Como si fuera ayer, Tirsa Dionisia Caicedo, una docente de Tumaco de 56 años, recuerda como hace 35 llegó al naciente barrio Manuela Beltrán en el oriente de Cali, porque su hermano había comprado un lote.
En ese barrio, de una zona marginal de la ciudad, conformó un hogar y levantó a sus tres hijos, dos mujeres y un varón, que junto a varios de sus sobrinos les enseñaba lo que había aprendido en el colegio.
Un día notó que varios menores, entre esos sus sobrinos, no lograban entender las tareas que les dejaban en la escuela pública del sector, pues había un hacinamiento de hasta 80 niños por aula y algunos estaban siendo atraídos por las pandillas y las drogas.
Fue allí cuando comenzó a acogerlos en su casa para explicarles, desde las vocales hasta las matemáticas, notando que su ‘pequeño grupo’ ya sumaba más de 40 niños.
Motivada por su pasión, invirtió sus ahorros en el segundo piso de un lote del mismo barrio, donde construyó cuatro salones, cada uno con tableros de tiza y contrató a un carpintero del sector para que le hiciera los pupitres, fue así como el 3 de agosto de 1990 nació el Instituto Ángeles de Dios.
El nombre nace porque le pedí a Dios que fuera cabeza de ese proyecto y que cada niño que asistía, en su mayoría tentados por los malos pasos, serían como ángeles
“El nombre nace porque le pedí a Dios que fuera cabeza de ese proyecto y que cada niño que asistía, en su mayoría tentados por los malos pasos, serían como ángeles”, cuenta Tirsa.
Lo que nunca pensó fue que su colegio lograría ser el primero a nivel nacional en el Índice Sintético de Calidad Educativa (Isce), un indicador que desde hace dos años funciona como barómetro para medir la calidad de la educación en Colombia.
El Isce valora cuatro factores básicamente: progreso (mejoría en pruebas Saber), desempeño (comparación frente a otras instituciones en las pruebas Saber), eficiencia (promoción de estudiantes) y ambiente escolar (acompañamiento y cómo se sienten los estudiantes).
Cinco profesores fueron los fundadores. En los 90, enseñaban a 60 niños que, en ocasiones, se distraían por el aroma a pan fresco que emanaba de una panadería que se encontraba en el primer piso.
“Al año siguiente ya eran 300 muchachos los que se habían inscrito; en su mayoría, hijos de madres solteras, algunos de familias disfuncionales y niños en situación de riesgo. Eran tantos que nos tocó pedir el local de la panadería y hacer más salones para seguir nuestra obra social”, dice.

Tras un estudio realizado a nivel nacional, el colegio Ángeles de Dios, ubicado en Manuela Beltrán, recibió la más alta distinción en calidad educativa.
Santiago Saldarriaga / EL TIEMPO
La demanda estudiantil fue creciendo, la mensualidad era de 10.000 pesos con los que se pagaban educadores. Lograron comprar lotes aledaños y hoy el Instituto Ángeles de Dios cuenta con un edificio de cinco pisos, donde se enseña desde transición hasta once de bachillerato.
El edificio está distribuido en los bloques A, B y C. A: para los niños de primaria y transición, B: para los estudiantes de sexto a noveno y C: para los más grandes de 10 y 11.
Cuenta con 1.150 niños distribuidos en la jornada de la mañana y de la tarde, y a pesar que en el sector es común el ruido, en horas de clase sólo se escucha el murmullo de los docentes que se escurren por los estrechos pasillos.
Con una pedagogía estricta, las directivas pretender ir un paso más allá de lo que indica el Ministerio de Educación, es por eso que los niños que están en jardín salen leyendo, los que están en primaria tienen conocimientos de temas que se ven solo en bachillerato.
“No porque estemos en un sector pobre quiere decir que la educación tiene que ser mediocre y de menor calidad. Nos enfocamos a darlo todo, como en los colegios más caros de Cali para que salgan competitivos”, cuenta Tirsa.
Cada año se realizan simulacros de Pruebas Saber en todos los grados para medir a sus estudiantes y prepararlos para las pruebas oficiales, se idean nuevas estrategias pedagógicas entre los docentes como el ‘English Day’ donde todo el día se debe hablar en inglés, los docentes enseñan sus clases en esta lengua y practican su redacción en actividades lúdicas.
No porque estemos en un sector pobre quiere decir que la educación tiene que ser mediocre y de menor calidad
Su pedagogía es humanista, es decir, a través de las clases pretenden una integridad individual, social, familiar.
“La jornada escolar comienza a las 6:45 de la mañana, pero los docentes deben llegar a las 6:20 para hacer un devocional y recibir a los niños; luego entran a los salones donde hacen una oración dirigida por los parlantes instalados en cada aula, se da una norma de urbanidad, se hace una reflexión y un texto”, señala.
En la actualidad cuenta con 43 empleados, algunos son vecinos del sector que ayudan en la preparación de los alimentos y la vigilancia, a su vez, 30 de estos son maestros que pasan por un estricto proceso de selección con pruebas psicológicas y de calidad.

Este es el listado de colegios privados a nivel nacional
Infografía EL TIEMPO
“Somos estrictos, nos gusta que los jóvenes se vistan bien, además contamos con cámaras en cada aula, buscamos resaltar los valores con calidad académica”, dice la fundadora.
Los disparos, que a veces se hacen cotidianos en el sector, son silenciados por las clases de música que reciben en las tardes, su hora de descanso la toman en el último piso del colegio, apartados de los expendedores de vicio y vendedores ambulantes. La idea es que no haya ocio para ser presa fácil de las pandillas.
“Se dejan tres tareas diarias y se les invita a investigar. Hacemos convenios con los egresados para que visiten a los que aún están en formación y muestren sus ejemplos de vida”, cuenta Tirsa.

Al momento de recibir la noticia las directivas de la institución, en cabeza de Tirsa, no pudieron contener las lágrimas
Santiago Saldarriaga / EL TIEMPO
Cuentan con un salón de química, un aula de 'tablets', una sala de sistemas y un espacio para ver películas.
No los aíslan de la realidad de su sector, al contrario, los invitan a ser generadores de cambio. Una vez al mes visitan ‘la olla’, un sector de consumo y expendio de droga a tan solo una cuadra del colegio donde entregan alimentos.
Siempre buscan que el saludo sea la primera clase del día, Dios es el motor de cada materia y pretenden que cada salón tenga estímulos, dando premios por el reciclaje, buen comportamiento y rendimiento académico.
Sus resultados se ven en cada examen y sus ocho promociones de egresados ya cursan carreras profesionales u ocupan cargos de importancia.
“Estamos en el corazón del Distrito (en el oriente de Cali) y desde este mismo corazón palpitamos para que nuestros ‘ángeles de Dios’ no fallen, sigan destacándose y salgan adelante”, finaliza Vladimir.
El próximo jueves 28 de junio serán condecorados por la Secretaría de Educación Nacional en la sede de Comfenalco Valle.
MARIO BAOS
Corresponsal de EL TIEMPO
CALI