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Medellín

‘Geografías de dolor y resistencia’, la exposición de Jesús Abad

El fotógrafo de 51 años, tomó esta foto en Bojayá. La comunidad honraba a las víctimas de la masacre.

El fotógrafo de 51 años, tomó esta foto en Bojayá. La comunidad honraba a las víctimas de la masacre.

Foto:Esneyder Gutiérrez / Para EL TIEMPO

Las fotos del reportero gráfico estarán hasta julio en la sala de arte de Suramericana. 

Ni los horrores ante los que Jesús Abad ha disparado su cámara le han quitado la sonrisa. Sus huellas han seguido la historia de sus paisanos hasta los lugares más recónditos de Colombia. 'Chucho', como le dicen los amigos, ha mirado a través del lente la guerra y ha soltado la cámara para ayudar a enterrar cuerpos y dar abrazos a madres desconsoladas.
En la sala de arte de Suramericana, en Medellín, están expuestas hasta julio 156 fotografías que representan 25 años de trabajo. La primera foto data de 1992, de una realidad distante a la actual y la última fue tomada el año pasado.
Entre las historias contadas en obturaciones, prevalece el blanco y negro, un aspecto distintivo en la fotografía de Abad. Según explicó, la decisión de prescindir del color tiene que ver con las historias de dolor que se dibujan entre los paisajes y las personas. Y esta forma de exponerlas, hace que los colores exploten en aquellas fotografías en las que el color cuenta la fuerza de la vida, o de la naturaleza, que termina siendo lo mismo.
Y ni la ausencia de color puede esconder las expresiones de los protagonistas de las imágenes, ni la riqueza de los paisajes, ni los detalles que llenan de sentido sus fotos.
Además de contar el sufrimiento de las víctimas, las imágenes ilustran, entre otras cosas, la afectación natural del territorio. “No cuantificamos el daño a los árboles, a la naturaleza, a la vida, a los animales, lo que le hemos ocasionado a los bosques, a los ríos. En un país con tan poca cultura, política y educación la vida va mucho más allá de la piel nuestra”, aseguró.
Ante una foto de la selva, el reportero afirma que podría hacer una sola exposición con las imágenes que ha coleccionado del daño a la tierra, esa que volvimos un campo de batalla. Y acercándose al retrato muestra los troncos de los árboles impactados por 25 o 30 balas de fusil, destruidos por granadas. “La vida ha sucedido así en muchos lugares”, afirmó recorriendo sus fotos y aportando datos exactos del día en el que capturó un instante, los nombres de las personas presentes y el lugar de Colombia donde todo sucedió.
Entre las fotos del desplazamiento, los cuerpos se mimetizan con las representaciones de la vida que se llevan en la huida los habitantes de un lugar al que ya no volverán. A los caballos les cuelgan gallinas y pavos, hombres cargan neveras y las mujeres abrazan a sus hijos con el semblante apagado.
Al frente, una serie de fotografías hablan de otra historia, de la cara opuesta. Las armas, los camuflados, el poder. Y en medio de esas muestras, aparecen figuras religiosas que le recuerdan al observador que en esas escenas también hay humanidad.
Y en otra esquina unos retratos le hacen honor a la resistencia de quienes piden con banderas blancas que el infierno termine. Y aparece la vida con los rostros de los niños y las marchas por la paz.
En la sala retumba un silencio total, las personas se detienen ante las fotos, las admiran, las recorren con los ojos. Para el adulto pueden ser viajes al pasado, repasos de la historia que golpeó, aunque vivieran en las capitales. Para los jóvenes son confirmaciones de una guerra que quizás pegó más fuerte sobre sus pares. Y para los niños, que ven a otros sumergidos en tremendas realidades, pueden faltar respuestas. Pero lo que no falta ante el trabajo de Abad es el cuestionamiento.
“La violencia sigue atravesando las mismas rutas”, dice el fotógrafo, entendiendo que aún quedan trampas en la búsqueda de la paz, pero esperanzado pues el horror que presenció, explicó emocionado, no puede volver a repetirse.
Valentina Vogt
Para EL TIEMPO
valalb@eltiempo.com
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