“Yo el único derecho que perdí fue el de la libre locomoción, no el de expresión y pensamiento”, dijo Julián González Vásquez, conocido como ‘Barney’ o ‘Bebesaurio’.
Él es considerado uno de los jefes de la llamada Oficina, facción de sicarios establecida por Pablo Escobar y que hoy continúa siendo un factor de violencia vinculado al narcotráfico y a otras actividades ilegales.
González, quien cumple una condena de 17 años, al igual que otros 37 reclusos del Establecimiento Penitenciario y Carcelario La Paz, de Itagüí, forma parte del programa Trazos de Libertad.
El dragoneante del Inpec, Carlos Rojas Niño, es el encargado de este plan que tiene como fin resocializar a las personas privadas de la libertad mediante el arte y la cultura.
El programa busca que los reclusos asistan a talleres artísticos en pintura y escultura para que expresen con creatividad sus emociones en medio de La Paz, una cárcel que tiene por lo menos 1.066 presos en un espacio para albergar a solo 328.
El proyecto nació hace cinco años con la idea del dragoneante Rojas de mostrar una cara diferente de las personas encarceladas. Al comenzar, hubo recelo. Aun así, 20 personas llegaron a la primera charla donde les contó sobre las intenciones. A la siguiente sesión solo asistieron cuatro de ellos.
Fue un proceso arduo. Rojas recordó que había resistencia del Inpec y de los mismos presos, pero que quienes creyeron en su idea vieron cómo los talleres de arte se paseaban por los atestados patios de los pabellones de media y máxima seguridad, hasta que un día el grupo creció tanto que se le tuvo que destinar un espacio propio. Hoy se han sumado casi 60 personas.
A los presos les dan talleres en técnicas artísticas como figura humana, paisaje y rostros, con el material que el Inpec dona.
Pero, la iniciativa va más allá de la creación. Ella consiste en exponer los trabajos artísticos desarrollados por los internos en un espacio adecuado, de tal forma que dé la impresión de estar viendo una exhibición igual a la de cualquier otro museo.
El lugar escogido para la galería fue un viejo taller donde los reos solían fabricar trapeadoras y velas.
El estado no era muy diferente al de los otros espacios de la cárcel: muros rayados, con humedad y uno que otro borde despicado. Entre todos, le cambiaron la cara. Le dieron luces y pintura nueva, arreglaron imperfectos y establecieron espacios para ubicar sus creaciones artísticas.
El dragoneante no nos vio como simples presos, sino como personas y nos dio una oportunidad de soñar y de volar
La galería hoy cuenta con 38 obras de arte elaboradas por los internos luego de una formación artística brindada por el dragoneante en conjunto con estudiantes de la Universidad de Antioquia.
En ella hay paisajes, representaciones sobre la vida tras las rejas, retratos familiares y visiones y pensamientos sobre el mundo exterior.
Faber Ramírez Álzate es otro de los internos que mediante el arte le apuesta a un nuevo comienzo. Su trabajo es una escultura que trata de mostrar cómo la sociedad mira a quienes están en prisión, al punto de catalogarlos como basura.
Ramírez elaboró su obra con productos que fueron desechados: tubos, cartón y papel de periódicos, para darle la forma de un caballo que representa para él la vida.
“El dragoneante no nos vio como simples presos, sino como personas y nos dio una oportunidad de soñar y de volar”, dijo.
Para Gónzalez, el ex jefe de la Oficina, lo que están haciendo brinda un cambio en la forma en que se mira a la sociedad, la que hay afuera de los muros carcelarios. La idea, aseguró, es la de no reincidir una vez se cumpla la condena.
Otro recluso, John Jairo Duque Restrepo, ve en sus hermanos artistas la fuerza para seguir avanzando en la creación de nuevas ideas que logren traspasar los muros de La Paz para, esta vez sí, aportar algo a la sociedad.
Las creaciones de estos hombres, muchos con un pasado oscuro, llenan de color la Galería de Arte de la cárcel de Itagüí que lleva el nombre del dragoneante.
Precisamente, Rojas as pira a incentivar la creación de nuevas galerías de arte en otros centros penitenciarios del país, porque cree que: “Así si se nota un cambio en las personas”.
Él ve cómo desde el arte, hay un cambio de pensamiento en los reclusos como admitir la tolerancia y la sensibilidad que los talleres de arte les vienen inculcando.
DAVID FONSECA ARIAS
davfon@eltiempo.com
Para EL TIEMPO
MEDELLÍN
Comentar