Hasta el próximo viernes tendría plazo el colombiano Vicente Verdugo para pagarle 20.000 dólares por su vida y libertad a quienes lo secuestraron y ahora lo extorsionan en Caracas (Venezuela), donde vive hace 10 años.
El drama de la familia Verdugo empezó hace un mes y medio, cuando Vicente salió a trabajar un lunes a las 6 de la mañana. Abrió su local y, cuando salió a hacer aseo, alguien lo atacó por la espalda, le puso una capucha y se lo llevó en una camioneta.
Estuvo tres días secuestrado. A cambio de su liberación, pedían la ya mencionada suma, equivalente a unos 58 millones de pesos. Como la familia no tenía el dinero, le saquearon el apartamento. “Se les llevaron todo, lo poquito que tenían. Los dejaron casi en la calle”, cuenta Brayan, el hijo mayor de Vicente, que vive en Manizales.
A pesar de que se llevaron todos los objetos de valor que pudieron y dejaron en libertad al comerciante, de 47 años, los delincuentes no han dejado de exigir que les paguen el rescate inicial. En especial, después de que los Verdugo denunciaron estos hechos ante las respectivas autoridades venezolanas.
Según Brayan, un barranquillero de 24 años quien vive hace dos con su pareja en la capital de Caldas, detrás del drama que vive su familia podría estar “alguna rabia que pudo despertar (Vicente), porque colombiano que se va a Venezuela es a trabajar”.
A su parecer, los criminales habrían creído que los Verdugo eran adinerados, porque vivían de la compraventa de computadores y sus partes. Incluso señala con nombre propio a quienes considera culpables. EL TIEMPO se abstiene de reproducir esas acusaciones mientras no se conozcan pruebas que las puedan validar.
Mientras los hechos se esclarecen, Vicente, su esposa y su hijo de 10 años permanecen escondidos, viviendo en una construcción que está en obra negra y recibiendo alimentos de la caridad de algunos amigos y conocidos.
“En cualquier momento les dicen que se vayan, porque ya van a reanudar las obras”, dice Brayan, quien, preocupado, le pide al Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia una intervención para repatriar a la familia lo más pronto posible.
La razón de la urgencia es que no tienen el monto que piden los delincuentes y el plazo se vencería el próximo viernes. Brayan insiste en que “les da mucho miedo que los localicen y atenten contra su vida”.
En el rapto, a Vicente le dispararon dos veces, en una mano y una pierna. Le rompieron la cabeza y lo golpearon tanto en el pecho que le habrían causado un daño en el corazón que, luego de su liberación, lo llevó a sufrir un infarto. “No está muerto porque Dios no lo necesita”, dice Brayan.
Aunque él fue deportado hace dos años de Venezuela, donde vivía con sus padres y su hermano menor, no percibe motivos relacionados con xenofobia o política detrás de los crímenes de los que están siendo víctimas en el país que está en plena reapertura fronteriza con Colombia, tras un año de cierre.
MANIZALES