Hasta Dios tiene miedo en Caloto. O por lo menos, uno de sus representantes en la tierra. El sacerdote del pueblo entreabre cautelosamente la puerta de la casa cural.
—¿Qué quieren? —pregunta y mira de lado a lado. Pareciera que la casa de Dios no estuviera abierta.
—Nos vemos en la entrada del templo —dice y cierra la puerta. Una vez adentro, el hombre suda. No quiere hablar.
—Hay mucha zozobra. Estuve hace poco por los lados de El Palo y la gente tiene banderas blancas en sus casas. Me da miedo ir por allá; son solo siete kilómetros, pero es que la realidad cambia tremendamente en ese trecho.
(Antecedentes y cronología del crimen de Edwin Dagua Ipia)
Caloto, históricamente, ha sido un pueblo trashumante. Fue destruido y reconstruido siete veces. Los indígenas rebeldes que ocupaban las vertientes de la cordillera Central desempeñaron un papel decisivo en el devenir y en los traslados de esa ciudad; en gran parte porque opusieron una fuerte resistencia a la conquista de los españoles y asediaron varios asentamientos ocupados por ellos en ese territorio hasta comienzos del siglo XVII. Indígenas que siguen resistiendo y a los que siguen matando. Como Edwin Dagua Ipia, un joven de 28 años, autoridad ancestral de su comunidad y a quien mataron el 7 de diciembre del 2018.
El sacerdote, sudoroso, mira hacia el fondo de la iglesia como si los fieles estuvieran escuchándolo y dice:
—Estos días se me ha pasado por la cabeza si irme o no de acá.
Y repite para sí mismo:
—Es mucha la zozobra, es mucha. Uno no sabe cuándo cae un tatuco en el templo o en la casa cural. Están matando a mucha gente. Es difícil, pero la invitación a la gente es a mantener la esperanza —hace una pausa y sigue—: ¿Mañana van para El Palo? Mucho cuidado por allá.
(Vea el especial 'Una lucha verde que les costó la vida')
***

Milicianos de la disidencia ‘Dagoberto Ramos’ asesinaron a Edwin Dagua, de 28 años.
Juan Pablo Rueda / Enviado especial de EL TIEMPO
Las curvas son muy cerradas para la velocidad que lleva la camioneta. La sensación es que en cualquier momento se puede volcar y terminar en el río El Palo. Pero el miedo que se siente no es por eso: es el mismo miedo el que impulsa la velocidad.
El Palo es un corregimiento a ocho kilómetros del casco urbano de Caloto, a 15 minutos en carro. El puente que cruza el río está todo marcado con graffitis de las Farc-EP, que específicamente señalan la presencia de la disidencia ‘Dagoberto Ramos’. En este punto, la vía de Caloto se divide en dos rutas: una hacia Corinto y otra hacia Toribío. Ambas controladas casi por completo por milicianos de la ‘Dagoberto Ramos’.
El conductor no desprende la mirada del camino y mientras tanto va contando historias sobre la cantidad de veces que algún retén de las disidencias lo ha detenido en esa vía. “Me apuntaron con los fusiles, pero el blindaje de esta camioneta es suficiente para resistir esas balas. Es acá. Me toca parquear en este punto. Ustedes caminan hasta allá”, nos indica.
(Lea también: el crimen de Wilton Orrego, el guardabosques de la Sierra)
“¿Dónde están los demás?, ¿por qué se quedaron atrás?”, dice molesto el guardia nasa que va de copiloto y pregunta por el radio: “¿Dónde están?”. Nadie contesta. “No deberíamos parar acá, no deberíamos”, sigue, angustiado, y nuevamente intenta con el radio: “¿Por dónde van?”. Nada. El punto es entre la vereda de La Chivera y la de Chorros, en la vía que conduce de El Palo hacia Toribío.
“Ahí es, ahí es donde lo asesinaron. Vayan que nosotros estamos pendientes”, nos dicen. En una pared, al costado de la carretera, está pintada la bandera del Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), encima está una lápida con la foto de Edwin Dagua Ipia, que tiene un texto ilegible y encima una cruz con su imagen. Es por él que estamos acá. Lo que sí se lee en la lápida son dos fechas:
9 de octubre de 1990. Edwin Dagua Ipia nació en una familia evangélica en la vereda El Poblado, Zona Cinco del resguardo de Huellas, cerca de los límites entre Caloto y Santander de Quilichao, en Cauca. Fue el sexto de siete hijos. Le ayudaba a su familia a cultivar café.
7 de diciembre de 2018. Siendo las 3:45 de la tarde, entre el sector del Palo y la vereda Chorros en la Zona Tres del territorio Ancestral de Huellas, Edwin fue interceptado por dos individuos con armas de fuego, quienes sin mediar palabras le propinaron cuatro impactos de bala en el cuerpo produciendo de manera instantánea su muerte.
(Colombia, el país donde más matan líderes ambientales en el mundo)

Edwin Dagua Ipia, líder ambiental asesinado en Cauca
Juan Pablo Rueda / Enviado especial de EL TIEMPO
¿Por qué lo mataron?: por defender la tierra, por oponerse a la extensión de cultivos ilícitos en el norte del Cauca, en específico, en el resguardo indígena. Y por oponerse al reclutamiento de jóvenes nasa. Por eso lo mataron. “Por defender la vida”, dicen quienes lo conocieron.
Entre 2016 y 2020 fueron asesinados 269 líderes indígenas en todo el país. De estos asesinatos, 242 se dieron luego de la firma del acuerdo de paz (24 de noviembre de 2016). Cauca ha sido el departamento más afectado: 94 líderes y/o defensores de derechos humanos (DD. HH.) indígenas han sido asesinados, muertes de las cuales 28 han ocurrido en lo corrido del 2020, según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz).
Por su parte, la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (Acin) contabilizó —entre enero y mayo de 2021— 30 asesinatos de comuneros en el territorio, 41 hostigamientos, 16 amenazas, 11 atentados, 8 persecuciones, 3 abusos de autoridad, 2 ataques a la comunidad y un intento de masacre. El contador no para y el horror empeora a medida que pasa el tiempo.
(Familias de líderes ambientales asesinados exigen justicia y verdad)
“Llegaron. ¡Rápido!”, avisa uno de los guardias y señala la camioneta de la que se bajan más guardias. Entre ellos está Deucaris, una de las cinco nejwexs nasa (autoridad tradicional) del cabildo de Huellas, Caloto. En la curva, donde están parqueadas las camionetas, los miembros de la autoridad discuten. No quieren estar ahí.
Cuando hacíamos puestos de control y deteníamos cargamentos de marihuana o de coca, Edwin no dudaba en decir: se quema todo eso, ¡ya!
Camino buscando a Deucaris y por la curva se pierde la visibilidad de ambos costados en los que están apostados los guardias. Escucho una moto que pasa a mi lado y disminuye la velocidad. El tiempo se detiene. Volteo la cabeza y veo a dos hombres en el vehículo. El parrillero es blanco. Tendrá unos 35 años. Levanta la mano de su cintura y el poncho que lleva lo levanta un poco, me mira fijamente y apuntándome, con su dedo dice: “Cuídese, gonorrea”.
La moto acelera y desaparece en la curva. Deucaris se acerca a paso rápido.
—¿Qué le dijeron esos dos?, iban armados, ¿si vio? Vamos, vamos rápido —dice la mujer. Se acerca a la lápida, mira la foto de Edwin y se calma un poco, estira su mano, la toca, cierra los ojos. De su mochila saca una botella de plástico pequeña y empieza a decir algunas palabras que no se entienden mientras riega chirrinche —bebida alcohólica proveniente del guarapo— en la lápida y el suelo. Brinda con Edwin. Mira al guardia y le hace señas: “Nos tenemos que ir de acá, ¡ya!”.
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Corren todos a los vehículos. Se cierran las puertas. Se prende el motor. La velocidad nuevamente reta la fuerza centrífuga. El conductor retoma sus anécdotas. “¿No le parecen sospechosas todas esas camionetas último modelo parqueadas en esas casas tan pobres?”. Y se ríe. “Pues sí, esta vía está plagada de ‘guerrillos’. Calcule cuántos son con la cantidad de camionetas”. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… “Multiplique, piense que cada una lleva de a cuatro. Así, rápido, ¿cuántos son los que hay solo en este trayecto?”. ¿Esos fueron los que mataron a Edwin?
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Sepelio del gobernador de Huellas, en Caloto, en el norte del Cauca, Edwin Dagua Dipia. Fue asesinado el 7 de diciembre.
Acin
“Usted sabe que para dejarme ir feliz me tiene que dar comida”, le dijo Edwin a María, amiga suya desde hace años, en la mañana del 7 de diciembre de 2018, pocas horas antes de que lo asesinaran.
María todavía ve a Edwin riéndose y recochando sentado en esa silla. Desde ahí se tiene la mejor vista. El horizonte de la tierra por la que tanto luchó fue lo último que él vio: montañas agrestes y cortantes de las que caen cualquier cantidad de cascadas naturales.
La vereda El Credo es una de las diez que tiene la Zona 3 del resguardo Huellas. Hasta el momento, se tiene un registro de 2.600 habitantes en esa zona. Y, en particular, en El Credo hay cerca de 256 familias, unas 784 personas. La ladera de la montaña tiene un horizonte que se extiende por el cañón del río El Palo y que termina en el valle. Pero esa vista también es su perdición, pues se convierte en un punto clave para los grupos armados.
(¿Cuál es la realidad de los líderes ambientales en Colombia?)
Indígenas y campesinos terminan acudiendo a los cultivos ilícitos de marihuana y coca que abundan en estas montañas pues no tienen otra opción. Sin embargo, es tan complicada la situación económica que incluso la coca y la marihuana les dejan ganancias bajas.
La madre tierra me protege. Cuando salgo de mi casa, brindo pidiendo protección: acompáñame, llévame y tráeme
“Nosotros somos el último eslabón de la cadena. Somos los que menos ganamos en todo esto. Si nos dieran oportunidades, no nos tendríamos que dedicar a esto. No nos podemos morir de hambre”, dice Albeiro Mestizo (41 años), presidente de la junta de acción comunal de la vereda y coordinador de toda la Zona 3.
Según la más reciente encuesta de producción de coca en Colombia, publicada el 9 de junio de 2021 por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Cauca es el cuarto departamento del país con más hectáreas cultivadas con coca: en el 2019 existían 17.356 hectáreas.
Una de las principales luchas que tenía Edwin era en contra de los cultivos ilícitos en su territorio sagrado. “Se paraba duro frente a este tema”, dicen quienes lo conocieron.
“Cuando hacíamos puestos de control y deteníamos cargamentos de marihuana o de coca, Edwin no dudaba en decir: se quema todo eso, ¡ya!”, cuenta uno de los guardias nasa que lo conoció. Además, Edwin promovía la sustitución de cultivos ilícitos por productos de la región como la guayaba, el café y la naranja.
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La extensión de cultivos ilícitos es la segunda causa en el país de la deforestación de bosques nativos. Según el Ministerio de Ambiente, la deforestación asociada a cultivos de coca tiene impactos relacionados con la pérdida y migración de la fauna y flora de estos bosques; también con el deterioro de estos suelos, con el aumento de la erosión y desertificación, que dan paso al incremento de deslizamientos, avalanchas y demás desastres en el país.
“Eso no le gusta para nada a los grupos ilícitos”, dice Carlos Alberto García (29 años), amigo de Edwin y quien lo describe así: “Era una persona muy alegre, muy confianzudo, amigable con todos…, pero como autoridad era fuerte a la hora de tomar decisiones, era firme. Creo que por eso los grupos armados decidieron matarlo”.
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Solo tuvimos casi dos años de tranquilidad después del acuerdo de paz. Luego la guerra volvió, y peor que antes
“La madre tierra me protege. Cuando salgo de mi casa, brindo pidiendo protección: acompáñame, llévame y tráeme”, dice Albeiro. Se sienta, mira el cielo y explica: “Cuando llegaron, estaba soleado y ahora está nublado. Eso es que algo va a pasar. Pero no se preocupe, es bueno para nosotros. No va a haber problemas hoy”.
Según cuenta este hombre de baja estatura, sonriente y buen conversador, la naturaleza se pronuncia a través de los cantos de los pájaros, el movimiento de las nubes y sus sueños. Y también le anuncia cosas que van a pasar. Entonces, ¿cómo no amarla, cómo no cuidarla, cómo no dar la vida por ella?
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Albeiro no recuerda el clima del día que asesinaron a Edwin, pero recuerda que el día anterior estuvieron hablando en la escuela de la vereda.
Todos los años, las instituciones educativas del resguardo invitan a los cinco nejwesx de Huellas a la clausura académica. Aunque ir a El Credo era difícil por la situación de orden público, las autoridades llegaron el 6 de diciembre de 2018 hasta la escuelita. Edwin era uno de ellos.
Desde muy joven, Edwin empezó a participar en las actividades del cabildo. En junio de 2013 ocupó su primer cargo en la estructura de gobierno. Tenía 23 años cuando, según registros de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (Acin), los habitantes de El Poblado lo escogieron para ser autoridad veredal, y durante ese año se desempeñó como secretario principal del cabildo. Ese mismo año, el Sistema de Alerta Temprana de la Defensoría del Pueblo identificaba a las Farc como el único actor armado de Caloto, Cauca.
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La pasión por la organización indígena lo llevó a que, en 2017, ocupara el cargo de fiscal del cabildo. Y poco tiempo después, el 22 de diciembre de ese año, la comunidad en asamblea decidió cambiar de estructura, pasando de cabildos a autoridades sa’t we’sx. Es decir, ya no tendrían un gobernador de todo el cabildo, sino cinco autoridades con su respectiva chonta —o bastón de mando—. Fue ahí cuando Edwin se convirtió en uno de los 5 sa’t we’sx que ejercen la autoridad ancestral del resguardo indígena de Huellas Caloto.

El líder nasa es recordado por sus compañeros del resguardo indígena Huellas.
Juan Pablo Rueda / Enviado especial de EL TIEMPO
El día antes de que lo asesinaran, Edwin estuvo en la mañana hablando con Héctor Fabio Casamachín, coordinador de la guardia indígena del resguardo. “Ese día se fue sin su esquema de seguridad, ¿sabía que a él ya lo habían amenazado?”, pregunta.
La amenaza previa a su asesinato ocurrió exactamente el 26 de febrero de 2018. Hacia las cinco y media de la tarde, por el sector de la EPS Norte de Caloto, dos hombres armados, que se desplazaban en un vehículo rojo, abordaron a Edwin. Con las armas le apuntaron a la cabeza y con insultos le gritaron: “Lo venimos siguiendo, cuídese, sabemos quién es, tiene dos días para largarse”.
Pocos meses después, el 21 de agosto, una alerta temprana de la Defensoría del Pueblo advirtió que eran cuatro los grupos armados que hacían presencia en la zona: Epl, Eln, disidencias de las guerrillas y las denominadas Águilas Negras. El conflicto se venía recrudeciendo en el territorio desde el 2017.
No sigo denominaciones ni tintes políticos, no soy de derecha ni de izquierda, soy de abajo, de los que se burlan de los de arriba, soy orgullosamente nasa
“Solo tuvimos casi dos años de tranquilidad después del acuerdo de paz. Luego la guerra volvió, y peor que antes”, dicen varios líderes.
(Una lucha verde que les costó la vida)
Edwin llegó a una ceremonia en la escuela en la tarde. Entre los asistentes estaba María, la amiga de Edwin. Se vieron a lo lejos y se saludaron. Esa noche él se fue con ella para su casa, llegaron más amigos y se pusieron a recochar. Al día siguiente, María le dijo a su esposo que lo llevara en la moto hasta su casa. Pero su marido no se quería devolver solo, así que ella le dijo que también los acompañaba. En ese momento se cruzaron con el cuñado y decidieron irse en dos motos: Edwin con el esposo de María, adelante, y ella y su cuñado, atrás.
“Íbamos tan tranquilos cuando sucedió eso…”.
—¿Qué pasó después, María?, ¿quién lo mató? —pregunto.
***
Cuando a un nasa se le entrega su chonta, significa que ahora es una persona importante en el territorio indígena, que tiene la fuerza de su gente. El nombre para los portadores de la chonta es Kiwe Thegnas, que en su idioma, el nasa yuwe, significa ‘guardias de la tierra’.
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“Soy un pinche comunero y nací y crecí siendo rebelde, me forjé en la dureza de la vida, creo en que se puede cambiar el presente que vivimos por un futuro mejor. No tengo mucho, pero soy feliz con lo que tengo, no sigo denominaciones ni tintes políticos, no soy de derecha ni de izquierda, soy de abajo, de los que se burlan de los de arriba, soy orgullosamente nasa del resguardo indígena Huellas”, dijo Edwin en una asamblea.
Edwin cargaba con orgullo su bastón de mando.
El día de su muerte, descendió con el profe por las curvas de la montaña hasta llegar a la vía principal, giraron a la derecha hacia El Palo. María y el cuñado venían atrás. Por las curvas hubo un momento en el que perdieron de vista a su esposo y a Edwin. Fue ahí cuando aparecieron dos hombres vestidos de negro, le apuntaron a Edwin y cuatro disparos impactaron en su cuerpo.
El joven líder de 28 años cayó en la vía, su chonta quedó a menos de medio metro de su mano.
***
El dolor no debe ser rutina ni costumbre.
Margarita Hilamo Mestizo es una mujer poderosa. En sus ojos carga la sabiduría de la resistencia. Esta mujer de 52 años es una guerrera de la palabra y por la vida, tiene grabada en su memoria la historia de la comunidad nasa en Caloto. Recuerda los nombres de los líderes asesinados, quiénes eran, por qué, cómo y quiénes los mataron y se sabe de memoria las masacres que han ocurrido en la zona.
“Cuando matan a un líder queda un vacío muy grande en la comunidad; sin embargo, no nos quedarnos de brazos cruzados”. Y sentencia: “Seguimos adelante. Los pueblos indígenas lo llevamos en la sangre. Somos guerreros, pero no en armas. Guerreros con la palabra, con la acción, con las exigencias… Cuando matan a un líder, en lugar de restarnos fuerza, nos da mucha”.
Alejandro Casamachín es el coordinador del Plan de Vida del resguardo Huellas del pueblo nasa. Anda siempre con un sombrero que lleva una cinta de colores y una mochila que tejió con su esposa. La mochila lo protege, le salvó la vida una vez que le dispararon. En ella carga la cosmovisión de los nasa. El sombrero y la mochila son símbolos de resistencia, pero él en sí mismo es un símbolo.
Casamachín le ha hecho seguimiento al caso de Edwin muy de cerca y asegura que el detonante para su asesinato fue cuando alias el Indio mató a Janer Ulpiano Ul, hijo de una guardia, en la vereda El Tierrero.
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—Apenas la disidencia estaba cogiendo fuerza, así que convocamos a una asamblea en El Credo, 15 días después del asesinato. Juzgamos al ‘Indio’ de manera ausente. Ese día, Edwin hizo la lectura del contexto del resguardo. Fue muy duro y enfático en los actores armados, en el incremento del cultivo ilícito… él dijo: “Tenemos que pararlo y sea quien sea, pues toca o hablar con ellos o cogerlos”.
Seguimos adelante. Los pueblos indígenas lo llevamos en la sangre. Somos guerreros, pero no en armas
Cuatro días antes del asesinato de Edwin, el 4 de diciembre, el resguardo publicó un documental en el que Edwin dice: “Aquí el mensaje es claro y contundente: vamos a arreciar contra los que vengan a hacernos daño en el territorio. (…) Ese es el llamado y que no nos dé miedo, siempre ha sido así nuestro lema: ‘Nos matarán a uno, pero nacerán miles’. Sin ningún interés podemos dar la vida por el territorio”.
Entonces empezó la zozobra, llegaron panfletos y las amenazas fueron constantes… Luego mataban a uno y al otro. Aquí y allá. Hasta que le llegó el turno a Edwin.
—No hemos cogido a quien lo asesinó. Sin embargo, en agosto del 2019, se entregó alias Luisca, activo de la disidencia. Él era el que recogía las extorsiones a los cultivadores de marihuana.
El 14 de agosto de 2019, la Gobernación del Cauca publicó el cartel de los líderes de la disidencia de las Farc más buscados y que serían los responsables de la muerte violenta de varios integrantes de la guardia indígena en el norte del Cauca. En la lista estaban: alias el Indio y alias Luisca o Andrés.
A los pocos días, ‘Luisca’ o Luis Carlos Cainas Ul, tercer cabecilla de la columna móvil ‘Dagoberto Ramos’, se entregó a las autoridades. Confesó ser uno de los responsables del asesinato de Edwin Dagua Ipia.

Como es costumbre en su etnia, a Edwin lo ‘sembraron’ el 9 de diciembre de 2018 en el filo de una montaña. Deucaris, amiga de Edwin, visita su tumba
Juan Pablo Rueda / Enviado especial de EL TIEMPO
El 21 de octubre de ese mismo año, el resguardo indígena Huellas le solicitó a la Fiscalía General de la Nación que la investigación por el asesinato de Edwin pasara a la Jurisdicción Especial Indígena.
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—Qué encarte tan berraco porque al haberse entregado él, le corresponde a uno la responsabilidad de cuidarlo. Es una cosa irónica… estuvimos con él volteando como 15 días…hasta que pedimos un permiso en el búnker de la Fiscalía para que lo cuidaran. Luego conseguimos un cupo en el Inpec y allá está.
Las autoridades indígenas tienen pruebas contundentes que evidencian la existencia de un plan estratégico por parte de la disidencia de criminalizar, matar y romper el tejido de la organización indígena. El plan incluía varios asesinatos, entre esos el de Edwin.
—Nosotros vamos a condenar a ‘Luisca’. Sin embargo, nos faltan aún varios que están detrás del asesinato —explica Alejandro.
***
—Pienso que Dios lo estaba preparando para irse —dice la hermana de Edwin y la mayor de siete hijos del matrimonio Dagua Ipia.
En la casa donde nació Edwin huele a café. Detrás de la despulpadora, el horizonte se extiende hasta encontrarse con El Muchacho, una montaña sagrada en la cosmovisión nasa de Caloto. Fue con esa vista que María Edilma y Edwin se vieron por última vez un mes antes de que lo asesinaran.
—Él desde pequeño tenía esa iniciativa de liderar. Le gustaba ser personero y presidente estudiantil y así fue creciendo —recuerda la hermana de Edwin.
Su mamá no se detiene a escuchar la conversación. Cada vez que le nombran a su hijo el dolor la invade. No para y sigue echando café en la despulpadora.
El dolor para la familia Dagua Ipia no fue solo por la muerte de Edwin. En la madrugada del 29 de diciembre de 2019, un año después del asesinato del comunero, desconocidos intentaron ingresar a la casa de la madre de Edwin y al día siguiente un hermano encontró un grafiti de una calavera con las siglas “FDA (Fuera de Aquí)”. Otros dos parientes habían tenido que irse una semana antes.
—Nos tuvimos que ir todos de acá por las amenazas que recibimos. Pero mi mamá no soportó Bogotá. Yo me vine con ella para la finca y de acá no nos pensamos ir. Nosotros aprendimos el perdón. Y sea quien sea que haya asesinado a mi hermanito, lo perdonamos. Lo único que pedimos es que nos dejen tranquilos en nuestra tierra —sigue la hermana de Edwin.
Al día siguiente del asesinato, el cuerpo de Edwin llegó hasta la vereda donde nació. Una caravana de miles de personas subió la montaña acompañando el féretro. Esa noche, cientos se quedaron acompañando la velación. Los jóvenes tocaron música, le hablaron a Edwin, se despidieron de él. Lo lloraron y brindaron con chirrinche. Como a él le habría gustado, ese día todos “recocharon”.
El domingo, cuando sacaron el féretro para llevarlo a su siembra, la guardia indígena —la que Edwin tanto quiso— le hizo una calle de honor. Los bastones de mando fueron alzados hacia el cielo para despedirlo. Ese día, todos los nasa cargaron su cuerpo hasta el filo de la montaña.
A Edwin lo sembraron el 9 de diciembre de 2018. A su lado nació una planta de flores amarillas que acompañan el atardecer. Y de vista tiene la montaña sagrada de El Muchacho y el valle que se extiende.
Deucaris pone su mano sobre su tumba.
—No volvía acá desde que lo sembraron —dice, y brinda un chirrinche en tributo a Edwin—. Yo a él lo cargo en este llavero que tiene un poema que le escribió uno de los jóvenes que lo conoció: “Dagua, te fuiste como agua, agua que dejó huella, huella que no morirá”.
Y con lágrimas en los ojos, afirma:
—Él ahora es un árbol y todo lo que vemos es el fruto y las ramitas de lo que él hizo.
SIMÓN GRANJA MATIAS*
Enviado especial de EL TIEMPO
Periodista de Redacción Domingo
Twitter: @simongrma
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