“El viaje primero, el camino primero, el sueño aquel de salir a andar la tierra. Eso es este libro. Las búsquedas y los encuentros de Santiago y Daniel, dos pelados citadinos a los que las letras de Manuel los pusieron a delirar con los paisajes que él mismo caminó y amó”.
Carla Giraldo Duque, editora del libro Viaje a Balandú, escrito por Luis Santiago Jaramillo y Daniel Bustamante Marín, e ilustrado por Alejandro Montoya, no pudo elegir mejores palabras para describir lo que es la publicación.
Estos jóvenes, periodistas de la facultad de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Pontoficia Bolivariana (UPB), algún día se preguntaron si podían ubicar un lugar ficcional. Y el lugar escogido fue Balandú, donde transcurre el universo creativo del escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo.
Aunque las cosas no salieron de la nada. Tenían claro que querían escribir sobre viajes, y pensaron en ubicar a Macondo. Sin embargo, el pueblo que creó Gabriel García Márquez ya había sido contado muchas veces en la literatura y el periodismo. No era mucho lo que podían aportar.
Pero, es ahí donde aparece Manuel que, para muchos, es el gran escritor antioqueño de todos los tiempos. O, por lo menos, de los últimos años. Manuel era mucho más cercano y no se ha trabajado tanto.
Para ese entonces, unos dos años atrás, no conocían la obra del escritor nacido en Jericó a profundidad. Los acercamientos eran mínimos. La casa de las dos palmas y Aire de tango estaban dentro de las obras que habían leído.
Comenzaron a estudiar su obra. “Era un autor que nos gustaba, pero que no habíamos explorado muy bien, entonces lo empezamos a explorar y a enamorarnos de sus personajes, de sus textos, de sus cuentos, de sus coplas, de sus décimas, sus poemas y, sobre todo, de sus novelas que fue en las que nos basamos para hacer el trabajo”, explica Luis Santiago.
Además, porque Manuel escribió sobre la cultura antioqueña, específicamente sobre la zona del Suroeste.
Desde la universidad estos dos jóvenes comparten la pasión por escribir, esto facilitó el trabajo. “Uno siempre tiene alguna persona que lo va iniciando, lo va llevando al mundo de la literatura. Profesores en la universidad y los amigos que va conociendo uno van expandiendo el horizonte de los libros que conoce”, cuenta Daniel.
Ambos tuvieron gran interés por la parte narrativa, lo que los hizo hacer parte del semillero literario Sandía, que más adelante se convirtió en una revista. Allí soltaron la mano para escribir.
Balandú es el pueblo que creó Manuel Mejía Vallejo, y en cada lectura que realizaban buscaban qué lugares podían relacionar con la realidad. De igual forma hablaron con personas que fueron cercanas a Manuel, para conocer más a la persona que al escritor.
Por esta razón, el principio del libro es un perfil del escritor, donde buscan su parte humana, conocer esa fuerza interior porque, afirman, el ser humano tiene muchas caras sin importar que sea una persona famosa. “Nunca un escritor deja de ser humano”, dicen.
Descubrieron, por ejemplo, que Manuel no solo era el escritor antioqueño que tomaba ron y conversaba con los amigos. “Una de las cosas que descubrimos es que Manuel era mejor conversador que escritor, lo dicen todos los que lo conocieron, que tenía una capacidad impresionante para contar historias”, asegura Santiago.
Cuando llegó la hora de caminar sucedió algo que, tal vez, ninguno de los jóvenes tenía en sus planes.
El libro también terminó siendo de ellos. “Nosotros empezamos siguiéndoles las huellas a Manuel Mejía Vallejo, pero cuando uno está en un viaje, así esté buscando cosas, aparece una realidad, y hay factores que te hacen pensar en tu propio viaje”, afirma Santiago.
Caminaron Jardín, Andes, Jericó y Támesis, por los caminos antiguos.
Fueron recorridos de hasta 12 horas, en los que conocieron a muchas personas. Se dieron cuenta a qué se refería Manuel cuando hablaba de Balandú, que principalmente es Jardín, y que muchos personas coinciden con los personajes de la obra literaria.
“Viaje a Balandú es visitar esos sitios, encontrarse con que esas personas con las que nosotros compartimos esos momentos podrían ser perfectamente personajes de Manuel”, agrega Daniel.
Y es que si uno ha leído a Manuel, va a querer mucho más el libro. Pero si no, los lectores se sorprenderán con la historia de dos viajeros que están buscando algo, y al mismo tiempo se están buscando a ellos mismos.
Lo que tratan de decir es que las montañas hablan de lo que fue el escritor.
Y este viaje resultó ser una excusa para los jóvenes. Sí, Manuel resultó ser una excusa, porque ellos en cada caminata, en cada personaje, terminaron no solo conociendo el universo que fueron a buscar, también terminaron conociéndose ellos mismos.
En ese viaje conocieron la realidad que Manuel comenzó a mostrar hace 70 años y que todavía está vigente. Ellos lo saben, ellos la vieron, ellos la vivieron.
MATEO GARCÍA
Para EL TIEMPO
Medellín
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