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Así viven las familias que habitan cerca de un volcán activo en Colombia
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Mapachico, el pueblo que vive feliz en las faldas del volcán GalerasVivir cerca al volcán Galeras, situado a nueve kilómetros de la ciudad de Pasto (Nariño), significa vivir frente a una fuerza de la naturaleza impredecible: aunque el año pasado presentó un sismo sin erupción, sigue siendo el más activo de todo el país.
Mapachico

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Así viven las familias que habitan cerca de un volcán activo en Colombia

Mapachico, zona rural de Pasto, cuenta con unos 6.000 habitantes en las faldas del volcán Galeras.

Gloria Benavides vive feliz a tan solo 3 kilómetros del cráter del volcán Galeras, en Nariño.

La casa de Gloria es una más de las que componen a Mapachico, uno de los 17 corregimientos de Pasto y donde sus 6.000 habitantes se acostumbraron a vivir en el volcán más activo de Colombia y, posiblemente, del mundo.

El lugar se encuentra a 3.500 metros de altura. El cielo se pinta de un azul muy claro, el viento gélido sopla con fuerza y aunque ya es mediodía, en esta zona montañosa no se escucha mucho ruido más allá del trinar de los pájaros. Aunque, de vez en cuando, esta calma es perturbada por el rugido del volcán.

Mapachico se convirtió para sus habitantes en la tierra prometida. Las familias que habitan en este lugar han permanecido de generación en generación. Para ellos, vivir en las faldas del Galeras no representa ningún riesgo, pues mantener la tradición de sus ancestros que llegaron con la ilusión de que las cenizas del volcán fortalecerían el crecimiento de los cultivos es más importante que salir de una zona que no ha resultado tan cómoda para muchos.

Zona de influencia proximal del volcán Galeras.

Foto:

Fuente: Informe de actualización de mapa de amenaza volcánica del volcán Galeras del Servicio Geológico Colombiano (2015).

Con orgullo, Gloria Benavides, de 48 años, sostiene en sus manos dos rocas livianas. Son dos piezas calcinadas que un vecino le regaló tras un evento del volcán registrado en enero del 2010.

“Estábamos en plenos carnavales –recuerda Gloria, con emoción–. Era un espectáculo de luces increíble, como fuegos artificiales en el volcán. 

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Esa imagen no se puede borrar de mi mente, aunque estamos tan cerca, y se supone que es peligroso, para mí fue espectacular

A un costado de la casa de Gloria hay un cambuche en el que tuvo que dormir dos meses tras el sismo que se registró en la madrugada del martes 12 de junio del 2018. Fue de 4,7 en la escala de Richter y afectó las viviendas de unas 100 familias.

Gloria recuerda el terror con el que vivieron esos más de 30 segundos que derribaron uno de los apartamentos de su vivienda. Este movimiento telúrico del año pasado mató a 29 de sus gallinas y la obligó a dormir junto a su esposo por fuera de su hogar.

“Nosotros estamos acostumbrados a que se mueva la tierra por el volcán –asegura Gloria–, pero ese día fue muy fuerte. Además que emitieron la alerta de amenaza, pero todo salió bien. Yo creo que a donde uno vaya siempre va a haber peligro, si es momento de morir, pues nada lo salva a uno”.

Cristina Unigarro, docente del colegio del pueblo, asegura que cada vez que se escucha algún sonido desde el volcán o cuando se dan sismos, les dicen a los 34 niños de la escuela que mantengan la calma, que solo se trata del león rugiendo.

“Los niños le tienen respeto, no miedo –comenta la docente–. Para ellos es normal porque aquí nacieron, la gente de aquí es muy respetuosa del Galeras”.

Al volcán lo llaman Galeras porque alberga muchas cosas. Los indígenas lo llaman Urkunina, que significa Montaña de Fuego. Los más viejos sostienen que anteriormente cuando se dañaban las semillas para la siembra, la comunidad iba hasta la parte alta para regenerarla, ya que la ceniza, cuentan, tiene poderes curativos.

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El hombre que convivió con el Galeras

Franco Gómez es el habitante de Mapachico que ha convivido más de cerca con el Galeras, pues trabajó durante 11 años, entre el 2007 y el 2018, como operario de parques nacionales en una cabaña de control a unos dos kilómetros del cráter y se dedicaba a inculcar la preservación de sus 8.615 hectáreas en compañía de dos colaboradores de la zona.

Su labor requería que cada viernes llegara desde el mediodía y permaneciera en esta cabaña hasta el mediodía del lunes. Si era festivo su estadía se prolongaba hasta el martes, solo acompañado por el volcán.

“Arriba, en el antiguo búnker del Ejército, hay un área minada y por eso es prohibido el ingreso –sostiene Franco, de 62 años–. Esas áreas que protegíamos han sido afectadas por erupciones del volcán, así que trabajábamos con otras personas en inculcar el respeto y el cuidado del medio ambiente”.

De sus días en esa cabaña, Franco recuerda las inclemencias del clima, que en verano oscilaban entre los 5 y los 8 grados de temperatura y en invierno podían bajar hasta a 2 grados. En las noches, mientras descansaba cubierto de cobijas, bufanda y chaqueta, este guardabosques recuerda haber escuchado en varias ocasiones el rugir al volcán.

La erupción que más recuerda es la del 2010, pero dice que no lo asustó, pese a ver cómo la roca fundida salía como proyectiles del cráter.

“A nosotros, como operarios de parques, nos toca adaptarnos a las inclemencias de la naturaleza y vivir con ellas –declara Franco–. Uno aquí debe estar dispuesto a morir el día que le toque”. 

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Uno aquí debe estar dispuesto a morir el día que le toque

Franco asegura que la soledad en la zona casi no la sentía porque la cabaña estaba dotada de televisión e internet. Aunque si por algún motivo no podía contar con estos servicios, siempre tenía un pequeño radio para acompañarlo.

Hoy que ya no trabaja en ese punto, asegura que extraña la tranquilidad que se percibe en la zona pese a que de vez en cuando el volcán interrumpiera dicha calma.

Viviendo entre grietas

Las viviendas en Mapachico no son muy grandes. Todas las edificaciones tienen alguna grieta por los constantes movimientos telúricos que se registran en la zona por cuenta del Galeras. 

Las casas o cualquier otra construcción en la zona no se pueden reparar porque cualquier inversión en este corregimiento fue prohibida en el 2005

Ese decreto, asegura Lucio Figueroa, líder comunal y quien ha vivido por 66 años en las faldas del Galeras, llevó a la muerte de Mapachico.

En la vivienda de Lucio hay plantaciones de papa y frutas que se han convertido en un mecanismo de autosostenimiento, pues desde que se conoció que la zona era vulnerable y la gente debía ser evacuada, el Estado no volvió a realizar inversión alguna y sus cultivos no crecieron más que para servir a su familia.

Los cultivadores abandonaron la siembra para dedicarse a otras actividades como la cría de cuyes, las carreteras quedaron sin pavimentar y, aunque cuentan con algunos servicios básicos, la comunidad no ha visto un cambio en la zona que denote prosperidad.

“Todas esas sentencias nos jodieron –asegura Lucio, de cabello blanco, manos curtidas por trabajar la tierra–. No se puede construir nada, entonces nos afectan a nosotros, estos decretos van en contra de las comunidades”.

Al ser una zona en la que no se puede invertir por la alta amenaza de riesgo, la comunidad ha tenido que hacerse cargo de todo. Hace ya 20 años se pusieron de acuerdo para elaborar un acueducto artesanal y la única batalla que consiguieron ganar fue que les instalaran energía eléctrica.

Por eso, los habitantes de Mapachico tienen más cosas de qué preocuparse que del volcán. 

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En las tierras del sur de Colombia se encuentra el siguiente destino: Mapachico, una población de 6.000 personas que viven a escasos tres kilómetros del volcán Galeras, en Pasto.

Foto:

Foto: Juan David Blanco

Gloria señala que cada mes la comunidad se reúne para acordar los aportes económicos que se deben hacer para mantenimiento de acueducto y otras obras. Y aunque el agua no es potable, entre todos pagan no más de 60.000 pesos por vivienda para cada proyecto que se necesite.

“El agua que tenemos es gracias a nuestro esfuerzo –asegura Gloria–; pero la educación es deficiente y solo hay un puesto de salud bastante regular, es como estar olvidados. Cuando la gente empezó a perder sus cultivos, ya sea por las erupciones o por la falta de aportes, abandonaron sus viviendas, otros ya tienen que ir hasta la ciudad para comprar productos que bien se podían cultivar acá”.

El acceso es otro problema. La zona cuenta con tres aerovans y un servicio de taxi que no llega hasta la parte más alta. El viaje cuesta unos 10.000 pesos. De no contar con el dinero suficiente, las personas que viven en el punto más alto tienen que caminar hasta siete kilómetros.

Para Luz Angélica Maya, otra habitante del corregimiento, pese a que su esposo cuenta con una motocicleta, no siempre está junto a ella para ayudarla con el ascenso y, así como los otros 600 habitantes de la parte más alta, tiene que caminar aproximadamente una hora y 10 minutos cuando no se cuenta con un vehículo.

“A veces puede ser hasta inseguro –asevera Luz Angélica, de 47 años–; por eso, cuando toca subir o bajar a pie, a uno le da miedo”. 

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Hay posibilidades de una gran erupción

Aunque los habitantes no le teman, el riesgo en la zona es real. El volcán ha registrado 25 erupciones explosivas en los últimos 30 años.

Actividad eruptiva del volcán Galeras desde 1988.

Foto:

Informe de actualización de mapa de amenaza volcánica del volcán Galeras del Servicio Geológico Colombiano (2015).

Diego Gómez Martínez, coordinador del Observatorio Vulcanológico y Sismológico del Servicio Geológico Colombiano en Pasto, explica que dadas las características del Galeras no es descabellado pensar que un evento como el ocurrido el 3 de junio del 2018 en el volcán de Fuego, en Guatemala, (erupción que dejó un saldo de más de 100 personas muertas) podría ocurrir en esta zona.

Estas corrientes de densidad piroclásticas pueden bajar a unos 120 kilómetros por hora, lo que quiere decir que si un evento de tal magnitud ocurre en la noche, no muchas vidas se podrían salvar en Mapachico.

“El volcán tiene unos 4.500 años de edad –explica Diego Gómez–, esto, en términos geológicos, quiere decir que es un volcán joven. Hay estudios de eventos que demuestran que el volcán es activo, tal vez uno de los más activos de Colombia y, posiblemente del mundo, porque se han dado eventos que así lo demuestran”.

Foto:

Fuente: Informe de actualización de mapa de amenaza volcánica del volcán Galeras del Servicio Geológico Colombiano (2015).

Por eso, siempre está vigilado. Daniel Andrés Gómez Cabrera, director para la Gestión del Riesgo de la Alcaldía de Pasto, asegura que desde el 2011, el volcán se encuentra en un nivel 3 de actividad (siendo 4 el nivel menos peligroso), por lo que es monitoreado por 61 estaciones permanentes que dan información inminente de la actividad de la montaña y por unas 30 personas en campo.

Pero esto no se trata solo de Mapachico, en total, siete municipios nariñenses –unas 500.000 personas– se encuentran en la zona de influencia del volcán. 

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Los seis científicos que se llevó el Galeras

El Galeras tiene sus muertos. En enero de 1993, un grupo de 15 científicos que lo había declarado el volcán de la década en América, fue sorprendido mientras acampaba en el cráter por una erupción que mató a seis de ellos y dejó heridos a otros seis, mientras que tres fueron declarados como desaparecidos.

Hasta el momento, esa es la mayor tragedia que los habitantes de la zona recuerdan.

Carlos Enrique Botina, un campesino, de 50 años, señala que de ese día solo recuerda un festival de luces que generaban las rocas al salir del volcán y chocar con las que bajaban, mientras arriba los geólogos morían calcinados. 

Esa gente yo creo que ni supo lo que los mató. Eso era una nube negra grande y se escuchaba el choque de las rocas, como si fuera el fin del mundo

Pese a lo que vivió, como casi todos los habitantes de la zona, este hombre, que vive incluso más cerca, a solo dos kilómetros en línea recta del cráter del volcán, asegura que no se piensa mover de ahí porque gracias a la gente del Observatorio tienen una alerta ante una posible erupción.

“Mi papá nos contaba, cuando estábamos pequeños, de la erupción de 1936 –recuerda Carlos–, si nadie se murió en ese momento con semejante explosión del Galeras, eso quiere decir que nunca nos va a pasar nada. Nosotros hemos tenido propuestas para irnos, pero es que no nos dan soluciones o dinero, nunca se ha hecho nada. La gente no va a dejar lo que le ha costado construir para ir a otro lado a pasar sufrimientos”.

Tomando agua de panela caliente y recordando los eventos del volcán que ha tenido la oportunidad de presenciar, Carlos Enrique asegura que, curiosamente, cuando sale ceniza o ha hecho erupción, los más afectados que ellos son los que están más retirados de la boca del cráter.

Para su vecino Lucio Figueroa, la zona es un paraíso en la tierra. Es tranquila y tiene el aire menos contaminado que en la ciudad. Cuando se le pregunta por la amenaza de vivir cerca de un volcán activo, este cultivador responde que para él no es un problema.

José Juan Guaques Gomajoa, otro vecino, asegura que Mapachico podría ser hasta un destino turístico, pero por la falta de inversión pocos conocen de la zona y sus bondades. 

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El Estado debería invertir aquí para mitigar el riesgo. Acá tengo todo lo que necesito y no me pienso ir porque ya me acostumbré a vivir acá

Desde el patio de su casa se puede ver casi de frente la cima del Galeras, a que considera su fiel amigo.

“Al Galeras lo llaman montaña de fuego –dice José Juan–, pero aquí lo llamamos el león dormido, porque nunca ha hecho nada y muchas generaciones atrás dicen que no ha causado daño. Algunas erupciones, pero nunca desastres. Son condiciones difíciles, pero no es culpa del volcán, sino del Gobierno que nos ha dejado a nuestra merced”.

A 3.500 metros de altura se puede apreciar el espectacular paisaje del atardecer cayendo sobre las calles de Pasto, la capital del departamento. El frío se hace más intenso y en Mapachico la comunidad se refugia en sus hogares para esperar la llegada de la noche.

Pese a que todos tienen que tener máscaras y gafas a un lado de la cama ante cualquier eventualidad del volcán, no duermen con temor, pues desde tiempos remotos, quienes han habitado este lugar se sienten seguros por haber levantado sus hogares sobre el lomo de un león dormido. 

MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA BORRERO
Redactor de EL TIEMPO
En Twitter: @Leugim40

Este texto fue originalmente publicado en el especial Colombia Extrema, en noviembre del 2019

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