó y Mahmoud replicó: “Dios existe en todo lado”.

Tras la despedida de quien apareció como su protector, empezó su ruta hacia Abu Dabi y continúo con un vuelo a Sao Paulo, Brasil, donde sí necesitaba visado para estar allí.

Un Policía le exigió los documentos, pero Almotaz lo persuadió con la larga historia que vivía, así que el uniformado le dijo que se mantuviera en el aeropuerto por un día hasta que le permitieron el tránsito hasta Ecuador, también por vía aérea. De Quito viajó a Tulcán en bus.

En Ecuador se hospedó por una semana en una casa de una comunidad musulmana. El abogado, por su parte, llegó hasta Ipiales y pasó la frontera. Al encontrarse, estaban listos para viajar a Colombia.

Almotaz cruzó la frontera en un taxi sin presentar documentos en Migración Colombia. Tomó rumbo a un hotel, desde una ventana veía a Jessica.

Sirios en Colombia

La pareja tras verse por primera vez en el departamento de Nariño.

Foto:

Archivo familiar

Lo primero que hizo fue correr a abrazarla y solo en ese momento fue cuando olvidó por instantes toda la tristeza de los últimos años. “Sentí lo que es amar de verdad. Lo que es sentir paz. Tengo más fe desde ese momento en Dios. Fue una felicidad que nunca he sentido en mi vida. Es como si la luz hubiese salido tras siete meses de oscuridad”, recordó Almotaz.

Así que tras tres días en Ipiales viajó con su esposa en bus hasta Bogotá. Por el camino había varios retenes, en los cuales el sirio o se escondía en el baño o intentaba pasar desapercibido, pues si le pedían algún documento de identificación quedaría al descubierto al no tener visa para ingresar al país. En la capital se instaló en la casa de su suegra, Alejandra Jaime, en el barrio Santa Isabel.

Antes de ver a su esposa, Almotaz había plantado en su cabeza cientos de sueños, pero cuando llegó a Bogotá los aterrizó: “ahora qué voy a hacer”. Pidió ayuda en Pastoral Social para establecer su condición como refugiado, pero le señalaron que no había recursos para atenderlo, aunque él no estaba pidiendo nada.

Sin hacer nada y con la responsabilidad de su matrimonio se planteó con Jessica comenzar un negocio de venta de arroz con leche por el barrio Santa Isabel. En muchas ocasiones fue víctima del miedo que le producían los habitantes de calle que merodean la zona, pero debía vencerlos para llevar algo de dinero a la casa.

Por Skype, su mamá, Nada Algamale, desde Damasco, empezó a enseñarle el arte que lo ayudaría a salir adelante: la comida árabe. Durante seis meses, a diario, recibió lecciones para preparar kibbes, una popular receta sirio-libanesa de carne y trigo que forma una especie de fritura que se asemeja a una empanada.

Dejó a un lado su puesto de arroz con leche y se fue hasta la Mezquita Central de Bogotá, donde se paraba a diario para vender esta comida. A la par, Pastoral Social empezó a ayudarlo con 600.000 pesos, con los cuales tomó la decisión de sacar en arriendo un apartamento con su esposa en el barrio El Pinar, en Suba, al nororiente de la capital.

Pese a este alivio, Almotaz y Jessica pasaron por momentos delicados, pues debían sumar, al menos, 300.000 pesos más para completar el pago de la casa y otros recursos para el sostenimiento, por lo que en ocasiones se alimentaban solo con arroz.

Almotaz empezó a tocar puertas para recibir más ayudas, pues estaba desfalleciendo en su lucha en Colombia. Pastoral Social le indicó que le ayudaría con un carro ambulante de comidas rápidas, pero con esto suspendería los 600.000 pesos mensuales, situación que fue aceptada por el sirio.

En la esquina del conjunto residencial donde se mudó en Suba, Almotaz empezó a vender kibbes y a esto le sumó sus conocimientos en pan árabe, para hacer shawarma. Aunque la comida del medio oriente es poco habitual en las recetas de los colombianos, su pequeño puesto empezó a conquistar los paladares de los vecinos. Tanto así que se hacían filas para consumir sus productos.

A los seis meses de empezar a trabajar en el carro de comidas, Jessica embarazó, por lo que se debía redoblar esfuerzos para el cuidado del niño que venía en camino. Por sugerencia de una vecina, a la familia colombo-árabe le propusieron tomar un pequeño local en arriendo.

Por eso, apenas nació el niño, Almotaz se puso en la tarea y convenció al dueño del local para que se lo dejara tomar, sin tener fiador o alguien que lo respaldara, pues pocos eran sus conocidos en Colombia.

El espacio se asemeja al de un garaje, pintado de blanco, pero allí metió su carrito, puso dos mesas y su negocio empezó a crecer, por lo que llamó al restaurante Albanum, que significa hijos bendecidos. En esos momentos también le ofrecieron trabajo en dos restaurantes como chef invitado de cocina árabe.

Sirios en Colombia

Almotaz y Jessica son propietarios del restaurante de comida árabe Al-banum. Sacan adelanta su hijo Adam.

Foto:

Alejandro Ávila

Tras un par de años con Albanum y mejorar su condición en Colombia, Almotaz dice que Dios nunca lo abandonó y tuvo que sacar toda su fuerza para salir adelante. “Sin embargo, tengo tristeza, pues quisiera seguir creciendo, pero por mi cédula temporal no puedo acceder a un crédito para hacerlo”, señaló el joven sirio.

La imposibilidad de seguir progresando a veces lo hace decaer en su ánimo, pues quisiera ver a su esposa estudiando y a su hijo con comodidades.

Su cabeza también está en Siria, su hermano menor, Abdullah, de 23 años, también está siendo llamado para unirse a las Fuerzas Armadas, pero ya su padre, Mostafa, no tiene cómo sacarlo del país. Hace un par de años el supermercado quedó destruido por una bomba, así perdió su trabajo y la familia vive con pocos recursos.

“Mi anhelo es tener a mi hermano menor acá. Ahora él tiene el mismo riesgo de que lo lleven a las Fuerzas Armadas de Siria, pero no me lo dejan traer, no le dan sus papeles. Yo quiero que él este conmigo en mi negocio, no queremos dinero, quiero que esté acá, para apoyarme”, indicó.

Almotaz insiste que su familia está en una situación grave, pues no tiene como salir de Siria, y él se ve impedido para ayudarlos. “Yo confió en Dios. Si confiara en los Gobiernos lloraría todo el tiempo por mi familia” e implora permisos para traer a Abdullah.

CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
Redactor de Nación
EL TIEMPO


*Esta nota fue publicada en septiembre del 2019. Actualmente, el restaurante de esta pareja está ubicado en Cedritos, al norte de Bogotá, en la carrera 11 #138-18, local 1.

27 de agosto 2021, 02:29 P. M.
CR
Cristian Ávila Jiménez 27 de agosto 2021, 02:29 P. M.
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