Era una niña preciosa. Espigada, de ojos negros brillantes y sonrisa cautivadora. Alguien la mató o ella misma decidió acabar con su vida lanzándose a las aguas ocres del río Cauca a su paso por Arauca, su pueblo natal. La Fiscalía Seccional 1 de Chinchiná, Caldas, apenas acaba de recibir el caso y está pendiente del dictamen de Medicina Legal, que podría arrojar luces, así sean tenues. De momento no cierran ninguna hipótesis, desde secuestro, violación y asesinato hasta la que aventuran algunos cercanos a las primeras averiguaciones: un suicidio a sus escasos 10 años.
Mariana Henao Jaramillo fue hallada flotando en el río Cauca el 12 de enero, al tercer día de su desaparición. El cadáver lo avistaron en Irra, corregimiento de Quinchía, Risaralda. Dada la fuerte corriente y los veintiséis años de experiencia rescatando cuerpos, el bombero Eliécer de Jesús Ladino salió disparado hacia un remanso, a un kilómetro del casco urbano, donde sabía que era posible alcanzarlo. Al llegar se lanzó al agua, amarrado a una soga. La misma que utilizó para atar la muñeca del cadáver y empujarlo hacia la orilla.
Al poco tiempo aparecieron Ana María, la hermana mayor de Mariana; su tío, Luis Carlos, y curiosos con cámaras y celulares en ristre. Las redes sociales viralizaron la foto de la niña muerta, boca abajo. “Tenía las piernas abiertas y una soga en la muñeca. La violaron y torturaron”, determinó el dictamen popular. El mismo que atormentó a Luis Carlos, que rompe en llanto cada vez que recuerda la imagen del cadáver de su sobrina.
“La niña estaba desgarrada por la parte trasera. No vi la soga, pero luego lo escuché y le pregunté al bombero. Contestó que se la puso para jalarla porque el río estaba muy caudaloso”, me dice en Roldanillo, Valle del Cauca, donde conversamos. “La reconocimos dentro del agua por la ropa y, cuando la voltearon, por la dentadura. Estaba descompuesta. ¿Cómo una persona es capaz de hacerle algo así a una niña?”, se pregunta con voz queda.
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El bombero Ladino piensa que la fuerza del río Cauca pudo haberle quitado al cadáver la ropa interior y abrirle las piernas. “De Arauca a Irra el río viene encañonado, los remansos son pocos y el cuerpo corre ligero. Hay una parte con muchas piedras que pueden dañarlo”, afirma en la precaria base de bomberos de Irra, donde cuenta con un viejo chaleco salvavidas, una llanta y una soga, como únicos elementos de trabajo en el río. Descarta la tesis de que la hayan enterrado tras asesinarla y arrojado al río posteriormente. Y aunque a simple vista no diría que llevaba mucho tiempo flotando, porque los animales apenas la tocaron, tampoco podría afirmarlo rotundamente. “Hay que esperar la necropsia”, sentencia.
Las autoridades y familiares entrevistados piensan igual. Aguardan a que los análisis que llevan a cabo en Pereira despejen las dudas. El problema, según señaló un experto forense, es que el agua haya borrado importantes evidencias.
“Los cadáveres siempre hablan, pero mientras más días pasan, menos dicen”, comenta una fuente de Medicina Legal. A su juicio, si bien no hay nada determinante hasta que salgan los análisis de los fluidos y el resto de la autopsia, el tiempo pasado dentro del agua desdibuja evidencias. “La necropsia es un elemento más de la investigación, no el único”, agrega. Hasta la fecha no hay escena del presunto crimen ni testigos, de ahí que sean muchas las lagunas y escasas las certezas.
La única es que a Mariana la mandó su mamá a comprar una salchicha a una tienda cercana a su casa. Quería prepararle un desayuno especial, no darle solo huevo con arepa. En el primer negocio, situado a la vuelta, no la encontró, por lo que fue al que queda un poco más abajo. Eran las 9:30 a. m. del martes 10 de enero cuando se la tragó la tierra. El jueves 12, a la misma hora, hallaron su cadáver.
Los indiciosHacía varias semanas que Mariana sufría pesadillas, por lo cual la encontraban llorando a solas. Además, le suplicaba a su mamá que se fueran las dos solas a vivir lejos de Arauca, corregimiento de Palestina. Socorro, que hace labores de aseo los fines de semana en una finca de recreo, achacaba la tristeza de la niña a la muerte de su papá, de 62 años, acaecida seis meses atrás por un cáncer de estómago. Aunque su esposo había sido un padre muy estricto con sus dos hijas mayores, sentía debilidad por Mariana y jamás le puso la mano encima. “Ella nunca dio motivos para que la pegaran”, aduce la progenitora.
El psicólogo del colegio, donde Mariana se mostraba como una niña juiciosa y tranquila según su maestra, había notado los mismos síntomas que Socorro. En la familia se preguntan si la causa de su insuperable desconsuelo fue la pérdida del papá. ¿Por qué insistía en abandonar Arauca? Socorro lamenta no haberle hecho caso a su pequeña, porque cree que aún estaría viva.
La población, sobre la carretera nacional, a orillas del Cauca y a una hora de Manizales por una buena vía, es para la Policía Nacional la más compleja de su jurisdicción, porque incluye un vasto territorio a donde se puede ir solo a caballo entre Caldas y Risaralda. “Siempre fue un pueblo complicado, extraño, conflictivo”, asegura una persona que lo frecuenta desde hace décadas. “Es desordenado, toda la vida hubo prostitución desbordada y prostitución infantil, drogas y una zona de tolerancia grande”.
La economía local es la agricultura, en especial cítricos, y unas minas de oro cercanas, explotadas de manera artesanal. De apariencia tranquila, Arauca sufrió de manera cruenta los embates de guerrilla y paramilitares, y el miedo impuso la ley del silencio. Hoy en día existen dos bandas pequeñas locales, que se disputan el microtráfico y otros delitos menores, ‘la 40’ y ‘Pueblo Nuevo’. Pero es improbable que tuvieran que ver con la muerte de la pequeña; incluso, las dos han manifestado su interés en colaborar para encontrar al culpable. Tampoco hay relación alguna con el asesinato de un joven, a bala, cerca de la casa de Mariana el día que desapareció. Unos apuntan a que pertenecía a ‘la 40’ y se metió en territorio de sus rivales. Y menos aún señalan a los consumidores de estupefacientes que se ubican a escasos metros de la modesta vivienda de los Henao, situada en una calle estrecha, donde juegan niños a toda hora, que desemboca en la carretera principal por una empinada cuesta.
Mariana vivía con su mamá, su hermana Ana María, de 23 años, y su esposo, quien trabaja en construcción, así como con el hijo de ellos dos, de 3 años de edad. En la casa también habita la otra hermana, Alejandra, de 17 años, quien convive con el papá de su bebé, un muchacho de 18 que trabaja recogiendo naranjas. Ambos se sienten felices de ser padres.
“Mi esposo era el fotógrafo del pueblo, todo el mundo lo conocía. Pero con los celulares y las cámaras digitales, le mermó el trabajo. Tenía las manitos de doctor, eran lisitas, y le tocó meterse al campo de jornalero. Le dio duro, lloraba. Luego se enfermó de cáncer”, rememora Socorro. “Marianita era la luz de sus ojos”.
En las últimas semanas, a Socorro le preocupaba su niña. “Lloraba mucho. Cuando se le venían las lágrimas, yo le preguntaba: ¿por qué llora? Por nada, me respondía. Dormíamos juntas, pero hace como un mes me dijo que tuvo una pesadilla. Se aferraba a mí, me decía: 'Deme la mano, no me la suelte”.
La súplica de su pequeña –“Mamá, vámonos de aquí, del pueblo”– la atormenta a toda hora por no haberle preguntado la razón. “Llegaba 'pilosa' del colegio a hacer las tareas, quería ser contadora de banco”.
Ella o sus hijas mayores llevaban al colegio a Mariana o la seguían con la vista desde la ventana de la casa. Solo frecuentaba a una vecinita de su misma edad, que no la acompañó al mandado el día de su desaparición porque aún estaba en la cama.
“La niña volvió de la primera tienda solo con las arepas porque no había salchicha. La mandé a la otra tienda, que queda un poco más abajo. La tía de ella la miró bajar la cuesta. Y después nadie más la miró”, señala Socorro. “Yo toda la vida le advertí que si alguien la llamaba y le decía ‘niña, le voy a dar tal cosa’, no recibiera nada y más bien corriera”.
Una de las tías paternas de Mariana es vecina y fue la última en verla. Desde el segundo piso de su vivienda, siguió con la vista a la niña hasta la fachada de la tienda. Pero enseguida hay una curva y unos metros más adelante, la carretera. Alguien pudo subirla a una moto en la curva y llevarla lejos, o agarrarle la mano para llevarla caminando. Si alguien se la llevó, debió ser una persona conocida. A la fuerza, hubiera opuesto resistencia y sus pataleos y gritos no habrían pasado inadvertidos.
“Un señor nos llamó para indicar que la habían visto de la mano de una chica como de 18 años, por el camino que conduce a las minas”, señala Dora Luz Vélez, directora de Gran Cruzada, una ONG de Manizales, donde trabaja como aseadora Miriam, tía de Mariana. En cuanto alertó por la desaparición de su sobrina, en la tarde del martes 10, emprendieron una intensa campaña en redes sociales y medios de comunicación para hallarla. Del sinnúmero de llamadas que recibieron, solo dos parecían buenas pistas. La antes mencionada y una más que situaba a la niña en las fiestas de Riosucio, junto a un señor mayor, información que resultó falsa.
La hipótesis de que abusaron de ella en las minas y allí la mataron y botaron al río fue la que adquirió mayor cuerpo entre la ciudadanía. La del suicidio la contemplan solo las autoridades.
“Me preocupa el silencio de la gente en estos días, porque se ha muerto una niña y no veo reclamos como ocurrió en Bogotá con la niña Yuliana”, señala Carlos Alberto Montoya, pediatra y miembro de la Fundación Afecto de Caldas, que lucha contra el abuso sexual infantil. “Es una muerte extraña, no es convincente que se tire al río. El entorno familiar nos puede dar muchas respuestas. Lo que necesitamos es una investigación exhaustiva”.
“Tarde o temprano alguien habla”, aseguró el coronel Francisco Arias, en las dependencias de la Policía Nacional en Chinchiná. “Descubriremos lo que ocurrió”.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
Especial para EL TIEMPO
Arauca (Caldas)
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