Los cinco puntos más complejos del corazón de Medellín empiezan a mostrar una nueva cara. Los transeúntes perciben seguridad ante la presencia de policías y poco a poco comienzan a apropiarse de esos espacios que, aunque son muy concurridos, fueron olvidados por años.
Se trata del parque Berrío, la plaza Botero, Carabobo, la avenida de Greiff y el parque Bolívar. Zonas históricamente violentas con un acumulado de deterioro y delincuencia.
EL TIEMPO hizo un recorrido por esos lugares para analizar cómo los transeúntes y vendedores informales perciben la seguridad y el espacio público, un año después de que el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, iniciara un plan para recuperar el Centro.
Cuando el mandatario hizo el anuncio priorizó esos puntos por la criminalidad y la mala percepción ciudadana. Comenzó por el parque Berrío, un referente de Medellín, pero con las cifras más altas de hurtos, extorsioens, riñas,y venta de licor y drogas.
Hoy esa zona es la que más ha avanzado en el último año, es el cambio que más agradecen los visitantes y al menos cinco vendedores que permanecen allí, tras reubicar 223 de ellos, que con sus puestos de comida, cigarrillos, cachivaches y hasta de licor, obstaculizaban el espacio público.
Diana Soto, quien todos los días camina desde la avenida La Playa, hasta la estación Parque Berrío del metro, cuenta que antes veía el lugar tan saturado, que corría hacia el tren por las escalas sin mirar atrás, cuidándose de los ladrones.
“El parque era invadido por vendedores informales, lucía sucio, inseguro y saturado. Tanto desorden facilitaba a los escaperos despejar a los distraídos de sus pertenencias. Siento que ahora es más difícil robar, además, hay presencia de policías”, contó.
Ahora, Diana busca sentarse en el parque o en las escalas de la estación del metro, caminar y mirar alrededor, cree que el Berrío es un sitio más agradable, que se le devolvió a los habitantes de Medellín.
En lo que coincidió Luis Ángel Castro, vendedor de cigarrillos, dulces y minutos de celular. “Dentro de este espacio ya no roban tanto, los escaperos y ladrones a mano armada emigraron a otro lado, ellos están donde hay tumultos y poca autoridad”, describió.
Para el vendedor, quien vio construir el metro hace más de 20 años, es un avance que la gente mire con otra cara al parque Berrío, uno de los lugares más emblemáticos de Medellín, con 360 años de historia, rodeado de todo tipo de comercio, de la tradicional iglesia La Candelaria y de los edificios La Bolsa y el Banco de la República.
El otro gran avance está en el parque Bolívar, atractivo por la Catedral Metropolitana y el Teatro Lido. Pese a ser un lugar emblemático, tenía abandono, presencia de grupos ilegales y venta de droga.

El parque Bolívar tiene un cambio. Según sus visitantes, hay menor presencia de vendedores de droga, prostitutas y habitantes de calle. Foto: Jaiver Nieto / EL TIEMPO
El año pasado, en ese lugar se registraron seis asesinatos por riñas e intolerancia. Las personas se quejaban por extorsiones al comercio, explotación sexual infantil y hurtos.
Eso cambió, hoy hay mejor percepción en seguridad, tanto para transeúntes desprevenidos como para quienes hace décadas visitan el lugar.
Álvaro Arenas es uno de los que habla de la transformación de este espacio en el último año. Él desde hace casi dos décadas visita el parque para leer prensa, mandar a lustrar sus zapatos y disfrutar de la soledad.
El abuelo describe que ya no se ven prostitutas, niñas explotadas ni habitantes de calle fumando bazuco e inhalando sacol, por el contrario, percibe más orden, control y más visitantes en el día y la tarde.
Focos de inseguridadA unas pocas cuadras del Parque Berrío, por el viaducto del metro el panorama no es tranquilo.
Saúl*, vendedor de zapatos, describe que continúan los robos a mano armada y el cobro de extorsiones. “Los combos nos exigen entre 10.000 y 15.000 pesos diarios, además, hacen competencia desleal: las mismas sandalias que yo compro al por mayor a 15.000 pesos, ellos las venden a 5.000 pero porque son robadas”, advirtió.
En la avenida de Greiff, cercana a la plaza Botero y la plazuela Zea, aparentemente se ven tranquilos porque hay policías en las esquinas, pero hay pocos peatonesporque la percepción de inseguridad no cambia. No muchos se arriesgan a caminar por esas calles.
Los trabajadores de la zona saben que las extorsiones, la explotación sexual infantil, el microtráfico y los hurtos continúan, aunque reconocen que con menos frecuencia y con ‘más disimulo’, por los constantes operativos.
A unos pasos, en la plazuela Botero, uno que otro vendedor acepta que paga ‘vacunas’ para poder trabajar tranquilo, sin amenazas ni riesgo de robo de la mercancía.
Esta es una de las zonas más turísticas de la ciudad, atractiva porque reúne 23 esculturas del maestro Fernando Botero, ubicadas al frente del Museo de Antioquia, el más importante de la región, y cerca al tradicional hotel Nutibara.

La plazuela Botero es una de las zonas más turísticas, atractiva porque reúne 23 esculturas del maestro Botero. Jaiver Nieto / EL TIEMPO
Carmen Posada, quien está con su hija de 2 años, tomándose una foto al frente de la escultura de Botero: ‘la Mujer con espejo’, dice que le da tranquilidad sacar el celular porque ve alrededor policías cuidando a los visitantes.
No obstante, Juan Bautista, vendedor de frutas, asegura que siguen las riñas, la intolerancia y los hurtos. “Lo que cambia es un robo o una pelea, los policías van tras los delincuentes, ahora hay más control”, dijo.
Entre tanto, en el pasaje Carabobo, la zona comercial más popular del centro, hay caos total, pese a que lleva una década peatonalizada. Ese espacio público que se recuperó en el pasado, hoy está copado por vendedores informales y por la ilegalidad, venta de cidis y libros piratas.
Los comerciantes no aceptan que la falla está en ocupar la calle, dicen que no tienen inconvenientes. Sin embargo, aceptan que los transeúntes van a comprar lo que necesitan y desaparecen porque no se sienten tranquilos.
DEICY JOHANA PAREJA M
Redactora de EL TIEMPO
MEDELLÍN