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En Tadó, Chocó, el cacao mueve la economía y la tradición

Leónidas Conrado, agricultor de Tadó, muestra su cosecha. Bernardina Mosquera, de 92 años, es la abuela de Etty y socia del proyecto.

Leónidas Conrado, agricultor de Tadó, muestra su cosecha. Bernardina Mosquera, de 92 años, es la abuela de Etty y socia del proyecto.

Foto:Cortesía José Murillo

Arman las tradicionales bolitas orgánicas de cacao y las distribuyen en diversos puntos de venta.

En el patio de Nohelia Conrado Sánchez, campesina de la zona rural de Tadó, en Chocó, las cosechas de cacao y de achiote no se han vuelto a perder.
Hace poco, esta mujer y varios vecinos encontraron una oportunidad para vender la cosecha de sus pequeños cultivos y garantizar así una fuente de ingresos para sus familias.
Todo gracias al emprendimiento productivo que Etty Cecilia Parra, una habitante de ese municipio chocoano, montó para dinamizar la economía de su pueblo y rescatar de paso las tradiciones gastronómicas heredadas de sus antepasados.
Su idea surgió hace un año, cuando, en colaboración con amigos y familiares, decidió aprovechar los conocimientos tradicionales de su abuela de 92 años –hoy, socia del proyecto– para crear una unidad de negocio que procesara el chocolate pajarillo y el achiote, un arbusto cuya semilla se ha usado durante generaciones como colorante en las comidas.
“Nos dimos cuenta de que había muchas familias que tenían cultivos de pancoger en sus fincas, pero no tenían quien les comprara el producto”, cuenta la seño Etty, como le dicen cariñosamente sus conocidos.
Así que, en su finca, llamada La Playa, con algunos ahorros y aportes de socios –familiares y amigos que creyeron en su proyecto–, Etty montó una pequeña fábrica para procesar las cosechas de sus vecinos.
Hoy por hoy, aunque la mayor parte del proceso es manual y lo realizan unos seis empleados, la microempresa cuenta con secadores solares, extractores de semillas, molinos y hornos conseguidos gracias a donaciones de la WWF y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF, por su sigla en inglés).
Actualmente, su unidad productiva les compra el cacao a unos 30 productores de Tadó, a orillas del río San Juan, y a 40 pequeños cultivadores de achote en ese municipio y en El Atrato. Se trata en su mayoría de familias campesinas de escasos recursos, víctimas del conflicto armado y desplazadas que han retornado a sus tierras.
Un gran porcentaje de estas viven en parcelas circundantes a la finca de Etty Cecilia, y desde allí llevan sus cosechas en diversos medios de transporte para hacer la respectiva entrega.
En cambio, hay unos pocos que viven en zonas más apartadas, a una hora por tierra o por agua, y deben llevar su producto en canoas o carros. “Les compramos la cantidad que nos traigan. No les estamos exigiendo un tope mínimo, sino que los estamos alentando a que nos vendan lo que cosechan”, explica Etty.
Una vez adquirida la materia prima, Etty, su abuela y los trabajadores de La Playa se dedican a su procesamiento. En el caso del cacao, lo tuestan, lo muelen y le agregan clavos, canela, nuez moscada y miel de panela que le compran a Cocomacia, organización campesina de El Atrato que trabaja con la caña de azúcar.
De esta manera, arman las tradicionales bolitas orgánicas de cacao y luego las empacan y distribuyen en diversos puntos de ventas que tienen en lugares estratégicos, como el aeropuerto de Quibdó, la Casa de la Cultura y restaurantes reconocidos en la ciudad. Asimismo, realizan envíos a todo el país a través de 472, el operador postal oficial de Colombia, a clientes que les realizan pedidos vía internet.
El achiote, por su parte, también lo procesan, pero lo venden en mercados locales, mientras encuentran la manera de dar a conocer sus usos en otras regiones más allá del Chocó.
De hecho, están trabajando para consolidar una alianza comercial con una importante productora de alimentos del país. “Pese al tamaño del mercado, este es un proyecto en el que la gente ha encontrado una esperanza porque es un potencial generador de ingresos para las familias”, afirma Etty.
Entre tanto, Yesica Mosquera, una de las mujeres que trabaja en el procesamiento del cacao, asegura que este emprendimiento le está cambiando la cara a la región. “Está contribuyendo a generar empleo, a que nuestros campesinos vuelvan a sembrar sus tierras y a que no se acabe una tradición que es parte de nuestra cultura”, puntualiza.
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