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La llamada que delató al asesino que torturó con sogas a 60 personas
Luis Gregorio Ramírez fue el terror de los mototaxistas colombianos y desde el 2012 está en prisión.
Luis Gregorio Ramírez
'Asesino de la Soga'
El asesino en serie que torturó con una soga a 60 personasEl asesino en serie que torturó con una soga a 60 personas
El Tiempo
A las 6:00 a.m. del domingo 20 de mayo del 2012, Jhon Jairo Amador de la Rosa, de 18 años, salió de su casa, en Barrancabermeja (Santander), para cumplir una cita de trabajo. Era mototaxista.
Un hombre, a quien le hizo varias carreras el sábado 19, lo había contratado para un servicio hacia las afueras del municipio. Jhon Jairo jamás regresó.
Dos días después, el 22 de mayo, trabajadores de una finca ubicada en la vereda Tenerife, del corregimiento El Centro, encontraron el cuerpo del joven en una zona boscosa. Estaba amarrado de pies y manos, y tenía una cuerda atada al cuello, que fue la que le causó la muerte por estrangulamiento.
“Se compró una moto y la estaba pagando con su trabajo mientras le hacíamos las vueltas para que pudiera entrar a una universidad. Apenas llevaba como mototaxista un mes cuando me lo mataron”, contó Jairo Amador, padre del joven.
Siete meses después, en diciembre del 2012, y a varios kilómetros de distancia de Barrancabermeja, en Santa Marta, fue capturado por este hecho Luis Gregorio Ramírez Maestre, el ‘Asesino de la soga’.
A este hombre, oriundo de Valledupar, casado y con tres hijos, según contó Abel Morales, director (e) de la seccional de fiscalías en Santander, se le responsabiliza de la muerte de 60 mototaxistas en hechos ocurridos en los departamentos de Cesar, Santander, La Guajira, Norte de Santander y Magdalena.
“Es uno de los asesinos más prolijos que se han identificado en Colombia. Generó mucho esfuerzo de búsqueda y análisis por parte de los organismos judiciales del país”, aseguró Belisario Valbuena Trujillo, sicólogo forense y especialista en perfilación y análisis de la conducta criminal.
Las víctimas del ‘Asesino de la soga’ siempre fueron hombres. Tenían entre 18 y 25 años y eran delgados, para poder someterlos más fácilmente.
El hecho de que fueran todos mototaxistas tenía que ver con que podía llevarlos a zonas alejados sin levantar sospechas y, además, sacaba un beneficio económico para subsistir: negociaba los vehículos.
“Era un asesino serial nómada: se movía de un lado a otro para no ser detectado y para eso necesitaba el dinero”, reconoció Valbuena, quien agregó que con cada experiencia Ramírez Maestre “iba cambiando y alimentando su fantasía homicida”.
Las víctimas
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Jairo Amador nunca perdonará el daño que este hombre le causó a su familia. Jhon Jairo, según su padre, era un joven lleno de vida, con ganas de salir adelante.
“Siento mucha ira, yo no voy a perdonarlo, y menos por la forma en la que mató a mi hijo”, dijo.
Hablar de lo que le pasó a su hijo lo entristece, le nubla la voz y hace que se le vengan a la mente muchos recuerdos. “En una de las primeras audiencias que le hicieron, en Bucaramanga, me le lancé a pegarle y le dije que iba a pagar por todo lo que hizo”, contó.
El padre de la víctima narró que tras verlo no sintió que Ramírez Maestre estuviera arrepentido, pues reveló que “siempre que ve a las víctimas sonríe. Para él todo es una burla”.
Al igual que Amador, María Barros Palmera siente mucha frustración. Era la madre de Derwin Edison Blanco Barros, 24 años, quien desapareció el 11 de marzo del 2011.
Ese día, el joven salió de su casa, en Valledupar (Cesar), con rumbo al colegio. Su horario estudiantil era de 5:30 a.m. a 10:30 a.m.
Después de clases regresó al hogar, se cambió y salió a hacer las primeras carreras del día en su moto. Era esperado por doña María a las 11:30 a.m., la hora para almorzar. Sin embargo, nunca volvió.
Durante tres meses lo buscaron: la familia hizo caminatas, recorrieron veredas cercanas y hasta protestaron. En junio del 2011, por fin fue encontrado: lo que quedaba de su cuerpo estaba en zona espesa de la finca Las Ovejas, cerca de Valledupar. Junto con sus restos hallaron los de otras dos personas.
“Yo he hecho muchas denuncias, he entregado papeles y todavía no lo condenan por el asesinato de mi hijo. Me siento decepcionada con la ley”, señaló doña María, quien dijo que no ha vuelto a insistir en el caso porque eso no le va a devolver a Derwin.
La madre de otra víctima, quien prefirió mantener el anonimato por seguridad, manifestó que la muerte de su hijo le destruyó la vida. A Ramírez Maestre no solo le bastó con desaparecer y asesinar a su hijo, sino que la extorsionó durante 11 días.
Le decía que conocía el paradero del joven y quiénes lo tenían, pero que necesitaba que le ayudara con dinero para poder buscarse una nueva vida, pues corría peligro. La mujer, en medio del desespero, llegó a hacerle tres consignaciones de $100.000.
“Para mí fue lo más fuerte. Pero creo en Dios y sé que hará justicia”, comentó.
La forma
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Lo que más disfrutaba el ‘Asesino de la soga’ era la tortura, lo que podía tener una connotación de tipo sexual y una correlación con su infancia, en la que sufrió por los maltratos de su padre.
“Nunca hizo un ataque sexual pero, por su conducta criminal, él disfrutaba la tortura. Le traía un goce sexual y de superioridad: tener poder sobre la vida del otro”, explicó Valbuena.
A Ramírez Maestre le gustaba que sus víctimas padecieran. Su firma eran unos nudos que les hacía en cuellos, piernas y brazos para que agonizaran.
Edwin Olaya, perfilador criminal, aseveró que lo que hacía Ramírez Maestre era atar a sus víctimas a un árbol de una manera que su postura no fuera cómoda y los movimientos que hicieran con sus extremidades apretaran los nudos que les hacía sobre el cuello, “dando como resultado una muerte por asfixia mecánica”.
Los investigadores del caso también han reseñado que se piensa que este asesino dejaba solas a su víctimas y después volvía a la escena del crimen para verla agonizar, un acto de sadismo que se relaciona con el placer.
Una vez se consumaban las muertes, el hombre robaba algunas pertenencias y conservaba los documentos de identificación de las víctimas, como un recuerdo de lo que había hecho.
La firma
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Durante su infancia, su padre lo obligó a hacer sombreros y a elaborar manillas y mochilas. Fue así como desde niño aprendió a hacer nudos, una técnica que perfeccionó y aplicó a cada una de sus víctimas.
“Los nudos se cerraban así mismos cuando la víctima, estando de cuclillas, trataba de recuperarse, pero al elevar sus piernas terminaban por ahorcarse”, señaló Valbuena.
La firma, explicaron los expertos, es una necesidad sicológica: es el sello, consciente o inconsciente, que el asesino serial quiere dejar en la escena del crimen o el cadáver. Le da identidad y le permite excitarse y alimentar fantasías criminales.
“En el caso de Ramírez Maestre, los nudos eran una forma de reconocerse a sí mismo”, complementó Valbuena.
El ‘Asesino de la soga’ solo atacaba a hombres, por lo que se cree que su padre habría sido un factor determinante en los crímenes. Dentro de la investigación, se evidenció que Ramírez Maestre tuvo una infancia de conflicto, de carencias, de negligencias, de abusos, pero esos elementos no son formadores de un asesino.
“Hay gente que tiene las mismas condiciones y nunca va a agredir sexualmente y no va a atacar a otra persona”, subrayó Valbuena, quien resaltó que el origen del ‘Asesino de la soga’, como el de otros asesinos, pudo ser multicausal.
“Pudo haber predisponentes de tipo neurológico, de tipo biológico, de tipo familiar, de tipo social y pudo haber un componente de tipo decisional y todo eso junto fue el caldo de cultivo del asesino”, añadió.
La caída del asesino
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El asesinato de Jhon Jairo Amador fue la piedra angular de la investigación contra Ramírez Maestre, quien cometió un error: utilizar el celular de la víctima.
“El investigador de la Fiscalía me dijo que no sabía por dónde empezar y yo le dije que por el celular, que buscara por ese lado. Mi hijo tenía un aparato de alta gama y fijo el culpable de su muerte se lo había robado”, contó Jairo Amador.
El paso a seguir por los investigadores fue solicitar al operador móvil el registro de llamadas desde el número del joven después de su muerte. Se encontró que el mismo día del asesinato se estableció una comunicación con un número en Santa Marta. La receptora fue la hermana de Ramírez Maestre.
Aunque cambió la simcard, el hombre siguió utilizando el aparato y el chip del celular permitió continuar con el seguimiento.
Paralelamente, las autoridades empezaron a acumular victimología (el estudio de las causas del determinante de víctima), estableciendo las zonas donde se repetían muertes con los tres tipos de nudos y realizaron un perfil geográfico.
Durante la recolección del material, las autoridades determinaron que en el nororiente de Colombia había muchas víctimas con la firma criminal de los nudos.
Cuando tenían suficientes pruebas contra Ramírez Maestre, la Fiscalía le tendió una trampa al ‘Asesino de la soga’. Los investigadores del caso se hicieron pasar por Acción Social y le dijeron que aparecía en una base de datos como desplazado, por lo que necesitan ubicarlo para entregarle un subsidio.
La coartada sirvió para que Ramírez Maestre les manifestara que estaba en Santa Marta.
Su captura se realizó en diciembre del 2012 en la capital del Magdalena. En su lugar de residencia encontraron decenas de cédulas, piezas de motos y elementos como cascos y chalecos.
Fue trasladado a Santander, donde se le hizo la imputación de cargos por la muerte de Jhon Jairo Amador de la Rosa. El hombre se allanó a los cargos y, en el 2013, fue sentenciado a 34 años y medio de prisión.
Lo recluyeron en la cárcel de mediana y máxima seguridad de Palogordo, en Girón, y después lo trasladaron a la penitenciaría de mediana y alta seguridad de Valledupar, conocida como ‘La Tramacúa’.
Ramírez Maestre está en el pabellón de tratamientos especiales, una zona en donde le brindan fuertes medidas seguridad y donde recibe ayudas sicológicas.
Su celda es de 3 metros por 3 metros y la cama en la que duerme es de concreto, de 1,20 metros por 1,90 metros. Solo puede tomar una hora de sol al día y su contacto con el resto de prisioneros es casi nulo.
En esa prisión también pagan sus condenas otros asesinos seriales como Luis Alfredo Garavito y Manuel Octavio Bermúdez, así como otros criminales como Rafael Uribe Noguera y Levith Rúa Rodríguez.
A comienzos de noviembre, Luis Gregorio Ramírez Maestre fue condenado a 18 años por el asesinado de Marlon Enrique Ceballos, de 31 años, en el municipio de San Diego (Cesar), un hecho que ocurrió en octubre del 2012.
La pena se alcanzó tras un acuerdo que suscribió con la Fiscalía en el cual se le degradó su rango de acusación de autor a cómplice.
“Por lo menos la muerte de mi hijo no queda impune, como ha pasado con otras personas. Ramírez Maestre no le hará más daño a nadie. Mi lucha valió la pena”, comentó Sixta Tulia Ceballos, madre de Marlon Enrique.
“En Colombia no se suman penas por cada delito, solo se toman algunos delitos y se suman las condenas sin superar los 60 años. La verdad es que en el país, desde el punto de vista punitivo y legal, da lo mismo matar a dos que matar a 600”, explicó Francisco Bernate, abogado penalista.