Es difícil ver quieto a Abad Sosa. Si usted visita Santa Cruz de Mompox, en el centro de Bolívar, no se sorprenda al ver a este lugareño de 40 años dando degustaciones de un vino que produce, vende y distribuye él mismo desde hace 14 años.
Y es que algunos dicen que lo que toca lo convierte en vino, pues ya ha probado con al menos 10 sabores –algunos impensables– durante este tiempo. Mamón, mango, tamarindo, naranja agria, banano, guayaba, níspero, miel, aceituna negra y, por supuesto, su producto estrella: el vino de corozo.
Como una anécdota que ya hace eco en la historia oficial del pueblo, Abad cuenta que en Mompox se cosecha tanto corozo que en un principio la gente no tenía nada más que hacer con la fruta además de jugo, por lo que comenzaron a almacenarla en botellas con un poco de azúcar y ahí las dejaban hasta por varios años.
“Las sacaban para celebrar algún evento especial, para Navidad o para un cumpleaños, pero a veces hasta se les olvidaba dónde las enterraban”, afirma.
Hace 16 años, Abad hacía malabares para sacar adelante su carrera de Ingeniería Agroindustrial en la Universidad del Atlántico. Proveniente de una familia de bajos recursos, mientras pasaba sus vacaciones en Mompox, se dedicaba a vender queso de capa, uno de los productos insignia de este pueblo que se abraza con el río Magdalena.
Con las ventas se ganaba unos pesos de más y así lograba balancear su vida, mientras ayudaba a su familia.
Sin embargo, los viajes a Barranquilla duraron un poco más de dos años, pues en quinto semestre, debido a problemas económicos y males de salud que aquejaban a su padre, Abad tuvo que regresar a Mompox.

Abad Sosa lleva más de 10 años en el negocio de los vinos.
Andrea Morante / EL TIEMPO
Así fue como, armado con solo un libro de vinos, sus cortos estudios y las ganas de triunfar, puso en marcha la empresa que hoy mantiene a toda su familia.
“VinoMompox arrancó con 150.000 pesos y una capacidad de producción de solo 200 litros. Hoy ya tenemos infraestructura para sacar adelante 12.000 litros”, asegura.
Los precios son sin duda otro de los atractivos de esta popular bebida. Hay varias presentaciones: el más pequeño cuesta solo 3.000 pesos, que “sirve como ‘souvenir’”, dice Abad. El de 750 ml cuesta 15.000 y el de un litro, solo 20.000 pesos.
“¿Y por qué tan barato?”, preguntan con frecuencia los visitantes del local que tiene en la calle Real del Medio en el pueblo. Otros se muestran dudosos al momento de comprar, pero Abad sabe bien cómo convencerlos. En su tienda, con anaqueles llenos de vinos del piso al techo, tiene pequeñas copas plásticas listas para repartir tragos junto a su esposa. Tras la prueba, la decisión ya está tomada.

Los vinos de Abad se pueden conseguir en el local que está ubicado en la calle Real del Medio con esquina del Callejón Don Blas, en Mompox.
Andrea Morante / EL TIEMPO
En siete barriles de roble reposa el vino listo para envasar en el punto de elaboración que está ubicado en el barrio La Magdalena. Una amplia casa, en la que solía vivir, que hoy no tiene nada que envidiarles a las reconocidas productoras de vino.
Desde allí, Abad realiza el lavado y clasificado de la fruta que se recoge casi en cualquier parte del pueblo, pues hasta en los patios de las antiguas casas momposinas crecen estos espinosos árboles con hojas que se asemejan a las de una pequeña palma.
Luego, tras la preparación del mosto, vienen los procesos de fermentación y maduración, para finalmente pasar al envasado, que por muchos años hizo con botellas recicladas de soda, cerveza y otras populares bebidas.
“Ahora compramos botellas nuevas y estamos haciendo la transición poco a poco. Nosotros ayudábamos a mucha gente porque las botellas se las comprábamos a por lo menos 20 recicladores del pueblo”, dice.

Abad convirtió la casa donde vivía su madre en una fábrica de vinos.
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De hecho, estas botellas son las que más llaman la atención de los clientes: “A la gente le gustan, pero es necesario hacer el cambio porque no podemos usar envases que lleven una marca distinta a la nuestra”.
Cuando se le pregunta cuál es su sabor favorito, Abad no titubea: “El que más me gusta es el vino seco de corozo. Y es raro, porque a los costeños en general nos gustan más los sabores dulces, y la gente del interior prefiere los secos”.
Mientras sigue su explicación, entre risas añade: “El más difícil de hacer es el de tamarindo porque hay que ser muy cuidadoso. Si lo sacas antes de seis meses te puede mandar al baño”.
Abad no borra su sonrisa, ni siquiera cuando cuenta los problemas que ha afrontado su empresa. En el 2010, por ejemplo, el fuerte invierno alejó a los turistas de Mompox. Nadie llegaba. Y ante la crisis no pudo vender casi nada, por lo que el vino siguió almacenado y terminó siendo uno de los más ricos de toda su producción.
Ahora, con el creciente turismo y las distintas actividades culturales promovidas por la Gobernación de Bolívar, como el Festival de Jazz, Mompox atrae cada vez a más personas curiosas por conocer este pueblo que sirvió de locación para la película ‘Crónica de una muerte anunciada’, basada en la novela de Gabo. Como dicen sus habitantes más longevos, Mompox, tierra de Dios, parece anclada en los siglos XVII y XVIII.
En cuanto a sus clientes, asegura que casi el 90 % proviene del extranjero: “Especialmente compran los europeos, porque a los estadounidenses les gusta más la cerveza que el vino”.
El de corozo, el primer vino que produjo, ya tiene registro Invima y se ha convertido en el más popular de la región. Por ahora, planea que cada sabor tenga el permiso sanitario oficial, con el fin de hacer este producto más competitivo. En enero, por ejemplo, planea registrar tres sabores más: mango, tamarindo y aceituna negra.
Lo cierto es que VinoMompox sigue triunfando. Actualmente tiene 10 puntos de venta en el pueblo, uno en Cartagena y hasta ha llegado a los restaurantes de la reconocida chef Leonor Espinosa.
Las ventas tampoco son nada malas. En un mes de temporada baja, la empresa de Abad puede producir alrededor de 6 millones de pesos. En los buenos meses, como septiembre y diciembre, puede llegar a vender hasta 16 millones. “Y eso que con frecuencia hacemos descuento”, advierte.
Hoy Abad mantiene las mismas ganas –o más– con las cuales comenzó su negocio en el 2003; tanto, que se ha propuesto convertir su vino en uno de los pilares del pueblo, junto a la filigrana y el queso de capa. Y lo dice con convicción, así como el artista que se siente orgulloso de su obra, pero que no deja a su paso ni un solo rastro de presunción. “¿Competencia?, claro que hay, pero eso nos impulsa a crecer. Ahora la empresa se nos va a quedar pequeña para el mercado que se nos va a venir”, finaliza.
ANDREA MORANTE ÁLVAREZ
ELTIEMPO.COM
Enviada especial
Mompox
* Con invitación de Fontur.