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Otras Ciudades

Conozca los curiosos apodos que tienen algunas de las ciudades colombianas

Panorámica del centro de Medellín.

Panorámica del centro de Medellín.

Foto:Alcaldía de Medellín

Hemos cogido tanta afición a los apodos que ya casi no queda en este país un pueblo sin sobrenombre.

Juan Gosssaín
Una de las tradiciones más simpáticas de Colombia es la de ponerle apodo a cuanto pueblo hay en el país. Lo curioso es que casi todos –incluyendo las grandes ciudades– se llaman la perla de algo o la capital de alguna cosa: del río o del cerro, de la montaña o del mar, del calor o del frío, de la guayaba o del arroz, de la lluvia o del sol.
Sin embargo, por muy típica que nos parezca, esa costumbre no es colombiana, ni mucho menos. Es universal. Baste por ahora con recordar que a Nueva York le dicen la Gran Manzana, a México la llaman la ciudad de los Palacios y Roma, que fue capital del imperio más poderoso que ha visto el mundo, es considerada la ciudad Eterna.
Lo que pasa, eso sí, es que los colombianos le hemos cogido tanta confianza a esa tradición que ya casi no queda en este país pueblo alguno que no tenga su sobrenombre. Lo pregonan orgullosamente, en letreros gigantescos, a la entrada del caserío: “Bienvenidos a Mango Verde, capital de la arepa cuadrada”.
Rastreando en la historia de la humanidad, y según los indicios más confiables que he podido encontrar, parece que ese hábito es tan viejo que nació en el siglo XI, durante el apogeo del cristianismo, cuando estaba empezando la primera cruzada. (Lea también: Busetas y buses, un lienzo para plasmar el arte popular)
Marchaban hacia el Oriente las tropas europeas, mezcla de guerra y peregrinación, en las que se revolvían predicadores con lanceros, cuyo propósito era liberar a sangre y fuego los lugares sagrados que habían caído en poder del imperio otomano. (Han pasado mil años y todavía seguimos en esas: en París los musulmanes acaban de hacer exactamente lo mismo, pero al contrario.)
Al llegar a las afueras de Jerusalén, los cruzados cayeron de rodillas, maravillados, y la llamaron ciudad Santa. Así se quedó para siempre.

La ciudad Luz

Ya que la menciono, me imagino que ustedes, como me pasaba a mí, siguen creyendo que a París le pusieron la ciudad Luz como un merecido agradecimiento por la herencia que nos dejó en materias intelectuales, artísticas, filosóficas, por alumbrarnos espiritualmente a través de la cultura.
Nada de eso: el motivo es mucho más vulgar y menos romántico. Es casi cómico. La llaman así porque fue la primera ciudad europea que tuvo alumbrado público. Desde la época del rey Luis XVI en París encendían al anochecer las farolas de gas. Las apagaban al despuntar el día.
Viajemos ahora a Rusia. En 1941, en plena barbarie de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de la Unión Soviética otorgó el título de ‘ciudad heroica’ a aquellos lugares que enfrentaron con mayor valentía el ataque de los alemanes. Varios sitios ganaron ese honor y todavía lo llevan con orgullo. Algo similar ocurre en Cuba.

El heroísmo

Lo que no saben los rusos es que la primera ciudad del mundo en apodarse así, desde hace doscientos años, es colombiana y lleva el honroso nombre de Cartagena de Indias. Sucedió en el segundo semestre de 1815, cuando España intentó reconquistarla a balazos, y Cartagena fue sitiada, atacada, acorralada y sacrificada. (También: Pueblos inesperados y letreros curiosos en un viaje por dos carreteras)
A la llegada de los ejércitos enemigos, la ciudad tenía 16.000 habitantes. Al terminar el asedio, en diciembre, solo quedaban 8.000. 7.000 habían muerto, casi todos de hambre, en mitad de la calle. Los otros 1.000 prefirieron marcharse por mar hacia países vecinos en el Caribe. Más de 200 se ahogaron en aquellas chalupas frágiles, en medio de temporales y ventarrones. Cartagena jamás se rindió. Prefirió morirse.
Fue Bolívar, en persona, quien le dio el título de ciudad Heroica. Como si fuera poco, también la llamó ‘ciudad redentora’.

Rosario de perlas

En el caso colombiano, abundan las ciudades que han recibido el apodo de ‘perla’, al que se le agrega el nombre de su río, de una montaña o de otro fenómeno natural.
Veamos solo unos cuantos ejemplos, porque la lista completa no cabría en este periódico: Pereira es conocida como la perla del Otún, Cúcuta es la perla del Norte, Tumaco es la perla del Pacífico, Quibdó es la perla Negra, Montería es la perla del Sinú. Riosucio, en Caldas, que cada año celebra el pintoresco carnaval del Diablo, es la perla del Ingrumá, por el cerro a cuyos pies fue construida.
Cómo será de grande este reguero de perlas que hay hasta perlas tocayas: Sincelejo, la capital de Sucre, es la perla de la Sabana, pero en el otro extremo del país, al sur, en territorio de Nariño, está la ciudad de Túquerres, que también es conocida en esa comarca como la perla de la Sabana.
La historia cuenta que la primera ‘perla’ que hubo en Colombia fue Santa Marta, que es la ciudad más antigua del país. Hacia el año de 1720, un sacerdote español, el padre Antonio Julián, se refirió a ella como la Perla de América, maravillado por el paisaje de bahías, costas y colinas que corren paralelas.

Primaveras y sultanas

Empecemos por arriba, de frente al mar. Hay quienes afirman que, por su forma geográfica, La Guajira es la ‘cabeza de Colombia’.
Pero, sin lugar a dudas, Cali es la ciudad que más remoquetes tiene. Le dicen la Sultana del valle, la Sucursal del Cielo, la capital deportiva de América, la capital mundial de la salsa, la ciudad de los siete ríos. En ese campeonato, el segundo lugar lo ocupa Cúcuta: la Hermosa Villa, la ciudad de los árboles, la ciudad sin fronteras, la capital de los bosques.
Por su parte, con Medellín ocurre un fenómeno muy curioso. Se le conoce como la Capital de la Montaña, la bella villa y, sobre todo, como la ciudad de la Eterna Primavera. Pero otros lugares de América Latina también se hacen llamar así: Caracas, Tegucigalpa, Arica, en Chile, y hasta Cochabamba, en Bolivia. Hay tantas primaveras por ahí, que Guatemala se denomina el ‘país de la eterna primavera’. (Además: El curioso origen de 'vaina', palabra más útil en el habla colombiana)
Lo cierto es que el primer sitio del mundo que recibió ese apelativo fue Tarragona, en España, tan vieja que fue fundada ochocientos años antes del descubrimiento de América.

Por todo el país

A Barranquilla siguen diciéndole la Arenosa, aunque sus calles fueron pavimentadas hace mucho tiempo. Es la Puerta de Oro de Colombia debido a que por su muelle marítimo ingresaron al país las oleadas de inmigrantes, mezcla de pueblos y culturas.
Bucaramanga es la ciudad Bonita o, también, la ciudad de los Parques, dos de los apodos más hermosos de Colombia. Manizales es tan hospitalaria que le dicen la ciudad de las Puertas Abiertas, pero su vecina, Pereira, dice de sí misma que es la ciudad Sin Puertas. Su otra vecina, Armenia, es la ciudad Milagro, en cuyas afueras se levanta Calarcá, la Villa del Cacique, llamada así por el jefe indígena.
Si te bajas a la llanura, encontrarás a Buga, la ciudad Señora. (No he podido saber si también hay una ciudad señorita.) Por allí mismo quedan Tuluá, que es el Corazón del Valle; Palmira, la Villa de las Palmas, y Cartago, llamada la Villa de Robledo en recuerdo de su fundador, el mariscal don Jorge Robledo.

Música, llanura, selva

Pero si en vez de descender lo que haces es cruzar la cordillera, llegas a Ibagué, la Capital Musical de Colombia. Ahí cerquita encontrarás a Honda, la ciudad de los Puentes, y si sigues viajando hacia arriba, en una mula que aguante los caminos, en tierras de Boyacá verás a Sogamoso, la Capital del Sol y del Acero, y a Tunja, la Capital Mundial del Tejo y de la Ruana. Al lado, en campos de Cundinamarca, pasamos por Fusagasugá, la ciudad Jardín por sus cultivos de flores para exportar.
No hemos terminado. Repito que apenas estamos haciendo un vuelo de rastreo, como hacen los pájaros. Vayamos un poco más abajo, al Huila, un territorio largo y angosto. A Neiva le dicen la Capital del Río, título que disputa con Barrancabermeja, en Santander. Más al sur hay que detenerse un buen rato para contemplar lo hermosa que es Popayán, la ciudad Blanca.
Demos una vuelta por el oriente. Allí está Villavicencio, la puerta al Llano. Al final del viaje, cuando llegas a ese pie de Colombia que es el Amazonas, aparece Leticia, la Reina de la Selva. Es la última ciudad del sur, la que queda en la uña del dedo gordo.

Atenas

En toda América Latina, y no solo en Colombia, a Bogotá la identifican como la Atenas suramericana. El distinguido sobrenombre se lo puso el escritor argentino Miguel Cané, autor de Juvenilia, un libro que fue célebre en su época, en el que recoge sus recuerdos estudiantiles en un colegio de jesuitas en Buenos Aires.
Cané estuvo de visita en Bogotá a finales del siglo XIX. Fue tan grata su sorpresa ante la agitación intelectual de la ciudad, con sus tertulias, conferencias diarias, cofradías de artistas y veneración al arte que la bautizó así. Un amigo mío sostiene que todavía merece que le digan Atenas suramericana, pero por la cantidad de ruinas que hoy tiene.

Epílogo en Nariño

Al terminar este viaje frenético, debo reconocer que los dos apodos más originales de las ciudades colombianas están en Nariño. Ambos.
El primero es el de Pasto. Anteriormente la llamaban ciudad Sorpresa porque aparece de súbito, cuando uno menos se la imagina, en medio de la montaña. Pero a lo largo de su historia ha sido tan acentuada su vocación religiosa que fue allí, en el siglo XIX, donde un sacerdote, el padre Francisco de la Villota, le declaró la guerra al gobierno central, que quería cerrar los conventos más pequeños. Hoy existen en Pasto unas treinta comunidades religiosas y es por eso que se le conoce ahora como la ‘ciudad teológica’.
La otra es Ipiales. Por la extraña y espléndida tonalidad que adquiere su cielo cuando va cayendo la sobretarde, hasta en el vecino Ecuador se identifica a Ipiales como la ciudad de las Nubes Verdes.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
Juan Gosssaín
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