La escritora española Edurne Portela estuvo en la comuna 13 de Medellín, donde habló de su obra, que recoge memorias íntimas de la violencia, testimonios de mujeres que sobrevivieron a la guerra y la lucha de las víctimas por la verdad, la justicia y la reparación.
Portela creció en la época del conflicto político de País Vasco y, por ello, escribió el ensayo Eco de los disparos, que narra la violencia del grupo terrorista Eta y del grupo paramilitar que creó el estado para combatirlo, lo que dejó más víctimas.
En sus líneas, sacude a los lectores para que no sean indiferentes ante lo que pasó en su país. Reflexiona sobre el silencio, el olvido y la complicidad.
En entrevista con EL TIEMPO, habla sobre las diferencias y similitudes del conflicto armado colombiano y del conflicto vasco, una pequeña región del norte de España, que tiene dos millones de habitantes, 700.000 menos que Medellín. Allí hubo 800 víctimas; en Colombia van más de nueve millones. Sin embargo, para ella hay algo en común: el dolor y el silencio.
¿Cuál es el reto que tiene Colombia con las víctimas?
Creo que están viviendo un periodo muy sensible, muy difícil, sobre todo para las víctimas porque el posconflicto corre el peligro de ser manipulado políticamente, como creo ya ha pasado, para beneficio de algunos que tienen mucho que ocultar o prefieren pasar la página rápido. Entonces, es un momento muy delicado, lo ideal sería que el foco estuviera en los reconocimientos de las víctimas, en los principios de la verdad, la justicia y la reparación.
La paz es siempre muy difícil, hay que superar escollos tremendos, pero creo que si se hace desde los principios de verdad, no solo de fachada, puede dar lugar a un principio de convivencia que es un largo camino por recorrer. El reconocimiento de las víctimas no solo es en el plano material sino también en el terreno afectivo, de reparación de vínculos totalmente rotos por la violencia.
¿Cuáles son las diferencias y similitudes del conflicto colombiano y del conflicto político en País Vasco?
En ambos la sociedad estuvo involucrada, hubo actores no armados. También está el trabajo que se hace sobre qué valor se le puede dar a la cultura y a la educación para reparar ala sociedad que ha sido atravesada por la violencia. En términos históricos son totalmente diferentes: el conflicto del que yo vengo es netamente político, no hay una cuestión histórica como en Colombia, no hay todo ese despojo de la tierra, esa batalla en el campo. Mientras que en País Vasco, el conflicto es puramente político, por la independencia del hogar.
El posconflicto corre el peligro de ser manipulado políticamente, como creo ya ha pasado, para beneficio de algunos que tienen mucho que ocultar.
La diferencia de número víctimas también es abismal…
Exacto, el conflicto colombiano es una magnitud tremenda de millones de desplazados, miles de muertos y de desaparecidos. Yo vengo de un lugar de dos millones de habitantes. Las víctimas en su individualidad, cada una es igual de importante, pero estamos hablando de unas 800 por parte del terrorismo y muchísimas menos por parte del Estado. Desaparecidos hubo muy pocos, pero los hubo. Es incomparable con las prácticas de Colombia, de Medellín. En la comuna 13 esa Escombrera es terrible. De solo pensarlo, siento horror.
A propósito de La Escombrera, es un tema que le interesa mucho…
Me causa mucho interés porque allí se arrojaban cadáveres de jóvenes y, al día siguiente, iban a cubrirlos con escombros para no dejar rastro de esos crímenes. Entonces, para mí, en mi imaginación y conocimiento es un lugar que representa el dolor y el horror de todas esas familias que buscan a sus hijos.
Se escuchan los testimonios de mujeres que dicen “sé que mi hijo está ahí y hay toneladas de escombros sobre él”, cómo puedo poner duelo si sé que mi hijo está ahí en vez de tener una tumba, está bajo basura. Esas son las historias que me tocan muy adentro.
¿Por qué se interesó por estudiar a las mujeres víctimas?
Cuando la víctima es mujer el conflicto se magnifica, su cuerpo se convierte en un espacio para dirimir todas las violencias posibles. La victimización de la mujer es brutal por las violaciones y el maltrato que, además, se reproduce no solo por los hombres que la maltratan sino también por el rechazo de la familia, por haber sido violada. Muchas sobrevivientes tienen que lidiar con un vacío social tremendo, esto lo he visto en Argentina, en Colombia, y en mi país con la historia de la guerra civil y las mujeres que estuvieron en las cárceles franquistas.
El maltrato de la mujer es mil veces peor por la estigmatización y el uso sexualizado de su cuerpo. Lo que he visto también es el silencio como una práctica común: el desprecio a la víctima y al sobreviviente, son presencias incómodas, durante y después de los conflictos.
¿Cree que la memoria puede subsanar el dolor?
Hay un dolor que es imposible de subsanar, el dolor de la persona que pierde a un ser querido a causa de una violencia brutal que es injusta. Entonces, ese dolor, ese daño es imposible de reparar. Pero yo creo que con el trabajo de memoria se consigue por lo menos reparar lo que hay después, que es el silencio. Las víctimas no solo están traumatizadas por la pérdida, también porque muchas veces ese duelo no ha sido acompañado, es un duelo solitario, sobretodo en el caso que tienen ustedes en Colombia, cuando se desaparece el cuerpo del familiar, cuando no se sabe cómo murió y por qué
Las víctimas no solo están traumatizadas por la pérdida, también porque muchas veces ese duelo no ha sido acompañado.
Es lo que usted muestra en el 'Eco de los disparos'…
Sí. En el eco de los disparos reflexiono sobre el silencio, la complicidad, la indiferencia; sobre las víctimas, los perpetradores y cómo todo esto se refleja en la cultura o no y qué nos falta por hacer.
Quise explorar, a través de la cultura, la literatura, el cine y la fotografía cómo habíamos intentado representar esa violencia. En el ensayo intentaba reflexionar sobre eso, qué secuela deja en nosotros, cómo nos marca el silencio en torno a la violencia y qué tipo de representación nos hace incapaces de negarla, incapaces de seguir con ese silencio, de dar la espalda.
Qué recuerda del conflicto que le tocó
Crecí en un contexto en el que la violencia se justificaba, así como el asesinato de otra persona por su ideología política, eso formaba parte de nuestra vida cotidiana, la violencia en las calles, los enfrentamientos entre la juventud independentista y la Policía. Cercanos a la familia fueron asesinados, por ejemplo, mi pediatra, cuando yo tenía 10 años, lo asesinó un grupo paramilitar creado por el Estado Español para acabar con el grupo terrorista Eta. Me enteré de ello por la televisión, viendo las noticias, mientras cenaba con mi familia. Crecí en este ambiente hostil.
¿Su libro ‘Mejor la ausencia’ es la continuidad del ‘Eco de los disparos’
Con el Eco de los disparos me quedó la sensación de que había hecho mucho, pero todavía no lo había hecho todo, entonces escribí esta novela para seguir reflexionando sobre estos temas que tienen que ver con la memoria.
Mejor la ausencia está muy centrado en la violencia del seno de la familia, no solo se refleja el terrorismo sino también cómo ese conflicto marca a las personas, sobretodo la figura del padre que puede llegar a unos extremos de violencia muy fuertes con la mujer y los hijos. Trata de la violencia de género, narrada por una mujer que la vemos crecer en la novela, la acompañamos en su vida.
¿Amaia, la protagonista es usted?
Está narrada en primera persona, mucha gente me verá a mí, pero menos mal que no, es una historia tremenda, pero todo coincide. Amaia tiene mi edad, nació el mismo año que yo y en el mismo lugar que yo, hay vivencias de ella que puedo basar en mi vida, pero no es una novela autobiográfica, en el sentido en que la biografía de ella no es la mía, hay algunos tintes que se mezclan con la ficción.
DEICY JOHANA PAREJA M.
Redactora de EL TIEMPO
Medellín