María Elena García aún recuerda cubrir los teteros de sus bebés con ollas para que las ratas y las cucarachas no los infectaran. Tampoco olvida el nauseabundo olor a desechos que tenía que soportar por asentarse al lado de un basurero.
Era 1982 y vivía en Moravia, en un lúgubre rancho de latas, plástico y madera con su esposo, quien trabajaba en el basurero, y sus dos hijos: una bebé de 3 meses y un niño de 3 años.
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“Vivíamos muy marginalmente, no había agua, no había luz y estábamos rodeados de animales y malos olores. Nos tocaba acostarnos y ver las ratas al pie de la cocineta”, recuerda la mujer.
Lo poco que tenían lo perdieron en un incendio que ese año acabó con lo que era el hogar de cientos de personas pobres.
En aquel entonces, Pablo Escobar se encontraba en campaña para el Senado y al ver la situación se dirigió al lugar, en el norte de Medellín, para brindar su apoyo.
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Y de las cenizas, más de 400 familias resurgieron por el apoyo del extinto narcotraficante, que tras varias reuniones y hacer un censo, les entregó un ficho y la promesa de un lugar mejor. Con ese ficho, ya en la zona oriental de la ciudad, sector Buenos Aires, había una vivienda esperándolos.
“Yo llegué el 16 de mayo de 1984. Con lo poquito que teníamos nos vinimos en volquetas que él (Escobar) alquiló. Solo mostramos el ficho y ya teníamos esta vivienda asignada", rememora.
Y agrega: "El tener una casa para nosotros fue maravilloso, no importaba que algunas no tuvieran puertas, ventanas o sanitarios, ni que tampoco estuvieran conectadas a la red de servicios públicos. Es que nosotros veníamos de vivir en un lugar donde el piso era tabla y las paredes eran plásticos, y ahora tener paredes gruesas y hasta patio fue como un sueño”.
“Le dimos muchas gracias a Pablo Escobar porque eso solo lo hizo él, regalado y sin pedirnos nada a cambio”, agrega.
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En el barrio aún recuerdan al capo y lo veneran.
Andrés Henao. Archivo EL TIEMPO
Nunca pudo agradecerle en persona, pues en aquella época comenzó la persecución contra el excapo del cartel de Medellín, lo que desencadenó en que el proyecto de ese barrio, llamado ‘Medellín sin tugurios’, no se entregara por completo.
Wberney Zabala, presidente de la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio, contó que eran 1.000 las viviendas planeadas, pero solo lograron entregar 443, la mayoría sin terminar.
“En agradecimiento, la gente no aceptó el nombre ‘Medellín sin tugurios’ y se autoproclamaron habitantes del barrio Pablo Escobar, algo que aún persiste. Geográficamente, nos hicieron parte del barrio Loreto, algo que no acepta la comunidad”, cuenta este líder social.
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Desde entonces comenzó una lucha por los habitantes para ser reconocidos por el Estado. Una lucha que comenzó con los barrios aledaños, quienes vieron de la noche a la mañana cómo unas 4.000 personas llegaron informalmente a ocupar este espacio y a pedir comida y agua.
Paulatinamente comenzó la conexión de las viviendas a los servicios públicos para evitar las conexiones ilegales y de contrabando.
Sin embargo, a pesar de que legalmente estaban conectados a la red de servicios públicos de la ciudad, los habitantes aún no se sentían parte de esta. Cada vez había más casas y llegaban más personas, pero el barrio seguía sin espacio público y sin obras para la comunidad.
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Y es que en los 249 barrios urbanos oficiales que tiene Medellín en los mapas oficiales de la alcaldía no aparece ninguno con el nombre de Pablo Escobar.
Según la alcaldía, hay unas 6.000 personas que habitan este sector. Pero para los líderes de la zona, allí hay más de 16.000 habitantes.
“Este barrio usted no lo encuentra en el mapa de Medellín, pero tiene su historia, su parroquia y su Junta de Acción Comunal. Es imposible borrar ese nombre del imaginario de Medellín, simplemente aceptar la realidad y convivir con ella. La historia dice que hubo un hombre llamado Pablo Escobar que construyó un barrio en Medellín que lleva su nombre. Ya cada quien que saque sus propias conclusiones (…) No le estoy haciendo apología a Pablo, estoy contando las cosas como son. Pero nosotros no queremos quedarnos en la parte negativa de la historia”, dice Zabala.

En el barrio aún recuerdan al capo y lo veneran.
Andrés Henao. Archivo EL TIEMPO
Agrega que es muy irónico que un exalcalde de Medellín haya ganado dinero escribiendo un libro sobre Pablo Escobar, pero siendo mandatario haya buscado que se le cambiara el nombre al barrio.
Y aunque dice que la comunidad no quiere desconocer la historia, sí quiere desligar ese nombre de las nuevas obras que se hagan en el sector. Se refiere al Jardín Buen Comienzo que actualmente está en construcción y que es la primera obra pública que les hacen en casi 37 años.
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Cuenta el presidente de la JAC que este espacio fue una iniciativa que comenzó desde hace varios años para por fin contar con un espacio educativo para la zona.
“Se pensó en un colegio ¿pero para qué si no hay escuela? Que entonces una escuela, ¿pero para qué si no hay un espacio para la primera infancia? De allí nació la idea entonces el Jardín Buen Comienzo que dicen que estará listo para el próximo año”, comenta.
El sueño suyo y de los habitantes de este barrio olvidado, es que esta sea la primera de muchas obras, comenzando con un parque y una cancha de fútbol, pues aseguran que tienen un buen equipo de fútbol, pero no cuentan con cancha. Tienen muchos niños en el barrio, pero no hay un parque para que jueguen; tienen jóvenes que quieren estudiar, pero no hay colegio en el barrio.
Como una de las primeras habitantes del barrio, María Elena ya cumplió su sueño. Después de 37 años sigue viviendo en su casa, legalmente escriturada. En esta casa tuvo un hijo más y le puso un segundo piso donde uno de sus hijos hizo su propia familia.
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El caso del barrio de Escobar muestra que pese a los esfuerzos de diferentes administraciones es muy difícil cambiar el imaginario de ‘salvador’ o ‘Robin Hood’ del capo. Para Ómar Urán, docente Investigador en Planeación y Sociología Urbana de la Universidad de Antioquia, es algo que hace parte de idiosincrasia antioqueña, que tiene arraigada la figura del ‘patrón’ como parte de la cultura del occidente de Antioquia.
El sociólogo explicó que esto hay que situarlo en la mentalidad de gran parte de los antioqueños, en especial en los barrios populares, donde hay una cultura de predominancia de la gran hacienda donde está muy marcada por la figura del patrón, que tuvo mucha influencia en Medellín.
“El patrón es una persona de carácter recio con mando sobre los peones, que son personas y subordinadas, pero que quieren mucho a su patrón porque este los ayuda y los protege. Pablo Escobar recoge esa tradición, y puede ser lo que sea, pero que cuida a su gente. Por eso no creo que lo vean como un ‘Robin Hood’, que roba a los ricos para darle a los pobres, sino como alguien que sabe administrar a sus subalternos y se muestra generoso cuidando al pobre”, opinó el experto.
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Eso, sumado a que la cultura antioqueña, en especial la clase subalterna popular, es por tradición muy agradecida, hacen que esa imagen del patrón y los favores que les hizo durará para toda la vida de estas personas, como el caso de María Elena.

En el barrio aún recuerdan al capo y lo veneran.
Andrés Henao. Archivo EL TIEMPO
Este imaginario parece imposible de borrar y así lo han entendido las autoridades. La alcaldía de Federico Gutiérrez, que derribó el edificio Mónaco, así lo explicó en la estrategia que llamó 'Medellín abraza su historia'.
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“Pablo Escobar está muerto, pero vive. Vive en imágenes, pero sobre todo, vive en la mente. A nosotros nos dicen que queremos acabar con Pablo Escobar tumbando el edificio Mónaco, pero eso no es cierto, porque sabemos que Pablo Escobar es mental”, explicó en su momento Manuel Villa, exsecretario Privado de la alcaldía.
ALEJANDRO MERCADO
Corresponsal de EL TIEMPO
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