Cuando en calle Larga, en Sabaneta, al sur del valle de Aburrá, se habla de El Plebiscito, pocos piensan en algo diferente que tomarse un tinto o unos buenos tragos, escuchar el sonido de los dados contra el vidrio del parqués o halar la palanca de las tragamonedas.
El Plebiscito es un bar de dos salones unidos por la típica puerta retráctil de bar de las películas del oeste norteamericano. Adelante se sientan quienes quieren escuchar rancheras, guasca, boleros y hasta tangos. También quienes quieren conversar o ver el partido de su equipo en el televisor que, alto y pegado en la pared, cautiva las miradas y hace estirar los cuellos.
El salón de atrás, el de juegos, reúne a los más experimentados jugadores de parqués del barrio, quienes, apiñados alrededor de una pequeña mesa cuadrada, revuelven los dados, mueven sus fichas y tientan la suerte. Las 11 máquinas brillantes que ruedan con figuras embelesan a otros cuantos visitantes que, sentados en sillas de tubo y tapiz carmesí, se concentran en hacer manar las monedas.
La barra del bar, de casi metro y medio de altura, construida en ladrillo y con mesón de madera, encubre a Alicia Palacio, una mujer de baja estatura, de cabello corto y cenizo. Alicia, de 62 años, atiende el negocio desde hace casi cuatro décadas.
El lugar, que tiene ambiente de cantina de pueblo, fue llamado El Plebiscito por mandato de su fundador: Nevardo Montoya, un fallecido político local que compró el terreno y construyó el negocio y la casa que tiene detrás en 1957, año del primer y único plebiscito que ha tenido el país hasta ahora.
Veinte años después del acontecimiento que permitió que se formara el Frente Nacional y que las mujeres ejercieran por primera vez el derecho a ir a las urnas, Rogelio y Lilian Palacio, padres de Alicia, compraron el lugar, que se convertiría en un hito por mantenerse por 59 años en el barrio más tradicional de Sabaneta, aunque a lado y lado se levantan modernos edificios.

Salón de juegos del bar El Plebiscito. Guillermo Ossa/EL TIEMPO
Cuando Alicia se casó con su esposo, Luis Fernando, decidieron comprarles la propiedad a sus padres. Desde entonces, la mujer se refugia detrás de la barra. Nunca se toma un trago, confiesa no saber bailar, pero no perdona prender un cigarrillo y dar bocanas para matar el tiempo. “A mí me daba pena vender trago aquí, pero a lo último dije: yo tengo que dejar la bobada, qué más que tengo trabajo’”, recuerda.
Del plebiscito, que le heredó el nombre al bar, Alicia recuerda muy poco. Cuando sucedió tenía poco más de 3 años. De la época, menciona que sus papás salían juiciosamente a votar y en la casa no se discutía sobre política, aunque pudo presentarse más de una oportunidad, ya que, en un momento de fuerte confrontación política en el país, su madre era liberal y su padre, conservador.
Y del plebiscito del próximo 2 de octubre, en el que sí podrá participar y en el que se decidirá si el país apoya o no los acuerdos a los que llegaron las Farc y el Gobierno en La Habana, Alicia comenta que en el bar nadie dice nada, “pero yo voy a votar por el 'Sí'". Lo decidió porque su única hija, quien es ingeniera, le dijo que era la mejor opción.
El día de las votaciones no abrirá el lugar, sabe que habrá Ley Seca. Sin embargo, espera que si gana el 'Sí', más de uno se pase por el bar en los días posteriores para celebrar.
DIANA SOFÍA VILLA
Para EL TIEMPO
MEDELLÍN
Comentar