Casi a la medianoche del pasado 26 de febrero, Adolfo Pacheco Anillo se despidió con sentidas palabras en medio de la ovación general de los asistentes, tras su magistral canto musical en la tarima del centro recreacional Parque del Sol, en el Encuentro de Colonias, baile tradicional del domingo de Carnaval en Barranquilla.
"Antes de retirarme quiero decirles que solo pido justicia", expresó, agarrando el micrófono con más fuerza, el compositor y cantante de temas como ‘La hamaca grande’, ‘El viejo Miguel’ y ‘El mochuelo’. "Que se respete la identidad cultural del pueblo, de todos ustedes que nacieron o provienen de pueblos del Caribe, y no se prohíban las peleas de gallos...".
Nueve días más tarde, luego de hacer un recorrido en vehículo de casi una hora desde su apartamento en el norte de Barranquilla hasta lo más profundo del barrio Las Américas en el municipio de Baranoa, el hombre nacido hace 76 años en San Jacinto (Bolívar) dice que es o ha sido de todo: músico, abogado, político, poeta, futbolista, escritor, beisbolista, pajarero, boxeador... y ¡gallero!
Por eso último estamos con él, quien sentado en la mecedora frente a la casa de esquina de la calle 22 número 8A-5, no habla en tono de súplica –como me dio la impresión que lo hizo esa noche de Carnaval ante centenares de gozones–, sino por el contrario: con felicidad porque está, después de los escenarios musicales, en el ambiente que más le agrada.
Que se respete la identidad cultural del pueblo y no se prohíban las peleas de gallos..
El sol no le pega en la mañana de este martes 7 de marzo: un toldillo negro lo impide. A su espalda, 34 guacales metálicos casi repletos de gallos cantando, también protegidos por el toldillo, evidencian su alegría. Afirma que esa es su vida actual. Estamos en una de sus propiedades, la gallería El Tropezón, nombre igual al tema musical que le dedicó a su esposa, Ladys Anillo, después de tres años que tardó en conquistarla. Allí se crían y se preparan sus gallos de pelea.
A unos 12 metros, a la izquierda, por donde ingresó desde la angosta carretera pavimentada que termina en destapada y polvorienta, está una rústica construcción con apenas una pared de bloques de cemento al fondo y los tres costados restantes en valla metálica que en la parte superior remata en alambre de púas. El techo de zinc –que arriba tiene una carpa verdeamarilla– es soportado por madera. Con dos niveles de sillas blancas definidos, y también de su propiedad, es la gallera El Tropezón, lugar donde se disputan las peleas de gallos.
Amante desde niño"De niño me gustaron los gallos de pelea. Recuerdo el primer pollito, cuando tenía 3 o 4 años, que me lo regaló Rafael Matera, el señor con el cual mi padre trabajaba. Mi madre, Mercedes, que murió poco antes de cumplir yo los 9 años, me lo cuidó. Ese amor por estos animales aumentó cuando en el colegio de primaria, el Instituto Rodríguez, tenían gallos. Nos formaban para verlos. Después entré escondido con la complicidad de los propietarios a ver peleas, siendo niño, a la gallera de los Solanos", dice.
Está inspirado en los recuerdos, como cuando compone canciones que han bailado al menos tres generaciones de colombianos. Como es de suponer, varias relacionadas con los gallos de pelea. ‘El Cordobés’, un merengue vallenato, encabeza la lista: lo compuso y grabó en 1963, a petición –con un pollo a cambio– de Nabo Cogollo, un hacendado de Cereté (Córdoba).
"Tiene briosa estampa, brioso pico, es tirador/
como son los pollos y gallos de Cereté".
Se refería a un gallo pinto blanco que convirtió sus patas en metrallas. "Eso es poesía", dice, y reconoce que la mejor versión es la interpretada por Diomedes Díaz.
"Joven viajé a estudiar Ingeniería Civil a Bogotá y dejé dos gallos de pelea en San Jacinto. En la capital me pregunté por qué me gustaban tanto los gallos y, averiguando, encontré la razón: por mis venas corría sangre de gallero: mi abuelo materno, Pedro Manuel Anillo, tuvo gallería", añade.
"Dos años más tarde, por problemas económicos, regresé a San Jacinto. Con dinero del primer trabajo que tuve, como profesor, compré un terreno para caseta de baile y peleas de gallos y fundé el Club Gallístico de San Jacinto. Y luego, fundé la gallera Adolfo Pacheco. Más tarde fui a Cartagena a estudiar Derecho para complacer a mi padre, Miguel (de ahí el tema ‘El viejo Miguel’), y creé la Fundación Pluma de Oro, con los mejores gallos de la ciudad".

Estewil Quesada Fernández / EL TIEMPO
De pronto se levanta. Los gallos no paran de cantar. Dice que son 80. Al fondo de la calle angosta que separa la casa de la gallera proviene la música y se escucha ‘El cordobés’, en la voz de Diomedes. Pacheco, apoyado en el bastón, invita al fondo de la casa, de la gallería. Es el patio, en arena y con techo cubierto de manera total.
"Estos son los gallos listos para pelear. Son 30", afirma orgulloso, señalando los animales en sus guacales.
Cuento los guacales. Hay 27, seis de ellos vacíos. Le digo. Pacheco pregunta por los otros gallos a Orlando, un joven cuidador de El Carmen de Bolívar, quien responde que están tomando sol en la calle. "Tengo 39 en cuidado, preparándolos para pelear. Esto es un ciclo, unos reemplazan a otros", dice el compositor, que de la gallería atraviesa la calle rumbo a la gallera.
En eso llega un conocido. Lo presenta: 'Joche' Díaz, de San Jacinto. "Es amigo por los gallos", dice Pacheco. "Uno siempre va a los gallos acompañado de sus amigos especiales. Sabe una cosa: la gallería da amigos, pero la gallera da más amigos".
'Joche' le pide que cuente cómo es su comportamiento cuando está peleando un gallo suyo.
"Estoy nervioso en primera fila, pero cuando gana, vocifero: 'Es conmigo, compa... ¡yo soy amargo!', y tiro mi sombrero vueltiao", dice, soltando una carcajada.

Estewil Quesada Fernández / EL TIEMPO
Parece totalmente feliz, pero reconoce que no lo está de manera completa, porque no ha tenido una gallera como quisiera.
—¿Y por qué? —le pregunto.
—Esta historia nunca lo he contado: tal vez tuve la oportunidad de tenerla en San Jacinto, pero al regresar allá de Cartagena, abrí mi oficina de abogado –relata–. Tras los requerimientos del primer caso recibí una carta de las Farc en la que me decían que me abstuviera de cualquier negocio de Derecho, que esa guerrilla se encargaba de todo. Estaba bien redactada y la firmaba Martín Caballero. Corría 1998 y San Jacinto, dominada en el pasado por la guerrilla del Epl, estaba en manos de las Farc.
—¿Por eso se vino a Barranquilla? —preguntó.
—Eso solo fue al comienzo —sostiene—. A la semana, recibí una llamada de un paramilitar para indicarme que estaba enterado de mi situación, que necesitaba 500.000 pesos para empezar el caso. Me pregunté: ‘¿Cómo se enteró si nadie sabía lo de la carta?’. Al día siguiente, un hombre vestido de Policía hizo un disparo a la ventana de la casa y me tocó dormir en el suelo. Salí a Barranquilla y dejé los gallos a 'Majayura' y a 'Capitanejo', expertos galleros.
'Joche' apunta que el ‘Patrón', como le llaman, estuvo retirado de los gallos mientras permaneció en la política, como diputado y secretario de la Asamblea del Atlántico, y que solo regresó a ellos después de jubilado. En el 2001, fundó el Club Gallístico Baranoa en esta población, y entre el 2009 y 2016 su gallería y su gallera, El Tropezón, estuvieron en el municipio de Galapa, contiguo a Barranquilla. Pacheco agrega que hace 10 años tenía un lugar para enrazar gallos en Juan de Acosta, "el pueblo más gallero del Atlántico".
El hombre de ‘La hamaca grande’ regresa a la mecedora frente a la gallería. Es hora de meterlo en el tema de su despedida en el Encuentro de Colonias del domingo de Carnaval. Días antes, la Corte Constitucional decidió que los eventos con animales, entre estos las peleas de gallos, deben ser regulados en Colombia y le dio dos años al Congreso para que legisle sobre este tema.
"Anteponen el animal sobre la persona... Elogian el valor con que se matan los hombres: los parques están llenos de estatuas de esos héroes... Los reyes utilizaban los gallos de pelea para mostrar la valentía a los soldados...", dice.
Añade que hay mucho desconocimiento sobre el tema. Por ejemplo, que se apuesta para que se maten los gallos. Y aclara que las apuestan se empezaron a dar porque los galleros no recibían sueldo, pues este era el 20 por ciento de las apuestas.
"Esto es arte, como también es el toreo. Además de cultura popular, como son las corralejas. El gallo fino es una sana diversión... La Ley habla de que no se puede maltratar con sevicia o crueldad. Quien mata un gallo en mi gallera, lo echo. Creo que se debe reglamentar con una confederación, como en Puerto Rico, que los gallos se marquen desde pollitos y se eviten trampas, pero que no se supriman...", dice.
Hace una pausa, se compone las abarcas y quedan al descubierto las letras de su mochila sanjacintera: 'El Tropezón'. Y sigue hablando: "Hay que hablar con el Papa, porque estos gallos fueron creados por Dios y están en guacales, porque si usted los deja sueltos se matan entre ellos. Esa es su naturaleza", expresa con sarcasmo. "El hombre inteligente es más malo que todos los animales".
—Maestro, ¿es usted un apasionado de los gallos? —le pregunto.
—No tengo vicio por los gallos —responde—. Es una adicción. Mi mujer siempre soñó con que eso se acabe, no forma escándalo, pero no le gusta. Yo dejaré los gallos solo cuando me muera.
—Maestro, ¿usted qué quiere que pase? —cuestiono.
—Que no se imponga la ley, sino la costumbre —responde—. Estamos en un país leguleyo: si prohíben las peleas de gallos, pelearán en la clandestinidad. Y allí estaré...
—¿Seguro?
—¡Palabra de gallero!
ESTEWIL QUESADA FERNÁNDEZ
Redactor de EL TIEMPO