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Así fue crecer y sobrevivir en una de las cunas de las Farc

Santiago Pérez, corregimiento de Ataco, en el sur de Tolima.

Santiago Pérez, corregimiento de Ataco, en el sur de Tolima.

Foto:Diego Santacruz / EL TIEMPO

Carlos Tovar relata cómo fue su juventud rodeado de violencia en un corregimiento del sur de Tolima.

Valentina Obando
Todavía conservo vagas imágenes, borrosas y un tanto confusas, en las que veo a mi madre llevándome en brazos hacia Ibagué. Era 1973 –me contaron después- y nos íbamos a vivir a la capital del departamento de Tolima tras el fallecimiento de mi padre. Murió al ser embestido por un cebú en un evento de toreo en las fiestas del pueblo donde vivíamos.
Fue en Santiago Pérez, corregimiento de Ataco, Tolima, un lugar que llevo en el corazón a pesar de que mi vida allí estuvo varias veces en riesgo. Por fortuna, al igual que en Ibagué, logré salir airoso.
Me llamo Carlos Tovar, nací el 15 de junio de 1970 en Santiago Pérez, pueblo en el que vive mi familia desde hace varias generaciones. Tengo pocos recuerdos de mi padre, pero los habitantes del corregimiento me ayudaron a hacerme una imagen de él: Ramón Tovar era un próspero comerciante. Además de administrar una tienda de abarrotes con mi madre, tenía negocios de ganadería.
Las fiestas en Santiago Pérez fueron uno de sus mayores deleites: cada vez que sonaba la música él alistaba algunas cosas en su caballo y, en compañía de amigos y conocidos, iba a la plaza para tomarse algunos tragos. Siendo un pueblo pequeño todo el mundo se conocía, algo que no ha cambiado hoy.
En las fiestas de 1973 mi papá decidió meterse a la corraleja durante una lidia. Los toros se movían coléricos persiguiendo a quienes los provocaban. Uno de ellos embistió a mi viejo, le clavó un cuerno cerca al pecho. La única forma de llegar al hospital de Ataco –el más cercano-, en ese entonces, era en helicóptero. Mi padre no resistió y falleció.
Algunos de mis hermanos se quedaron en Santiago Pérez llevando los negocios de mi padre, yo, que soy el menor de todos, terminé con otros de ellos y con mi mamá en Ibagué. En todo caso, entre visita y visita, fui creciendo en medio de la violencia que azotaba el pueblo.
En Ibagué la cosa tampoco era muy diferente, fuimos a dar a un barrio cerca de la terminal de transportes que resultó ser muy peligroso, una “olla” como diría mi madre alguna vez.

El primer muerto

Tenía entre cuatro y seis años. Recuerdo que lo importante en ese momento, para mí, era jugar, corretear de aquí para allá con los niños del barrio. Una tarde entre un tumulto de gente logré ver a una persona muerta. No supe si había caído abaleado, apuñalado o golpeado. Después de mirarlo quieto, como dormido, seguí jugando. Esa escena fue antesala, algo decorosa y hasta divertida de lo que me esperaba en Santiago Pérez.

Los duelos a muerte de los borrachos

Cuando yo era niño, en Santiago Pérez existía todavía la costumbre de canjear productos del campo por productos de aseo y otros alimentos. Eso pasaba, principalmente en la tienda de mi padre. Los campesinos cambiaban parte de su cosecha por otros productos, entre ellos, herramientas de trabajo como machetes.
Pero los machetes no solo eran para trabajar, también para pelear. Muchas fiestas terminaban con riñas y ellas, a su vez, con muertos. De esos vi muchos en Santiago.
Otra costumbre, también muy problemática, era la de tener varias mujeres a la vez. Mi tío Pedro, por ejemplo, tuvo unos 35 o 40 hijos con distintas mujeres.
Un día, mis hermanos y yo, encontramos al tío en una cantina bebiendo solo en una mesa, mientras varios de sus hijos lo custodiaban desde otras. Ese día, Pedro mató a un hombre que encontró en la cama con su esposa, con la que tenía en ese momento. Como la familia del difunto lo estaba buscando para saldar cuentas, un ejército de mis primos lo estaba cuidando para que no le fueran a aplicar justicia. Al tío Pedro nunca le pasó nada.
Hace cuatro años vino a buscarme a Bogotá para pedirme un favor, y yo solo recordaba la escena de él, ebrio en la cantina y con el cuerpo inclinado hacia al piso por el peso de las armas que tenía colgando del pecho.

El último ‘Mariachi’ de Santiago

Pero la violencia iba más allá de las reyertas cotidianas. Desde los 70, las Farc hicieron y deshicieron en Santiago. Por eso, desfilaban por allí no solo miembros del Ejército persiguiendo guerrilleros sino grupos de autodefensas.
Mi tío Pedro quiso, en una de esas, hacerle frente a la guerrilla. Creó con uno de sus mejores amigos, Jesús María Oviedo, un grupo de protección. A Oviedo lo bautizaron como el general ‘Mariachi’ porque tenía porte y aspecto de película: sombrero de alas un poco anchas, bigote abundante y dos hileras de municiones que se cruzaba en el pecho. ‘Mariachi’ no duró mucho, murió el 17 de septiembre de 1977. Muchos años después fue retirada la placa que en su honor instalaron algunos habitantes del pueblo justo en el sitio donde cayó.

La primera vez que toqué un arma

A los 18 ya me gustaba la parranda, era mujeriego y bebedor. Mi familia era famosa por tener expertos billaristas y yo heredé ese talento, que por cierto, me hacía ganar dinero. Yo era el mejor en tres bandas de Santiago.
Un día, Gregorio, uno de mis hermanos mi invitó a una fiesta en el pueblo. En la noche, después de varias cervezas, me pidió que lo acompañara a "hacer una vuelta", y sin muchas explicaciones me puso un revólver en las manos y me dijo que esperaba que lo supiera usar. La culata fría erizó un poco los vellos diminutos de mi brazo. Lo guardé en mi pantalón y salimos caminando. Hicimos un perímetro y aunque yo poco quería saber sobre lo que sucedía, Gregorio me dijo que esperaba que un ‘conocido’ pasara por allí. Yo solo pensé: "Algo habrá hecho".
Esa noche, por suerte, no halé el gatillo. Él tampoco. No pasó la persona que estábamos esperando, entonces seguimos bebiendo hasta el amanecer.
No sé cuántas veces Gregorio llegó a disparar las armas que tenía escondidas en la finca, pero sí sé que mi familia le tuvo que rendir cuentas varias veces a las Farc por su culpa. Gregorio fue uno de los que más cerca estuvo de morir.

Incursión guerrillera y paramilitar

Se veía venir. La estación de Policía había sido abandonada y el Ejército dejó de frecuentar la zona. Santiago, como gran parte del Tolima, había visto nacer a las Farc.
En enero del 2000 el frente 21 de las Farc asesinó a cuatro personas en el pueblo. En los meses siguientes grupos de autodefensas tomaron represalias y la guerrilla hizo lo mismo en varias oportunidades.
Mi mamá le rogaba a mis hermanos, especialmente a Gregorio, que se fueran para Bogotá. Él fue quien más tuvo problemas en medio del conflicto que sufría Santiago Pérez. Primero tuvo que enterrar todas las armas que tenía en la casa, por miedo a que pensaran que si tenía armas era porque colaboraba con algún bando. Segundo, en una ocasión compró unas reses que pertenecían a un miembro de la contraguerrilla –él no lo sabía- y las Farc le reclamaron por estar haciendo negocios con los ‘otros’.
Como castigo tuvo que entregar las reses y pagar unas vacunas a unos y otros. En el entretanto estuvo retenido varios días en un campamento, hasta donde mi mamá fue a rogarle entre sollozos al jefe guerrillero que lo soltaran.
Mi hermano salió con vida del campamento y dijo que no se iría de Santiago. Hoy sigue viviendo en el corregimiento y es un próspero ganadero.
Santiago Pérez, corregimiento de Ataco, en el sur de Tolima, fue uno de los lugares donde se iniciaron las Farc como organización guerrillera

Santiago Pérez, corregimiento de Ataco, en el sur de Tolima, fue uno de los lugares donde se iniciaron las Farc como organización guerrillera

Foto:Diego Santacruz / EL TIEMPO

Llegar a Bogotá

Ganarme la vida en los billares de Santiago me puso varias sogas en el cuello. Un día de 1992 tuve una riña con un jugador de billar que perdió bajo mi técnica. Fui amenazado de muerte y mi mamá logró convencerme de viajar a Bogotá.
Nunca fui el mejor en el estudio, ni en Ibagué ni en Bogotá. Cuando estaba joven prefería ir a pasar un rato con mis primos y hermanos a Santiago que asistir al colegio. En Bogotá la cosa fue un poco parecida. Sin embargo, después de terminar el bachillerato en una nocturna, me inscribí en Contaduría Pública en Bogotá. En clase conocí a Miriam, con quien me casé.
En 1996 nació Nicolás, nuestro primer hijo. Después, Sebastián nació en 1997 y Tomás, el menor, nació en el 2011.
Hoy me escandalizo un poco al recordar todo lo que pasó en Santiago Pérez y sobre todo pensar en la carga de violencia que tuvieron mi infancia y mi adolescencia.
Vuelvo al corregimiento con frecuencia. Charlo con todos mis primos, con mis hermanos, con algunos de mis tíos y visito a mi madre.
¿Qué hubiera pasado si a mis 17 años disparo ese revólver? ¿Qué hubiera pasado si aquella noche en la que mi tío Pedro se emborrachaba aparecía la familia de su víctima, buscando venganza? ¿Qué hubiera pasado si Gregorio perecía, finalmente, en el campamento de la guerrilla o a manos de la contraguerrilla?
No sé qué hubiera pasado, lo cierto es que sé lo que pasó, cometí errores, crecí en un ambiente difícil, pero salí adelante. Sin duda alguna mi pasado está envuelto en una difícil amalgama de violencia. Soy feliz, muy feliz, aunque la adversidad intentó, en muchas ocasiones, arrebatarme la sonrisa.
*Este texto contó con la construcción periodística e investigación de JUAN RODRÍGUEZ PÉREZ, periodista de ELTIEMPO.COM
Valentina Obando
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