San José del Guaviare (Guaviare). En medio de una época en la que sembrar coca era la única opción de vida creció Samuel Alfonso Vanegas. Durante cinco años vivió con el temor por los problemas que este trabajo ilegal le pudieran traer.
Hoy, entre risas, Samuel, boyacense de nacimiento, narra su llegada a esta selvática zona colombiana, hace 44 años. “El Guaviare es muy bonito –dice–, aquí me amañé”.
Samuel es pequeño, su piel curtida por el sol muestra que labrar el campo es lo que sabe. Toda su vida lo ha acompañado un machete en el cinto. Junto a María, su compañera sentimental, llegaron al Guaviare en 1971. Decidieron adquirir 123 hectáreas con 2.000 pesos que habían recolectado en Macanal, Boyacá. “Llegamos a pura montaña, tocaba hacer cambuches para poder dormir”.
Tiene 80 años, pero acostumbra a decir su edad en días –29.200, exactamente–. Su memoria es lúcida. Recuerda esos primeros días en el Guaviare, aquellos en donde no había nada más que una extensa zona verde y mucha tierra para sembrar.
Luego llegó la coca. En medio de aquella selva parecía que el negocio era ese: sembrar, cultivar y vender. Así todo el tiempo. La costumbre era compartida de generación en generación, pues los más pequeños también raspaban coca y recolectaban unos cuantos pesos para gastar en dulces.
“Cuando había coca, había de todo; las tiendas llenas, las cantinas igual, eso era como una ambición”, comenta Samuel. Pero tras cinco años de estar en el negocio de cultivar y vender, entendió que no era un negocio ni legal ni mucho menos rentable. De la nada llegaban avionetas fumigando, acabando con todo lo que estuviera sembrado.
Así funciona la sustitución voluntaria de cultivos ilícitos
Samuel se detiene para recordar cómo las fumigaciones destrozaban los cultivos; no quedaba nada, solo tierra muerta que las familias no podían recuperar.
En la actualidad, Samuel tiene tres hectáreas sembradas de caña de azúcar y encuentra allí la tranquilidad que por tanto tiempo la necesidad económica le quitó por sembrar coca.
La situación cambió en el 2014, cuando una organización arribó al departamento con el propósito de llevar a cabo diferentes proyectos que les permitieran a los campesinos de la zona invertir en sus tierras de manera legal.
“Yo les dije: ‘si me quieren ayudar, ayúdenme con un trapiche’ ”, pues Samuel necesitaba este aparato para agilizar los procesos de extracción de caña y así producir miel.
La coca y la paz
Guaviare, otro escenario para la sustitución de cultivos ilícitos
En el caso de la vereda Cerritos, las fincas funcionan como una máquina correctamente aceitada; mientras Samuel presta sin costo su trapiche, otros se ofrecen a llevar los cargamentos de frutas o miel al pueblo.
William León y su esposa, Victoria, son los dueños de la finca La Leona, también en Cerritos, en el municipio El Retorno, esta pareja de esposos, como otros habitantes del sector, se vieron obligados a recurrir al cultivo de coca en otra época. Pero esas hectáreas hoy son fuente de suministro de alimentos. Victoria camina entre sus cultivos de cacao y reconoce que esa paz que vive hoy junto a su familia no creyó que fuera posible luego de tantos años de conflicto.
Este paraíso, ubicado a siete horas y media por carretera desde Bogotá, recoge en sus calles cientos de historias de guaviarenses que habían perdido la ilusión de caminar tranquilos por sus tierras. Ahora se respira un aire diferente.
La Leona es una de esas fincas que a simple vista no genera impacto; sin embargo, cuando se mira en sus cultivos, se entiende la riqueza oculta del Guaviare: cacao, maíz y hortalizas nacen de estas tierras que no hace mucho eran terrenos muertos.
El Guaviare se caracterizó por su excesiva producción de coca y los conflictos entre la Fuerza Pública y los grupos insurgentes por el dominio de esos cultivos. Con la intervención del Gobierno en la erradicación de los cultivos de coca, además de los aportes económicos, se espera que la situación mejore.
– ¿Usted cultivó coca?
–Sí, señor –responde Samuel–. Nos tocó. El que no sembraba coca, tenía que irse. Eran políticas internas de las veredas, en donde la guerrilla obligaba a los campesinos a pagar ciertas cuotas y a cumplir con los cultivos requeridos.
No obstante, hoy Guaviare se perfila como un territorio libre de ilegalidad. En parte, el trabajo del Gobierno y de los ciudadanos –además de la llegada de organizaciones a la zona– ha permitido mejores herramientas de trabajo.
El proyecto Sí Guaviare lleva ya dos años en la zona. La propuesta busca incentivar la producción de cultivos legales para que los campesinos creen empresas en sus fincas. Samuel cumplió con los requisitos de selección y entró a ser parte del proyecto.
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En su primera intervención, la estrategia se desarrolló en tres municipios –San José, Calamar y El Retorno–. Allí, mediante la colaboración de entes gubernamentales y la organización Hilfswerk Austria International, se llevó a cabo la selección.
En total, fueron 530 beneficiarios de 20 fincas seleccionadas para desarrollar los procesos de gestión y manejo de predios autosostenibles.
Ana Paula Zacarías, embajadora de la Unión Europea, señala que “este proyecto permite la relación entre campesinos, indígenas y afrodescendientes con cada uno de sus territorios; sumado a eso, mediante el intercambio de saberes, se perpetúa la identidad cultural y se consolidan las bases para la construcción de paz”.
“Hemos enseñado cómo preparar abonos orgánicos a partir de lo que las mismas fincas les ofrecen”, dice Juan Carlos Parra, coordinador de modelos productivos de soberanía y seguridad alimentaria de Hilfswerk Austria International.
Durante la implementación de los acuerdos de paz, este departamento ha buscado cómo posicionarse como un modelo de región económicamente autosostenible, además de ubicar a al departamento como un destino turístico. Hoy, los campesinos de la zona creen que es posible.
Samuel está tranquilo. Se sienta a vigilar sus cultivos mientras acaricia su blanca cabellera. El peso de cargar con el temor que le generaba estar en la ilegalidad hoy es parte del pasado, pues sonríe cuando cae la tarde en este paraíso ubicado en la llanuara amazónica.
LAURA ESCOBAR
Enviada especial de EL TIEMPO
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