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Cifras dolorosas, historias y realidades sobre la pobreza en Cartagena

En Cartagena, miles de personas carecen de lo más mínimo para vivir dignamente.

En Cartagena, miles de personas carecen de lo más mínimo para vivir dignamente.

Foto:Yomaira Grandett / EL TIEMPO

Lo que agobia a esta ciudad, más que la misma pobreza, es la desigualdad.

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El pueblo dice que aquí lo único que abunda es la escasez.
En todas las investigaciones que he podido consultar para esta crónica, ya sean recientes o antiguas, y todos los especialistas con quienes he hablado, coinciden siempre en afirmar que Cartagena aparece entre las ciudades más pobres de Colombia. Unas veces en el segundo lugar, otras en el tercero. A veces en el quinto.
Voy a repetir lo que ya he dicho en ocasiones anteriores: yo no sé si Cartagena es la más pobre o la menos pobre entre todas las ciudades del país. Pero si sé que este es el lugar donde la miseria resulta más hiriente, más chocante y más ofensiva. Porque la pobreza es más estremecedora cuando se le mezcla con la belleza del escenario, la incomparable arquitectura colonial y los enjambres de gaviotas y alcatraces que vuelan rasantes sobre el mar.
A mí nada me impacta más que ver a un niño indigente pidiendo limosna en la puerta de un hotel de cinco estrellas. O a una madre, con su bebé en brazos, que escarba la basura en la acera de un restaurante europeo.
Ustedes no se imaginan lo aterrador que es, en medio de un atardecer de verano, cuando los cardúmenes de peces pasan bailoteando por la orilla del mar, ver a un anciano encorvado que trata de agarrar un pescadito con las manos, porque no tiene ni para comprar un anzuelo, mientras el último sol del día espejea sobre el agua.

La mayor exclusión

Adolfo Meisel Roca y Jhorland Ayala García son los autores de una magnífica investigación sobre la pobreza en Cartagena.
Meisel es, actualmente, el rector de la Universidad del Norte, en Barranquilla. Ayala, nacido en Villa Rosa, uno de los barrios populares de Cartagena, que ni siquiera tiene alcantarillado ni pavimento, se ganó varias becas para estudios y especializaciones. En este momento, con otra beca obtenida a punta de méritos, está haciendo un doctorado en Economía aplicada en la Universidad de Illinois, en Estados Unidos.
“Como puede ver —me dice—, la educación ha sido la clave de mi vida. Me la he pasado estudiando y lo seguiré haciendo siempre”.
Meisel y Ayala trabajaron juntos en el Banco de la República. Y en el estudio que hicieron para esa institución concluyen que Cartagena es la segunda con el mayor índice de pobreza entre las trece principales ciudades colombianas, superada solo por Cúcuta, a la que le han caído encima todos los problemas fronterizos.
“Cartagena está muy lejos de Bucaramanga, que es la de menor exclusión social, la ciudad más igualitaria del país”.

El contraste y los negros

Los dos investigadores anotan claramente que la realidad social de Cartagena no encaja en el auge económico que, a manera de contraste, está viviendo la ciudad.
“No basta con ser el primer destino turístico de Colombia”, escribieron en su informe, “ni contar con el puerto marítimo que más mercancía mueve en el país, ni tener un boom industrial sin precedentes. La verdad es que el 29,1 por ciento de los cartageneros vive en condiciones de pobreza y el 5,5 por ciento en la pobreza extrema”.
Ayala y Meisel identificaron tres zonas de la ciudad donde se concentra esa situación: los barrios rodeados por la Ciénaga de la Virgen, el sector de la Loma de Albornoz y las faldas del histórico Cerro de la Popa.
Y no es ninguna coincidencia que en esos sectores habite, precisamente, la mayoría de población negra y donde se presentan, para remate, los peores problemas de violencia que padece la ciudad.

En las murallas

Sergio Londoño Zurek, un joven que fue alcalde encargado de la ciudad, coincide con esas conclusiones de Ayala y Meisel. “Entre las causas históricas de nuestra pobreza”, me dice él, “está la exclusión social”.
Según su análisis, la ciudad se acostumbró a ver el mundo de una forma opuesta: “Los que nacen con apellidos y los que no tienen apellido, los negros y los blancos, los descendientes de esclavos y los descendientes de quienes los comerciaban. Es un fenómeno similar al del sur de los Estados Unidos. Una sociedad cerrada, escondida tras las murallas, con un miedo permanente a la otredad, a reconocer que el otro también existe”.
Como si fuera poco, agrega Londoño, “es la misma ciudad que tuvo que abrir sus puertas más que ninguna otra del Caribe para recibir emigrantes y desplazados que venían de Córdoba, Sucre, el sur de Bolívar, los Montes de María, Magdalena, Cesar. Hasta paisas y santandereanos. Por eso es que la verdadera ciudad de todos es la que se ha construido en los barrios marginales. Y, por añadidura, hoy se ve complementada con venezolanos”.
Entonces, oyendo a Sergio Londoño, comprendo mejor que antes una verdad terrible pero innegable: lo que agobia a Cartagena, más que la misma pobreza, es la desigualdad.

Las elocuentes cifras

Lejos de irse resolviendo, la situación social de Cartagena se agrava cada día más. Las cifras son frías y testarudas.
Meisel y Ayala escogieron cuarenta barrios que consideraron fundamentales para su estudio porque en ellos se concentra casi el 80 por ciento de la pobreza que golpea a Cartagena. En esos vecindarios el 80 por ciento de la población no tiene acueducto, el 82 por ciento no dispone de alcantarillado y de cada 100 niños en edad escolar, 70 no asisten a clases. La deserción estudiantil llega al 70 por ciento, imagínese usted.
Ante la elocuente frialdad de estos números, Jhorland Ayala coincide con el exalcalde Londoño a la hora de examinar las causas históricas de semejante realidad.
“Sin duda, la historia juega el papel más importante en este proceso”, me comenta Ayala. La historia de Cartagena, que no tuvo un liderazgo incluyente, hizo que la pobreza no se redujera igual en esta ciudad que en el resto del país. Ha faltado énfasis en derechos fundamentales, como el acceso a la educación y a los servicios públicos.

Políticos y empresarios

¿Hay soluciones viables o la tragedia de la pobreza no tiene remedio en Cartagena? ¿Es posible mirar hacia el futuro con algo de optimismo? Porque ha llegado la hora de hacer no solo el diagnóstico, sino también la receta.
“No hemos sido capaces de estructurar unas verdaderas políticas públicas que respondan a las necesidades de los más pobres”, dice el exalcalde Londoño Zurek. “Hemos sido flojos en la planeación de proyectos y más flojos aún en su ejecución”.
Aunque nos duela en el fondo del alma a quienes tanto queremos a Cartagena, esa es la cruda realidad. Nada ganamos con esconderla ni con disimulos hipócritas. Es una ciudad mal gobernada, donde reinan el caos y la corrupción, donde ni los elegidos ni los electores tienen conciencia cívica de lo que están haciendo.
¿La empresa privada presta alguna ayuda para remediar esa situación? “En Cartagena son pocas las empresas propias de la ciudad y de las cuales se pueden beneficiar los cartageneros”, me contesta Sergio Londoño.
La verdad es que la clase empresarial cartagenera es empleada de grandes capitales andinos o extranjeros. Las empresas más importantes están inscritas en la Cámara de Comercio de Bogotá y tributan en Bogotá. A Cartagena solo le quedan las migajas del impuesto predial.

Las propuestas

Por su parte, Jhorland Ayala y su compañero Adolfo Meisel, después de investigar en las entrañas mismas de la pobreza, tuvieron el cuidado de proponer un plan de trabajo para combatirla.
Lo primero, según ellos, es identificar, proteger y reubicar a las familias que viven actualmente en zonas de alto riesgo que no son recuperables.
“Y llevar a continuación la cobertura de alcantarillado y acueducto al ciento por ciento, tanto en la zona urbana de Cartagena como en las islas que rodean a la ciudad”, me explica Ayala.
Advierten también que es urgente aumentar el número de colegios con jornada única y que brinden alimentación a los niños, vinculándolos a actividades deportivas, artísticas y recreativas para evitar la deserción.
“Hay que unirse con el sector privado para desarrollar programas ambiciosos de capacitación y vinculación laboral para reducir el desempleo”, añade el joven investigador.
Hay que construir, además, un hospital de primer nivel, dotar a Cartagena con más parques y zonas verdes, pavimentar la enorme cantidad de calles que hoy están destruidas.

¿Y el Gobierno nacional?

En este preciso momento se me ocurre preguntar dónde está el Gobierno nacional. ¿Qué se hizo el Estado? ¿La Nación colabora en algo?
“Sí, colabora un poquito, pero no en la forma debida”, responde el exalcalde Londoño. Si el Gobierno central quiere ayudar de veras a Cartagena, debe revisar, por ejemplo, el desbalance que hay entre los recursos que se lleva y los que deja en la ciudad: dineros portuarios, tasas de aeropuertos, los registros del turismo. Además, debe sancionar ya una ley para que las empresas que se asienten en un territorio paguen todos sus impuestos en ese territorio, y no solo el predial.

Epílogo

Como se ve, la tarea es larga, compleja, agotadora. Hay que empezar de inmediato. Es hora de poner manos a la obra. La pobreza de Cartagena no aguanta más. En el momento en que me dispongo a cerrar las páginas que contienen la admirable investigación de Meisel y Ayala, pasa ante mis ojos una de sus frases finales: “El futuro de nuestro Corralito de Piedra no solo debe ser sostenible, sino también incluyente”.
Aunque parezca increíble, Cartagena ha tenido nueve alcaldes en cinco años. Salen en promedio a seis meses por alcalde. “La crisis empezó desde 1988 con la elección popular”, concluye Londoño Zurek, “porque, a la hora de reglamentar esa elección, no se tuvieron en cuenta los factores de inequidad que existen en la ciudad”.
Hoy, el derrotismo y el desconsuelo campean por las calles de Cartagena y sobrevuelan entre las murallas. Como las gaviotas y los alcatraces, pero sin tanta gracia.
JUAN GOSSAÍN
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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