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Medellín

Medellín, una ciudad resiliente

Esta es la primera fase del tercer tramo nuevo en la comuna 13.

Esta es la primera fase del tercer tramo nuevo en la comuna 13.

Foto:Jaiver Nieto

Habitantes de la capital antioqueña han utilizado el arte para revertir la historia de violencia.

Juliana Mejía
Cualquier persona de más de 45 años que hubiera vivido en Medellín durante la década de los noventa, indistintamente del lugar de la ciudad que habitara, tiene en alguna parte de su memoria lo que los jóvenes llamarían un “rayón”, una cicatriz por la cantidad de violencia que presenciamos personalmente o a través de otras personas que teníamos cerca.
El crecimiento de la ciudad se parece mucho al de un rompecabezas, donde cada comuna que la compone y cada municipio que integra el Valle de Aburrá es un mundo en sí mismo, demarcado por múltiples fronteras invisibles, haciendo que los dos millones y medio de personas que la habitan sean en realidad parte de muchas ciudades en una.
En aquel entonces, en Medellín confluyeron varios males que sirvieron de terreno fértil para el narcotráfico, con la estela de violencia y descomposición que trajo consigo: una ola migratoria importante que no fue atendida debidamente por las instituciones y que llevó a un poblamiento informal desbordado en las laderas; un desempleo creciente causado por la crisis de la economía industrial del momento; un Estado incapaz de hacer presencia en todo el territorio nacional; y un incremento en la demanda internacional de las drogas.
Lo anterior fue el caldo de cultivo para que el narcotráfico y la ilegalidad tomaran fuerza e hicieran de las armas, el territorio y las personas un instrumento de poder de las organizaciones criminales.
En octubre, un hombre asesinó con machete a cuatro personas en un barrio de la comuna 8 de Medellín después de que, al parecer, le reclamaron por arrojar basuras.

En octubre, un hombre asesinó con machete a cuatro personas en un barrio de la comuna 8 de Medellín después de que, al parecer, le reclamaron por arrojar basuras.

Foto:Jaiver Nieto / EL TIEMPO

Ante esta situación, unos optaron por el silencio; otros, por la adrenalina que traía consigo la posibilidad de conseguir dinero fácil. Pero otros más, de manera admirable, hicieron una apuesta por no agachar la cabeza, tomarse las calles, alzar la voz y resistirse al camino al que las circunstancias los intentaban conducir.
Ellos demostraron que la vida sigue y que es posible “ser” a pesar de las adversidades. La música, el arte y la lúdica fueron las herramientas que utilizaron para disipar el miedo, romper fronteras invisibles y despertar solidaridades. De allí salieron organizaciones sociales y culturales como Barrio Comparsa, Corporación Nuestra Gente, Picacho con Futuro, entre muchas otras.
La historia de Medellín ha sido la del ave fénix, que ha logrado renacer de las cenizas. Fue el tejido social que se formó lo que a la postre llevó a la ciudad a un punto de inflexión, en el cual pasó de ser calificada, en 1991, como “la ciudad más violenta del mundo” a “la ciudad de la esperanza”, donde los verdaderos héroes han sido los líderes sociales del territorio.
Gracias a estas semillas, hoy florecen distintas organizaciones sociales y culturales como Son Batá, Escuela AK 47, El Balcón de los Artistas, Unión Latina, 4 Elementos Eskuela, Ratón de Biblioteca, entre muchas otras que utilizan el arte como excusa para ofrecerles a los jóvenes una posibilidad para soñar y crear sentido de esperanza. Todas ellas son lideradas por personas que se resistieron a creer que la delincuencia era la única alternativa para ellos y su entorno y, desafiando lo que parecía ser su destino y con una fuerza de voluntad que quisiera cualquiera, encontraron en estos procesos sociales un camino para sobreponerse a la violencia y hallarle un sentido a su existencia y a la de muchos otros.
Jhon Jaime Sánchez.

Jhon Jaime Sánchez.

Foto:Premio Emprender Paz

La vida de Jhon Jaime Sánchez, el Capi, líder de Son Batá, en la Comuna 13, cambió cuando, en la adolescencia, un casete de rap llegó a sus manos. Con su hermano y algunos amigos entendieron que con la música urbana podían protestar y contar la realidad que vivían. Sin pretenderlo, convertirse en los raperos del barrio se volvió un “escudo” para no ser reclutados por los grupos armados. Al final, esto les permitió conseguir la libertad para soñar. La misma libertad que ellos les ofrecen hoy a los jóvenes que forman parte de su escuela.

“Los cambios no se hacen desde afuera tirando tomates, sino desde adentro, despertando conciencias”.

Su propósito no es sacar grandes artistas, sino “mostrarles otro mundo a los jóvenes, para que tengan la posibilidad de soñar, que pueden ser cualquier cosa que se propongan: ingenieros, médicos, arquitectos, constructor. Lo que quieran”, dice.
Algo semejante hace Jovany Moreno, más conocido como Niche, en el barrio Trece de Noviembre, de la Comuna 8, con la Escuela AK 47. Se llama igual que el fusil porque, en lugar de balas, decidieron disparar letras. Tras haber sido desplazado por la violencia, cuando la rabia y el mal genio lo carcomían por dentro, halló en la danza su refugio. La música lo había transformado a él, y comprendió que lo mismo podía hacer por otras personas.
Jovany Moreno.

Jovany Moreno.

Foto:Premios Fénix 2023

Muchos niños y jóvenes llegan a estas escuelas para salir de los conflictos, violencias y abandonos que viven en sus casas. A unos, incluso, no necesariamente les gusta pintar o bailar, pero les gusta estar allí. Encuentran en estos sitios un espacio donde se sienten reconocidos y parte de algo, donde alimentan el alma y no son juzgados. Y es que hoy como en los años 90, tal como lo demostró el estallido social de 2021, reina la desesperanza en los territorios. Si bien el motivo es diferente, la sensación de que se les está negando el futuro es parecida.
Con el propósito de abrir oportunidades, el año pasado Son Batá montó una escuela de código, C 13. Después de una conversación con un amigo, el Capi entendió que quien permaneciera por fuera de los avances tecnológicos iba a quedarse también al margen de los beneficios económicos, ya que, si el futuro está en la tecnología y las personas de sus territorios no se preparan para los nuevos empleos que los avances virtuales van a generar, la brecha no solo se va a mantener, sino que se va a ampliar. En el camino, además, se dio cuenta de que el crimen no paga tanto como el código.
Otra respuesta social a los problemas del territorio por medio de las artes fue lo que ocurrió en la Comuna 13 con el Grafitour.
Daniel Quiceno.

Daniel Quiceno.

Foto:Premios Fénix 2023

Daniel Quiceno, más conocido como Perro, junto con otros miembros de la comunidad, lograron que la Comuna 13, antes un territorio vedado, se volviera el sitio más visitado de Medellín. ¿Cómo lo hicieron? Resignificando lo vivido y cambiando la narrativa.
En 2012, en aras de atender los problemas de movilidad, el municipio construyó allí unas escaleras eléctricas. Los muros que ellas dejaron fueron el lienzo para que los artistas del barrio pintaran aquellos grafitis, en los cuales dejaron testimonio de lo vivido, hicieron catarsis y transformaron su relato.
Esto les ha permitido no solo cambiar su historia y dinamizar económicamente el territorio, sino reducir estigmas y sensibilizar a muchos. En un país como el nuestro, con una sociedad que ha vivido por años fragmentada, experiencias como estas demuestran que el espacio público, de la mano del arte urbano, puede convertirse en un sistema mediador de inclusión social y encuentro ciudadano, algo que buena falta nos hace.
Como Perro dice, “los cambios no se hacen desde afuera tirando tomates, sino desde adentro despertando conciencias”. Por eso él está liderando el Premio Fénix. Un galardón que busca identificar, reconocer y visibilizar nuevos liderazgos y procesos de transformación e innovación social semejantes a los anteriores.
Las organizaciones sociales y culturales, en suma, han sido fundamentales para sostener esta ciudad en los peores momentos de su historia y para poner en el imaginario de los jóvenes un referente distinto al sueño de ser “pillos”. En el fondo todas hacen lo mismo: ofrecen una posibilidad para soñar, ayudándoles así a muchos a identificar otras maneras de realizarse como seres humanos, distintas a lo que les ofrecen las armas, el poder y el dinero. Convirtiéndose, así, en “la primera línea de contención de la desesperanza en los territorios”, como dice el Capi.
Hoy ellas se enfrentan a dos desafíos fundamentales: escala y sostenibilidad. Si bien cada proceso social es más inspirador que el anterior, no dejan de ser islas, por lo que promover el trabajo en equipo entre las mismas organizaciones para amplificar su labor debe ser una apuesta de ciudad. Otro desafío es la sostenibilidad de estos procesos sociales y la monetización de sus productos artísticos, ya que generalmente no cobran por sus servicios.
Desde el punto de vista de ciudad, el desafío más importante que tenemos hoy se resume en una palabra: unir. Es necesario tejer relaciones más fuertes entre ambos lados del río, desde la conversación, la construcción de confianza y el reconocimiento del otro. Pese a que ha habido periodos en los cuales en la ciudad han florecido encuentros de escucha y construcción colectiva, estos espacios, desde hace un buen tiempo, se han venido desgastando.
Si bien actualmente hay iniciativas en marcha que buscan retomarlos, de distintas maneras, como el ya mencionado Premio Fénix, la exposición ‘Medellín. Pulso de ciudad’ (en el Museo de Arte Moderno), Liderario, la Tejeduría Territorial, los proyectos CoCrea, la Plataforma Jóvenes y Empresarios; nos queda el reto de construir una nueva narrativa de ciudad que nos permita a todos caminar hacia el mismo lado, independientemente de la orilla en la que cada uno esté.
En esta nueva narrativa, sin duda, la organización social, el arte, la cultura, el talento y el turismo van a ocupar un lugar especial como motores del desarrollo.
Estas experiencias muestran la importancia que tienen las organizaciones sociales para la construcción de país, así como la resiliencia que puede alcanzar el ser humano, y plantean el reto de soñar juntos. Si ellos han logrado hacer esto prácticamente solos, ¿se imaginan lo que podemos hacer juntos?
JULIANA MEJÍA PELÁEZ 
PARA EL TIEMPO
Juliana Mejía
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