En la tercera feria en Cali, ni por hechuras ni por talante recordaron el encopetado linaje condeso los cuatro toros de Achuri Viejo que saltaron para lidia de a pie. Blandearon, puntearon, sosearon y a veces desconcertaron. El primero y el cuarto se movieron mejor.
Sin embargo, atacaron en varas y en engaños lo suficiente como para que Miguel Abellán se hubiese ido al menos con par peludas, de haber tenido más tino con la espada y más equidad de Usía.
Entre los dos despuntados para rejones, de Las Ventas, se movió más el sexto.
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Abellán, con un toreo derechista pero compuesto, plantado y ligado, lució ante sus dos animales; se puso por encima de sus complejidades. Cuatro verónicas de rodillas (manes de Antonio Ordóñez) abrieron con lirismo la corrida, dos más de parado, dos medias –mejor la segunda– prometieron mucho. Luego, asido a tablas, seis por alto y a los medios. Tandas por derecha, las primeras templadas y las finales menos limpias, alegradas con el molinete, hicieron fiesta musical. Buen volapié y espada levemente descentrada pero fulminante. Ruidosa petición de oreja. El presidente de la corrida, como témpano y apenas vuelta clamorosa.
Al cuarto, áspero y tornillero, le plantó cara, y se le reconoció abiertamente a palma y ole venteados. Parecía la revancha, pero la estocada ineficaz y los tres golpes de cruceta fallaron en su contra. Sin embargo, ahí quedó eso, torero.
Pablo Hermoso de Mendoza pasó sin muchas alegrías a lomos de los briosos Alquimista, Brindis, Beluga y el castaño Barrabás, dejando a todos callados con un rejón contrario trasero, cuatro descabellos y un aviso. Con el sexto, volvió con Alquimista, pero también sacó a Disparate, Donatelli y Cayena. Bien en los rejones y las banderillas, y estuvo emocionante y maestro en el toreo. Destreza, virtuosismo y vistosidad de sobria elegancia.
La plaza era suya sin reatos. La puerta mayor se abría ya, pero un rejón bajísimo en el costillar, inútil, y otro trasero y caído contrario, aunque fulminante, se tiraron todo, lo emborronaron. A la gente no le importó, y al presidente tampoco. Tenga la oreja, su merced, y la flagrante inequidad fue monumental.
Gustavo Zúñiga tuvo el lote más adverso y no pudo superarlo, ni siquiera pasarlo con discreción. Entre la descolocación, el enganche y el desarme transcurrieron sus dos laboriosas bregas con más pena que brillo. Mató muy mal. Los silencios paisanos fueron piadosos.
Cuando la presidencia le negó la oreja a Abellán me dije: ‘¡qué rigor!’ Y cuando se la otorgó a Pablo Hermoso: ‘¡qué horror!’
JORGE ARTURO DÍAZ REYES
Especial para EL TIEMPO
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