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Barranquilla

Con ventas de bollos desplazados logran salir adelante en Barranquilla

Julio bollo, vendedor de bollos en el norte de Barranquilla.

Julio bollo, vendedor de bollos en el norte de Barranquilla.

Foto:Vanexa Romero/El Tiempo

La falta de trabajo obligó a Julio Zabaleta a salir con su familia de Zapayán (Magdalena).

Con la venta de bollos por las calles de Barranquilla es como Julio Antonio Zabaleta Villa le ha salido al paso a la pobreza y con la que no solo subsiste, sino que ayuda a otras familias a salir adelante en estos momentos de pandemia.
La vida de Zabaleta no ha sido fácil. Llegó hace cuatro años a la capital del Atlántico desde su natal Zapayán, municipio del departamento del Magdalena, donde creció y vivió, trabajando en las fincas ganaderas, como lo hicieron su abuelo y su padre.
Pero un día, se encontró sin nada que hacer, con los brazos cruzados, con cuatro hijos, una esposa que mantener y el fogón apagado.
Las fincas ganaderas de la región, principal fuente de empleo de la zona, se empobrecieron y no hubo más trabajo para los jornaleros como él. Los pocos cultivos no eran suficiente para recibir a tantos labriegos desocupados.
Julio bollo, vendedor de bollos en el norte de Barranquilla.

Julio bollo, vendedor de bollos en el norte de Barranquilla.

Foto:Vanexa Romero/El Tiempo

La situación se puso tan difícil, recuerda Zabaleta, que de un momento a otro la ciénaga de Zapayán, que durante décadas fue el sustento de cientos de familias del pueblo, no soportó la sobreexplotación del recurso y dejó de producir pescado.
“Esto se puso bien duro, ya no había ni que comer”, dice.

La pérdida del territorio

Zapayán es un municipio que arrastra una crisis social y económica desde hace años. Varios exalcaldes están presos por casos de corrupción, el pueblo carece de servicios públicos, hospitalario y vías de acceso.
Es un territorio abandonado a su suerte, al que ninguna autoridad visita y pareciera no querer recordar. Hace unos 15 años fue tomado como centro de operaciones de las autodefensas, que desde allí cometieron todo tipo de violaciones, abusos y saqueos al erario.
Julio bollo, vendedor de bollos en el norte de Barranquilla.

Julio bollo, vendedor de bollos en el norte de Barranquilla.

Foto:Vanexa Romero/El Tiempo

“Fíjese que los paramilitares no nos hicieron ir, pero la mala situación de ahora sí nos sacó. Es que no había nada qué hacer allá y por eso tocó irnos”, cuenta Zabaleta con algo de nostalgia al sentir que el desarraigo lo golpea y la tristeza lo invade de saber que allá quedan familiares y amigos que siguen luchando por sobrevivir, y que él poco a poco siente que su frágil memoria olvida la tierra donde nació, creció y en algunos momentos fue feliz.

Fíjese que los paramilitares no nos hicieron ir, pero la mala situación de ahora sí nos sacó. Es que no había nada qué hacer allá y por eso tocó irnos

La extrema pobreza y la falta de oportunidades obligaron a cientos de jornaleros y campesinos de Zapayán a inmigrar a otras zonas de la costa. Barranquilla fue la opción para muchas de estas familias que vieron aquí la oportunidad de comenzar una nueva vida.
“Salimos buscando algo de qué vivir”, confiesa Zabaleta, que llegó con su familia al barrio Rebolo, un sector marginal del sur de la ciudad, donde se encontraba un tío, que hacía 17 años se había venido.
Al barrio fueron llegando poco a poco otros familiares y amigos, que también buscaban oportunidad de trabajo y mejores condiciones.
Zabaleta no olvida que fue ese tío quien le enseñó a trabajar el maíz, y producir masa para bollos y buñuelos, que comenzó a vender en las esquinas y por las calles de la ciudad con su esposa.
“Al principio fue duro, nos regresábamos con casi todo”, comenta el hombre.
Las cosas comenzaron a cambiar el año pasado en plena pandemia, cuando aparecieron grandes clientes.
Julio bollo, vendedor de bollos en el norte de Barranquilla.

Julio bollo, vendedor de bollos en el norte de Barranquilla.

Foto:Vanexa Romero/El Tiempo

Su emprendimiento despegó y hoy logra producir en su casa, con la ayuda de su esposa, dos hijos y otros tres empleados, unos 300 bollos de queso, mazorca; además, de masa de maíz, que vende en establecimientos comerciales y en tres barrios que diariamente recorre en una bicicleta que adaptó para el negocio.
“Le coloqué dos tanques, que lleno con bollos y masa para vender en el norte de Barranquilla, donde tengo buena clientela”, cuenta Zabaleta quien siente que hoy tiene mejores condiciones para sostener a su familia y ayudar a otros.
En los barrios San Salvador, La Floresta y Paraíso son muchos los clientes que ya conocen su historia de desplazamiento, lucha y resistencia. “No puedo negar que ahora me va mucho mejor, que tenemos como sostenernos”, manifiesta Zabaleta, que en diciembre cumplirá 37 años, pero que el trabajo, el sol y las madrugadas lo hacen ver mayor.
Cómo él son varias las familias procedendes de Zapayán y otros pueblos del Caribe
que debieron salir desplazados de sus pueblos, no por la violencia que golpea desde hace años estos territorios sino por la pobreza, abandono y el hambre que los ronda.
“Me levanto a las 4 a.m. para ir al mercado, a las 5 ya estamos cocinando y a la 1 p. m. tenemos todo listo. A las 2:30 salgo en la bicicleta a repartir pedidos y termino a las 8:30 p.m. cuando estoy de regreso”, puntualiza.
Luego sube a la bicicleta y comienza a recorrer las calles de una ciudad que lo acogió y le dio una oportunidad, pero sus sueños están en Zapayán, la tierra donde él siente que el sonido del acordeón es más nítido, y el vallenato se baila mejor,  de la que extraña el abrazo y saludo de los amigos  que dejó allá, en la tierra donde está seguro que volvería a nacer.
LEONARDO HERRERA DELGANS
Corresponsal de EL TIEMPO Barranquilla
En Twitter: @leoher69
Escríbeme a leoher@eltiempo.com

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