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200 años del paso de Bolívar por el crecido río Arauca

Cuadro del pintor araucano Arnoldo Álvarez en el cual se representa el paso de la tropa libertadora por el río Arauca, en la frontera entre Venezuela y Colombia.

Cuadro del pintor araucano Arnoldo Álvarez en el cual se representa el paso de la tropa libertadora por el río Arauca, en la frontera entre Venezuela y Colombia.

Foto:Archivo Particular

Este martes se conmemora la hazaña del cruce del Libertador y su ejército de Venezuela a Colombia.

User Admin
El cruce del río Arauca por el ejército independentista que desde Mantecal (Venezuela) conducía Bolívar hacia Colombia fue una decisión equivalente al cruce del Rubicón cuando Julio César, procónsul romano, se opuso al Senado y declaró a Pompeyo una guerra civil que tuvo innumerables consecuencias en el mundo conocido.
La suerte está echada”, expresó a su gente de armas el adalid al sopesar las responsabilidades que su resolución le acarreaba, así como Bolívar se hizo cargo de las suyas al fustigar su caballo con la rienda el 4 de junio de 1819 para atravesar el crecido y espumoso río que separaba la Capitanía de Venezuela del Virreinato de la Nueva Granada.
Nueve años habían transcurrido desde que el pueblo latinoamericano, encabezado por los criollos más destacados, se rebeló contra la hegemonía española, depuso a sus mandatarios y buscó sistemas de gobierno que le permitieran mejorar sus condiciones de vida, según lo venía preconizando en Europa el movimiento de la Ilustración, con exponentes tan destacados como Descartes, Voltaire, Montesquieu, Diderot, Locke, Rousseau, Buffon.
Estos promotores eran partidarios de la razón antes que de la revelación y se malquistaron con los representantes de la nobleza y de la Iglesia católica dado que ponían en peligro sus incontables privilegios.
En 1789, la Asamblea Nacional Constituyente francesa aprobó un texto conocido como la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, documento fundamental y precursor de los derechos humanos. Censurado por las altas clases gobernantes, el texto llegó subrepticiamente a América y fue traducido en la Nueva Granada por el ideólogo Antonio Nariño, en 1793, con las repercusiones que eran de esperarse.
Despojado el virrey de su autoridad, se presentaron dos tendencias en nuestro país para orientar los destinos públicos: la de quienes abogaban por un gobierno fuerte y centralizado que ofreciera respuestas a la reacción de España, y la de los partidarios de fortalecer las provincias, concediéndoles plena autonomía.
Antonio Nariño fue el enconado líder del centralismo, en tanto que Francisco José de Caldas, desde Tunja, encabezó la facción federalista.
La guerra civil se abrió paso con facilidad dejando al desgaire la posición hispana. Tras algunas escaramuzas internas sin mayores consecuencias, el peligro se corporizó en Colombia y Venezuela cuando se hizo presente en las Antillas una Expedición Pacificadora enviada por el rey Fernando VII con 65 buques y unos 15 hombres útiles para el combate, al frente de la cual se hallaba Pablo Morillo, uno de los estrategas de la batalla de Trafalgar.
En julio de 1815, el jefe español ordenó el sitio y la toma de Cartagena de Indias, principal bastión de la Nueva Granada, puerto que cayó tras 105 días de asedio, con saldo de unos 6 mil muertos de hambre, sed y enfermedades.
Tras vencer alguna oposición que le ofrecieron las menguadas e inexpertas fuerzas patriotas en la subida por el río Magdalena, Morillo se hizo presente en Santa Fe, restableció el virreinato en cabeza de Juan de Sámano, nombró comandante de tropa al general José María Barreiro y se desplazó a la Capitanía de Venezuela, que ofrecía una heroica resistencia, aunque contaba con numerosa población simpatizante.
El 29 de junio de 1816, las tropas de Sámano, que alcanzaban los 1.200 hombres, se enfrentaron con las republicanas que comandaba Liborio Mejía y apenas si llegaban a los 700 efectivos.
Estos últimos fueron vencidos de manera lamentable, ya que tuvieron 250 muertos, 300 prisioneros y la pérdida total de las armas y pertrechos.
Conocida como la Cuchilla del Tambo, Cauca, esta batalla desmoralizó los movimientos de emancipación, le sirvió de trampolín a Sámano para llegar al alto cargo de virrey y le dio las ínfulas necesarias para entronizar la “era del terror”, mediante el establecimiento de tres tribunales que expoliaban los bienes de los insurrectos o sus adláteres, exiliaban personas de sus sitios de origen o, sencillamente, ordenaban su ejecución por fusilamiento, ahorcamiento o decapitación.

La suerte está echada

Con el propósito de acallar el pensamiento de los líderes separatistas, Sámano hizo dar muerte a Francisco José de Caldas (“España no necesita sabios”, expresó cuando le dijeron que el condenado era un prohombre de la ciencia), Policarpa Salavarrieta, Carlos Montúfar y Camilo Torres, entre otros.
Algunas partidas de insurrectos en lo que hoy constituyen los departamentos de Norte de Santander, Santander, Boyacá, Cundinamarca y Tolima se organizaron en guerrilla que atacaba mortalmente y de improviso a sus enemigos, gozando del aprecio de la población civil.
Pero, quizá, las más temibles guerrillas fueron las que se formaron en los Llanos y estuvieron comandadas por fray Ignacio Mariño, cura dominico de valor singular y verbo fácil, quien ejercía como párroco de Tame, y en el llano de San Miguel persuadió a Bolívar a seguir ascendiendo con la tropa el páramo de Pisba, antes que esperar la llegada de nuevos refuerzos y armamentos.
El cura Mariño manejaba como pocos la lanza guerrera, pero ante la muerte inminente de su adversario solía “impartirle su bendición” para que se adecentara un poco antes de llegarle a Dios.
El ensayista, político y poeta boyacense Carlos Arturo Torres y Peña, muy poco conforme con los escalafones logrados por Mariño, escribe en su obra Santa Fe cautiva: “Mas él reúne el estambre religioso, el collarín y vueltas encarnadas; ciñe sable y pistolas cual furioso sobre túnicas santas profanadas. Acaudilla rebeldes y alevoso conduce a la matanza encarnizada las tropas de asesinos que a su mando a Casanare siguen infestando”.
Por su valor, rebeldía y llanerismo, igualmente fue notable la guerrilla de Ramón Nonato Pérez, el tigre del Pauto, como lo llama el historiador Delfín Rivera Salcedo en su obra homónima; la de Juan Galea, la de Juan Nepomuceno Moreno, la de Francisco Olmedilla, la de Inocencio Chincá.
De Francisco de Paula Santander se dice que contaba con una “rochela” de mestizos para impedir que los enemigos se apoderaran de los ganados cimarrones para aprovechar la carne, el sebo y el cuero, al igual que los caballos y mulas que pastaban en los llanos de Arauca, Casanare y Meta; las embarcaciones que surcaban los anchurosos ríos y hasta la sal que sacaban los artesanos en la salina de Chita.
Derrotado por José Tomás Boves, el ‘Urogallo’, en la primera Batalla de la Puerta, Bolívar regresa a la Nueva Granada y al frente de los federalistas se toma Santa Fe con la intención de seguir hacia Venezuela. Sin embargo, la inminente llegada de Morillo hace que oriente su rumbo hacia las Antillas, donde sufrió toda suerte de privaciones.
En 1817 entra por el Orinoco a su país, como quiera que algunos de sus hombres se habían apoderado de la Guayana venezolana sin causar mayores preocupaciones a Morillo, que había elegido Calabozo, en Guárico, como centro de operaciones. Esta localidad de Guayana fue llamada Angosturas por Bolívar y, posteriormente, Ciudad Bolívar, como hoy se la nombra.
José Antonio Páez había dado a los realistas sonadas derrotas en los llanos, pero cundía el escepticismo respecto de la recuperación de Caracas, Valencia y las pobladas ciudades costaneras, por no decir nada de las de Colombia.

La decisión de partir

Así que tras mucho meditar, el Libertador se reunió con sus hombres de mayor confianza en el punto llamado Aldea de 70 y les planteó un proyecto al parecer impracticable: engañar al enemigo, reunir sus tropas con las que tenía Santander en los llanos colombianos, subir a la altiplanicie cundiboyacense y tomarse por las armas la capital del Virreinato: Santa Fe.
Cumplidos estos cometidos, los objetivos inmediatos serían la liberación de Venezuela y su integración política, social y económica con la Nueva Granada, Ecuador y Panamá para formar un nuevo país que se llamaría Colombia, disponiendo de los medios necesarios para hacer frente a una quimérica invasión europea, emulando así la confederación de estados que se forjaba al norte del continente.
Tras largas horas de deliberación, todos estuvieron de acuerdo en la arriesgada estrategia: invadir la Nueva Granada.
El 25 de mayo de 1819 –en pleno invierno– partieron de la población de Mantecal las tropas libertadoras comandadas por Bolívar, Soublette, Anzoátegui, Briceño, Méndez, Carrillo, Iribarren, Reinel, Plaza, Manrique y Rook; este último, en nombre de la Legión Británica, recién llegada a Venezuela para tomar parte en la contienda.
El ejército va con rumbo a Guasdualito haciendo paradas en los hatos Diero, Bezcancero, Avileño, Guerrereño y Mata de Miel. Son en total 2.186 efectivos, dispuestos así: 1.332 infantes, 40 artilleros y 814 jinetes.
Santander, en la jesuítica población de Nuestra Señora de la Asunción de Tame, cuenta con 1.600 infantes y 600 jinetes.
El 2 de junio, el ejército llegó a Guasdualito, donde se dieron fraternal abrazo Bolívar y Páez, y para distraer al enemigo acordaron que Páez se dirigiera hacia los valles de Cúcuta para que los realistas interpretaran que por aquella parte se iniciaría la invasión, obligando a Barreiro a distraer sus fuerzas.
El 4 de junio de 1819, las tropas bolivarianas llegan al anchuroso río Arauca, que sirve de frontera a los dos países y, a causa de los torrenciales aguaceros invernales, se encuentra anegado de orilla a orilla.
Un baquiano indica a Bolívar que existe un paso practicable llamado Cañafístolo porque, debido a su anchura, el cauce da vado y no se presentan barrancas de consideración.
Hoy, perteneciente al municipio de Arauquita, las tropas se aglomeran frente al paso, mientras Bolívar da instrucciones a los buenos nadadores y a quienes poco saben sobre el particular.
Con cueros secos de ganado y madera de balso se improvisan botes para pasar gente que no sabe nadar, alimentos, armas o pertrechos que se deterioran con el agua.
Entre los primeros en aupar su caballo, Bolívar se adentra en la corriente, mientras los llaneros echan vivas a la libertad. Como la tarde estaba muy avanzada, algo así como la mitad de los hombres cruzó el río el día cinco. Esa noche, bajo un inclemente chubasco, durmieron en el punto conocido como Cuatro Matas.
El historiador araucano Jorge Nel Navea Hidalgo, en su libro Lanzas invictas, señala que el segundo gran reto para la tropa fue el cruce del Estero de Cachicamo, un pantano interminable poblado de fieras y alimañas que exigía el encabezamiento de la tropa por indios y llaneros expertos que mataban o espantaban con lanzas y zurriagos los caimanes, boas, babas, tembladores, caribes y arañas de agua que abarrotaban las aguas.
Pasan enseguida por Caño Limón, donde se ahogaron bestias y se perdieron provisiones; el 8 atraviesan el río Lipa, donde se ahogó un hombre de la Legión Británica, hasta llegar a la Mata de Marrero.
Al día siguiente, el 9, cruzan el Cuiloto, y el 10, el Ele. Descansan un día, pero al siguiente se enfrentan al río Cravo y acampan en Macolla de Guafa. Adelantado a la tropa, Bolívar se dirige a Betoyes, donde se encuentra con Santander, quien lo esperaba con ¡sal! y mil cosas de comer.
Ya en la legendaria ciudad de Tame, Cuna de la Libertad, los dos héroes contemplan la imponencia de los Andes, donde los esperaba un nuevo desafío, el páramo de Pisba, así como las batallas del Pantano de Vargas y el Puente de Boyacá.
EDUARDO MANTILLA TREJOS
Historiador y escritor araucano
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