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Para cura de Mocoa la tragedia se pudo prevenir 'hace mucho tiempo'

El padre Ómar Parra ayuda a preparar y repartir alimentos para 2.000 personas.

El padre Ómar Parra ayuda a preparar y repartir alimentos para 2.000 personas.

Foto:Santiago Saldarriaga / EL TIEMPO

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Ómar Parra, sacerdote del pueblo, puso a salvo a cientos de feligreses en Mocoa.

–¿Ese es Alfredo?
–Sí, padre. Alfredo no pudo salir de la casa y la corriente se lo llevó.
El padre Ómar Parra se quiebra. Las lágrimas que ha derramado durante los últimos días no son solo por la tragedia ocurrida en Mocoa, sino también por el sufrimiento de este municipio, por el que hace cinco años trabaja sin recibir nada a cambio.
“Una gran parte de los muertos son ancianos y niños, los más desprotegidos. Eso me duele mucho”, señala.
Uno de los héroes del desastre que dejó la avalancha registrada en la madrugada del 1.° de abril en la capital de Putumayo es el padre Ómar. Los damnificados lo rodean, lo respetan.
Él tiene la palabra final y coordina lo que se debe hacer en el Instituto Tecnológico de Putumayo (ITP), uno de los cinco albergues que hoy reciben a los damnificados por la avalancha que afectó 17 barrios de esta ciudad.
En este lugar se encuentran más de 2.000 personas. Muchas de ellas llegaron el día del desastre guiadas por el padre. “Se me ocurrió llevarlos a todos al ITP –señala Parra– porque la rectora vivía cerca y es uno de los puntos más altos, así que fui a decirle y de inmediato empezamos a llevar a la gente allí”.
El padre luce cansado. Se sienta. Pero, de nuevo, alguien se acerca: “Padre, ¿usted me puede ayudar con algo?”. Le cuesta levantar su figura pesada, pero se impulsa y se para con una sonrisa en el rostro.

El sueño de ayudar

Este sacerdote llegó hace más de 10 años al departamento; su intención era seguir los caminos de Dios, ofrecer una mano a los más necesitados y contribuir como un amigo más de los jóvenes.
“El Putumayo tiene una historia de ilegalidad de más de 50 años –cuenta Parra–. La gente ha vivido en el abandono y eso los lleva a que la informalidad sea la primera opción. He trabajado en la parte social y académica de muchos jóvenes, porque siempre he querido cambiar eso”.
Sus deseos de ayudar a la población llegaron hace cinco años a Mocoa. Su sueño siempre fue vivir al lado de una quebrada, y por eso compró su casa en El Carmen, junto a un pequeño nacimiento de agua cuyo sonido lo tranquilizaba en las noches.
Durante más de 20 años, los habitantes de la zona llegaron de diferentes partes del país por la violencia y el conflicto armado para levantar sus casas ahí. Fue esa problemática social que lo motivó a enfocarse en los jóvenes.

Cuando miré por la ventana, esa quebrada era una línea gigante, y de inmediato les dije a los muchachos que teníamos que correr porque esto se estaba inundando

En su casa les permite pasar la noche a seis –no los llama de otra forma más que “amigos”–, quienes por lo general no tienen familia o la han perdido por la drogadicción.
“El padre nos ha ayudado en todo, él siempre vela por nosotros y nos ayuda a estudiar”, resalta Wilfran Perafán, uno de los jóvenes que vive con el padre.
La noche de la tragedia, dice Parra, llovía tan fuerte que no se escuchaba nada, “cuando miré por la ventana, esa quebrada era una línea gigante, y de inmediato les dije a los muchachos que teníamos que correr porque esto se estaba inundando”.
El lodo y las piedras derrumbaron más de 50 casas de la zona, menos la del cura. “No sé si sean milagros o no, pero nos salvamos y por eso empecé a salvar a la gente”, recuerda.
El mayor dolor del padre es saber que esta es una tragedia cantada. Hace tres años, durante una temporada de lluvias en la zona, los vecinos pasaron la noche en la calle por la advertencia de que la quebrada La Taruca se podía desbordar. Al final, no pasó nada, pero Ómar fue hasta la Gobernación de Putumayo y la Alcaldía de Mocoa para buscar una solución. Nadie lo escuchó.
“No juzgo a la gente, pero ese día me parece que hasta se burlaron. La gente me decía que eso era imposible, pero hoy puedo decir que vi cómo un arroyo que tendría 10 metros de ancho terminó convertido en un hueco con más de 2.000 metros de diámetro. Entonces, lo que se pudo prevenir hace mucho tiempo dejamos que ocurriera y por eso es que hoy lamentamos tantas muertes”, señala.

Días de zozobra

El padre, oriundo de Cúcuta, asegura que no puede dormir. Luego de ayudar a los damnificados en el albergue, se va para su casa a las 3 de la mañana. Se recuesta, piensa en las personas que murieron, en los heridos, en los que tal vez pudo ayudar, pero las condiciones no se lo permitieron. Cierra los ojos, pero en su cabeza tiene presentes los gritos de auxilio.
“No puedo dormir, de inmediato me levanto y salgo en mi camioneta a transportar gente, colaboro en lo que puedo y vuelvo al albergue a las 5. Así me la paso todo el día”, cuenta.
En el albergue ofrece unas cuantas oraciones, se abraza y llora con los que se lamentan y trata de dar consuelo a los más pequeños. Las personas no dejan de llegar a preguntarle por los familiares que no aparecen, para orar por sus muertos y para que les ayude a encontrar un buen lugar para acomodarse.
“Hace cuatro días no hago otra cosa que preguntar por los asistentes a mi iglesia y la gente me responde: ‘murió, no aparece o está vivo’, en esas me la paso, y espero que termine pronto, porque ha sido una verdadera pesadilla”, comenta.
En el día, el padre ayuda a preparar más de 2.000 desayunos, almuerzos y comidas y procura que la gente tenga bien aseado el sitio para evitar infecciones.
Antes de irse de nuevo para su casa, el sacerdote vela porque sus feligreses estén dormidos. Camina hacia su casa y se detiene a mirar la quebrada por la que compró su casa. Una lágrima corre de nuevo por su mejilla.

La gente me decía que eso era imposible, pero hoy puedo decir que vi cómo un arroyo que tendría 10 metros de ancho terminó convertido en un hueco con más de 2.000 metros de diámetro

Van 301 muertos por la avalancha

Tras cinco días de la devastadora avalancha ocurrida en Mocoa, la cifra de personas fallecidas ascendió el miércoles a 301. Las autoridades habían entregado, además, 195 cuerpos a sus familiares.
De acuerdo con la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd), el número de personas heridas es de 332, de las cuales 19 se encuentran en el hospital José María Hernández, de Mocoa; 78 fueron remitidas a Popayán, Neiva y Bogotá y otras 36 han sido trasladadas a otros municipios de Putumayo. De ellas, 199 ya han sido dadas de alta.
La entidad informó que de las 4.000 ayudas humanitarias ya se han distribuido 1.938 en 13 de los barrios afectados: Paulo VI bajo, San Fernando, Pinayaco, El Progreso, Miraflores, Los Pinos, Plaza de Mercado, San Antonio, San Miguel, Laureles, Independencia, José Homero y Pueblo Viejo.
Para superar la emergencia por la destrucción del acueducto, la Empresa de Acueducto de Bogotá proporcionó una planta móvil que abastecerá a la región con 576.000 litros de agua, y 41 carrotanques proveen a los albergues y demás zonas afectadas.
En cuanto al servicio de energía, las autoridades esperan que con la llegada de una subestación móvil, en menos de una semana sea restablecido el servicio.
Miguel Ángel Espinosa
Enviado especial
MOCOA
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