Durante 60 años, don Otoniel Gallego ha esperado con ansias la llegada del mes de diciembre.
Más que por las anheladas celebraciones de Navidad, es la época en la que puede comercializar los muñecos de ‘Año Viejo’, que, aunque tienen un arduo trabajo manual, suelen ser usados para decirle adiós a lo malo, alejar “las malas vibras” y dar gracias por lo bueno que ocurrió en los 12 meses, mientras las llamas lo consumen.
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Por efímero que parezca el ritual, que sucede sobre las 12 de la noche del 31 de diciembre, fabricar cada muñeco tiene todo un trabajo previo. En los mercados de segunda se consigue la ropa, se debe cortar la hierba y secarla a tal punto que contribuya a que se consuma con el fuego más rápido. Además, se necesitan hilos, pinturas y palos y, al menos, un mes para sacar la cantidad completa. Aunque, en el caso de Gallego, esta vez se tardó más de cuatro en elaborarlos.
Ya en época decembrina, a escasos dos días de la celebración de Año Nuevo, se encuentran todas sus creaciones filadas, como una gran multitud, en la glorieta que conduce al aeropuerto José María Córdova, en Rionegro. Transeúntes, conductores de carros, ciclistas, propios o extranjeros, se maravillan con los muñecos, se toman fotos y preguntan el precio y así, año a año.
-Don Otoniel, ¿usted por qué cree que la gente sigue comprando muñecos?
- Para darle un golpe duro al año, eso lo queman con roncito, con chicharrón, bailando y eso es de todos los años. Dios quiera que estemos vivos, para que el otro año vuelvan, que aquí estamos. -Dice con gracia-.
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A sus 75 años, y aunque ya no labora durante el año en ninguna actividad diferente, considera que esta tradición debe conservarse y eso es lo que ha visto en la vereda La Playa, donde vive con su familia, pues allí muchas personas se dedican a este oficio.
De su familia, conformada por nueve hijos, ocho nietos y un bisnieto, tres de sus descendientes también están en el negocio: Wilmar, James y Wilson. Sin embargo, ellos también trabajan en otras empresas. Esta vez, a la venta sacó 42 muñecos que son sostenidos con palos para exhibirlos parados. Todavía recuerda cómo comenzó con este oficio.
“Esos son cosas que le van viniendo a uno, eran mentando dizque el año viejo, que hay que quemarlo y yo pero quemar qué, cómo van a quemar muñecos, hay que hacer. Comencé con uno así pequeño y ya me puse a hacerlos, entre un señor que se llamaba don Francisco y ya nos fuimos detrás de mí y detrás de don Francisco y ya todo el mundo hace, eso es mundial”, narra, mientras abraza una radio negra en la que suena Navidad de los pobres, qué feliz Navidad.
Mientras la charla avanza, una camioneta se orilla para preguntar el precio de uno de los muñecos. “¿Cómo les parece este, hermano?”. Dice, de fondo, su hijo James, que, aunque tiene su puesto en otro espacio de la glorieta, colabora con la venta. ¿Y ese quién es? Pregunta el cliente, pues, aunque no todas las figuras son famosas, es común que los compradores piden a ciertos personajes.
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“Se fabrican muchos personajes, acá se fabrica el personaje que la gente quiera. Llega mucha gente que piden un Petro, un Uribe, Duque, un Maduro... Mucha gente llega con propósitos de estos personajes”, contó James Gallego.

Otoniel Gallego posa junto a sus muñecos.
Jaiver Nieto Álvarez / ETCE
Pero en los muñecos “comunes y silvestres” también hay una gran variedad. Hay mujer u hombre, con chaqueta o cachaco, con cigarrillos o botellas, sombreros, pelucas y otros adornos que los pueden hacer más llamativos o chistosos. El precio, que oscila entre los 30.000 y los 80.000 pesos varían dependiendo del tamaño, pero también de los elementos decorativos.
Sin duda, sus coloridos trajes llaman la atención o. al menos, eso fue lo que atrajo a Rico Hernández, un turista mexicano que, aunque iba rumbo a Santa Fe de Antioquia, decidió parar a comprar un muñeco para “quemar lo malo de este año y empezar el próximo año bien”.
“En México no celebramos esto, hacemos otro tipo que le llamamos judas, pero es hecho de papel y los quemamos también, se le pone la pólvora. Es algo parecido, pero diferente en que está hecho de papel y explota, aquí es quemarlos. En Estados Unidos, en el estado de Nuevo México, se celebra también la quema de un mono grande, se llama Zozobra, con el objetivo también de deshacer de las malas cosas y vibras”, expuso Hernández.
Y agregó: “nos paramos a ver estas bellas artes que aquí los señores realizaron, para prenderles candela, como dicen ustedes, y para empezar un mejor año”.

Wilson Gallego elabora un muñeco de Gustavo Petro que le fue encargado.
Jaiver Nieto Álvarez / ETCE
Pero la familia Gallego ha evidenciado que el agüero de quemar estos muñecos no es solo para soltar lo malo que sucedió, sino también para eliminar del sistema a una persona. Por eso, están marcados con nombres que en ocasiones solicitan los mismos compradores, o con otros de “nombres viejos”, que simbolizan el año viejo.
“Los muñecos son la expresión de lo negativo del año, de lo que quieren olvidar, cada persona desde su estado de expresar esa situación que lo molesta o algún personaje que lo ha fastidiado en el año, pues este es el momento. Obviamente con moderación y con todas las medidas, pero es una tradición bonita, interesante, además mire que la gente se esfuerza por hacer cosas bonitas (dijo señalando los muñecos exhibidos)”, dijo David Pérez, un transeúnte.
Los muñecos pueden encontrarse en Guarne, Llanogrande, Rionegro, Sajonia, Las Palmas y por la Autopista Medellín- Bogotá, pero en este caso, son vendidos sin pólvora, prohibida en el territorio. Aunque es innegable que las personas suelen comprar estos elementos y rellenarlos con pirotecnia, Gallego apuntó que de todas formas procuran dejar un mensaje de quemarlos solos, pues para eso se utiliza la paja.
“Lo tenemos más que claro por las autoridades, que se deben vender sin pólvora. Lo hacemos por un bien, para prevenir que haya heridos, gente en los hospitales por esto. Se usa hierba muy seca para que se queme fácil. No es bonito uno estar en un hospital sin un dedo, sin una mano, entonces el propósito mío es trabajarlo sin pólvora”, subrayó James Gallego, que lleva 20 años en este oficio.
En todos estos años, lo único que frenó esta tradición de elaborarlos fue en 2020, cuando a raíz de la pandemia decidieron no venderlos, aunque otras personas sí lo hicieron. En su momento, el departamento recibió el año nuevo en medio de un toque de queda continuo de cuatro días. El otro hito fue cuando un alcalde pretendió cobrarles impuesto por el uso del espacio público, pero la medida no prosperó.
MELISSA ÁLVAREZ CORREA
EL TIEMPO
MEDELLÍN
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