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El pueblo entre jaguares y serpientes donde Escobar tenía pista clandestina

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En Bahía Cupica luchan contra agrestes condiciones de la selva. Crónicas de nuestro archivo.

En Bahía Cupica está temblando. Un trueno acaba de generar un apagón, los tejados vibran y las cerca de 1.200 personas que viven en las 300 casas que hay en este pueblo saltaron de sus camas para divisar los relámpagos por el tremendo aguacero que cae a las 10 de la noche en este territorio ubicado en plena selva, en la frontera entre Colombia y Panamá.
La señora Ana Tulia Segura, de 65 años, dice que a esos truenos es a lo que menos se les teme. Los aguaceros diarios, el cielo nublado y relampagueante son, de hecho, la magia de este poblado, donde para llegar hay que navegar por el mar Pacífico durante dos horas desde Bahía Solano y luego cruzar un puente de madera de cerca de dos kilómetros rodeado de mangle.
Bahía Cupica está ubicado cerca a la frontera con Panamá.

Bahía Cupica está ubicado cerca a la frontera con Panamá.

Foto:EL TIEMPO

Al llegar se ven las casas de madera de colores pastel de un solo piso que forman las únicas ocho calles del pueblo, todas están enlodadas y la caminata es incluso difícil para los cupiqueños por la sensación de humedad que alcanza el 90 por ciento, una de las más altas del mundo. Allí, les pesa cada paso que se da.
Ana Tulia cuenta que en Cupica la vida es extrema por donde se le mire: en el cielo, la tierra y el mar siempre hay alguna condición agreste que deben saber combatir a diario.
En las calles enlodadas se encomiendan a Dios para esquivar a temibles serpientes y ranas venenosas que abundan en sus tierras y desde las montañas saben que los jaguares –a los cuales llaman tigres manchaditos– merodean de cerca a sus hogares.
Son miles las veces cuando los viejos pescadores, principal actividad de este corregimiento de Bahía Solano, han tenido que huir de tiburones que los acechan en sus salidas al mar o de alguna ballena que les voltea la canoa y terminan siendo arrastrados por el fuerte oleaje del océano Pacífico.
En ese territorio los cupiqueños apenas están desde hace 14 años, pues su antiguo pueblo a orillas del río Cupica fue arrasado, hasta la última casa, por una avalancha que bajó el 7 de noviembre de 1999, por lo que las autoridades les construyeron un nuevo casco urbano que los terminó por internar en la selva para que una tragedia de ese tipo no los volviera a sacudir.

La serpiente más temida

La mapaná o talla equis es una de las serpientes más temidas en el Pacífico colombiano, cuando muerde, su veneno afecta a la sangre y los tejidos.

La mapaná o talla equis es una de las serpientes más temidas en el Pacífico colombiano, cuando muerde, su veneno afecta a la sangre y los tejidos.

Foto:Serpentario Nacional

A lo que más le temen los habitantes de Cupica cuando caminan por la selva llena de árboles granadillo y abarco es a padecer en carne propia el ataque de una serpiente.
Los alrededores de este pueblo selvático son hábitat del verrugoso, una de las víboras más grandes del país, cuya mordedura puede ser mortal, y la coral; además de la que los pobladores consideran la encarnación de la maldad en sus tierras: la mapaná o talla equis.
La peligrosísima mapaná, una larga culebra cuyo veneno podría acabar con la vida de una persona de 60 kilogramos, ha sido la culpable de un dolor irremediable en muchos de los habitantes de este lugar, quienes pueden ser sorprendidos en cualquier rincón del pueblo por esta víbora.
César Quiroga, director del Serpentario Nacional, explica que cuando una mapaná muerde, su veneno afecta a la sangre y los tejidos, por lo que entre más tiempo pasa de la mordedura estos se van destruyendo, hasta repercutir en fallas renales.
La última víctima de esta serpiente en el pueblo fue John, un adolescente que se dirigió a una quebrada a bañarse a las 7 de la noche.
Un relámpago había ocasionado que la energía se fuera, por lo que a oscuras caminó por los lodazales y fue ahí cuando sintió un hormigueo en su pie.

Soy enemigo íntimo de la mapaná, nosotros no nos podemos ver y ella le da más duro al curandero porque sabe cuál es la debilidad

John alumbró la calle con un fósforo y vio cuando la mapaná huía tras morderlo. Sus familiares asustados corrieron a la casa de don Abelino Blanquizeta Manzano, quien asegura haber curado a 110 personas de mordeduras de serpientes y solo una paciente se le ha muerto. Ella, dice el curandero, llegó en estado agónico y no contaba en su momento con los elementos adecuados para salvarla.
“Soy enemigo íntimo de la mapaná, nosotros no nos podemos ver y ella le da más duro al curandero porque sabe cuál es la debilidad. Además, cuando uno cura al paciente, ella se va muriendo, ella no come más”, dice Abelino.
En Colombia, en los primeros seis meses del año, han ocurrido 2.555 accidentes ofídicos, de los cuales el género ‘Bothrops’, al que pertenece la mapaná, ocasionó daños a 1.563 personas, según datos del Instituto Nacional de Salud.
Su padre Eliseo Blanquizeta desde los 8 años le enseñó el oficio como curandero de la mordedura de las serpientes y desde ese momento no ha parado de ayudarle a su comunidad. Hoy, con 57 años, es un hombre a quien todos en el poblado quieren y respetan, es como un superhéroe, pues con su don ha sacado de aprietos a muchas familias.
Al siempre sonriente Abelino solo le queda un diente, el incisivo central, y ya está a punto de perderlo debido a que todos los años curando a los paisanos le empezaron a cobrar factura en su salud.
El hombre señala que cuando mata a una serpiente venenosa le saca la hiel para sanar y la sustancia le penetra hasta las encías.

Hay una mujer mordida de culebra de hace dos días, lo necesitamos urgente

“A los tres días siento una rasquiña en la encía y me rasco, pero mientras más lo hago, duele más y luego se cae el diente”, cuenta.
La prueba de fuego para Abelino fue hace unos 15 años cuando llegaron unos policías a buscarlo hasta su casa en Cupica. “Hay una mujer mordida de culebra de hace dos días, lo necesitamos urgente”, le dijeron.
Había gente de la Cruz Roja y un médico curando a Marcela Venegas, quien había sido atacada en el dedo gordo del pie derecho, y todos miraron desconfiados a Abelino cuando llegó como el salvador.
El suero antiofídico que le suministraron no daba resultado y al curandero le tocó firmar un documento en el cual asumía todas las responsabilidades ante la inminente muerte de la joven.
Abelino cuenta que estaba convencido de su don, se encomendó a Dios, pues considera que es el rey del mundo, y en solo tres horas logró entregar a la mujer sin rastros del veneno y caminando tranquila.
Su fama como curandero, dice, llega desde Juradó hasta Charambirá, a lo largo y ancho de la Costa Pacífica, y aunque ya no tiene dientes sigue en la búsqueda de maneras de ayudar a las víctimas de la mapaná sin cobrar un solo peso, pues la única colaboración que pide a las familias es que juntos busquen las hierbas, el aceite de castor y los otros secretos personales que le enseñó su papá para sanar a los enfermos.
Todos estos trucos los usó para salvar al joven John tras intensos minutos absorbiendo el veneno con su boca y aplicando los remedios de la selva. Solo en Chocó, los cálculos del Instituto Nacional de Salud indican que se han registrado 141 casos de mordeduras de serpientes.
Para Quiroga, la recomendación ante un accidente ofídico es acudir a un centro de salud para recibir el tratamiento, pues los curanderos pueden fallar y el veneno seguir actuando en los cuerpos.
Pese a su mordida casi letal, el papel de la mapaná, dice Quiroga, es importante para el equilibrio de los ecosistemas, pues se encarga, por ejemplo, de controlar plagas en cultivos, pues su alimento principal son los ratones y ratas.

Rodeados de jaguares

Los habitantes de Cupica, como Abelino y Ana Tulia, además de la pesca tienen cultivos de yuca, plátano y maíz en las montañas, por lo que el ‘tropel’ con la culebra es siempre una posibilidad, pero no es el único animal salvaje contra el que lidian, la zona es frecuentada por jaguares, jabalíes y todo tipo de especies feroces.
Para acceder a Bahía Cupica hay que caminar por un puente de madera de unos dos kilómetros.

Para acceder a Bahía Cupica hay que caminar por un puente de madera de unos dos kilómetros.

Foto:David Blanco / EL TIEMPO

Él pasó suavecito, se nos quedó viendo, abrió los ojos, uno tiene mucho miedo y en un pestañeo ese animal salió corriendo

Las pocas reses que poseen los habitantes son constantemente arrasadas por los ataques de jaguares, cuyas huellas también son divisadas a orillas de las playas.
El campesino y pescador Teófilo Gutiérrez ha visto cómo estos felinos se devoran de un bocado a las terneras y huyen por la espesa selva.
La última vez que se encontró con uno de ellos estuvo a escasos 10 metros en plena selva, era grande, con manchas negras por su cuerpo, ojos inmensos y de color verde claro.
El campesino asegura que era como ver a un gato muy grande, pero cuando rugió estuvo a punto de caer desmayado del susto.
“Yo iba por una lomita caminando, cuando entonces nos encontramos de frente con uno de esos tigres que iba pasando. Él pasó suavecito, se nos quedó viendo, abrió los ojos, uno tiene mucho miedo y en un pestañeo ese animal salió corriendo; ese bicho es muy rápido, se metió por una zanja y se perdió. Tuve pánico”, dice el hombre.

Pescando entre tiburones

Pablo Escobar utilizó esta selva para construir una de sus pistas clandestinas para traficar cocaína en los años 80

Teófilo es de los habitantes que asegura que vivir en Cupica es casi como una misión imposible de la cual toca salir airoso a como dé lugar.
El corregimiento es tan alejado y escondido que el propio narcotraficante Pablo Escobar utilizó esta selva para construir una de sus pistas clandestinas para traficar cocaína en los años 80. Poco a poco ha sido devorada por el mar, pero muchos recuerdan cuando esas aeronaves eran lo único que llegaba hasta allí.
El pueblo tiene energía, pero tanto trueno la daña casi que a diario, también cuentan con agua, pero la dificultad que más les pesa es no contar con un servicio de salud adecuado.
En Cupica apenas hay una auxiliar de enfermería para atender a la población y ante una eventual emergencia las personas deben ser socorridas por quienes cuentan con lancha para llegar a Bahía Solano o acudir a la Armada Nacional, cuyos soldados continuamente realizan jornadas de salubridad en la zona.
En el poblado es difícil encontrar a alguna persona que no sea oriunda de Cupica, pero desde hace años hay dos antioqueños que se ganaron el cariño del pueblo. Uno es el sacerdote Héctor David Muriel y el otro es Luis Fernando Flórez, a quien apodan ‘De todito’, pues todo el mundo lo llama así por ser el encargado de realizar todo tipo de trabajos.
A Luis Fernando no le cabe duda que pese a que la humedad es desesperante, la vida en un lugar tan apartado puede ser el refugio para muchas personas que huyen de dificultades.
El hombre de 54 años dice que durante mucho tiempo estuvo consumido por la drogadicción en las calles de Medellín y aunque no entiende cómo el destino lo llevó hasta Cupica, agradece a Dios que le abriera las puertas de ese paraíso, que lo ayudó a salvarse de la muerte por culpa de la delincuencia y las drogas.
Flórez es como un cuentero en el municipio y se ganó la confianza del pueblo por intentar que se solucionen las necesidades que allí se tienen, sobre todo con la salud.
El año pasado obligó a las autoridades del Chocó a llevar brigadas médicas hasta el apartado lugar cuando se enterró por dos días en un hueco para reclamar atención para quienes considera sus ahora paisanos.

Uno se juega la vida cuando sale al mar, se viene la tempestad y las aguas se vuelven bravas, al punto que deja marcas en los cuerpos

En las cinco tiendas que tiene el poblado nunca falta la cerveza ni el viche, una bebida típica artesanal del Pacífico. Allí todas las tardes se ven a los vecinos a un costado del parque principal debajo de una rama de árbol contando historias y cómo han hecho para librarse de tiburones y ballenas que complican sus faenas de pesca en el mar.
“Uno se juega la vida cuando sale al mar, se viene la tempestad y las aguas se vuelven bravas, al punto que deja marcas en los cuerpos”, comenta Lisinio Moreno Ramírez, quien desde los 5 años es pescador.
En su pequeña canoa, Lisinio, de 56 años, sale a remar cada día desde las 5 de la mañana y han sido varias las oportunidades que algunas fieras del mar han generado situaciones amenazantes.
En esta zona es habitual ver a cientos de ballenas yubartas entre junio y mediados de septiembre. Aunque Lisinio dice que son mansas, en ocasiones un salto de estas termina por hacerlo caer y terminar con golpes en su cuerpo, además de provocar un esfuerzo inmenso para no dejarse hundir y morir ahogado.
Lisinio varias veces ha tenido que emplearse a fondo para huir de la ferocidad de este animal que lo persigue casi hasta las orillas de la playa, chocando la canoa e intentándolo desestabilizar.
En las tiendas, otros pescadores hablan de la buena fortuna con la que cuentan en ese mar, pues no hay día en el que les vaya mal en cuanto a lo que cazan de manera artesanal.
Sin embargo, los narcotraficantes aprovechan este paso hacia Centro América para cruzar en lanchas con su mercancía y cuando se sienten descubiertos por la Armada Nacional, que hace constante vigilancia de las aguas, terminan lanzando el producto a sus aguas. Algunos pescadores terminan siendo instigados por los bandidos para que rescaten la droga, un peligro que les toca tomar para evitar represalias.
Cada noche en Bahía Cupica hay algo que contar, una mordedura de serpiente, la molestia que un jaguar se comió una res o que un tiburón persiguió a un pescador, pero pese a todas las dificultades de esta selva chocoana, los habitantes de este lugar lo consideran un paraíso sin lujos que vive feliz.
“Acá somos pobres y no hay cómo ir a Bahía Solano, por la salud sí que sufrimos. Es muy difícil vivir acá, con el invierno es un lodazal y con la humedad uno no se puede ni mover, pero pese a todo la vida acá es tranquila”, dice Ana Tulia.
CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
Enviado especial a Bahía Cupica
Esta historia hace parte del especial Colombia Extrema, publicado en el 2019.
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