Las niñas corrían por los alrededores del teatro Junín, en pleno centro de Medellín, cargando las flores que ofrecían a quienes justo acababan de ver la película ‘La vendedora de rosas’, en mayo de 1998. Que los espectadores las vieran trabajando en lo que se mostraba en el filme les hacía gracia.
Sus propias vidas eran el reflejo de los personajes de la película, la cual retrata los más deplorables escenarios de pobreza, violencia, drogadicción y calle en la Medellín de los años 90.
Tan solo la primera escena de la película es un golpe a la realidad. La pequeña Andrea, de 10 años, discute con su madre, la golpean y decide huir de su humilde casa. Por eso, Mileider Gil, quien interpretó el papel, dice que lo que hizo fue personificarse a ella misma.
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No sabía bien lo que me estaban proponiendo. Me salí por librarme del encierro, de muchas cosas que tocaba hacer en el internado
Mileider se define como una niña, para entonces, indomable. Su madre poco podía hacer para controlarla y la mano dura era lo único que encontraba como herramienta para evitar que la menor pasara sus días escapada de la casa y, en muchos casos, sin siquiera llegar para dormir.
De niña pasaba sus días entre Caldas, Antioquia, y el centro de Medellín, caminaba algunas horas o se la pasaba jugando maquinitas hasta que, por su descontrol y rebeldía, su madre tomó la decisión de internarla en el hogar La Colina.
Allí conoció a quienes fueron sus hermanas, Lady Tabares (Mónica), Marta Correa (Judy) y Diana Murillo (Cachetona), con quienes luego de dos años terminó en una casa preparándose para ser actrices de ‘La vendedora de Rosas’, dirigida por Víctor Gaviria.
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Mileider vivió con el grupo de actores durante cerca de dos años en una casa donde muchos consumían drogar.
Archivo particular
Llegar al internado la ayudó a formarse como persona, pero la película cambiaría toda su vida.
“No sabía bien lo que me estaban proponiendo. Me salí por librarme del encierro, de muchas cosas que tocaba hacer en el internado, pero que de alguna manera eran buenas. Uno en ese momento no piensa en eso, solo quiere salir, ser libre”, cuenta Mileider.
Para la película, las cuatro amigas del internado vivieron con el resto del elenco en una casa. Un grupo de jóvenes sin experiencia actoral pero con conflictos y problemas que pocos tienen a su edad. Las drogas los consumían a muchos de ellos.
Mileider, la menor del grupo, no ignora que con ellos conoció mundos donde los abismos estaban a un solo paso. La decisión de caer dependía de ella misma.
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“Yo no tenía que ver mucho con vicio, lo mío era más bien de ser plaga, muy extrovertida. Con ellos aprendí más a fondo lo que era estar en la calle, con cualquier cantidad de problemas de muy alto nivel”, dice.

Mileider interpreta a una niña que escapa de su casa por los maltratos de su madre.
Archivo particular
En la casa, muchos de los jóvenes consumían desde marihuana hasta perico y sacol (bóxer). Mileider sabía lo que hacían sus amigos, pero estos mismos intentaban no inmiscuirla en sus asuntos por ser la más pequeña.
Aunque se sentía cuidada por la producción y sus propios compañeros, en la casa más de una vez su inocencia le clamaba por no estar más allí tras ver cualquier cantidad de locuras por culpa de la droga que de a poco se convirtieron en algo cotidiano.
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“Daba miedo y pensaba, a veces, que por culpa de ellos algo malo me podría pasar. Era un mundo muy pesado, ni ellos mismos eran capaces de manejarse”, señala.
La convivencia duró cerca de dos años y medio, los últimos seis meses fueron de grabaciones. Como era actuar sus propias vidas, Víctor Gaviria les daba indicaciones de lo que debían hacer y ellos planteaban su idea.
Víctor, para Mileider, fue el papá que muchos de estos jóvenes no tuvieron en sus vidas, llenando el vacío de ese papel.
Tras finalizar las grabaciones, Mileider cuenta que su nuevo hogar fue otro internado, la Casa Mamá Margarita, donde estudió y buscaba cambiar ciertas facetas de su vida, como la rebeldía.
Los fines de semana los pasaba en casa de su mamá en Caldas, Antioquia, en compañía de su abuela y dos hermanos. Estando en el internado o en su vivienda empezó a escuchar las malas noticias de lo que empezaría a pasar con sus amigos de la película.
La película salió al público e incluso Mileider fue a su estreno en Bogotá.
Tras el paso de los días, los asesinatos empezaron a poner sobre la película una estela de nostalgia sobre muchos de ellos.
“Empezaron a llegarme las noticias de mis compañeros, que murió aquél, que mataron a aquél. Las experiencias y las cosas de mi entorno hicieron también que mi vida no fuera como la de ellos”, dice.
Pienso que fue una oportunidad que nos hayan puesto en la película, no sé si fue para bien o para mal
Durante sus días de convivencia, Mileider cuenta que entendió que sus amigos eran un espejo para no caer en los abismos en los que ellos estaban. Sin embargo, reprocha que poco fue lo que se hizo después para ayudarlos con sus dificultades.
Para Mileider, lo que hicieron con ellos fue agarrar un pájaro porque les pareció bonito su canto y a lo último abandonarlo al no quererlo tener más en su casa, por lo que el ave se va en busca de su rumbo.
“Pienso que fue una oportunidad que nos hayan puesto en la película, no sé si fue para bien o para mal, pero en realidad uno se siente utilizado; el gesto no era cogernos a nosotros para la película y después soltarnos”, cuenta.
Sucesivamente empezaron a hallar a sus amigos muertos. Elkin Vargas (Murdok) falleció a los 17 años; Alex Bedoya (Milton) murió de cáncer a la misma edad; Elkin Rodríguez (don Héctor) fue asesinado a los 36 años; y Geovanni Quiroz (Zarco) pereció a los 23 años.

Geovanni Quiroz, el Zarco, fue asesinado a los 23 años meses después de grabar la película.
Archivo particular
Todos fallecieron por acciones violentas a excepción de Alex. Cada uno de ellos desde antes de llegar a ‘La vendedora de rosas’ tenían enemigos con cuentas pendientes.
“Cuando empezaron a fallecer todos y uno los veía en los cines más tristeza daba”, añade Mileider.
La muerte que más le dolió a Mileider fue la del ‘Zarco’, a quien considera como un hermano mayor, pues siempre intentaba que ella estuviera bien e incluso optaba por esconderse para que no lo viera cuando consumía drogas, evitando darle un mal ejemplo.
Sobre su asesinato, Mileider cuenta que se conoce que Geovanni no iba formar parte del elenco. De hecho, él desconocía sobre la producción de una película que revelara el mundo de los niños de calle en Medellín.
Un amigo suyo fue quien le manifestó que se iba a grabar una película y que lo eligieron para participar con un personaje que se llamaba el ‘Zarco’.
Geovanni, cuenta Mileider, no le creyó e incluso le manifestó que eso era mentira.
Mileider dice que cuando Geovanni ingresó al estudio dejó impactado a Gaviria, por lo que terminó ganándose el papel y relegando al amigo que lo había llevado.
El amigo del ‘Zarco’ se ofuscó y le manifestó que le había robado el personaje. Tras la película y el ‘boom’ que generó en Colombia, este hombre se cruzó un día con Geovanni y lo mató, añade Mileider.
Geovanni, como lo revela el documental ‘Poner a actuar Pájaros’, tenía muchos enemigos y muertes a su espalda. En su momento confesó cómo asesinó a un hombre con quien tenía una disputa y le clavó un puñal en el corazón. “Le saqué leche”, dice el ‘Zarco’ en su testimonio.
“Uno se pregunta: ¿por qué no se llevaron al ‘Zarco’?, ¿por qué no aprovecharon ese talento? Para mí la persona que enriqueció ‘La vendedora de Rosas’ fue el ‘Zarco’, él fue el personaje de la película”, comenta.
Mileider luego de pasar un par de años en el nuevo internado volvió a su casa.
Sin embargo, pese a estar un poco más madura, a los 12 años prefirió irse a vivir con Lady, Marta y Diana a una pensión en el centro de Medellín. La escena era muy similar a la que vive como Andrea en la película: cuatro niñas en una habitación rebuscándose la vida.

Así luce Mileider Gil en la actualidad.
Archivo particular
“No era tan juiciosa, todavía me acompañaban algunas locuras”, reflexiona.
El furor de la película, en 1998, lo aprovecharon para instalarse en el teatro Junín, en el centro de Medellín, y vender rosas a quienes iban al cinema. Duraron al menos un año sobrevivieron haciendo lo mismo.
La muerte de sus amigos y las cosas que se veían en la calle la hicieron madurar ‘biche’, como lo cuenta.
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En sus años viviendo a su libre albedrío siempre intentó tomar las mejores decisiones. Mileider dice que, por fortuna, no cayó en las drogas ni tampoco se prostituyó, a pesar de ser varias veces tentada.
Los espejos de años anteriores la retenían a aceptar alguno de esos caminos. En su cabeza siempre retumbaba el dicho de que lo que empieza mal, termina mal.
Hubo mucha gente que intentó inmiscuirme en esos mundos. No lo tomo a mal, era gente que lo proponía, pero era mi decisión si quería aceptarlo
“Hubo mucha gente que intentó inmiscuirme en esos mundos. No lo tomo a mal, era gente que lo proponía, pero era mi decisión si quería aceptarlo. Soy enemiga de esos temas, cuando algo no me conviene me alejo simplemente”, añade.
Su trasegar con las niñas de ‘La vendedora de rosas’ las hizo llegar hasta Bogotá, donde tocaron puertas para que las contrataran como actrices. Por sus cabezas pasaba que quizá las podían ayudar.
Para entonces, Mileider ya tenía 15 años y era el año 2000. Cada puerta que tocaban para regresar al mundo de la actuación se las cerraban.
Vivir en Bogotá por dos años en busca de mejores cosas fue uno de los golpes más duros para cada una de las niñas. La ciudad era más grande, pesada y pasaron por muchas necesidades.
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“A uno lo ignoraban, nadie le daba una luz, una posibilidad. Uno recibió total desprecio. Nadie creía en uno. Tratan de pensar que uno es un inútil e incapaz de salir adelante”, cuenta Mileider.
El refugio que les quedó fue internarse en el mismísimo Cartucho, la olla de vicio más grande de Colombia en su momento.

Así lucía el cartucho para finales de los años 90 y comienzos del 2000.
León Peláez. Archivo / EL TIEMPO
Pues allí apareció una de las pocas personas que les tendió la mano. Se trataba de José Ernesto Calderón, líder del Cartucho, quien las empleó en brigadas de salud para los habitantes de calle en las cuales duraban horas, con la plata que ganaban se sostenían.
Su lugar de vivienda fue el barrio Columnas, en la localidad de San Cristóbal, en Bogotá, donde una entonces concejala les prestó un apartamento para que no pasaran necesidades en las calles.
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Sin embargo, para el 2001, a José Ernesto lo asesinaron. Estar desprovistas de todo, las hizo repensar su estadía en la capital y decidieron volver a Medellín, donde cada una tomó caminos diferentes.
Lady y Marta, por ejemplo, quedaron embarazadas. Mileider volvió, siendo ya una mujer, a la casa de su mamá, con quien empezó a entenderse mejor, se empleó en trabajos normales que la alejaron de sus amigas. Su vida empezó a normalizarse y fue el fin del parche.
La difícil relación con Mileider llevó a su mamá a pensar que su muerte era cuestión de días luego de que abandonara la casa para irse con sus amigas a buscar su vida.
Por eso, tras 20 años de todo ese trasegar, Mileider cuenta que su madre llora cuando recuerda todas las vicisitudes que vivieron en su momento y que, por fortuna, su relación ya se basa en el amor y el respeto.
“En el momento yo no la veía con buenos ojos. Tenía resentimiento, con los años uno cambia la expectativa de lo que pensaba de ella. Hoy pienso diferente. Quizá si ella no hubiese sido así conmigo ya me hubieran matado”, cuenta.
A la mujer, que ahora tiene 35 años, también la aplacó su hijo, quien tiene 8 años.
Muchas veces piensa que nadie toma conciencia en cabeza ajena y es hasta cuando se termina estrellando que se mide lo que ha hecho.
Su experiencia en la calle le mostró que las drogas tocan las puertas de ricos y humildes, sin escoger estratos, y es cada uno el que decide no caer en los abismos.
“Muchos nos juzgaron a todos, señalando que todos éramos iguales. Nosotros íbamos a algún lugar para trabajar, nos decían que si éramos como Lady, quien había caído en prisión, qué podrían esperar”, señala.
Por eso dice que quizá les cerraron puertas a otros; sin embargo, estuvo en sus manos enderezar su camino para cuidar de su hijo, como también lo hizo, por ejemplo, Marta, con quien sigue teniendo una amistad cercana.
Mileider también se convirtió en meme. Con su personaje de Andrea dijo la frase: “me la mecatié en cositas”, con la cual es la protagonista de toda clase de ocurrencias en redes sociales, situación que dice no le genera inconvenientes y en retrospectiva quisiera escribir un libro con sus vivencias en la calle.
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“Muchas veces decimos que los amigos son quienes lo dañan a uno, no siempre es así pero la realidad es que influyen mucho. Ellos te retan, te dicen que no eres capaz, a eso uno lo debe ignorar. Son maneras de hundirte y cuando te ven hundido, te desconocen”, cuenta.
Mileider es una madre feliz y asegura que es uno de los pocos personajes de la Vendedora de Rosas que terminó bien y no en un ataúd de manera prematura o en la cárcel.
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CRISTIAN ÁVILA JIMÉNEZ
Redactor de NACIÓN
EL TIEMPO