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Medellín

El pueblo de Antioquia que lleva 13 años sin homicidios

El parque principal, en el que la mayor alteración del orden es alguna pelea, permanece casi todo el tiempo desolado.

El parque principal, en el que la mayor alteración del orden es alguna pelea, permanece casi todo el tiempo desolado.

Foto:Guillermo Ossa/EL TIEMPO

En San José de la Montaña las personas mueren de vejez, enfermedades y accidentes.

En cada una de las cuatro entradas de San José de la Montaña hay una virgen rodeada de flores y neblina.
Desde hace más de 13 años, en ese municipio del norte de Antioquia no se oye el sonido de una bala ni el ruido de tropas guerrilleras o paramilitares.
En ese un pueblo lechero, de 3.500 habitantes, muchos pobladores les atribuyen la buena racha a esas vírgenes, que fueron instaladas y bendecidas por un sacerdote hace 13 años, después del último homicidio, registrado el 4 de marzo del 2004.
El mismo alcalde, Alexánder Yepes, dice que el pueblo es cuidado por una fuerza divina, que los protege no solo de los grupos armados, sino de las brujas. Y asegura que eso quedó demostrado en el 2013, cuando un grupo armado trató de detonar un carro bomba en pleno parque, pero este explotó a tres kilómetros del municipio.
El último homicidio fue el del comerciante Hildebrando Velásquez, asesinado en el 2004 por paramilitares del bloque Noroccidente de las AUC, tras secuestrarlo y torturarlo, por no pagar extorsiones. “Era muy querido porque ofrecía los precios más bajos en su tienda de abarrotes”, recuerdan en el pueblo.
El año de la muerte del comerciante fue el último de dos décadas de ataques, primero a manos de las guerrillas, y luego, de los paramilitares, quienes dejaron 97 muertes violentas.
La calma llegó cuando se desmovilizaron los paramilitares. Y desde el 2004, la Personería no recibe ningún tipo de denuncias relacionadas con el conflicto armado. La mayoría de reportes son contra las EPS por falta de medicamentos o retrasos en programación de cirugías.
El punto negro del municipio es el robo de ganado; aunque entre el 2014 y el 2015 el abigeato aumentó, el alcalde asegura que está controlado y que en un año el municipio pasó de tener 14 a 7 casos.

Solo se toma tinto

En San José de la Montaña no hay afán. A las 10 de la mañana, el comercio apenas abre sus puertas, hay varios campesinos en el parque principal.
Uno de ellos es Fernando Medina, quien está despierto desde las 3 a. m., para comenzar a ordeñar las vacas en el campo.
Él no cultiva porque en su finca no crecen frutas ni legumbres. Cuenta que, escasamente, nace la papa. Trabaja hasta las 5:45 a. m. cuando suenan las campanas para la primera misa.
En San José ninguna tierra es fértil. Allí no crecen matas de marihuana o de coca. Por eso, este territorio no seduce a grupos armados, a pesar de estar en medio de los municipios más violentos del norte de Antioquia.
“En nuestros campos solo pega una vaca, nada más”, dice el alcalde en modo de broma y explica que la agricultura no es próspera por el clima y la geografía: las temperaturas varían entre 15 y 17 grados centígrados.
El pueblo está rodeado del páramo de Santa Inés. Al mediodía, la neblina aún se posa sobre la zona urbana y tapa las montañas que bordean el pueblo. Ese gris opaco contrasta con las prolongadas y estrechas calles, donde el silencio y la soledad es lo único que asusta. A diferencia de los vecinos: Ituango, San Andrés de Cuerquia y Santa Rosa de Osos, en San José, el 70 por ciento del territorio es urbano y solo hay ocho veredas donde viven menos de 1.000 personas.
“Con estrategias culturales y deportivas buscamos que los jóvenes no caigan en la droga ni porten armas. El mayor trabajo de la Policía (son 12) es una que otra pelea entre parejas o amigos”, cuenta el mandatario.
Esa tranquilidad hace feliz a Julio César Muñoz, quien a sus 60 años conoce la época de guerra y de paz que ha vivido el municipio.
“En pueblo chico, todos los habitantes nos conocemos, nos percatamos de un extraño o de un sospechoso y ante esas circunstancias, llamamos a la Policía”, afirma. Es por ello, agrega, que nadie malo se atreve a pisar el pueblo, pero la muerte de vez en cuando llega.
El año pasado fallecieron 13 personas, de las cuales, 11 fueron por causas naturales (vejez y enfermedades) y dos por accidentes de tránsito.
En las cuatro cantinas del municipio, la gente no acostumbra a beber sino a tomar tinto. Por eso, la música la ponen solo los fines de semana.
En uno de esos negocios está Julio, quien asegura que el parque es igual cualquier día, un domingo o un miércoles. La única manera de que se vea lleno es en fiestas o después de misa.
El cementerio tiene sus puertas abiertas, pero no hay visitantes. El sepulturero, Egidio de Jesús Mesa, tampoco está. Sus vecinos dicen que se dedica a servicios varios porque allí nadie podría vivir de entierros.
DEICY JOHANA PAREJA
Enviada Especial de EL TIEMPO
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