La historia dice que se trata de un hombre con un largo vestido blanco que camina lento por los laberintos lúgubres y silenciosos del Cementerio Central de Bogotá. Recorre las esquinas, su halo se enciende y se apaga en las madrugadas brumosas de la capital. Quienes aseguran haberlo han visto dicen que es el Barón de este camposanto, un viejo monje que es el custodio de las almas en pena que aseguran hay allí.
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Esa es apenas una de las historias que cuentan quienes frecuentan o trabajan en el Cementerio Central de Bogotá, y que en vísperas de Halloween se narran a diario en los caminos del camposanto más antiguo de la capital, abierto en 1836.
En la entrada del cementerio aparece un mensaje que puede ser apocalíptico: 'Esperamos la resurrección de los muertos'.
Pasado el mediodía de un lunes de octubre el camposanto comienza a ser visitado. Las ventas de flores empiezan a despegar y son instaladas como coronas en las cabezas de los Cristos y Marías que adornan el lugar. Suena la campana de la iglesia y el incienso de la misa que sale del templo se confunde con el humo que expulsa un joven que fuma marihuana a escasos metros.
Otro grupo de chicos prenden cigarrillos y sus 'moños' de hierba, se acercan a alguna tumba, las golpean, esparcen cenizas y rezan. Luego, los jóvenes se van disipando por alguno de los cientos de laberintos que se han formado allí y se esfuman como si estuvieran siendo perseguidos.
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Hay un ventisca helada a las 2:30 de la tarde de ese lunes. En el cementerio la mayoría de las viejas tumbas están resquebrajadas y polvorientas; los árboles y las plantas, marchitas; los adoquines empiezan a ser tragados por maleza y un silencio imperante esconde algunos ritos pavorosos que solo suceden allí.

El Cementerio Central es el más antiguo de la capital. Fue abierto en 1836. Muchos de sus mausoleos están resquebrajados.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Doris Jiménez, una mujer morena de 60 años que fue criada en los alrededores del sitio, adorna una lápida de mármol en su puesto a las afueras del cementerio y cuenta que allí pasan "cosas raras", como brujería, apariciones y cultos a los muertos.
Ha sido testigo en sus años de trabajo de personas que a hurtadillas irrumpen en algún laberinto, sacan una bolsa negra, como de basura, y al abrirla se ve una pasta con la foto de alguien a quien piensan "desgraciar", la imagen es chuzada en repetidas ocasiones con alfileres.
La escena le produce a Doris escalofríos y la ha tenido que ver en varias ocasiones en el cementerio, pero el temor a las personas que lo hacen no le permite dar aviso oportuno de esos rituales oscuros a los que llaman ‘entierros’, que buscan "hundir a la víctima en situaciones complicadas", cuenta la mujer.
Alexander Galindo se logró levantar de uno de estos llamados ‘entierros’ que hacen en el cementerio. Por su trabajo como restaurador de tumbas, este hombre de 45 años, calvo y con tatuajes en sus brazos asegura haber visto un día cómo entre los rincones del lugar apareció, una "sombra negra" que se trepaba por los mausoleos.
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“Vi una sombra negra, un espíritu malo, en mi vida -trabajo aquí desde los 8 años- nunca había visto algo así. Es algo que pasa a la velocidad de la luz y se esconde. Luego se sube como un animal por la pared y desaparece”, cuenta Alexander.
Vi una sombra negra, un espíritu malo, en mi vida nunca había visto algo así. Es algo que pasa a la velocidad de la luz y se esconde. Luego se sube como un animal por la pared y desaparece
Y no es su única historia.
Durante sus tardes en el cementerio, Alexander dice que es común ver a una niña de 15 años de la que se rumorea que fue asesinada cruelmente. La menor sale con una túnica blanca y reluciente, se asoma en las esquinas de los mausoleos y se pierde. Alexander y Doris señalan que este supuesto espíritu se le apareció este año a una celadora de apellido Herrera.
Era una noche de enero, la celadora Herrera custodiaba el lugar acompañada por un perro al que todos los vecinos de la zona le llaman Tony. Según cuenta la historia, ella caminaba y Tony comenzó a ladrar como nunca lo había hecho y daba saltos alrededor de la mujer. Ante la perturbación que le causó el perro, la celadora se alertó y enfiló su mirada al frente. Justo al levantarla observó claramente una luz que se le acercaba y casi que al rozarla se desvaneció. “Menos mal era blanca, porque cuando son negras es que son malas”, asegura la señora Doris.
Esa luz blanca que dicen que se aparece en el cementerio ha sido vista, según los testimonios de estos creyentes de experiencias sobrenaturales, generalmente cerca del Caracol, una escalera metálica que conduce a un sótano donde reposan los restos de decenas de personas.
La escalera está oxidada y está protegida por un candado para evitar que se ingrese al sótano, un pequeño cuarto oscuro con un pasillo de unos 50 centímetros de ancho. Entre lo poco que se alcanza a ver sobresale un enchape de color azul celeste y un mensaje escrito con marcador que dice: “Gracias”.

En el Caracol se dice que han hecho rituales de vudú y se han encontrado elementos extraños.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Alexander dice que una de las cosas que más han llenado de misterio a ese Caracol fue la muerte de un señor que decidió ahorcarse allí.
“Dicen que el señor tenía problemas económicos, dejó una hoja escrita al lado del que sería su cadáver y contó las razones de su decisión. Ese lugar ahora está cerrado debido a que a le gente le gustaba entrar a hacer vudú, magia negra, velas, velones, muñecos y todo tipo de brujería para hacerles males a las personas”, dice el hombre.
Los viejos trabajadores del cementerio no dudan que en “ese sótano hay mucha porquería”. Entre las cosas que se han encontrado, dice Alexander, hay ropa, ropa interior y fotografías.
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El cementerio está ubicado en el barrio Santa Fe, una de las zonas de tolerancia de Bogotá, por lo que es visitado por trabajadoras sexuales.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Los sacerdotes de la Iglesia Anglicana se acomodan por los pasillos del cementerio a la espera de que alguna persona los busque para orar. El reverendo William Espinosa lleva cinco años trabajando allí y es quien acompaña los rezos para las almas.
Una de esas oraciones es para el "Barón" del cementerio. A él le rezan para favores y pagan la oración a los curas anglicanos. Le hacen su novenario. En la oración sus devotos repiten: "Que venga a verme urgente ardiendo de amor por mi. Présteme al Arcángel Rafael para que desentierre cualquier hechizo o brujería que nos impida estar juntos Barón del cementerio".
Espinosa dice que el Barón del cementerio es un monje, con su hábito religioso, que se acomoda hacia la 1:30 de la madrugada justo al lado de la puerta y es de "las apariciones más comunes".
El reverendo Espinosa cuenta que en sus cinco años de trabajo allí se ha enterado de extrañas situaciones que prefiere no contar. "Hay cosas que son reserva del sumario, pero en las noches han quedado grabados algunas apariciones. Aquí preferimos callar".
En el cementerio también es famosa la historia de la imagen de una mujer vestida de novia con una larga cola y un velo de novia que cubre su rostro. Según el reverendo, se aparece desde la 1 hasta las 2 de la madrugada y "como todos los espíritus" de allí se desvanece al entrar a un mausoleo.
El cementerio central es el lugar de reposo de decenas de personajes que han marcado la historia del país, desde próceres de la patria, como el General Francisco de Paula Santander, hasta el político liberal Luis Carlos Galán.
Diagonal a la tumba de Rafael Uribe Uribe, una mujer morena de unos 35 años está sentada en un escalón. Dice que es de la Costa Atlántica y que va al cementerio de vez en cuando. Mira hacia el suelo y saca un tabaco, inhala una y otras vez, cierra los ojos y luego escupe.
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Esta es la mujer que fuma tabaco dentro del cementerio.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
A lo lejos se nota cuando saca un celular y mira fijamente una imagen. Vuelve a fumar y escupir. Alexander, el reparador de tumbas, dice que también la ha visto y cuenta que, según los colegas del cementerio, la mujer hace "limpias" a personas a las que les han hecho "maldades con magia negra".
A dos cuadras de donde esta mujer se ubica se encuentra a la iglesia, donde se alcanzan a ver a los jóvenes fumando marihuana y suena el gorjeo de las palomas que se posan sobre los monumentos, uno de ellos una réplica de la Piedad, donde se ve a una María con un rostro que parece desfigurado con Jesús muerto en sus brazos.
Hacia el fondo está la mayoría de las personas que acuden al cementerio para hacer los nueve lunes a las almas. La tumba del astrónomo Julio Garavito, quien falleció en 1920, es completamente azul y es de las más visitadas. Allí es a donde llegan, cuenta el reverendo Espinosa, ladrones, prostitutas y travestis, entre otros, a pedir favores.
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"Por las oraciones de tu siervo Julio Garavito, hombre sabio y justo, aleja de mi el miedo, ansiedad y dolor", dice la oración que se reza en su sepulcro.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Hay una decena de jóvenes con cadenas de oro, pantalones anchos y tatuajes de tarántulas en sus brazos que giran alrededor de la tumba de Garavito. Pasan por cada uno de los bloques de las esquinas que tiene el sepulcro y las golpean fuerte en sus caras. En una de sus manos tienen un manojo de velas azules y en la otra un billete de 20.000 pesos con la imagen de Garavito que es frotado hasta la saciedad.
Luego, le ponen unas flores de color azul. Un culto que, dicen, les sirve para que nunca les falte la plata.
Desde el sepulcro azul de Garavito se ve la estatua del alemán Leo Siegfried Kopp, fundador de la cervecería Bavaria quien murió en 1927. Unas 30 personas hacen la fila para hablarle al oído y le piden ayuda para cualquier tipo de favor.
En la punta de la fila está Lucía Becerra, de 65 años, ella tiene un largo pelo blanco y completa su quinto día del novenario musitándole al oída a Kopp. Cada persona dura unos cinco minutos hablándole.

"Oh siervo de Dios Leo Kopp escucha nuestros ruegos que te dirigimos en tu oído para que se los comuniques a Dios Todopoderoso", dice la oración que se reza en su tumba.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Lo soban, lo brillan, lo limpian, le riegan cerveza y lo dejan con unos 60 ramos de flores, nadie más en el cementerio tiene tantos arreglos. Según Lucía, tras hablar con él siente cómo el "ayuda", y "le da tranquilidad".
Detrás de Kopp están las hermanas Elvira y Victoria Bodmer, de 6 y 8 años, y sobre cuyo deceso el 9 de julio de 1903 se han tejido tres teorías entre sus fieles. La primera relata que la mamá dejó una vela prendida en su casa y la niña menor, Elvira, brincó contra la puerta cuando su madre salía de su hogar. La veladora cayó sobre unas telas y comenzó un incendió donde perecieron.
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Otra dice que murieron ahogadas tras accidentarse en una lancha, pero la que más adeptos tiene fue su fallecimiento por una extraña enfermedad.
El reverendo Espinosa hace sus oraciones frente a las hermanas. Su tumba está repleta de flores, dulces sin envolturas y varios juguetes. También esconden fotos entre los orificios de la estatua dorada que les instalaron.

Las hermanas Bodmer fallecieron en 1903. Les regalan juguetes, flores y dulces.
Ana González Combariza / EL TIEMPO
Todos los juguetes que les dejan, dice el sacerdote anglicano, son guardados en una habitación del cementerio, pues nunca vuelven a salir de allí. Los celadores en las noches llegan hasta la tumba y les dejan los cientos de juguetes "para que los espíritus de las niñas salgan a jugar".
CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
Redactor de ELTIEMPO.COM
Fotografías: Ana González Combariza
Twitter: @Combariiza
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