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Colombia

Juan Camilo, la montaña mágica y el colibrí

Captura del video que le envió Juan Camilo a Valeria en momentos en los que ya se había separado del grupo de montañistas.

Captura del video que le envió Juan Camilo a Valeria en momentos en los que ya se había separado del grupo de montañistas.

Foto:Archivo particular

Hace un mes falleció un joven universitario mientras subía al nevado del Tolima.

Llovía. La montaña estaba resabiada. Desde que se desapareció Juan Camilo, todos los días caía agua en el páramo. Incluso hubo dos nevadas que arroparon con nieve cientos de kilómetros de cerros y bosques. Hacía varias décadas que eso no pasaba en el Parque Nacional Natural de Los Nevados.
Las caminatas de búsqueda empezaron el sábado 14 de agosto pasado. Eran desde muy temprano y hasta muy tarde. Estaban agotados, desesperados, mojados, confundidos. En el grupo iba un padre que esquivaba los lances de la locura y la culpa para liderar los recorridos por los caminos en los que se había tenido que perder su hijo. Es que tenía que estar entre Los Termales de Cañón y Las Areneras, dos puntos obligados en el ascenso al nevado del Tolima por el municipio de Anzoátegui, y en el que lo vieron por última vez algunos de los compañeros de travesía.
Alexánder González Sierra: papá, abogado, senderista, hizo un mapa y recorrió todas las posibles rutas que pudo tomar Juan. Lo acompañaban inicialmente su hermano y algunos campesinos a los que tuvo que pagarles, y después miembros de Bomberos de Anzoátegui y la Defensa Civil. En su mente creaba posibles escenarios a los que se tendría que enfrentar su hijo si estuviera perdido en el monte. Confiaba en él, estaba seguro de que era capaz de buscar una cueva, de arrancarle las entrañas a dos frailejones y de embutirse en ellos para soportar el frío indescifrable de esas noches.
Pero temía que estuviera herido, que un animal lo sorprendiera, que una organización subversiva lo secuestrara o que algún traicionero del grupo de 16 expedicionarios con los que salieron cuatro días atrás desde Ibagué, fuera capaz de asesinarlo por robarle las cámaras que llevaba y tirarlo en una zanja.
Subieron y bajaron gritando por quebradas y riscos. Pasaron por los mismos lugares varias veces, varios días. Guardaron un silencio profundo cuando les pareció escuchar algo extraño. No escucharon nada. En las noches Alexánder no se arropaba, quería sufrir el frío que él pensaba que estaba sintiendo su hijo.
El tiempo pasaba y Juan no se escuchaba, no aparecía. Por eso fue que cuando un arriero -que estuvo desde el principio de la búsqueda- vio a un colibrí, no tuvo problema en pedirle ayuda. “A unos dos metros se paró (el colibrí) en un frailejón. Traté de sacar el celular y voló pero volvió al mismo frailejón, en una flor, y tuve una pregunta que me salió en el momento: ‘señor colibrí, muéstreme el camino’ y giró la cabeza hacia la montaña (…) subimos y sí, efectivamente el compañero de Anzoátegui vio un puntico rojo y la historia que usted ya conoce”.
Esas palabras se las dijo a Alexánder un hombre al que conoció en la montaña en este viaje, pero que se convirtió en amigo para toda la vida. Estuvieron juntos en los despeñaderos: escarbando, gritando, corriendo, buscando. Y estuvieron juntos cuando tuvieron que sacar el cuerpo sin vida de Juan Camilo, de 22 años, cuatro días después, el 18 de agosto pasado.

El viaje

Este viaje se aplazó dos veces antes de llevarse a cabo. El primer intento fue en julio, pero Alex, Juan y otras personas se contagiaron de covid-19 y no se sentían bien para subir. Se canceló. Se volvió a organizar, pero como el plan era con una gente de Cali, los bloqueos en las carreteras por el Paro Nacional les impidieron salir. Hasta que por fin no hubo manera de esquivar más al destino, y hace un mes se fueron.
“Salimos el 13 de agosto a la 1 de la mañana. Éramos Juan Camilo, mi hermano y otras personas, en total 13. El día antes de salir le pregunté (a Juan) que cómo se sentía, y me dijo que bien. Estaba todo contento, se midió los uniformes y organizamos lo que íbamos a llevar, los bolsos. La idea era que hacíamos cumbre y luego bajábamos a Salento (Quindío)”, recuerda Álex.
Días antes, Juan estuvo entrenando en Manizales (Caldas), corriendo, preparando la trepada. En esa ciudad estaba su vida: iba terminando ingeniería civil en la universidad Nacional, se graduaba en octubre, y acaba de ganarse una convocatoria para desarrollar un proyecto que, para no hacer técnica la explicación, brindaba buena parte de la solución para descontaminar el río Risaralda. El otro año empezaba una maestría en aguas, amaba la naturaleza, y era disciplinado, estricto con él mismo, pero noble con los demás.
Juan Camilo en una de sus constantes caminatas. Aquí en Manizales, la ciudad donde estaba radicado.

Juan Camilo en una de sus constantes caminatas. Aquí en Manizales, la ciudad donde estaba radicado.

Foto:Archivo particular

“La gente que lo conoce lo recuerda como muy divertido, molestando todo el tiempo, pero también muy intelectual e inteligente, y por eso cuando hemos estado leyendo comentarios en redes de que él fue irresponsable o imprudente, para nada, los que lo conocemos lo sabemos. Yo no tengo palabras para describir ese amor que él irradiaba, especialmente a mí. Antes de irse, recibí una nota a las dos de la mañana, se despidió, me dijo que me amaba mucho, que se iba contento porque sabía que tenía una esposa y que cuando volviera la iba a seguir teniendo. El día domingo dejó un correo programado y me envió una foto que para consentirme mientras aguantaba frío”. Ella es Valeria Trujillo, la pareja de Juan. Viuda.
Recuerda que el último libro que leyó su novio fue La Montaña Mágica, una novela filosófica de Thomas Mann que relata la vida de un joven que llega como visitante a un sanatorio mental en Los Alpes Suizos pero que resulta internado. La familia de Juan, sus hermanas, su papá, su mamá, caen en cuenta de que ese libro está por ahí lleno de papelitos de colores con apuntes suyos, estaba obsesionado con esa historia.

"Yo no tengo palabras para describir ese amor que él irradiaba, especialmente a mí".

Un mes después, aunque el duelo apenas comienza para esta familia, todos creen que, más allá de cualquier explicación o respuesta de las autoridades sobre la muerte de Juan, la responsable es la montaña, que tomó la decisión de quedarse con él.
Es que no hay otra forma de explicar su muerte. El primer día de travesía todo fue tranquilo. Fotos, risas, anécdotas, buen ritmo. Estaban estrenando los equipos que se habían comprado para la agencia de viajes de Alexánder y Juan, pero que habían estado guardados porque nadie viajó durante los momentos más difíciles de la pandemia.
Acamparon en los termales de Cañón y dejaron todo listo para el otro día, que sería el definitivo sábado 14 de agosto del 2021. El cielo estaba particularmente despejado. El nevado del Tolima estaba desnudo, expuesto, blanquísimo. Era un día de esos en los que parece que todo va estar bien.
El destino eran las Areneras, esa noche la idea era acampar allí, pero había muchos montañistas así que Alex y su hermano decidieron adelantarse para separar los mejores lugares para las carpas. Habló con Juan y se lo recomendó a los demás compañeros. Esa fue la última vez que lo vio con vida.
“Me avisaron por radio cuando iba llegando a Arenales y me devolví de una, porque lo de Juan Camilo se me hizo extraño, y empecé a correr y a gritar como un loco. Había solo valle de frailejones, yo pienso que ahí pasó algo raro en el sentido de que él no tenía por qué subirse por allá, es que iba por el camino, era derecho, pero subió a una planada y luego a una montaña, y es un valle grande”, aún se pregunta este hombre, con años de experiencia en travesías así.

Solidaridad

Mientras tanto, en la casa, en Ibagué, Ingrid Oñate, mamá, y María Fernanda, hermana de Juan, recibieron la llamada de un señor de Anzoátegui que había escuchado de un arriero que en la montaña estaban buscando a Juan Camilo González Oñate. Todo era un rumor. No había modo de hablar con nadie de la travesía. Pero la noticia creció, como la solidaridad.
De todas partes empezaron a enviar delegados. Juan tenía que aparecer. El Líbano, Tolima, su pueblo, estuvo en silencio, como esperando escuchar algo para ir a buscarlo. En las calles hablaban de la rareza de su desaparición. Todos temían que Juan no apareciera vivo, que no volviera a treparse en su guitarra para volar en los toques con Karma, su banda, y que su sonrisa amplia y cabello desentendido no revolotearan más por ahí.
Y una región se abrazó. El nuevo eje cafetero, siendo un solo cuerpo y alma, se unió para enviar a los mejores guardabosques del parque Nacional Natural de los Nevados, los más experimentados caminantes de Risaralda, Caldas, Quindío y Tolima se unieron a la búsqueda, caminaron más de 20 horas. Un helicóptero de la Fuerza Aérea, que llegó desde Rionegro, sobrevoló la zona. Eran más de 20 personas, y venían muchas más. Pero no.

“Yo adoro a mi hijo, pero creía que estaba muerto".

“Yo adoro a mi hijo, pero creía que estaba muerto. Cuando salía a buscarlo pensaba que lo iba a encontrar acostado cerca de un frailejón por esa nevada tan horrible. El día que lo encontramos íbamos a salir y un muchacho se subió solo a un lugar muy difícil, nadie le comía cuento, quién le iba a creer, cuando el man gritó desde arriba y pitó, lo encontró y me puse a llorar”, vuelve a llorar Álex.
“Estaba lejos y entonces llegaron todos y todo el mundo no entendía por qué razón se había subido ahí, una montaña de roca de unos 30 metros, subir era complejo, difícil, no sé qué pensaba, ese día estaba despejado, súper azul, fue el único día azul, de resto llovió todo el tiempo”, confiesa.
Pero mientras lo buscaban, Juan estaba tranquilo. Feliz, escuchando el punteo de una guitarra eléctrica que sonaba pasito en un parlante que llevaba al hombro, caminando en un lugar cuya belleza lo tenía tan atrapado como la novela de Hann, o como el amor a Valeria. Y la prueba es un video que le grabó a ella cuando ya estaba solo, antes de morir, abrigado por multitudes de frailejones que posaban, y con el ‘Guardián’ -como también se llama el nevado del Tolima-, de fondo.
Captura del video que Juan Camilo le envió a su novia el día que se separó del grupo con el que iba rumbo al nevado del Tolima.

Captura del video que Juan Camilo le envió a su novia el día que se separó del grupo con el que iba rumbo al nevado del Tolima.

Foto:Archivo particular

“Está mucho más despejado, y uno mira esta hermosura, uyyy, ¡es que es inmenso!, es como muy místico, ahí, elevado sobre todo esto, las nubes le pasan al lado, se parece a ti, así, inconmensurable, te adoro”. El video le llegó a Valeria cuando el cuerpo y el celular de Juan estuvieron en un lugar con señal. Lo grabó el día que se perdió, minutos después de que sus compañeros no lo vieran más.
“Mi hijo no conocía allá por la complejidad, era ilógico que pretendiera subir allá, y Juan Camilo era un niño muy juicioso, ¿que se enloqueció y se subió?, yo pienso que algo lo llevó a él a que se subiera a esa roca y se cayera, cuando lo encontramos el día estuvo espectacular. La montaña estaba como resabiada, rara, hermano, decíamos: ‘mañana vamos a salir a tal hora’ y empezaba a llover, llovía toda la noche y amanecía lloviendo, y cuando lo encontramos se empezó a despejar, no logro entender, algo sucedió ahí, fue muy raro”.
Quienes conocen a Juan saben que él era un guardián. De esos amigos que llaman al que va mal en la universidad para ponerse a su disposición, el que pregunta cómo va todo, si siguió enfermo, que si necesita algo. Juan quería salvar el agua, al mundo, a su pueblo. Y lo logró, de cierto modo, a sus 22 años. Era músico, compuso, tocó y muchos lo recordarán por sus presentaciones y conocimiento del rock y metal; era ingeniero y dejó un plan para recuperar el río Risaralda; era lector, fotógrafo aficionado, caminante, pero principalmente, un dador de amor.
“Mi hijo me lo arrebató esa montaña, y con esa montaña no podía pelear, hay alguna conexión natural. Esa montaña le abrió las puertas para que entrara, le facilitó las cosas, porque hizo sol, se le despejó su camino, le permitió entrar y él se tenía que morir ahí. ¿Por qué? Para mí es que no estamos respetando los parques naturales y esa parte mística, indígena, de respeto, de pedir permiso. Los parques deben tener en cuenta las señalizaciones, qué partes no se puede entrar y los montañistas que dicen ser montañistas no saben que esa montaña tiene un poder inmenso”, habla Íngrid.
Alex también cree que faltan cosas por mejorar en los senderos de lugares como el parque Nacional de los Nevados, y sueña con que el camino en el que se perdió su hijo, algún día lleve su nombre: Juan Camilo González Oñate. Sería un homenaje a su memoria, pero también una oportunidad para señalizar esta y otras rutas que son ampliamente usadas.
La partida de este libanense de 22 años dejó un dolor profundo en su familia, amigos, profesores, en Manizales, Ibagué y todo el país montañista, que se solidarizó y aún lo llora. Pero también una lección y una carga de misticismo que ha logrado darle paz al corazón de esta familia. La montaña, la naturaleza en sí, decidió quedarse con el alma de Juan, pero devolver su cuerpo, como dice Íngrid. “A pesar de los golpes no queda monstruoso, la montaña no lo devuelve completo, no lo toma un animal, no se descompone. Su físico queda intacto”.

Foto:Archivo particular

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A Juan lo cremaron y sus cenizas volverán a la tierra, como él mismo dejó dicho. El día de la cremación, pasó algo que impactó al sacerdote que lo despidió, pero que llenó de paz a Alexánder y a Íngrid. “El cura dijo que escucharan, que eso nunca se había visto. Los pájaros se pararon, se reunieron, y luego cuando entraron a Juan Camilo y cerraron la puerta, empezaron a cantar, y fue tan maravilloso que salimos de ese desespero, fue tan bonito, nos dio como paz, nos tranquilizó ver cómo lo recibían, como diciéndonos que él estaba en su hogar”.
ÓSCAR MURILLO MOJICA
ELTIEMPO
Twitter: @oscarmurillom

Homenaje póstumo a Juan Camilo. La montaña y el hijo

Llegado a la montaña
el camino se agota,
la bruma esconde los senderos.
Las pisadas golpeando la roca
y anunciando el final de la jornada.
¿Te has perdido quizás
errando entre las voces incoherentes?
El viento te golpea con su pétrea clemencia,
tú no le importas, su fin es detenerte
y ocultar sus misterios y sus claves…
Pocos los que se acercan a sus intimidades.
Placeres, amores, emociones.
Experiencias y un conjunto
de dudas que se burlan de ti.
La fuerza, el poder, la pasión
son motivos para abatir las frustraciones.
Esas dudas se instalan en tu alma;
y la montaña, con sus fantasmas y criaturas,
te acosan desde los recovecos
con sus estalactitas de obsidiana.
Te niegan la libertad,
la coherencia de tus pensamientos,
las metas y objetivos.
Te invaden los temores
de cómo construir tu propio pasado
que será lo que marque tu historia
y tu memoria;
y un lugar en el orden del universo
para luchar contra los extravíos del destino.
Son los tiempos del ruido.
Son las “cárceles imaginarias”.
Sin centros de gravedad,
sin lógicas sin magnitudes.
Un estado en suspenso, flotando;
vacío colmado de signos y grafías,
de códigos, señales imprecisas,
encriptadas en falsas dimensiones.
No puedes regresar.
Esa no es, por ahora, tu opción,
pero avanzar si es tu decisión
para encontrar caminos de retorno
o para descubrir el sentido
ese peso específico de nuestros actos.
Así que avanza, sube,
lanza tus pasos cuesta arriba
para alcanzar las transparencias
del viento y del paisaje,
que disipen tus dudas y tus miedos.
Lluvia de espermas
que en realidad son estrellas
buscando cada una su propia vía láctea:
la ruta de la vida.
Carlos Arturo Arbelaez Cano

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